Capítulo 3

G

AGE había vuelto a cubrir las rondas del Blue Creek unas semanas después. Max le había dado permiso para usar su despacho a modo de puesto de vigilancia y así podía controlar todo el local.

Racy se ocupaba de la parte de atrás de la barra, mientras que las otras chicas trataban con los clientes.

Sin embargo, él sólo estaba interesado en vigilar a su hermana.

Miró hacia la multitud y la buscó con la vista.

«Camarera sexy, camarera sexy, camarera se…».

De repente, la camarera que tenía justo delante se dio la vuelta…

—¿Gina…?

—¡Dios mío, mírate!

Racy apenas oyó las palabras por encima del hombro. La música estaba a todo volumen.

—Sí, mírame —dijo para sí, mirándose la ropa mientras caminaba hacia el final de la barra.

Era Maggie Stevens, su mejor amiga.

—¡Me encanta! Yo nunca podría ponérmelo, pero a ti te queda genial…

—A veces las apariencias engañan. Me estoy congelando.

—¿Pero por qué estás atendiendo la barra? Normalmente dejas que las chicas se ocupen de eso.

—Es que no quiero helarme de frío.

Maggie pareció confundida durante unos instantes, pero enseguida esbozó una sonrisa.

—¿Dónde está?

—¿Dónde está quién?

—Oh, vamos, Racy. No me digas que no llevas eso para cierto sheriff que todos conocemos muy bien.

—¡Racy! —exclamó de pronto una de las camareras.

Agradecida de poderse escapar de su amiga en ese momento, Racy se agachó tras la barra y le lanzó una botella de whisky a su compañera, confiando en que la agarrara al vuelo, y después se tomó un par de segundos antes de volver a asomarse por encima del mostrador. Tenía que asegurarse de que su rostro no la delatara.

—¿Qué sheriff?

Maggie se inclinó hacia ella.

—Mira, sé que he estado un poco distraída con lo de la boda, pero…

Su amiga iba a convertirse muy pronto en la señora Cartwright.

—Y tienes todo el derecho a estarlo —dijo Racy, interrumpiéndola—. Has esperado mucho tiempo por el hombre adecuado. Te mereces distraerte un poco… y ser feliz.

—Pero eso no quiere decir que no tenga tiempo para escuchar.

—¿Escuchar qué?

—Has estado muy callada, demasiado callada respecto a lo de Gage, desde que regresaste de Las Vegas.

—Lo dices como si hubiéramos estado juntos allí —dijo Racy, haciendo un gran esfuerzo para no levantar la vista hacia el balcón, aunque no le hubiera visto allí—. Además, ya te dije que nos encontramos en el hotel en varias ocasiones. Eso es todo.

—Aha.

—¿No tienes nada más de qué preocuparte? Algo como… mi vestido de dama de honor.

Maggie sonrió.

—¿No has revisado la correspondencia hoy?

Racy sacudió la cabeza.

La única carta que había llegado a leer era la que Gage le había dado; un montón de jerga legal que venía a decir más o menos lo mismo.

El sheriff de Destiny y ella estaban casados ante la ley.

No obstante, la fecha del aviso era de dos semanas antes y Racy ya empezaba a pensar que él lo sabía desde entonces.

—No, esta tarde estuve muy ocupada preparando a una nueva camarera y tuve que solucionar unas cuantas emergencias en la cocina.

—Te puse una nota en tu invitación de boda. Los vestidos están listos. Sólo falta la prueba final. Lo vas a matar de un infarto cuando te vea.

—¿A quién?

Maggie sonrió.

—Claro, no será tan provocativo como lo que llevas puesto ahora. A mí me da que se está cociendo algo. —Lo único que se está cociendo es un terrible dolor de cabeza —Racy hizo una pausa cuando la banda en directo anunció que iba a tomarse un descanso, y entonces puso a funcionar el equipo de música—. Y también un buen resfriado.

—Muy bien. Me rindo. ¿Tienes planes para mañana?

Racy negó con la cabeza.

—No. ¿Por qué?

—¿Qué tal si quedamos con Leeann a mediodía o así?

—¿De verdad crees que la ayudante del sheriff aparecerá? Siempre nos deja plantadas.

