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Los tres capítulos que constituyen la parte II corresponden a un lapso de seis años, desde 1954 hasta i960. Curiosamente, según sus lugares de origen, abarcan también un amplio sector del país: Oberlin, Ohio; St. Louis, Missouri y Pasadena, California. En el periodo en que fueron elaborados se estaba llevando a cabo una intensa labor de investigación, de manera tal que las afirmaciones que en el primer capítulo revisten un carácter provisional fueron sólidamente confirmadas en la época del tercero.
En la siguiente charla, pronunciada en Oberlin College en 1954, intenté exponer brevemente los principios fundamentales de la psicoterapia, que ya había formulado de manera más exhaustiva en mis libros Counseling and Psychotherapy (1942) y Client-center Therapy (1951). Consideré muy interesante presentar la relación de ayuda y sus resultados, sin describir ni comentar el proceso en virtud del cual se opera el cambio.
El hecho de estar frente a una persona atribulada y conflictuada que busca y espera ayuda siempre ha constituido un verdadero desafío para mí. ¿Poseo los conocimientos, los recursos, la fuerza psicológica y la habilidad necesaria para ser útil a este individuo?
Durante más de veinticinco años he tratado de hacer frente a este tipo de desafíos. He debido recurrir a todos los elementos de mi formación profesional: los rigurosos métodos de evaluación de la personalidad aprendidos en el Teachers’ College de Columbia, los enfoques psicoanalíticos freudianos, los métodos del lnstitute for Child Guidance, donde trabajé como residente; los constantes avances logrados en el campo de la psicología clínica, cuyo desarrollo he seguido paso a paso; mi relación, algo más breve, con la obra de Otto Rank, con los métodos de asistencia social psiquiátrica y con otras fuentes que sería demasiado engorroso enumerar. Pero sobre todo he realizado un continuo aprendizaje a partir de mi propia experiencia y la de mis colegas del Counseling Center, mientras nos empeñábamos por descubrir, con nuestros propios medios, métodos más eficaces para trabajar con los pacientes. Gradualmente he desarrollado un método de trabajo que se basa en aquella experiencia, y que puede ser verificado, modificado o perfeccionado mediante experiencias e investigaciones posteriores.
Una hipótesis general
Para describir en pocas palabras el cambio que se ha operado en mi, diré que durante los primeros años de mi carrera profesional solía preguntarme: «¿Cómo puedo tratar, curar o cambiar a esta persona?», en tanto que ahora mi pregunta sería: «¿Cómo puedo crear una relación que esta persona pueda utilizar para su propio desarrollo?».
De la misma manera en que he modificado los términos de mi pregunta, advierto qué cuanto he aprendido es aplicable a todas mis relaciones humanas, y no sólo al trabajo con clientes atribulados. Por esta razón pienso que quizá las enseñanzas que han adquirido significación para mí puedan tenerla también para el lector, puesto que todos nos hallamos igualmente comprometidos en el problema de las relaciones humanas.
Quizá debería comenzar con un aprendizaje negativo. He aprendido lenta y gradualmente que la ayuda que puedo prestar a una persona conflictuada no reviste la forma de un proceso intelectual ni de un entrenamiento. Ningún enfoque basado en el conocimiento, el entrenamiento o la aceptación incondicional de algo que se enseña tiene utilidad alguna. Estas maneras de encarar la terapia parecen tan directas y tentadoras que, en épocas pasadas, ensayé muchas de ellas. Sin duda alguna, es posible explicar a una persona su manera de ser, indicarle los pasos que lo ayudarían a progresar, hacerle conocer un modo de vida más satisfactorio; sin embargo, de acuerdo con mi propia experiencia son fútiles e inconsecuentes. Toda su eficacia reside en la posibilidad de introducir una modificación efímera, que pronto desaparece y no hace sino fortalecer en el individuo la conciencia de su propia inadaptación.
