La voz «Arte» en la Enciclopedia
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Portada de la edición de 1772 de la Enciclopedia.
El valor de la Enciclopedia como diccionario técnico queda expresado claramente con la voz «Arte» que Diderot agrega a su Prospectus ya en 1750 con fines publicitarios:
[…] Al examinar las producciones de las artes parece ser que algunas podrían ser obra más del espíritu que de la mano, y al contrario, otras podrán ser obra más de la mano que del espíritu. Este es en parte el origen de la superioridad concedida a algunas artes respecto a otras y de la clasificación de las artes en artes liberales y artes mecánicas creadas. Esta distinción, por muy bien fundada que pueda estar, ha producido un efecto negativo, descorazonando a gente muy estimada y útil […].
Así no es como pensaba Bacon, una de las primeras mentes geniales de Inglaterra; ni Colbert, uno de los más grandes ministros de Francia; ni, por último, los mejores espíritus y los hombres sabios de todos los tiempos. Bacon consideraba la historia de las artes mecánicas como la rama más importante de la verdadera filosofía, por consiguiente no tenía la intención de denigrar la práctica Colbert consideraba la ingeniosidad de los pueblos y la organización de las manufacturas como la riqueza más estable de un reino. […]
Para finalizar, hagamos a los artistas la debida justicia. Las artes liberales han cantado sus alabanzas durante demasiado tiempo. Ahora podrán utilizar la voz que les queda en el elogio de las artes mecánicas. Recae en las artes liberales el deber de sacar las artes mecánicas de la desesperación en el que el prejuicio las ha tenido durante largo tiempo; le corresponde a la protección de los reyes prestar la garantía contra una indigencia en la que aún hoy languidece. Los artesanos se han considerado miserables porque han sido largamente despreciados; les enseñamos a pensar mejor de sí mismos, ese es el único medio para conseguir productos más perfectos. ¡Que salga un día, del seno de las academias, un hombre! Y que baje a los talleres y recopile los fenómenos de las artes y los exponga en una obra que obligue a los artistas a leer, a los filósofos a pensar de forma provechosa y a los poderosos a usar por fin con utilidad su autoridad y sus recompensas. Nos atrevemos a darles un consejo a los eruditos: que en primer lugar practiquen con lo que ellos mismos nos enseñan, es decir, no se debe juzgar a los demás con excesiva precipitación, ni catalogar de inútil un invento porque al principio no presente todas las ventajas que podemos obtener de él. […] Invitamos a los artistas, por su parte, a recibir consejo de los eruditos y a no dejar morir con ellos los descubrimientos que harán. Que sepan que guardar un secreto útil significaría declararse culpables de un hurto contra la sociedad, y no es menos mezquino, en esta ocasión, dar preferencia al interés de uno solo respecto al interés de todos, más que en otras cien ocasiones en las que no existirían, por sí solos, para pronunciarse. […]
Los obstáculos parecen insuperables porque estos ignoran los medios para vencerlos. ¡Que vivan la experiencia! Y cada uno, con estas experiencias, que aporte lo que sepa. El artista está comprometido con la mano de obra; el académico con arrojar algo de luz y consejos, y el hombre rico con los gastos de los materiales, de los trabajos y del tiempo, y pronto nuestras artes y nuestras manufacturas adquirirán, por encima de las extranjeras, toda la superioridad que deseemos.
Una de las claves fundamentales para hablar de técnica y artes mecánicas, además de las ilustraciones publicadas en las tablas, era la del lenguaje. En efecto, era necesario definir un vocabulario técnico preciso, a fin de crear una auténtica enciclopedia «tecnológica» en sentido estricto. La expresión «tecnología» aparecerá de hecho en el Suplemento de la Enciclopedia (1777) y se añadirá a las demás innovaciones estilísticas, metodológicas y lingüísticas llevadas a cabo por los enciclopedistas.
La mayor dificultad, pero también la mayor conquista, de la obra promovida por Diderot fue en cualquier caso el hecho de que el saber técnico abandonara los gremios y se le ofreciera a todo aquel que estuviese interesado en aprenderlo. Para realizar esta tarea educativa, social y política, la Enciclopedia necesitaba el apoyo gubernamental porque, como destacaba su director, debía convertirse en un «libro del pueblo» y no pasar simplemente como un libro del Estado, es decir, de las élites culturales o nobiliarias. La utilidad de la Enciclopedia será verdaderamente reconocida por los libreros de París y también por muchos compradores de la obra, pero esto no impedirá al rey, al Parlamento francés y a las autoridades considerar el libro como peligroso para la moral, la religión y las costumbres, lo que provocó muchos problemas a Diderot y a sus colaboradores.
Una de las cuestiones más controvertidas de toda la Enciclopedia tiene que ver con los artículos de medicina, ciencias de la vida y, en particular, la voz «Alma», donde vuelve a surgir el monismo materialista de Diderot. Todo el enfoque de la obra tiene a sus espaldas el dualismo cartesiano y la idea de que el cuerpo es materia en movimiento. De aquí nacerán los primeros estudios de biología, que para algunos médicos cartesianos heterodoxos recalarán sin embargo en un monismo cercano al de Spinoza, que, como hemos visto, también abrazará Diderot. Por lo que respecta a la voz «Medicina». Diderot vuelve a plantear con muy pocos cambios el Discurso preliminar del Diccionario médico de Robert James, que tradujo en 1745 al francés y a través del cual se formó una base adecuada de conocimientos médicos. Es interesante leer el largo título de la obra de James, que da cuenta de la amplitud y multidisciplinariedad de los estudios tratados en el volumen: Diccionario de medicina, incluida la física, la cirugía, la anatomía, la química y la botánica, en todas sus ramas relativas a la medicina, junto a la historia de los medicamentos y un prefacio preliminar que sigue el progreso de la física y explica las principales teorías que han prevalecido en todas las épocas del mundo.
Pero si para los asuntos puramente médicos no se encuentran problemas específicos, la redacción de la voz «Alma» es mucho más polémica. Encomendada al abad Yvon, este la divide en cuatro puntos: el origen del alma (Dios y la creación), la naturaleza del alma (inmaterialidad y espiritualidad), el destino del alma (inmortalidad y cercanía o lejanía de Dios) y los seres dotados de alma (animales y hombres). Tras la recepción de esta entrada, Diderot la marca con un asterisco y añade un quinto punto de física y anatomía, donde revisa las doctrinas expuestas por Yvon. Siempre que se trate de proponer las teorías biológicas del Del alma de Aristóteles y las teorías espiritualistas tomistas, la diferencia entre Yvon y Diderot no es exagerada, pero cuando se plantea la cuestión de la localización del alma, el punto de vista del pensador francés es inédito. Rechazando la idea de que el alma se encuentra en un punto específico del cuerpo (glándula pineal, meninges, cerebro o cualquier otra parte), niega de facto el dualismo cartesiano y sostiene que cuerpo y alma están indisolublemente unidos, de una manera que aún desconocemos y que podríamos conocer únicamente a través de la experiencia. Por eso, entonces, la voz continúa enumerando experiencias, informes y casos clínicos de enfermedades y curaciones que demuestran cómo alma y cuerpo están relacionados de manera indivisible:
Como sea que se conciba aquello que piensa dentro de nosotros, hay constancia de que sus funciones dependen de la organización y de las condiciones activas en nuestro cuerpo durante la vida. Esta dependencia recíproca entre el cuerpo y el elemento pensante del hombre es la que se llama unión del cuerpo con el alma.