Maggie asintió con la cabeza y Racy vio preocupación en la mirada de su amiga.

—Fue ella quien lo sugirió. ¿Sabías que los que compraron las tierras de su familia el año pasado echaron abajo lo que quedaba de la casa?

—Pero si no quedaba mucho después del incendio.

—Pero aun así, Leeann se aferraba a ello. Creo que vender la propiedad fue lo mejor que ha hecho en mucho tiempo. Pero saber que alguien está construyendo allí de nuevo…

Racy frunció el ceño.

La casa en la que su amiga Leeann se había criado, una casa anterior a la guerra, estaba situada en la falda de una montaña y rodeada por una finca de cientos de hectáreas.

Un fuego había destruido la casa cinco años antes y Leeann había terminado vendiéndola para mudarse a la ciudad.

—A lo mejor la empresa que la compró va a construir algún tipo de complejo turístico. Bueno, sea como sea, cuenta conmigo —dijo Racy, al ver llegar al prometido de Maggie, Landon Cartwright—. Oye, acaba de llegar tu futuro marido. ¿Quién es el vaquero que viene con él?

La expresión de Maggie reflejó una gran alegría.

—Es Chase, mi futuro cuñado —dijo, dándose la vuelta—. Ha venido para la boda.

Racy lo miró de arriba abajo y advirtió su enorme estatura y su complexión atlética.

Era algo más bajo que Landon, pero tenía los mismos rasgos faciales y tono de tez. Además, llenaba muy bien la camisa de algodón y los vaqueros que llevaba puestos, atrayendo más de una mirada a su paso.

—¿Crees que le apetecerá pasar un buen rato? —le preguntó a Maggie.

—¿Por qué? ¿Qué estás tramando?

Racy miró hacia la barra.

—Creo que es hora de otro Especial Racy.

—¿Lo dices en serio? Llevas meses sin hacerlo después de lo de aquel tipo…Errr… No fue muy agradable de ver.

—Te juro que ésta va a ser la última vez, pero me ha surgido algo y… De todos modos, el bote de las propinas está bajando —dijo, poniendo un billete doblado en la mano de su amiga—. Toma, dale esto a tu cuñado y explícale cómo funciona, ¿de acuerdo?

—No sé por qué tengo la sensación de que esto tiene que ver con Gage.

—Porque eres demasiado lista para tu propio bien —dijo Racy, sonriendo—. Vamos, tu familia te espera.

Y sé buena con tu camarera. Es nueva.

Maggie miró a la joven que atendía su mesa.

—Me resulta familiar.

—Es Gina Steele —Racy agarró el micrófono que estaba detrás de la barra.

—¿La hermana de Gage? ¿La chica lista?

—La misma.

—Primero su hermana… ¿Y ahora esto? Creía que me habías dicho que Gage llevaba mucho tiempo sin aparecer por aquí.

—Dije que no le había visto por aquí.

—¿Y es que hay alguna diferencia?

—Sí.

—Ya sabes… Al final te voy a hacer beber una decena de margaritas en mi despedida de soltera con tal de conseguir la exclusiva —dijo en un susurro, dando media vuelta y yendo hacia su prometido.

Racy se quitó un par de horquillas y su copiosa cabellera le cayó en cascada sobre los hombros.

—Toca Especial Racy, ¿de acuerdo? Ocúpate tú durante un rato —le susurró a una de las chicas que estaba a su lado y…

Un segundo más tarde estaba subida encima de la barra con forma de «L».

Un agudo pitido llamó la atención de todos los clientes.

Ya casi nunca lo hacía y últimamente prefería ceñirse a las coreografías de las Belles, pero… Esa noche era diferente.

De espaldas al balcón, no podía ver al hombre con el que llevaba cinco meses casada, pero un cosquilleo en la piel se lo recordaba a cada segundo.

Él la estaba observando.

—¡Bienvenidos al Blue Creek!

La multitud se deshizo en ovaciones y aplausos.

—Puede que fuera nieve y haga frío, pero aquí hace calor. Y mientras la banda se toma un más que merecido descanso, ¡creo que es hora de subir la temperatura!