El fracaso de cualquier enfoque intelectual me ha obligado a reconocer que el cambio sólo puede surgir de la experiencia adquirida en una relación; por consiguiente, intentaré enunciar de manera breve e informal algunas de las hipótesis esenciales de una relación de ayuda. Éstas hipótesis han sido reiteradamente confirmadas por la experiencia y la investigación.
Formularé la hipótesis general en los siguientes términos: Si puedo crear un cierto tipo de relación, la otra persona descubrirá en sí mismo su capacidad de utilizarla para su propia maduración y de esa manera se producirán el cambio y el desarrollo individual.
La relación
¿Qué significan estos términos? Permítaseme considerar por separado las tres frases principales del enunciado precedente e indicar el significado que tienen para mí. ¿En qué consiste este tipo de relación que creo necesario establecer?
He descubierto que cuanto más auténtico puedo ser en la relación, tanto más útil resultará esta última. Esto significa que debo tener presentes mis propios sentimientos, y no ofrecer una fachada externa, adoptando una actitud distinta de la que surge de un nivel más profundo o inconsciente. Ser auténtico implica también la voluntad de ser y expresar, a través de mis palabras y mi conducta, los diversos sentimientos y actitudes que existen en mí. Ésta es la única manera de lograr que la relación sea auténtica, condición que reviste fundamental importancia. Sólo mostrándome tal cual soy, puedo lograr que la otra persona busque exitosamente su propia autenticidad. Esto es verdad en el caso en que mis actitudes no me complazcan ni me parezcan conducir a una buena relación. Lo más importante es ser auténtico.
La segunda condición reside en el hecho de que cuanto mayor sea la aceptación y el agrado que experimento hacia un individuo, más útil le resultará la relación que estoy creando. Entiendo por aceptación un cálido respeto hacia él como persona de mérito propio e incondicional, es decir, como individuo valioso independientemente de su condición, conducta o sentimientos. La aceptación también significa el respeto y agrado que siento hacia él como persona distinta, el deseo de que posea sus propios sentimientos, la aceptación y respeto por todas sus actitudes, al margen del carácter positivo o negativo de estas últimas, y aun cuando ellas puedan contradecir en diversa medida otras actitudes que ha sostenido en el pasado. Esta aceptación de cada uno de los aspectos de la otra persona le brinda calidez y seguridad en nuestra relación; esto es fundamental, puesto que la seguridad de agradar al otro y ser valorado como persona parece constituir un elemento de gran importancia en una relación de ayuda.
También encuentro la relación significativa en la medida en que siento un deseo constante de comprender: una sensible empatía con cada uno de los sentimientos y expresiones del cliente tal como se le aparecen en ese momento. La aceptación no significa nada si no implica comprensión. Sólo cuando comprendo los sentimientos y pensamientos que al cliente le parecen horribles, débiles, sentimentales o extraños y cuando alcanzo a verlos tal como él los ve y aceptarlo con ellos, se siente realmente libre de explorar los rincones ocultos y los vericuetos de su vivencia más íntima y a menudo olvidada. Esta libertad es una condición importante de la relación. Se trata de la libertad de explorarse a sí mismo tanto en el nivel consciente como inconsciente, tan rápidamente como sea posible embarcarse en esta peligrosa búsqueda. El cliente también debe sentirse libre de toda evaluación moral o diagnóstica, puesto que, a mi juicio, las evaluaciones de ese tipo son siempre amenazadoras.
Por consiguiente, la relación que encontré de ayuda se caracteriza de mi parte, por una especie de transparencia que pone de manifiesto mis verdaderos sentimientos, por la aceptación de la otra persona como individuo diferente y valioso por su propio derecho, y por una profunda comprensión empática que me permite observar su propio mundo tal como él lo ve. Una vez logradas estas condiciones, me convierto en compañero de mi propio cliente en el transcurso de la aterradora búsqueda de sí mismo que ya se siente capaz de emprender.
