El estoicismo
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Escultura de mármol de Zenón de Elea.
El estoicismo es, junto con el epicureismo y el escepticismo, una de las principales escuelas filosóficas del mundo griego.
Fundado por Zenón de Citio a finales del siglo IV a. C., debe su nombre al pórtico (Στοα en griego) bajo el que los estoicos se reunían porque Zenón, al no ser ciudadano ateniense, no tenía derecho a adquirir un edificio.
Una particularidad de los estoicos era la de poder poner libremente en entredicho las tesis del maestro. Esto llevó la doctrina no solo a diferentes dudas y reflexiones a lo largo de su dilatada vida, sino también a sobrevivir hasta la Roma imperial de época cristiana.
Al igual que en las demás escuelas helenísticas, en la estoica también se discutía sobre cuestiones de lógica, física y ética. La ética de la antigua στοά tenía como objetivo alcanzar la felicidad, que se obtenía viviendo de acuerdo con la naturaleza, es decir, reconciliándose con su ser racional: el bien era por tanto lo que contribuía al aumento de la vida razonablemente; el mal era lo que era nocivo para la vida según el sentido común. Todo lo que no se incluía ni en el bien ni en el mal —entendidos de este modo— era indiferente.
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Estatua de bronce de Séneca en Córdoba (España).
Para los antiguos estoicos, las pasiones eran errores de la razón y de ella dependía la infelicidad del hombre, por eso eran extirpadas de raíz y el sabio había de refugiarse en la apatía, a saber, en la impasibilidad frente a las pasiones (incluido el miedo a la muerte), lo que le habría garantizado la felicidad.
En la Roma imperial, el estoicismo alcanzó una enorme popularidad en todos los contextos sociales: entre los principales pensadores estoicos romanos cabe recordar al emperador Marco Aurelio, al esclavo Epicteto y al sabio Séneca, quien fue preceptor y consejero de Nerón, hasta que este último lo obligó a suicidarse. En Roma, el interés ético aumentó y la perfección moral se persiguió sobre todo en la interioridad de la conciencia.