Capítulo 15

H

ACIENDO acopio de todas sus fuerzas, Gage consiguió por fin abrir los ojos. La garganta le ardía y todo lo que veía era un haz de luz borrosa.

Parpadeó un par de veces, se dio cuenta de que estaba en un hospital…

Y entonces… el aluvión de recuerdos.

La cabaña en mitad del bosque, Racy, Billy Joe con una pistola, el estruendo de los disparos…

Un terror indescriptible se apoderó de él de repente, cortándole la respiración y obligándole moverse.

—¡Gage! Estás despierto. Oh, no te muevas, cariño… —dijo la suave voz de su madre, alimentando su pánico.

—Rac…. Ra…cy.

—Ella está bien.

Un dardo de dolor le atravesó el pecho al volver la cabeza y, entreabriendo los párpados, trató de buscar aquellos rizos rojos que siempre lo habían vuelto loco.

—¿Dónde… dónde está…?

—Teniendo en cuenta que son las cinco de la madrugada, probablemente estará dormida en la sala de espera —dijo Sandy, apretándole la mano—. Nos hemos turnado. El hospital sólo deja pasar a dos acompañantes como máximo. Gina acaba de irse a buscar más café.

Gage miró a su madre y vio lágrimas en sus ojos

—Nos diste un buen susto, hijo. Han sido los cuatro días más largos de toda mi vida. Llevas dos días respirando solo, pero esperar a que despertaras después de la operación fue… —incapaz de terminar la frase, la madre de Gage se frotó los ojos—. Voy a buscar a la enfermera. Tienen que saber que…

—Espera —Gage trataba de asimilar las palabras de su madre—. ¿Qué operación? —le preguntó, tragando en seco.

—Será mejor esperar a que el médico examine…

—Mamá, por favor —dijo, insistente—. Recuerdo… A Racy en la cabaña… Billie Joe… Jack… Disparé mi arma…

—Billy Joe está detenido. Resultó herido, pero sobrevivió. Y Racy y su mascota están bien. Gracias a ti.

Gage sintió un gran alivio al oír sus palabras. Jamás podría olvidar a Racy, arrodillada frente a su hermano, y él apuntándola a la cabeza.

Billy Joe había levantado los brazos y entonces…

El recuerdo de un intenso dolor en el pecho le hizo apretar la mano de su madre.

—¿Fue grave?

—Al principio nos asustamos mucho. Habías perdido mucha sangre y tuvieron que operarte de urgencia. Gina y yo no estábamos… Bueno, gracias a Dios

Racy estaba aquí y pudo…

—¿Qué?

—Ella firmó los papeles que autorizaban a los médicos a llevar a cabo la operación. —dijo Sandy, sonriendo—. Por ser tu esposa…

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Sorprendido, Gage se quedó sin palabras. El corazón le latía a mil por hora, pero esa vez sin dolor.

No era demasiado tarde…

—Es verdad, ¿no? —le preguntó su madre—. Ella nos dijo que os habíais casado en Las Vegas.

Él asintió. Aunque hubiera firmado los papeles, aún seguían casados. Sin embargo, no sabía lo que eso significaba para Racy, la mujer a la que amaba por encima de todas las cosas, más que a su propia vida.

—Gage, tenemos que avisar a alguien para que sepan que ya estás despierto. Y quiero llamar a los chicos y a Racy…

—Mamá… Necesito que… Me hagas un favor… —¿Ahora?

—Por favor… En mi casa… En el cajón de arriba de la cómoda…

Él aún parecía inconsciente.

Racy ya llevaba un buen rato en la habitación, pero no se había movido ni un milímetro. Su pecho subía y bajaba a buen ritmo.

Dieciocho horas de operación…

Racy trató de contener las lágrimas. Aquélla había sido la noche más larga de toda su vida.

—No tienes ni idea… —susurró, hablándole entre sollozos—. Lo siento mucho, Gage. Nunca quise que te hicieran daño. Por favor, créeme. Te quiero… Con todo mi corazón.

Sacó unos papeles arrugados y un bolígrafo del bolso.

—Juré que nunca lo diría en alto, pero, sólo por esta vez, quería decírtelo… a ti… aunque no puedas oírme. Sé que no soy digna de ti, por muchísimas razones, y tú también lo sabes, pero nunca olvidaré… Abrió los documentos y fue hasta la última página.

El bolígrafo le temblaba entre los dedos.

—No… No tan rápido.

Racy contuvo el aliento y levantó la vista.

—¡Gage!

Sus cálidos ojos azules la miraban con alegría y sus labios esbozaban una tímida sonrisa.

Estirando la mano, le quitó los papeles y, haciendo un gran esfuerzo, los rompió en pedazos.

—¿Qué… qué estás haciendo? —preguntó Racy, asombrada.

—No vas… —él hizo una pausa para recobrar el aliento—. No vas a librarte de mí… tan fácilmente.

Al oír aquellas palabras, el corazón de Racy dio un vuelco.

Él tiró los papeles al suelo y la tomó de la mano.

—No lo hagas —susurró ella—. Acordamos…

Él sacudió la cabeza y le apretó la mano con fuerza.

—Gage, yo no te merezco. Mi vida es un desastre, una cadena de errores. Soy testaruda y cascarrabias. Actúo sin pensar en las consecuencias y me equivoco más veces de las que acierto y… —Mi esposa.

Lágrimas de felicidad brotaron de los ojos de la joven.

Él metió la mano por debajo de la sábana, sacó una pequeña cajita de terciopelo negro y la abrió delante de ella.

Los anillos que habían intercambiado en Las Vegas…

Racy no cabía en sí de gozo y alegría.

Lentamente, él tomó la más pequeña de las alianzas y se la puso en el dedo anular de la mano izquierda.

—Tú me propusiste matrimonio… y yo dije que sí porque siempre he sabido que tú eras para mí —dijo

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él en un tono grave y seguro—. Y ahora te pido que cumplas los votos que hiciste y que estés dispuesta a pronunciarlos delante de nuestra familia y amigos. Quiero que estés a mi lado, en mi casa, en nuestra casa… —le ofreció la cajita de terciopelo—. Te pido que creas en mí, en nosotros. Te quiero, Racy Steele, y quiero ser tu esposo.

Racy se enjugó las lágrimas con ambas manos.

¿De verdad era así de fácil? ¿Podía tomar sin más lo que siempre había deseado?

Sí. Podía.

Sacó la sencilla alianza y la puso en el dedo de él.

—Yo también te quiero, y quiero ser tu esposa. Para siempre.

Él respiró hondo, cerró los ojos, y entonces una pequeña lágrima escapó de ellos, deslizándose sobre su mejilla.

—Bésame, por favor.

Temblorosa, Racy cubrió sus labios, volcando todo su amor en un beso sencillo.

—Necesitas un anillo de compromiso —dijo él, tocando la alianza que acababa de ponerle.

Racy se incorporó y le acarició la mejilla.

—Te tengo a ti. No necesito nada más.

Gage sonrió.

—Pero yo quiero que tengas uno. ¿Qué tal si lo encargamos en París? He oído que es un lugar maravilloso para irse de luna de miel.

Un torrente de auténtica felicidad recorrió las entrañas de Racy.

—Creo que primero deberías pensar en recuperarte —le dijo, sonriendo.

—Voy a llevarte a París. En primavera. Es una promesa.

Y Racy sabía que era una promesa que cumpliría…