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HACIA UNA TEORÍA DE LA CREATIVIDAD

En diciembre de 1952, un grupo de fomento perteneciente a la Universidad del Estado de Ohio impulsó la realización de una asamblea sobre creatividad, de la cual participaron artistas, escritores, bailarines y músicos, así como también educadores de estos diversos campos. Concurrieron además otros profesionales interesados en el proceso creativo: filósofos, psiquiatras y psicólogos. Fue una reunión vital y enriquecedora, al cabo de la cual escribí algunas notas acerca de la creatividad y, los elementos que pueden estimular su desarrollo. Más tarde esos apuntes se convirtieron en el presente capítulo.

Creo que la sociedad necesita desesperadamente contar con individuos creativos que desarrollen una conducta creativa; en mi opinión, es en esa urgencia donde reside la justificación de una teoría provisional de la creatividad que contemple la naturaleza del acto creativo, las condiciones en las que éste se produce y los factores que lo estimulan en sentido constructivo. Una teoría de esas características quizá podría ser un incentivo y una guía para ulteriores estudios en ese campo.

La necesidad social

Muchas de las críticas más serias que pueden formularse con respecto a nuestra cultura y sus tendencias se relacionan con la escasez de creatividad. Enumeremos brevemente algunas de ellas:

En el campo educacional, tendemos a crear presiones conformistas, estereotipos, individuos con educación «completa», y no pensadores libremente creativos y originales.

Entre los quehaceres a los que dedicamos nuestro tiempo libre predominan los entretenimientos pasivos y las actividades grupales reglamentadas, exentas de toda creatividad.

En las ciencias existe un gran número de técnicos, pero son pocas las personas capaces de crear hipótesis y teorías fructíferas.

En la industria, la creación está reservada a unos pocos —el administrador, el diseñador, el director del departamento de investigación—, en tanto que para la mayoría la vida carece de esfuerzos originales o creativos.

En la vida individual y familiar hallamos un cuadro similar. Existe una fuerte tendencia al conformismo y al estereotipo en las ropas que usamos, los alimentos que consumimos, los libros que leemos y las ideas que sostenemos. El individuo original o diferente es «peligroso».

¿Por qué preocuparse por todo esto? Si como pueblo disfrutamos más del conformismo que de la creatividad, ¿qué factor nos impide hacerlo? Pienso que la decisión de elegir el conformismo sería muy razonable si sobre todos nosotros no pendiera una gran amenaza. En una época en que el conocimiento constructivo y destructivo avanza a pasos agigantados hacia una fantástica era atómica, la adaptación auténticamente creativa parece ser, para el hombre, la única posibilidad de mantenerse a la altura del cambio caleidoscópico que se opera en su mundo. Se nos dice que un pueblo generalmente pasivo y ligado a su cultura no puede hacer frente a los múltiples problemas que surgen en un ambiente donde los descubrimientos científicos y las invenciones se desarrollan en progresión geométrica. A menos que los individuos, grupos y naciones puedan imaginar, elaborar y revisar creativamente nuevos modos de relacionarse con estos complejos cambios, la comprensión desaparecerá. Si el hombre no logra adaptarse a su medio de maneras nuevas y originales y con la rapidez que requiere el acelerado avance de la ciencia, nuestra cultura se extinguirá. El precio que pagaremos por nuestra falta de creatividad no serán sólo la inadaptación individual y las tensiones grupales, sino también el aniquilamiento internacional.

Por consiguiente, pienso que son de fundamental importancia las investigaciones acerca del proceso creativo y de sus condiciones de aparición, desarrollo y facilitación.

Espero que las secciones siguientes puedan sugerir una estructura conceptual para esas investigaciones.

El proceso creativo

La creatividad se puede definir de diversas maneras. Antes de intentar una definición y con el objeto de aclarar el sentido de los párrafos que siguen, permítaseme presentar los elementos que, a mi juicio, constituyen el proceso creativo.