Ignorando las miradas de sorpresa de sus camareras, llamó a las chicas que formaban el grupo de baile.

La multitud enloqueció al verlas subir a la barra.

—¡Es hora bailar! —gritó y empezó a dar los pasos que tan bien conocía.

Se agachó, agarró el destartalado sombrero de Willie y se lo puso en la cabeza.

Exagerando el movimiento de las caderas, se volvió hacia el balcón en sombras y, bajándose el ala del sombrero, tuvo cuidado de esconder la dirección de su mirada.

Unos minutos después la música terminó y los clientes rompieron a aplaudir sin control.

Racy hizo una reverencia y le devolvió el sombrero a Willie.

—¡Un fuerte aplauso para las Blue Creek Belles! —dijo al micrófono, casi sin aliento.

—¿Lo habéis pasado bien? —exclamó entre ovaciones al tiempo que las chicas bajaban de la barra.

Ella, en cambio, se quedó arriba.

—Seguro que tenéis mucha sed. ¡Como yo!

Le hizo señas a Jackie y unos segundos más tarde tenía una bebida fresca frente a ella.

A los ojos de la multitud parecía tequila, pero no era más que zumo de manzana helado.

Se lo bebió de un trago, respiró hondo y, por un instante, se preguntó si estaba haciendo lo correcto. Pero, ya no había vuelta atrás.

Racy levantó el vaso vacío.

—¿Alguien quiere uno? —preguntó y se echó a reír al oír los gritos de la multitud enardecida.

Al ver que la turba se dirigía en tropel hacia la barra, Gage corrió en busca de su hermana y finalmente se llevó un gran alivio al encontrarla junto a la salida trasera en compañía de otra camarera y de una de las bailarinas.

—¡Lo tomaré como un «sí»! —gritó Racy, volviendo a llamar la atención de Gage—. Como veo que mi bote de propinas está bajando mucho, creo que necesitamos algo especial como…

Los habituales del local, que sabían lo que estaba por venir, rugieron a todo pulmón.

Molesto e incómodo, Gage se quitó la chaqueta. Hacía demasiado calor en el lugar.

—Y ahora necesito a un vaquero muy, muy sediento, pero no a un vaquero cualquiera. ¡Necesito a alguien con agallas… que esté dispuesto a soltar el dinero! —Racy levantó el vaso vacío—. El precio de salida de un Especial Racy es de cien dólares. ¿Alguien da más?

A pesar de lo absurdo del precio, había decenas de hombres dispuestos a librarse de algo de calderilla.

Además, en cuanto se corrió la voz acerca de los extras incluidos en el Especial Racy, casi todos alzaron la mano.

Gage sacudió la cabeza de un lado a otro lentamente.

¿Cómo era posible que aquel truco le siguiera funcionando?

—¡Oh, ya veo que tengo mucho donde elegir! — Racy hizo una pausa y entonces habló en un tono grave y profundo—. Aquel vaquero apuesto y alto del fondo —dijo, señalando a un hombre que avanzaba hacia la barra abriéndose paso entre la multitud.

Gage lo seguía con la mirada.

—¿Tienes la pasta, cielo? —le preguntó Racy.

El hombre sonrió y enseñó un billete de cien dólares.

De repente Gage creyó conocer a aquel hombre. Su rostro le era demasiado familiar.

—¿Cómo te llamas, cariño? —preguntó Racy, tomando el dinero y metiéndoselo en el escote con gesto exagerado.

—Chase —dijo el hombre al micrófono, subiendo a la barra.

—No eres de por aquí, Chase, ¿verdad? No me digas que eres un vaquero de la Universidad de Wyoming.

La pregunta de Racy arrancó aún más ovaciones de la multitud al tiempo que el grupo de música comenzaba a tocar Ragtime Cowboy Joe, la canción de guerra de la universidad.

El campus estaba a menos de una hora en dirección sur y el Blue Creek era el local de moda entre los universitarios.

—Creo que ya he dejado atrás mis días de universitario —dijo el hombre cuando Racy le metió el micrófono debajo de la nariz—. Soy de Texas.

—Oh, Texas… Me encanta ese deje sureño.