No siempre puedo lograr este tipo de relación. A veces, aun cuando crea haberla alcanzado en mí, el diente puede estar demasiado atemorizado como para percibir lo que se le ofrece. Sin embargo, podría afirmar que cuando soy capaz de adoptar la actitud que acabo de describir y cuando la otra persona puede también experimentarla en alguna medida, invariablemente surgirán el cambio y el desarrollo personal constructivo. Incluyo el término «invariablemente» sólo después de largas y cuidadosas consideraciones.
La motivación del cambio
Ya me he referido a la relación. La segunda frase de mi hipótesis general decía que el individuo descubrirá en sí mismo la capacidad de utilizar esta relación para su propio desarrollo. Intentaré explicar el significado que esta frase tiene para mí. Mi experiencia me ha obligado a admitir gradualmente que el individuo posee en sí la capacidad y la tendencia —en algunos casos, latente— de avanzar en la dirección de su propia madurez. En un ambiente psicológico adecuado, esta tendencia puede expresarse libremente, y deja de ser una potencialidad para convertirse en algo real. Esta tendencia se pone de manifiesto en la capacidad del individuo para comprender aquellos aspectos de su vida y de sí mismo que le provocan dolor o insatisfacción; tal comprensión se extiende más allá de su conocimiento consciente de sí mismo, para alcanzar aquellas experiencias que han quedado ocultas a causa de su naturaleza amenazadora. También se expresa en su tendencia a reorganizar su personalidad y su relación con la vida de acuerdo con patrones considerados más maduros. Cualquiera que sea el nombre que le asignemos —tendencia al crecimiento, impulso hacia la autorrealización o tendencia direccional progresiva— ella constituye el móvil de la vida y representa, en última instancia, el factor del que depende toda psicoterapia. No es sino el impulso que se manifiesta en toda vida orgánica y humana —de expansión, extensión, autonomía, desarrollo, maduración—, la tendencia a expresar y actualizar todas las capacidades del organismo, en la medida en que tal actualización aumenta el valor del organismo o del sí mismo. Esta tendencia puede hallarse encubierta por múltiples defensas psicológicas sólidamente sedimentadas. Puede permanecer oculta bajo elaboradas fachadas que nieguen su existencia; sin embargo, opino que existe en todos los individuos y sólo espera las condiciones adecuadas para liberarse y expresarse.
Los resultados
He intentado describir la relación que constituye la base de toda modificación constructiva de la personalidad; de señalar el tipo particular de capacidad que el individuo aporta a esa relación. La tercera frase de mi enunciado general sostiene que en las condiciones mencionadas se producirán el cambio y el desarrollo personal. Según mis hipótesis, en una relación como la que hemos descrito, el individuo reorganizará su personalidad, tanto en el nivel consciente como en los estratos más profundos; de esa manera, se hallará en condiciones de encarar la vida de modo más constructivo, más inteligente y más sociable a la vez que más satisfactorio.
En este punto, puedo abandonar el terreno de la especulación, para introducir parte del creciente conjunto de conocimientos originados en sólidas investigaciones. Hoy sabemos que los individuos que viven relaciones como la que acabamos de describir, aunque no sea sino durante períodos relativamente limitados, acusan modificaciones profundas y significativas de su personalidad, actitudes y conducta, y que tales modificaciones no se observan en los grupos de control que se utilizan con propósitos de comparación. En nuestra relación el individuo se convierte en una persona más integrada y eficiente; muestra menos características de las generalmente consideradas neuróticas o psicóticas, y más rasgos de la persona sana que funciona de manera normal. Cambia su autopercepción y se torna más realista en su modo de conceptuarse a sí mismo. Comienza a parecerse a la persona que querría ser y se valora más; se tiene más confianza y adquiere mayor capacidad de adoptar sus propias decisiones. Alcanza una mejor comprensión de sí mismo, llega a ser más abierto a su experiencia, con lo cual disminuye su tendencia a negar o reprimir algunos aspectos de ésta y comienza a aceptar mejor sus actitudes hacia los otros, pues advierte las semejanzas que existen entre él y los demás.