En primer lugar, como científico, considero que la creación debe generar un producto observable. Si bien mis fantasías pueden resultar muy novedosas, no es posible definirlas como creativas a menos que se presenten como un producto observable, es decir, simbolizadas mediante palabras, expresadas en un poema o una obra de arte o concretadas en un invento.

Tales productos deben ser construcciones originales. Esta originalidad surge de las cualidades singulares del individuo en su interacción con los materiales de la experiencia. La creatividad imprime el sello del individuo en el producto, pero éste no es el individuo ni sus materiales, sino que sintetiza la relación entre ambos.

Creo también que el proceso creativo no se restringe a un contenido determinado. No hay diferencias fundamentales entre la creatividad expresada al pintar un cuadro, componer una sinfonía, crear nuevos instrumentos para matar, desarrollar una teoría científica, descubrir procedimientos originales en el terreno de las relaciones humanas o elaborar nuevas formas de la propia personalidad —tal como ocurre en la psicoterapia—. (De hecho, es mi experiencia en este último campo y no en las artes la que me ha inspirado un interés especial por la creatividad y el modo de facilitarla. El conocimiento intimo de la manera original y eficaz en que el individuo se remodela en la relación terapéutica infunde confianza en el potencial creativo de todos los individuos).

En consecuencia, según mi definición del proceso creativo, éste supone la aparición ele un producto original de una relación, que surge, por una parte, de la unicidad del individuo y, por otra, de los materiales, acontecimientos, personas o circunstancias de su vida.

Deseo agregar algunas observaciones a esta definición. Ella no establece distinción alguna entre creatividad «buena» y «mala». Un hombre puede descubrir un nuevo modo de aliviar el dolor, mientras otro idea una forma de tortura más sutil para los prisioneros políticos. Pienso que ambos actos son creativos, aun cuando el valor social de cada uno de ellos sea muy diferente. Si bien más adelante formularé algunos comentarios acerca de estas evaluaciones sociales, no las he incluido en mi definición porque son muy variables. Tanto Galileo como Copérnico realizaron descubrimientos creativos que en su época se consideraron herejías, fruto de la perversidad, en tanto que hoy se les atribuye un valor excepcional y un carácter constructivo. No queremos empañar nuestra definición con términos basados en la subjetividad.

Otro modo de plantear el mismo problema es señalar que el producto debe ser aceptable para cierto grupo en determinado momento, ya que de lo contrario no podrá pretender que la historia lo juzgue como algo creativo. Sin embargo, este hecho no sirve a nuestra definición a causa del mencionado carácter fluctuante de las evaluaciones y también porque muchos productos creativos seguramente nunca han recibido atención social y han desaparecido sin siquiera haber sido evaluados. Por este motivo omitimos en nuestra definición el concepto de aceptación grupal.

Asimismo debemos señalar que no establecemos distinciones entre los diversos grados de creatividad, puesto que también esto es un juicio de valor de naturaleza extremadamente variable. Según nuestra definición, el acto del niño que inventa un nuevo juego con sus compañeros, el de Einstein al enunciar la teoría de la relatividad, el del ama de casa que prepara una nueva salsa, el de un joven autor que escribe su primera novela, son todos actos creativos, y no hay razón alguna para evaluarlos en términos cuantitativos.

La motivación de la creatividad

El móvil de la creatividad parece ser la misma tendencia que en la psicoterapia se revela como la fuerza curativa más profunda: la tendencia del hombre a realizarse, a llegar a ser sus potencialidades. Con esto me refiero al impulso a expandirse, crecer, desarrollarse y madurar que se manifiesta en toda vida orgánica y humana, es decir, la tendencia a expresar y realizar todas las capacidades del organismo o del sí mismo. Esta tendencia puede quedar profundamente enterrada bajo capas y capas de defensas psicológicas sedimentadas o bien ocultarse tras mascaras elaboradas que niegan su existencia; sin embargo, mi experiencia me inclina a creer que existe en todos los individuos y que sólo espera las condiciones propicias para liberarse y expresarse. Esta orientación del hambre constituye el principal móvil de la creatividad cuando el organismo entabla nuevas relaciones con el medio en un esfuerzo por ser totalmente él mismo.

