Capítulo 22 - La culpa

Cuando era un médico joven e inexperto (ahora soy de mediana edad e inexperto) y comencé a interesarme por esto de la lactancia, me sorprendió la reacción de muchos de mis maestros, jefes y compañeros: cuidado, que las madres no se vayan a sentir culpables. Había que decir cosas como: «La lactancia materna es la mejor, pero la artificial es igual de buena» o «si no puede usted dar el pecho, no se preocupe, hoy en día los niños se crían igual de bien con el biberón». Yo mismo llegué a escribir, en el borrador de un folleto que nunca vio la luz, algo así como «más vale dar el biberón con cariño que el pecho con resentimiento».

No solemos mostrar los médicos tanta delicadeza en otros casos. El tabaco produce cáncer, así, con todas las letras, sin paliativos, y si el fumador se siente culpable, pues que se sienta. Y no es sólo porque muchos médicos han dado el biberón a sus propios hijos; los médicos fumadores no tienen reparo en decir que el tabaco produce cáncer.

Cuando se recomienda la lactancia materna, parece obligatorio preparar una vía de escape. Un reciente folleto distribuido en España para prevenir la muerte súbita del lactante incluía consejos como: «Acueste al niño boca arriba», «no permita que se fume en su entorno» o «si puede, dele de mamar». ¿Por qué sólo la lactancia es optativa? ¿Por qué no «si puede, acuéstelo boca arriba» o «intente que no se fume en su entorno»? O, en el otro extremo, ¿qué tal «no permita que tome el biberón»?

El caso es que las mujeres, en general, tienden a sentirse culpables de muchas cosas, al menos en nuestra cultura. Ignoro si es una cosa genética o puramente cultural (es decir, si son realmente así o si las enseñamos a ser así desde pequeñitas), pero algo hay. Una experta en lactancia, Diane Wiessinger, explica que ha planteado a mucha gente el siguiente caso: Vas de pasajero en una avioneta, y el piloto tiene un infarto. Tú has. hecho una sola clase de vuelo; intentas aterrizar y te estrellas; ¿te sentirlas culpable?». Los varones suelen contestar: «¿Culpable? ¡Claro que no! Pilotar un avión es muy difícil, yo he hecho lo que he podido...». Las mujeres, en cambio, tienden a contestar que sí, que deberían haber estado más atentas en su primera clase, que el avión se estrelló por su culpa... Una incluso se sentía culpable de sentirse culpable: «Bueno, ya sé que no debería sentirme culpable, pero creo que sí me sentiría».

Cuando la mujer se convierte en madre, parece que el sentido de la culpabilidad se agudiza, y no sólo en lo referente a la lactancia. Atiendo el consultorio de una revista, y muchas de las cartas hablan explícitamente de culpabilidad.

Muchas madres se sienten culpables no por cosas que han pasado, sino que podrían haber pasado. Y no sólo por algo grave, como «por mi culpa casi se muere mi hijo», sino también por lo que a cualquier otra persona le parecería una tontería sin importancia. Marta, por ejemplo, se siente culpable porque su hija no se come la carne:

Me produce algún que otro sentimiento de culpabilidad pensar que privarla de la introducción de las carnes esté exponiendo a mi hija a una anemia.

Según el proverbio, quien hace lo que puede, dice lo que sabe y da lo que tiene no está obligado a más. Pero el sentimiento de culpa no entiende de lógica; Beatriz se siente culpable de haber estado mal informada (en vez de echarle la culpa a quienes la informaron mal):

Soy una mamá de un niña de 1 mes que amamanto a pecho y a biberón, por una falta de clara información a su tiempo (mea culpa).

¿Puede uno sufrir una desgracia imprevisible y, en vez de sentirse víctima, sentirse culpable? Las madres sí. Ibone se siente culpable por haber sufrido una depresión:

Considero que no le he dado a la niña la tranquilidad y la alegría que todo crío necesita y sobre todo, un recién nacido, me siento culpable y no sé si esto a la niña le puede afectar en su personalidad, o sistema nervioso, o desarrollo.

También es verdad que los sentimientos injustificados de culpabilidad constituyen uno de los síntomas de la depresión. La auténtica depresión posparto es relativamente rara; pero muchas madres sufren una forma leve, a la que se ha llamado tristeza posparto.

Las madres consiguen sentirse culpables por lo que hacen mal, pero también por lo que no hacen, por lo que hacen otras personas, e incluso por lo que hacen bien. Julia ha recibido tantas críticas por coger a su hijo en brazos y malcriado...

... que incluso me han llegado a hacer sentir culpable de quererle tanto.

Si se sienten culpables por casi todo, ¿a quién sorprende que se sientan culpables por no dar el pecho? Laura ha llegado a sentirse culpable porque sí da el pecho:

¿No sería mejor suspender la lactancia, a mi pesar, porque realmente la niña esté alimentándose de mis nervios, depresiones, etc. y no la estoy favoreciendo nada con mi leche?

Isabel, porque le da a su hijo pecho siempre que quiere, pese a que el pediatra le ha dicho que dé el pecho sólo dos veces al día: El caso es que me siento un poco culpable por desobedecer a mi pediatra.

Montse, que se mete a su hijo en la cama cuando llora por la noche, se alegra de haber leído mi libro Bésame mucho:

Tras leer su libro, me siento menos culpable (¡maldita palabra!).

