Capítulo 5

E

N cuanto Racy se retiró al dormitorio, Gage oyó el sonido de la ducha y entonces se dirigió a la planta baja de la casa para comprobar que todo estuviera cerrado. Un momento más tarde volvió al piso superior y, tras conectar la alarma y poner a lavar la ropa sucia, guardó su arma en un lugar seguro pero accesible y regresó al salón.

Había sido un día muy duro.

Se sentó en un cómodo butacón y trató de no pensar en la mujer que estaba al otro lado de la puerta.

—Menudo desastre —se dijo a sí mismo—. Casado con una mujer que no te puede ver ni en pintura — dijo, mirando cómo chisporroteaban las llamas.

Los ojos le ardían de puro cansancio, pero no era capaz de dormir porque los pensamientos no le dejaban.

Agarró la correspondencia que había dejado abandonada sobre la mesita nada más entrar y abrió un enorme sobre blanco.

Una nota manuscrita cayó al suelo.

Querido Gage, como eres uno de los invitados al convite después de la boda, seguramente ya lo sepas, pero, por si acaso, te dejo otra invitación en caso de que quieras traer acompañante.

Gage se pasó una mano por el cabello y siguió leyendo.

Tu amistad siempre ha significado mucho para mí y ahora también para Landon. Gracias por acompañarnos en un día tan especial. Con cariño, Maggie y Landon. Posdata: ¡Te prometo que Racy y tú estaréis separados!

Gage arrugó la nota y la arrojó al fuego. Se levantó de la silla y caminó hasta las dobles puertas de cristal que daban acceso al mirador. Las nubes de tormenta se habían disipado y la luna llena se reflejaba en la oscura y cristalina superficie del lago.

«Racy y tú…», pensó, recordando la nota.

Mentira. No existía tal cosa.

Muchos años antes, en una noche de primavera, había ido al lago Solo en busca de tranquilidad. Era su último año de instituto.

Y allí estaba ella.

Cerró los ojos y trató de ahuyentar los recuerdos que amenazaban con apabullarlo, pero no pudo.

—Hola.

Ella se volvió. Estaba sentada en una roca cercana a la orilla del lago, con unas zapatillas sucias, vaqueros cortos, y una camisa blanca que le realzaba los pechos.

A Racy Dillon le habían salido curvas muy pronto y la mala fama le había llegado con ellas, pero él no se creía ni la mitad de las cosas que decían los chicos. Todas esas historias de los vestuarios…

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó ella, apretando algo que sostenía en las manos contra su pecho.

Él se apoyó contra un árbol.

—Necesitaba estar solo. Como tú.

—¿Sin todo tu séquito de seguidores y pesados? —miró alrededor como si buscara una multitud—.

Vaya, no sabía que pudieras vivir sin ellos.

Gage sacudió la cabeza.

Al hijo mayor del sheriff y capitán del equipo de fútbol nunca le habían faltado amigos y fans Pero Racy era diferente.

Ella se había atrevido a corregirle en clase de literatura el año anterior, a pesar de ser una novata en la clase de nivel alto, y desde entonces nunca había bajado la guardia.

Pero él tampoco lo había hecho.

—Sí, y tú estás aquí con tus amigos.

Al ver el dolor que asomaba en sus ojos, Gage se dio cuenta de que había puesto el dedo en la llaga.

—Lárgate, Steele —dijo y volvió a escribir en un cuaderno.

—¿Qué estás escribiendo?

—No es asunto tuyo.

Él sonrió.

—Muy bien.

Ella guardó silencio un momento.

—¿Por qué no te vas? —le dijo finalmente.

—No me voy hasta que me lo digas.

El lápiz se detuvo. Ella levantó la cabeza y contempló el sol de poniente. Las sombras se cernían sobre las aguas del lago.

Una suave brisa le agitaba el cabello.

A diferencia de la mayoría de las chicas que él conocía, ella no se preocupaba por su aspecto.

Destiny no era sitio de ricos, pero los Dillon siempre habían estado en lo más bajo.

Su ropa era de segunda mano y su casa era más bien una choza, pero eso a los chicos les traía sin cuidado. Aquellos enormes ojos marrones y esa larga cabellera roja bastaban para volverlos locos.

—Estoy escribiendo sobre el lago —dijo finalmente, sujetándose un mechón de pelo detrás de la oreja.

Él parpadeó.

—¿Quieres decir un poema o algo así?

Ella se volvió hacia él.

—Puede ser. Ahora mismo sólo escribo pensamientos, emociones, palabras que se me ocurren… — se encogió de hombros y esbozó una pequeña sonrisa antes de seguir escribiendo.

En ese momento Gage sintió algo nuevo, totalmente desconocido.

Racy siempre había sido un incordio de niña que iba dos cursos por detrás de él, con un padre que traía de cabeza al suyo propio, sheriff del pueblo.

Y sin embargo, de repente…

Algo incómodo, se metió las manos en los bolsillos y ahuyentó el pensamiento que asomaba en su mente.