Su conducta acusa modificaciones similares: disminuye la frustración provocada por el stress, y se recupera más fácilmente de éste; sus amigos comienzan a advertir que su conducta diaria es más madura, y se torna menos defensivo, más adaptado y más capaz de enfrentar situaciones nuevas con actitudes originales.
Éstos son algunos de los cambios que se operan en los individuos que han realizado una serie de entrevistas de asesoramiento en las que la atmósfera psicológica se aproxima a la relación que he descrito. Cada una de las afirmaciones formuladas se basa en pruebas objetivas. Aún es necesario efectuar muchas investigaciones más, pero ya no cabe dudar de la eficacia de esta relación para producir cambios en la personalidad.
Una hipótesis amplia sobre las relaciones humanas
Lo más interesante en estos hallazgos de la investigación no es el simple hecho de que corroboran la eficacia de una forma de psicoterapia —aunque esto no carezca de importancia—, sino que ellos justifican una hipótesis aún más amplia, que abarca todas las relaciones humanas. Parece justificado suponer que la relación terapéutica es sólo un tipo de relación personal, y que la misma ley gobierna todas las relaciones de esta clase. Por consiguiente sería razonable pensar que si el padre crea, en relación con su hijo, un clima psicológico tal como el que hemos descripto, el hijo será más emprendedor, socializado y maduro. En la medida en que el docente establezca con sus alumnos una relación de esta naturaleza, cada uno de ellos se convertirá en un estudiante con mayor capacidad de iniciativa, más original y autodisciplinado, menos ansioso, y disminuirá su tendencia a ser dirigido por los otros. Si el líder administrativo, militar o industrial es capaz de crear ese clima en el seno de su organización, su personal se tomará más responsable y creativo, más capaz de adaptarse a las situaciones nuevas y más solidario. Pienso que estamos asistiendo a la emergencia de un nuevo ámbito de relaciones humanas, en el que podemos afirmar que, en presencia de ciertas actitudes básicas, se producirán determinados cambios.
Conclusión
Permítaseme concluir este capítulo con una referencia de carácter personal. He intentado compartir con el lector parte de lo que he aprendido en mi actividad profesional al tratar de ser útil a individuos atribulados, insatisfechos e inadaptados. He formulado una hipótesis que poco a poco ha llegado a adquirir significación para mí, no sólo en mi relación con los clientes, sino en todas mis relaciones humanas. Pienso que los conocimientos aportados por la experimentación convalidan esta hipótesis, pero que aún es necesario continuar con la investigación. A continuación, intentaré resumir las condiciones implícitas en esa hipótesis general y los resultados que permite lograr la relación descripta:
Si puedo crear una relación que, de mi parte, se caracterice por: una autenticidad y transparencia y en la cual pueda yo vivir mis verdaderos sentimientos; una cálida aceptación y valoración de la otra persona como individuo diferente, y una sensible capacidad de ver a mi cliente y su mundo tal como él lo ve:
Entonces, el otro individuo experimentará y comprenderá aspectos de sí mismo anteriormente reprimidos; logrará cada vez mayor integración personal y será más capaz de funcionar con eficacia; se parecerá cada vez más a la persona que querría ser; se volverá más personal, más original y expresivo; será más emprendedor y se tendrá más confianza; se tomará más comprensivo y podrá aceptar mejor a los demás, y podrá enfrentar los problemas de la vida de una manera más fácil y adecuada.
Pienso que cuanto acabo de decir es válido tanto en lo que respecta a mi relación con un cliente, con un grupo de estudiantes o miembros de una organización, como con mi familia y mis hijos. Considero que tenemos una hipótesis general que ofrece posibilidades promisorias para el desarrollo de personas creativas, adaptadas y autónomas.