A continuación intentaremos ocuparnos directamente del complejo problema del valor social de un acto creativo. Con toda seguridad, a muy pocos nos interesa facilitar la creatividad destructiva. Al menos, sabemos que no queremos fomentar el desarrollo de individuos cuyo genio creativo se exprese en el descubrimiento de nuevas y mejores maneras de robar, explotar, torturar o matar a otros seres humanos, o de formas artísticas o de organización política que llevan a la humanidad por la senda de la destrucción física o psicológica. Pero ¿cómo discriminar de manera tal que podamos estimular una creatividad constructiva?

La distinción no se puede establecer mediante el examen del producto, porque la esencia misma de lo creativo es su carácter original, lo cual nos priva de patrones para juzgarlo. En efecto, la historia pone de manifiesto que cuanto más original sea el producto y mayor el alcance de sus implicaciones, mayores serán las probabilidades de que sus contemporáneos lo juzguen perverso. La creación auténticamente significativa, sea de una idea, una obra de arle o un descubrimiento científico, corre el riesgo de ser considerada en el primer momento como errónea, mala o tonta. Más tarde puede parecer obvia, algo que resulta evidente para todos, y sólo mucho tiempo después recibe la evaluación definitiva que la califica de contribución creativa. Al parecer ningún hombre «capaz de evaluar satisfactoriamente un producto creativo contemporáneo; esto es tanto más cierto cuanto más novedoso sea el producto en cuestión».

Tampoco es útil examinar los propósitos del individuo que participa en el proceso creativo. Quizá la mayoría de las creaciones y descubrimientos que han demostrado poseer gran valor social, surgieron de propósitos más relacionados con el interés personal que con los valores sociales; por otra parte, la historia registra los resultados lamentables de muchas creaciones cuyo objetivo manifiesto era lograr el bienestar social —por ejemplo, diversas utopías, el prohibicionismo, etcétera—. En efecto, debemos enfrentar el hecho de que el individuo crea sobre todo porque eso lo satisface, y porque lo siente como una conducta autorrealizadora; admitamos que no conduce a ninguna parte tratar de distinguir entre propósitos «buenos» y «malos» en el proceso creativo.

¿Acaso debemos abandonar todo intento de discriminar entre la creatividad potencialmente constructiva y la potencialmente destructiva? No creo que se justifique una conclusión tan pesimista. En este punto, los recientes hallazgos clínicos en el campo de la psicoterapia nos dan esperanzas. Se ha descubierto que cuando el individuo está «abierto» a toda su experiencia (frase que luego definiremos mejor) su conducta será creativa y su creatividad puede considerarse esencialmente constructiva.

La diferenciación puede plantearse en pocas palabras de la siguiente manera. En la medida en que el individuo niega el acceso a la conciencia (o reprime, si se prefiere ese término) de grandes sectores de su experiencia, sus formaciones creativas podrán ser patológicas, socialmente negativas, o ambas cosas a la vez. Si, en cambio, permanece abierto a todos los aspectos de su experiencia y las diversas sensaciones y percepciones que se producen en su organismo acceden a la conciencia, los productos de su interacción con el medio tenderán a ser constructivos, tanto para él como para los demás. Por ejemplo, un individuo con tendencias paranoides puede crear una teoría muy original acerca de la relación entre él y su ambiente y tomar como pruebas de ella todo tipo de claves sutiles. Su teoría tendrá escaso valor social, tal vez porque hay un inmenso espectro de experiencias que este individuo no puede recibir en su conciencia. Por otra parte, Sócrates, a quien sus contemporáneos también consideraron «loco», desarrolló ideas nuevas que demostraron 9er socialmente constructivas; tal vez esto se deba a que permaneció abierto a su experiencia, sin actitudes defensivas.

