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—¿No tendrían que haber salido ya? —preguntó Saxon, con un tono de preocupación.

—No se inquiete. Ambos son buceadores muy experimentados —respondió Trout.

Saxon y él estaban en la embarcación neumática cerca de la boya. Paul estaba más preocupado de lo que dejaba entrever.

Había consultado su reloj unos pocos minutos antes de que Saxon hiciese la pregunta. Gamay y Zavala estaban aprovechando su provisión de aire al máximo, sobre todo si necesitaban hacer paradas de descompresión. Algunos escenarios siniestros se materializaron en su mente. Se imaginó a los buceadores perdidos o sus botellas enganchadas en los desconocidos pasadizos debajo del hotel.

Trout había estado mirando cómo una garza azul volaba sobre el lago cuando vio unas burbujas en la superficie.

Señaló las burbujas.

—¡Ya suben!

Cogió el remo y dijo a Saxon que hiciese lo mismo. Comenzaron a remar y solo estaban a unos pocos metros cuando la primera cabeza asomó a la superficie. Gamay. Zavala apareció un par de segundos más tarde.

Gamay hinchó su chaleco y flotó sobre la espalda. Se quitó la boquilla del regulador de la boca y respiró con ansia.

Trout arrojó un cabo a su esposa.

—Eh, guapa, ¿qué tal si te llevo?

—Es la mejor oferta que me han hecho en todo el día —dijo Gamay con un tono de cansancio.

Zavala se enganchó al cabo detrás de la joven. Trout y Saxon remolcaron a los dos agotados buceadores a aguas poco profundas. Gamay y Zavala se quitaron las botellas y las aletas, y chapotearon hasta la orilla. Dejaron los cinturones de lastre y se sentaron a descansar en la hierba.

Saxon arrastró la embarcación a la orilla. Trout abrió una nevera portátil y repartió botellas de agua. Fue incapaz de contener la curiosidad.

—No nos mantengáis en suspenso. ¿Habéis encontrado la mina del rey Salomón?

Una leve sonrisa apareció en los labios de Zavala.

—Es tu marido —dijo a Gamay—. Quizá deberías ser tú quien le dé la mala noticia.

Gamay exhaló un suspiro.

—Alguien se nos adelantó.

—¿Buscadores de oro? —preguntó Trout.

—No creo —contestó Zavala. Se levantó y recogió la bolsa de la lancha neumática. Sacó la caja de peltre y se la dio—. Encontramos esto en la mina.

Paul parpadeó varias veces mientras miraba enmudecido por el asombro el nombre grabado en la tapa. Pasó la caja a Saxon.

El escritor fue menos contenido.

—¡Thomas Jefferson! —exclamó—. ¿Cómo puede ser?

Gamay sacó el cuchillo que llevaba en la funda sujeto a la pierna y se lo pasó a Saxon.

—¿Por qué no hace los honores?

Pese a su excitación, el aventurero desmontó la oxidada cerradura con mucho cuidado. La tapa estaba sellada con cera, pero se abrió sin problemas. Miró en el interior durante unos segundos y luego sacó dos trozos de pergamino, envueltos en papel encerado y marcados con líneas y equis y con una escritura en letra muy apretada. Colocó los dos cuadrados juntos y los bordes rasgados encajaron a la perfección.

—Es el mapa fenicio completo —susurró—. Muestra el río y la bahía.

Gamay cogió el pergamino de las manos temblorosas de Saxon y observó las marcas en silencio antes de entregárselo a su esposo.

—La trama se complica —opinó.

—Esta trama ya es tan complicada como una madeja liada —afirmó Trout sacudiendo la cabeza—. ¿En qué lugar de la mina lo has encontrado?

Gamay le describió la inmersión al hotel y el descenso por el pozo. Zavala continuó con el relato y detalló la exploración de los túneles de la mina y el gran recinto donde la caja descansaba sobre una plataforma de piedra.

Saxon se había recuperado de la sorpresa y su mente funcionaba a tope.

—Fascinante. ¿Algún rastro de oro?

—Si lo hay, nosotros no lo vimos —respondió Gamay.

Saxon entrecerró los párpados.

—Es una posibilidad, pero también podría ser que abandonasen la mina cuando se agotó el filón.

—En cualquier caso, ¿cómo encaja lo que hemos encontrado con las historias de la fabulosa mina de oro del rey Salomón? —preguntó Trout—. ¿Esto es Ofir o no?

—Vaya a saber. —Saxon se rio al ver la expresión de extrañeza de Trout—. Algunas personas creen que Ofir no era una ubicación específica sino el nombre dado a varias diferentes fuentes del oro del rey. Esta pudo ser una de sus minas.

Gamay observó la plácida superficie del lago.

—¿Qué mejor lugar para ocultar algo que una mina abandonada sin nada de valor en ella?

—Esto nos trae de nuevo a la expedición fenicia —señaló Saxon—. Su propósito era ocultar una reliquia sagrada.

—Por lo tanto, la pregunta es qué se hizo de la reliquia —manifestó Trout.

Gamay levantó la caja de metal.

—Quizá deberíamos preguntárselo al señor Jefferson.

Saxon había estado sujetando los cuadrados de pergamino.

Los levantó en el aire para mirar mejor las marcas.

—Esto es interesante —afirmó—. Creo que el mapa es un palimpsesto.

—¿Un qué? —preguntó Trout.

—Es el nombre que se da a un pergamino que se ha utilizado más de una vez. Los monjes bizantinos perfeccionaron la práctica de lavar y raspar la escritura de los pergaminos para utilizarlos de nuevo, pero el proceso puede ser mucho más antiguo. Miren aquí, cuando se lo sostiene a la luz, se ve todavía una escritura muy débil.

Les pasó el pergamino a los otros para que lo mirasen.

—Es una pena que no podamos recuperar el mensaje original —se lamentó Trout.

—Quizá podamos —dijo Saxon—. Los conservadores del Walters Art Museum de Baltimore encontraron hace poco un mensaje de mil años de antigüedad oculto en un palimpsesto. Podrían aplicar la misma técnica. Desearía que Austin estuviese aquí para compartir con él estos maravillosos descubrimientos. ¿Cuándo volverá de su recado?

Zavala había estado pensando en Austin incluso en las profundidades del lago. Austin era un superviviente, pero al permitir dejarse secuestrar por el despiadado Baltazar había saltado a un abismo. Mientras se levantaba con la intención de recoger el equipo de buceo, respondió:

—Pronto. Espero que muy pronto.