Pero no me atribuyo ningún mérito; me consta que otras madres, que habían dejado llorar a su primer hijo, se han sentido culpables al leer mi libro...

¿Por qué todo el mundo intenta protegernos de ciertas culpas, pero no de otras? El mismo pediatra que jamás diría: «Si no le da el pecho, a su hijo le faltarán inmunoglobulinas» (lo que es absolutamente cierto), no tiene ningún reparo en decir: «Si no le da carne, a su hijo le Faltara hierro» (lo que sólo es cierto a veces), o incluso: «Si no le da fruta, a su hijo le faltara vitamina C» (lo que es completamente falso). Si en una reunión familiar dice usted: «Me siento culpable por llevarlo a la guardería tan pequeño» casi todos intentarán tranquilizarla: «No te preocupes, en la guardería se lo pasan muy bien». En cambio, si se atreve a decir: «Me siento culpable porque duerme con nosotros, en nuestra cama», ¿cuánta gente le dirá: «No te preocupes, en la cama de los padres se lo pasan muy bien»? Algunas madres que dan el biberón se sienten mal al leer en una revista un artículo que habla de las ventajas de la lactancia materna; pero al menos esos artículos están escritos de forma impersonal, y si no quieres, no te los lees. En cambio, la madre que da el pecho dos años tiene muchas probabilidades de oír comentarios negativos y personales, a veces decididamente hostiles o insultantes, de labios de familiares, amigos y profesionales.

Por supuesto, no estoy diciendo que los partidarios de la lactancia materna seamos más amables y respetuosos. Lo que ocurre es que dar el biberón o dejar llorar al niño forma parte, hoy por hoy, de la corriente mayoritaria en nuestra sociedad. Dar el pecho más de un año o dormir con el niño se consideran extravagancias propias de gente rara. Algunas personas son amables y respetuosas por naturaleza, respetan tanto a la mayoría como a la minoría, al que piensa igual como al que piensa distinto. Pero muchos otros no son respetuosos, sólo lo fingen. Son humildes ante el poderoso, y arrogantes ante el débil. Están acobardados cuando se sienten en minoría, pero se envalentonan cuando se sienten respaldados por un grupo. Dentro de unas décadas, si la lactancia materna sigue aumentando, tal vez las madres que no den el pecho empezarán a recibir críticas directas. Ojalá usted, amiga lectora, no participe en ello.

Sospecho que a veces, con nuestros esfuerzos para que las madres no se sientan culpables, conseguirnos todo lo contrario. Imagine, por ejemplo, que sufre un accidente de automóvil en el que su hija de tres años se rompe un brazo. ¿Cuál de los siguientes comentarios haría que se sintiera más culpable?: a) ¿El brazo roto? ¡Pobrecita! Espero que se ponga bien enseguida.

b) No tienes por qué sentirte culpable. Yo también he llevado muchas veces a mi hijo sin sillita de seguridad. Verás corno no le quedan secuelas; digan lo que digan, hoy en día romperse un brazo no es nada grave. Y a los niños les encanta llevar un yeso.

El caso es que la madre que deseaba dar el pecho y, por lo que sea, no ha podido, no puede sentirse bien. No es lógico sentirse culpable, cuando precisamente ha sido víctima de la falta de información, la falta de ayuda o la simple mala suerte. Pero tampoco es lógico sentirse bien, cuando deseas algo y no lo consigues. Nos sentimos mal si suspendemos un examen, si nos ponen una multa, o si simplemente llueve en nuestro día de playa. Y el dar el pecho es algo mucho más importante; es algo muy especial que la madre quería hacer por su bebé porque pensaba que es lo mejor para él, y también es una parte de su ciclo sexual, una parte de su vida.

Para muchas mujeres, el fin de la lactancia representa casi un proceso de duelo, similar (aunque por supuesto más leve) al que provoca la muerte de un ser querido. He visto madres que se sienten mal cuando su hijo se desteta al año y medio o a los cuatro años; madres que sienten que han perdido algo importante que ya no volverá. Aunque era un destete esperado, aceptado, incluso buscado y provocado, se sienten mal. ¿Cómo no se va a sentir mal la que desteta en las primeras semanas, contra su voluntad, tras muchos esfuerzos y muchos sufrimientos?

Por desgracia, nuestra sociedad no suele comprender ese malestar. Con la mejor voluntad insisten en negarlo, eliminarlo, borrarlo. Creo que es un error.

Imagine que se queda usted sorda, y que médicos y amigos se empeñan en negar su dolor: «No te preocupes, hoy en día hay unos audífonos muy avanzados».

«Pues mira, ahora al menos estás tranquila, porque ya sabes lo que te pasa.»

«Una tía mía también se quedó sorda, y decía que estaba mejor que antes, porque tenía más paz interior.» «Total, para lo que hay que oír...» «No sé por qué te empeñas tanto; cuando no se oye, no se oye, y hay que aceptarlo.» ¿A que daría rabia?

A la pena de no haber podido dar el pecho, muchas madres han de sumar la pena de sentirse incomprendidas. En vez de tanto falso consuelo, necesitan oír un comentario sensato y comprensivo: «Tenías muchas ganas de dar el pecho, ¿verdad? Qué lástima, cómo lo siento...».

Wessinger D. Watch your language! J Hum Lact 1996;12:1-4