El razonamiento en que se apoya mi exposición quizá se aclare en el resto del presente trabajo. Sin embargo, se basa principalmente en el descubrimiento, realizado en el campo de la psicoterapia, de que el individuo más capaz de abrirse a todos los aspectos de su experiencia está en mejores condiciones de comportarse de una manera que calificaríamos de socializada. Si puede percibir sus impulsos hostiles, pero también su deseo de amistad y aceptación; las exigencias de su cultura, pero también sus propias metas; sus deseos egoístas, y al mismo tiempo, su preocupación tierna y sensible por el otro, se comportará de manera armoniosa, integrada y constructiva. Cuanto más se abra a su experiencia, su conducta tenderá a demostrar que la naturaleza de la especie humana se orienta hacia una vida social constructiva.

Condiciones internas de la creatividad constructiva

¿Qué condiciones internas del individuo se asocian más íntimamente con un acto creativo potencialmente constructivo? En mi opinión, algunas de ellas son:

A. Apertura a la experiencia: Extensionalidad. Esta cualidad se opone a la actitud psicológica de defensa, que caracteriza al individuo que, para proteger la organización de su sí mismo se ve obligado a impedir el acceso a la conciencia de ciertas experiencias o a admitirlas sólo bajo formas distorsionadas. En una persona abierta a la experiencia cada estimulo se transmite con mayor facilidad a través del sistema nervioso, sin sufrir las deformaciones por los procesos de defensa. El estimulo puede originarse en el ambiente y asumir el aspecto de un impacto de forma, color o sonido sobre los nervios sensoriales, o en las vísceras, o bien como huella mnémica en el sistema nervioso central; en todos los casos tiene libre acceso a la conciencia. Esto significa que en lugar de percibir según categorías predeterminadas («Los árboles son verdes»; «La educación universitaria es buena»; «El arte moderno es tonto») el individuo es consciente de este momento existencial tal como es; así puede vivir muchas experiencias que exceden los marcos de las categorías habituales (este árbol es de color lavanda; esta educación universitaria es dañina; esta escultura moderna tiene un efecto poderoso sobre mí).

Esto último sugiere otro modo de describir la apertura a la experiencia; rila significa falta de rigidez, permeabilidad a los limites de los conceptos, creencias, percepciones e hipótesis, posibilidad de admitir la ambigüedad dondequiera que ésta exista, capacidad de recibir información contradictoria sin sentirse impulsada a poner fin a la situación. Significa, en fin, lo que el especialista en semántica general llama «orientación extensional».

En mi opinión, esta apertura de la conciencia a lo que existe en un momento determinado es una condición importante de la creatividad constructiva. Sin duda, se halla presente en toda las formas de creatividad, de manera igualmente intensa pero con limites más estrechos. Por ejemplo, el artista inadaptado e incapaz de reconocer o percibir en sí mismo las fuentes de su infelicidad puede, no obstante, percibir de manera aguda y sensible, en su experiencia, la forma y el color; el tirano (en pequeña o gran escala), a pesar de que no puede enfrentar su propia debilidad, puede ser muy consciente de las grietas de la coraza psicológica de aquéllos con quienes trata. Cuando la apertura se limita a una fase de la experiencia, la creatividad es posible; sin embargo, puesto que la apertura sólo se relaciona con una fase de la experiencia, el producto de la creatividad puede resultar destructivo para los valores sociales. En la medida en que el individuo sea capaz de alcanzar una apercepción sensible de todos los aspectos de su experiencia, estaremos más seguros de que su creatividad será constructiva en sentido personal y social.