Ambos guardaron silencio durante unos minutos.

Ella lo ignoraba y ya se había hecho de noche, pero él quería quedarse un rato más. El agua y el bosque siempre le hacían sentir en calma.

Se apoyó contra la superficie de un tronco y escuchó los sonidos del bosque y del viento, tan sólo interrumpidos por el lápiz de Racy cuando rascaba sobre el papel.

Un estruendo lejano lo hizo fijarse en los amenazantes nubarrones.

—¿Has oído eso?

Racy no dijo nada y otro trueno desgarró la calma del lago.

—Vamos… —dijo él—. Será mejor que nos vayamos a casa.

—Vete. Yo me quedo —murmuró Racy.

—Se avecina una tormenta —dijo Gage, sintiendo las primeras gotas de lluvia—. Vámonos.

Ella siguió escribiendo.

—Puedo irme a casa yo solita.

—¿Cómo viniste hasta aquí?

—Caminando.

—¿Qué? Esto está a más de diez millas del pueblo.

—No es tanto —ella levantó la vista al tiempo que un gran estruendo sacudía las entrañas de la tierra.

Rápidamente cerró el cuaderno y bajó de la roca de un salto.

—De acuerdo. Quizá sea mejor que me vaya a casa.

—Mi camioneta está al otro lado del claro —dijo él, agarrándola de la mano.

Tenían que salir de debajo de los árboles. Aunque sus ramas los protegieran de la lluvia, también atraían los rayos.

—No voy a ninguna parte contigo —dijo ella, soltándose con brusquedad.

Gage volvió a agarrarla.

La lluvia ya caía copiosamente y no era seguro seguir allí.

—¡Vamos!

Ella no tuvo más remedio que ceder y juntos corrieron hacia el claro, azotados por la lluvia y el viento.

—¿Qué pasa? ¡Esto es genial! ¡Me siento tan viva! —exclamó ella, deteniéndose.

—No creo que sea muy divertido que te parta un rayo. Y esta lluvia no es de primavera. ¡Está helada! —dijo él, rodeándola con el brazo—. ¡Vamos!

Los cielos se abrieron y no tuvieron más remedio que correr hacia el vehículo a toda carrera. Sin embargo, para cuando subieron a la vieja camioneta de Gage ya estaban calados hasta los huesos.

Cansados por el ejercicio, su aliento cálido nublaba las ventanillas.

Él agarró su sudadera gris y se la puso sobre los hombros.

—Gr… Gracias —dijo ella, apartándose el pelo húmedo de la cara.

El cuaderno estaba sobre sus piernas desnudas.

—Oh, mi cuaderno. Estará empapado.

—Ponlo detrás —dijo Gage, dejándolo caer sobre el asiento de atrás.

Al aterrizar el cuaderno causó un pequeño chirrido en la vieja furgoneta. Gage hizo una mueca y deseó que Racy no lo hubiera oído.

—¿Qué ha sido eso?

—Ah, nada —metió la llave en el contacto y arrancó el motor—. Es que está frío.

—¿Qué escondes, Gage?

—Es… Es mi guitarra.

Ella se quedó perpleja.

—¿Tocas la guitarra?

Gage se sonrojó bajo su intensa mirada; tanto así que tiró de su húmeda camiseta y se la sacó por la cabeza, ocultando así el rostro.

—¿Es tan difícil de creer?

—No. Supongo que no.

Él volvió a mirarla.

A pesar de lo cerca que estaban, casi rozándose, ella miraba al frente, impasible.

La camiseta cayó al suelo, chorreando agua.

—Lo siento, pero me estaba congelando.

—Oh, no, es igual —dijo Racy, humedeciéndose los labios con rapidez—. Te doy tu sudadera —dijo, empezando a quitarse la chaqueta—. Si tienes frío…

—No, quédatela —dijo él, volviendo a ponérsela sobre los hombros.

Sus dedos la rozaron fugazmente en el cuello, justo donde se le habían desabrochado algunos botones de la camisa.

—Voy a ponerme la chaqueta del equipo —dijo, inclinándose por encima de ella—. Está en tu lado.

Al tiempo que agarraba la prenda, reparó en sus labios, que estaban a un centímetro de distancia.

Ella también se había vuelto y sus bocas estaban peligrosamente cerca.

—Dios, quiero besarte —dijo, sin poder evitarlo.

Ella se volvió a humedecer los labios.

—¿Por qué?

—Porque eres preciosa.

Ella lo miró con ojos incrédulos.

—¿Puedo? —preguntó y contó hasta tres.

Tres veces en las que su aliento cálido le acarició la cara con cada respiración.

Ella asintió con la cabeza y le dejó acercarse más y más… Y entonces él la besó, lentamente, sintiendo sus labios temblorosos bajo los suyos propios. Nunca antes había besado así a ninguna chica.

«Tap, tap, tap…».

Gage ahuyentó los recuerdos y volvió a la realidad. No quería recordar lo que había ocurrido más tarde.