Gage no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Muy bien. Vamos a darle un poco de espacio a nuestro cliente de honor —Racy hizo apartarse a los que estaban junto a la barra.

Cambió el vaso vacío por uno a rebosar de bebida y se volvió hacia el vaquero.

—¿Eso es todo? —dijo él, mirándola.

—Oh, no. Todavía no he terminado contigo —la joven retrocedió y, haciendo una provocativa seña con el dedo, le invitó a seguirla.

Gage sintió un doloroso nudo en el estómago que apenas lo dejaba respirar.

—Y ahora, esperadme un momento mientras me ocupo de un par de cosas —dijo Racy, levantando el vaso por encima de la cabeza. La multitud rugió y la música comenzó a sonar nuevamente.

Apretando los puños, Gage trató de conservar la calma.

De repente, la banda dejó de tocar y la gente rompió a aplaudir.

Racy estaba diciendo algo, pero no podía oírla debido al jolgorio.

No obstante, sí que vio lo que estaba a punto de hacer.

Ella señaló hacia la barra y todos repararon en una bandeja con un salero y un trozo de lima.

Y entonces puso una mano sobre el hombro del vaquero y le hizo arrodillarse.

—Bueno, un Especial Racy no es sólo un buen trago del mejor tequila de México —dijo con voz temblorosa.

La gente guardaba un silencio sepulcral.

—Para hacerlo bien hace falta un buen incentivo…

Sin dejar de taladrarla con la mirada, Gage hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y trató de mantenerse ecuánime.

Ella respiró hondo, levantó la vista hacia él durante una ínfima fracción de segundo, y entonces se apartó el cabello de la cara a golpe de melena.

—Déjame que te enseñe… y los demás… prestad atención. Podéis intentarlo luego en la intimidad.

Tomando el salero de la mano del vaquero, se llevó la muñeca izquierda a los labios y se humedeció la piel con la lengua para después espolvorear un poco de sal encima.

Y entonces, acercándose más a él, extendió el brazo y le ofreció el vaso de tequila, sosteniéndolo a un milímetro de distancia de sus labios.

Silbidos ensordecedores, rugidos salvajes y piropos de toda clase salían de aquella turba exaltada.

—No me hagáis reír, chicos —dijo Racy, dirigiéndose al público—. Muy bien, cielo. Ya puedes disfrutar del mejor trago de tequila de toda tu vida… Cuando quieras —le dijo en un tono sugerente, levantando la vista hacia la balconada.

Hacia él…

El vaquero guardó silencio un instante, se puso en pie y, haciendo caso omiso de la tentadora muñeca de Racy, arrojó la lima por encima del hombro y se bebió el vaso de tequila en un trago feroz.

La multitud se volvió loca y la banda empezó a tocar una rockera canción de country.

El hombre se llevó la mano de Racy a los labios, le dio un beso en el dorso y un segundo después estaba de vuelta en la pista de baile.

Gage, por su parte, apenas podía aguantar las ganas de arrancarle el corazón…

«Bastardo afortunado…».

Racy trató de concentrarse en la pantalla del ordenador.

Las palabras de Chase Cartwright, un mero susurro antes de saltar de la barra…Retumbaban en sus oídos.

Al principio no había entendido el comentario, pero entonces él le había guiñado un ojo.

La joven se levantó de la silla, inquieta. Era inútil intentar concentrarse.

Sin embargo, ni siquiera sabía si él había visto el espectáculo.

Se había pasado el resto de la noche buscándole con la mirada, pero no había vuelto a verle.

Hasta la hora de cerrar.

Max y ella habían decidido cerrar una hora antes de lo habitual debido a la tormenta de nieve que se avecinaba y, después de limpiar, se había encontrado con Gina, que ya se marchaba a casa.

—Hasta mañana, Racy, ahí me espera mi carcelero para devolverme a prisión… —le había dicho al oído la joven mientras le daba un abrazo.

Y entonces ella había levantado la vista para encontrarse con la implacable mirada de Gage, que la atravesaba de lado a lado.

—Me voy, cariño. ¿Estás lista?

La voz de Max la hizo volver a la realidad.

—Tengo que terminar este papeleo —le dijo.