B. Un foco de evaluación interno. Quizá la condición fundamental de la creatividad sea que la fuente o lugar de los juicios evaluativos debe residir en el individuo mismo. Para el individuo creativo, el valor de su producto no está determinado por el elogio o la critica ajena, sino por él mismo. ¿He creado algo satisfactorio para ? ¿Expresa alguna parte de mí mismo: mi sentimiento o mi pensamiento, mi dolor o mi éxtasis? Éstas son las únicas preguntas importantes para el creador o para cualquier persona que vive un momento creativo.

Esto no significa que ignore u olvide el juicio de los demás; en cambio, sólo implica que la base de la evaluación reside en él, en su propia reacción organísmica ante su producto y en su apreciación de este último. Si la persona lo «siente» como un «yo en acción», como una realización de potencialidades hasta entonces inexistentes y que ahora se manifiestan, su producto será satisfactorio y creativo, y ninguna evaluación externa podrá modificar el sentido de ese acto fundamental.

C. La capacidad de jugar con elementos y conceptos. Si bien esta condición es menos importante que las dos anteriores, parece ser igualmente necesaria. Con la apertura y la falta de rigidez que mencionamos al hablar de la primera condición se asocia la capacidad de jugar espontáneamente con ideas, colores, formas y relaciones, aventurar nuevas combinaciones de elementos, dar forma a hipótesis absurdas, convertir lo dado en un problema, expresar lo ridículo, traducir una forma en otra, transformar en improbables las equivalencias. De este juego y esta exploración libres surgen la intuición, la visión nueva y significativa de la vida. Es como si en el despilfarro de miles de posibilidades aparecieran una o dos formas evolutivas con cualidades que les confieren un valor permanente.

El acto creativo y sus concomitantes

Siempre que se cumplan estas condiciones la creación será constructiva, pero no podemos formular una descripción precisa del acto creativo, puesto que su propia naturaleza lo hace indescriptible. Es lo desconocido que no se puede conocer hasta que ocurre, lo improbable que se vuelve probable. Sólo en un sentido muy general, podemos decir que un acto creativo es la conducta espontánea que tiende a surgir en un organismo abierto a todas sus videncias internas y externas y capaz de ensayar de manera flexible todo tipo de relaciones. De esta multitud de posibilidades semielaboradas, el organismo, al igual que una computadora gigantesca, selecciona la que mejor satisface una necesidad interna, la que establece una relación más efectiva con el medio o la que supone una manera más sencilla y gratificante de percibir la vida.

Sin embargo, el acto creativo tiene una cualidad susceptible de descripción. En casi todos sus productos observamos cierto carácter selectivo, cierto acento puesto en la disciplina, un intento de destacar la esencia: el artista pinta superficies o texturas de manera simplificada, ignorando las variaciones sutiles que existen en la realidad; el científico enuncia una ley básica de relaciones, obviando las circunstancias o acontecimientos particulares que pudieran ensombrecer su belleza desnuda; el escritor selecciona las palabras y frases que dan unidad a su expresión. Podemos decir que ésta es la influencia de la persona concreta, del «yo». La realidad existe en una multiplicidad de hechos confusos, pero «yo» estructuro mi relación con ella; yo tengo «mi» propia manera de percibirla. Esta selectividad o abstracción (¿inconscientemente?) disciplinada confiere a los productos creativos su cualidad estética.

Si bien no podemos avanzar más allá de este punto en nuestra descripción del acto creativo, es posible mencionar algunos de sus concomitantes en el individuo. El primero es lo que podemos llamar «el sentimiento de Eureka»: «¡Es esto!». «¡Lo he descubierto!». «¡Esto es lo que quería expresar!».

Otro concomitante es el sentimiento de estar aislado. Pienso que la mayoría de las creaciones significativas surgen acompañadas de un sentimiento que podríamos expresar de la siguiente manera: «Estoy solo. Nadie ha hecho esto nunca. Me he aventurado en un territorio desconocido. Debo estar errado o perdido, o ser un tonto o un anormal».