Unos golpecitos contra la ventanilla del conductor y la sonrisa burlona de uno de los ayudantes del sheriff.

«Llévame a casa…», le había dicho Racy en un tono seco y frío, como si nada hubiera pasado…

Pero aquello ya era historia, igual que el loco fin de semana en Las Vegas.

Apoyado contra el marco de la puerta, metió las manos en los bolsillos y se mantuvo inmóvil, pensando.

Tenía mucho frío, pero un deseo ardiente rugía en su interior; un deseo incontenible por una mujer que no podía tener.

—¿Gage?

Él apretó los puños y permaneció de espaldas a la habitación de ella. No podía darle la cara.

—¿Qué quieres, Racy?

—Nada —dijo ella finalmente.

—Entonces vuelve a dormirte.

Ella se adentró más en la habitación y su reflejo se proyectó en el cristal de la ventana. Estaba envuelta en una de las mantas hechas a mano por su madre, de cara al hogar.

—No estoy cansada… Bueno, quisiera agradecerte lo que has hecho hoy…por Jack.

Él miró por encima del hombro y la observó mientras se acomodaba sobre los cojines del sofá. La manta se soltó un poco, revelando la cremosa piel de sus piernas hasta la mitad del muslo.

—Y también por lo que no les has hecho a mis hermanos —añadió, suspirando.

Él se volvió hacia el oscuro cielo y soltó el aliento de forma entrecortada, empañando el cristal de la ventana.

—¿Por qué has mentido por ellos? —le preguntó, observándola mientras se recostaba sobre los cojines nuevamente.

—Supongo que por costumbre. Como esta conversación no es oficial, te diré que sí que entraron sin mi permiso, pero no quiero denunciarlos y creo que no tengo que darte explicaciones.

Gage cruzó los brazos, pero no se dignó a darse la vuelta.

—Los papeles dicen que llevan fuera tres semanas. Ella se dio la vuelta.

—No tenía ni idea. Lo juro.

—¿Y entonces por qué han vuelto a Destiny?

—Porque es su casa.

—Sí, han dado un buen espectáculo en tu casa.

Racy contempló el fuego.

—Ya me he dado cuenta —dijo ella en un tono un tanto desesperado.

Gage no pudo evitar volver a mirarla.

—¿Y qué vas a hacer?

—Limpiarlo todo. Como siempre.

—¿Y los vas a dejar quedarse?

Ella se apretó la manta y cruzó las piernas a la altura de los tobillos.

—Como dijo Billy Joe, ¿adónde irían si no? Ya sé lo que piensas de ellos. Sí, lo que le hicieron a Jack fue una estupidez, pero no creo que quisieran hacerle daño a propósito.

—¿Pero cómo puedes defenderlos?

—Porque son mi familia —dijo con la voz ahogada—. La única familia que me queda. Mírate tú, en cambio. Te has pasado todo el día intentando solucionar lo de los gemelos, y tratando de conseguir que echara a Gina.

—Lo que hicieron Garrett y Giselle fue una locura y también muy peligroso, pero no puedes comparar una inocente carrera de críos con un negocio de drogas.

—Claro que no. Pero mis hermanos ya han pagado, y aunque yo albergara la esperanza de que la cárcel les hubiera servido de algo, nunca he cometido el error de tomarlos por ciudadanos modélicos. Como tú. Él se volvió.

—Yo no soy un ciudadano modélico. No soy perfecto. Sólo trato de ser honesto.

—Y yo también trato de ser honesta. No sé qué voy a hacer con Justin y Billy Joe. No sé qué tengo que decidir a las tantas de la madrugada —hizo una pausa—. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?

Gage guardó silencio un momento. Ella tenía razón. No era el momento de hablar de sus hermanos. —¿Llevas mucho tiempo en la universidad? —le preguntó, sorprendiéndose a sí mismo.

Ella se volvió y se apartó varios mechones de pelo mojado de la cara, tal y como había hecho en un tiempo muy lejano.

—¿Cómo…? Ah, los libros. Sí, llevo años asistiendo a clase. No he podido hacerlo de manera regular, pero cuando mi último marido se fue con todo mi dinero…

—Yo soy tu último marido, señora Steele —dijo él de repente y se arrepintió enseguida.

—¿Por qué sigues llamándome así? —preguntó ella, mirándolo con tanta intensidad que Gage hizo todo lo posible por mantenerse entre las sombras.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta?

—Bueno, déjalo ya —Racy se humedeció los labios—. Bueno, cuando Tommy se marchó, decidí que era el momento de labrarme un futuro. Me gradúo dentro de unas pocas semanas.

Gage se llevó una gran sorpresa, pero hizo todo lo posible por esconderla.

—Me alegro por ti. ¿Qué has estudiado?

—Administración de empresas.

—¿Vas a buscar algo más grande, mejor que el Blue Creek?

Los ojos de ella brillaron.

—¿Eso qué significa?

—He supuesto que no querrías quedarte… —¿Y por qué no? —se puso en pie de repente—.

¿Es que los bares sólo son para gente estúpida?