—Iba a irme mucho antes —dijo él, sonriendo por debajo del bigote—. Pero, por suerte, no lo hice. Mira lo que me habría perdido.

Racy bebió un sorbo de ginger ale.

—Dame un respiro, Max. Hace meses que no lo hago.

Max se puso los guantes.

—Y eso me hace preguntarme por qué lo has hecho esta vez. ¿Qué te tiene tan furiosa como para hacerlo de nuevo? Por no hablar de ese meneíto sobre la barra.

Racy esquivó la mirada de su jefe y se volvió hacia la pantalla del ordenador, dispuesta a proseguir con la contabilidad.

—Sólo quería saber si seguía en forma.

—Bah, ya sabes que sí. A todos se les caía la baba y lo sabes. No tardes mucho, ¿de acuerdo? Parece que estamos en la Antártida —dijo, suspirando—. Todo este frío y nieve me hace añorar el calor del sur.

—Dame quince minutos. Lo prometo.

Max se marchó y Racy siguió trabajando un rato más, ajustando las cuentas de la semana. Después de cerrar, se había puesto una sudadera enorme con el logo del local, que nada tenía que ver con las prendas sexys que llevaba unas horas antes, pero por lo menos se había desprendido de una vez y por todas de la vieja sudadera de Gage.

Y en cuanto llegara a casa iba a arrojarla al fondo del armario.

Miró el reloj.

Casi las dos de la madrugada…

De repente oyó un lento aplauso a sus espaldas y se dio la vuelta rápidamente.

Gage… apoyado contra el marco de la puerta.

Tenía la chaqueta y el sombrero cubiertos de nieve y sus mejillas estaban quemadas por el frío, pero él continuaba aplaudiendo con una cadencia engañosamente pausada.

La expresión de su rostro, grave y seria, contaba una historia distinta.

—Basta —dijo ella—. Me has dado un susto de muerte. ¿Cómo has…? Ah, Max. Mira, sé que lo de Gina te tiene muy cabreado desde el domingo, pero ya te dije que se queda.

Él dejó de aplaudir y se metió las manos en los bolsillos.

—Ella me dijo lo mismo de camino a casa. Me iba a casa cuando vi tu coche en el aparcamiento. Vamos, te llevo.

—¿Perdona?

—No tienes neumáticos para nieve. Lo he mirado. ¿No tienes cadenas en el maletero?

Ella guardó silencio, sabiendo que su silencio hablaba por sí solo.

—Eso me figuraba —dijo él, entrando en el despacho—. Además, has bebido.

Racy miró el vaso.

—Sólo es…

—No me importa. Mezclado con la copa que te bebiste antes, ya es demasiado.

Ella frunció el ceño sin saber a qué se refería, pero no tardó en recordar el zumo de manzana.

Entonces sí que lo había visto todo…

Racy hubiera querido alegrarse, pero en el fondo no era capaz de sentir nada.

¿Qué importancia tenía al fin y al cabo?

Seguramente a él le traía sin cuidado si se acostaba o no con todos los tipos del pueblo.

—Oh, por favor, como si te preocuparas por mí — dijo ella, volviéndose hacia el monitor.

La fatiga amenazaba con apoderarse de ella de un momento a otro, pero tenía que irse a casa, en su propio coche.

Apretó unas teclas y cerró el ordenador.

—Estoy exhausta.

—No me extraña —dijo él, agarrándola de los hombros y haciéndola volverse hacia él.

Ella contuvo el aliento.

No le había oído acercarse por detrás.

—Sobre todo después de la paliza que te has dado esta noche —le dijo en un tono irónico, traspasándola con la mirada.

Ella trató de retroceder, pero estaba acorralada. El olor a nieve, mezclado con el aroma a tierra fresca de su piel, la envolvía sin remedio.

Era como estar de vuelta en el instituto… Él tiró de la silla y la atrajo hacia sí.

—La mayoría de los maridos disfrutarían mucho viendo contonearse a sus mujeres sobre la barra de un bar, delante de una pandilla de vaqueros borrachos y excitados.

—Yo no tengo marido.

Él bajó la cabeza y levantó la vista hacia ella.

—Todavía estamos casados. Y tenemos que hablar, señora Steele…