Otra experiencia que habitualmente acompaña a la creatividad es el deseo de comunicarse. No creo que haya un ser humano papaz de crear y no desear compartir su obra, ya que ésa es la única manera de aliviar su soledad y de asegurarse de que pertenece al grupo. Podrá confiar sus teorías sólo a su diario íntimo, escribir sus descubrimientos en algún código críptico, esconder sus poemas en un cajón bajo llave, encerrar sus cuadros en un ropero, pero desea comunicarse con un grupo que lo comprenda, aunque tal grupo sólo exista en su imaginación. No crea las cosas para comunicarse, pero una vez que ha producido algo desea compartir con los demás este nuevo aspecto de la relación entre él y su medio.

Condiciones que promueven la creatividad constructiva

Hasta ahora he intentado describir la naturaleza de la creatividad, señalar la cualidad de la experiencia individual que le confiere un carácter constructivo, enumerar las condiciones necesarias para el acto creativo y enunciar algunos de sus concomitantes. No obstante, si deseamos satisfacer la necesidad social que mencionamos al comienzo, debemos saber si es posible fomentar la creatividad constructiva y cómo hacerlo.

La naturaleza misma de las condiciones internas de la creatividad implica que éstas no pueden forzarse, sino que es necesario aguardar que aparezcan espontáneamente. El campesino no puede hacer que la semilla germine; sólo puede proveer las condiciones nutritivas adecuadas para su desarrollo. Lo mismo sucede con la creatividad. ¿Cómo podemos establecer las condiciones externas capaces de estimular y enriquecer las condiciones internas ya descriptas? Mi experiencia en la psicoterapia me inclina a pensar que creando condiciones de seguridad y libertad psicológica, se eleva al máximo la posibilidad de que surja una creatividad constructiva. Expondré estas condiciones detenidamente, llamándolas X e Y.

X. Seguridad psicológica. Esta condición puede establecerse mediante tres procesos relacionados entre sí.

1. Aceptación incondicional del individuo. Siempre que un maestro, padre, terapeuta u otra persona con funciones similares siente básicamente que éste es valioso por derecho propio y en su propio desarrollo, no importa cuál sea su condición o comportamiento actual, estará estimulando la creatividad. Tal vez esta actitud sólo puede ser genuina cuando el maestro, el padre, el terapeuta captan las potencialidades del individuo y pueden depositar en él una fe incondicional, cualquiera que sea su estado actual.

Cuando el individuo percibe esta actitud se siente en una atmósfera de seguridad; poco a poco aprende que puede ser lo que es sin disimulos ni disfraces, ya que se lo respeta y valora independientemente de lo que haga. Por consiguiente, pierde rigidez, puede descubrir lo que significa ser él mismo e intentar realizarse de maneras nuevas y espontáneas. En otras palabras, avanza hacia la creatividad.

2. Crear un clima carente de evaluación externa. Cuando dejamos de juzgar al otro individuo en función de nuestros propios criterios de evaluación, fomentamos su creatividad. Para el individuo representa una liberación encontrarse en un ambiente donde no se lo evalúa ni se lo examina de acuerdo con patrones externos. La evaluación siempre es una amenaza, siempre crea una necesidad de defenderse y determina que el individuo niegue el acceso a la conciencia de algún sector de la experiencia. Si un producto es bueno según normas externas, entonces no debo admitir el desagrado que me provoca; si lo que hago es malo en función de pautas exteriores, no puedo reconocer que mi actitud sea una parte de mí mismo. En cambio, si se eliminan los juicios basados en principios externos, puedo permanecer más abierto a mi experiencia y admitir con mayor agudeza y sensibilidad mis propios gustos, así como también las cosas que me desagradan, la naturaleza de los materiales y mi reacción ante ellos. Entonces puedo comenzar a reconocer que el centro de evaluación reside en mí mismo, con lo cual avanzo hacia la creatividad.

Para disipar las posibles dudas o temores por parte del lector, debemos señalar que el hecho de que la evaluación externa pierda importancia para un individuo no significa el fin de las reacciones personales. En realidad, ello puede damos mayor libertad para reaccionar. «No me gusta tu idea» (o cuadro, invento o libro) no es un juicio, sino una reacción. El sentido de esa expresión es sutil pero nítidamente diferente del que se halla implícito en la frase: «Lo que estás haciendo está mal (o bien) y esta cualidad que le asigno proviene de una fuente externa». La primera afirmación permite al individuo conservar su propio foco de evaluación y supone la posibilidad de que yo sea incapaz de apreciar algo que en realidad es muy bueno. La segunda, en cambio, ya sea una alabanza o una crítica, deja a la persona a merced de fuerzas exteriores; le dice que no puede preguntarse simplemente si el producto en cuestión es una expresión válida de sí mismo, sino que debe preocuparse por lo que piensan los demás. El que emite un juicio como el que estamos analizando aleja al otro de la creatividad.

3. Comprensión empática. Cuando esta condición se agrega a las otras dos obtenemos un máximo de seguridad psicológica. Si digo que «acepto» a un individuo, pero no lo conozco, mi aceptación es muy superficial, por cierto, y el otro advierte que puedo cambiar de opinión en cuanto llegue a conocerlo. Pero si lo comprendo empáticamente, si procuro entender su conducta y a él mismo desde su propio punto de vista, si entro en su mundo privado y lo veo tal como él lo ve —y sigo aceptándolo—, entonces se sentirá seguro. En esta atmósfera la persona puede dejar en libertad a su auténtico sí mismo y permitirle expresarse en formaciones nuevas y variadas en su relación con el mundo. En esto reside el estímulo básico de la creatividad.

Y. Libertad psicológica. Cuando un maestro, padre, terapeuta u otra persona con funciones facilitadoras permite al individuo una absoluta libertad de expresión simbólica, fomenta su creatividad. Esta aceptación incondicional lo deja en libertad de pensar, sentir y ser lo que guarda en lo más profundo de sí mismo; estimula la apertura y el juego espontáneo con los perceptos, los conceptos y los significados, todo lo cual forma parte de la creatividad.

Obsérvese que me refiero a una libertad de expresión simbólica, ya que convertir en conductas todos los impulsos, sentimientos y formaciones puede no cumplir una función liberadora en todos los casos. En ciertas ocasiones la conducta debe restringirse a los límites impuestos por la sociedad; la expresión simbólica, en cambio, no necesita restricciones. Por consiguiente, destruir un objeto odiado (sea la propia madre o un edificio rococó) mediante la destrucción de un símbolo resulta liberador, en tanto que el ataque real puede generar culpa y restringir la libertad psicológica del individuo. (La formulación de este párrafo no me satisface totalmente, pero por el momento no puedo elaborar un enunciado que se ajuste mejor a mi experiencia).

La aceptación incondicional que intentamos describir no es de suavidad, indulgencia ni estímulo manifiesto. Se trata simplemente del permiso de ser libre, lo cual también significa que el individuo es responsable. La persona es tan libre de temer una nueva aventura como de esperarla ansiosamente; libre de asumir las consecuencias de sus errores, como las de sus logros. Este tipo de libertad de ser uno mismo de manera responsable promueve el desarrollo de un foco de evaluación seguro dentro de uno mismo, y por consiguiente, da origen a las condiciones internas de la creatividad constructiva.

Conclusión

He intentado presentar una serie de conceptos más o monos organizados acerca del proceso creativo, con el objeto de lograr que algunas de estas ideas se sometan a una verificación objetiva y rigurosa. Enuncio esta teoría y espero que se lleven a cabo las investigaciones correspondientes, porque pienso que el desarrollo actual de las ciencias físicas nos exige imperiosamente conductas creativas si, como individuos y como grupo social y cultural, hemos de adaptamos a nuestro nuevo mundo y sobrevivir en él.