Capítulo 8

Q

UÉ te pongo?

—Lo de siempre —dijo Devlin Murphy, apoyando los brazos sobre la superficie de la barra y mirando a Gage—. Estás muy callado esta noche.

Gage destapó una botella de cerveza sin alcohol y se la dio a su amigo de toda la vida.

Dev bebió un buen trago. Era la primera que probaba en mucho tiempo.

—Se nota, ¿verdad?

—Ya lo creo —Dev agitó la botella hacia el centro de la habitación y bajó el tono de voz—. ¿Quieres hablar de ello?

Gage pensó en ello. Dev y él habían sido amigos desde el instituto y su amistad se había mantenido en pie aunque Dev hubiera pasado la mayor parte de su vida entre rejas.

Después de reconocer que tenía un problema con la bebida, Dev había necesitado toda su ayuda, y Gage siempre había estado a su lado en las reuniones de Alcohólicos Anónimos.

Estaban en la sala de ocio de la casa del lago, en compañía de otros amigos que habían ido a celebrar la fiesta de despedida de soltero de Landon Cartwright.

El novio había llegado acompañado de cuatro amigos vaqueros, su hermano, su mejor amigo y también había llevado a un abogado que iba a representarle en la boda.

Gage los había recibido con los brazos abiertos, dispuesto a pasar una velada memorable. Sin embargo, las cosas se habían puesto un poco tensas para él al advertir la presencia de Hank Jarvis.

El viejo había tenido agallas para sostenerle la mirada…

—¿Me has oído? —preguntó Dev.

—Sí —dijo Gage, bajando la voz—. Es que tengo muchas cosas en la cabeza.

Dev agarró unos nachos, los mojó en la salsa de queso y se los comió de un bocado.

—¿Puedo hacer algo por ti? —le preguntó.

—No. No es nada de lo que no me pueda ocupar yo solo —dijo Gage, con más determinación de la que en realidad sentía.

La reunión del Comité para el Desarrollo se había alargado más de lo esperado y Donna Pearson había arremetido contra Racy y las Blue Creek Belles con todo su arsenal puritano; tanto así, que Gage ya no estaba seguro de sus intenciones. Más allá del asunto de las bailarinas, la señora del banquero parecía querer cerrar el bar definitivamente y librarse así de Racy.

Él había intentado calmar los ánimos de la gente, pero Donna Pearson era una instigadora nata y se las había ingeniado para anunciar que al día siguiente se celebraría una reunión con los ciudadanos ilustres del pueblo; reunión a la que la gerencia del Blue Creek había sido convocada.

Gage sabía que Max estaba de vacaciones en Florida, así que sólo quedaba Racy para convencer a los líderes del pueblo de que sus camareras no hacían nada reprobable.

Ya podía imaginársela… llegando a la reunión con aires soberbios y prepotentes…

Si hubiera dejado que las cosas siguieran su curso sin más, sin duda el pueblo acabaría quedándose sin una de sus principales distracciones.

Y por ello se había puesto manos a la obra nada más abandonar el Ayuntamiento.

Un plan… Había ideado un plan para arreglar la situación y se había pasado toda la tarde colgado del teléfono, preparándolo todo.

«Ojalá sea suficiente…», se dijo.

—¿Es por los Dillon?

Gage se sobresaltó al oír la pregunta de Dev.

—¿Y qué te hace pensar eso?

—El otro día vi a Billy Joe —dijo Dev, bebiendo otro sorbo de cerveza sin alcohol—. Por tu reacción imagino que sabes que han vuelto al pueblo. Billy Joe está trabajando en la gasolinera de Mason y mi hermano Ric dice que Justin está trabajando en la cocina en el Blue Creek.

Gage se había enterado de que Billy Joe trabajaba para el ex suegro de Racy unos días antes, pero eso no era ninguna sorpresa. Billy Joe y el primer marido de Racy habían sido amigos durante mucho tiempo y al viejo Mason ya se le notaba la edad.

Sin embargo, el nuevo empleo de Justin sí que le había causado más de una inquietud.

—Sí, lo sé. Sé que han vuelto —dijo y trató de quitarse el mal sabor de boca bebiendo un trago de cerveza—. Salieron pronto por buen comportamiento.

—Me pregunto cuánto les va a durar. ¿Están en casa de Racy?

Gage se encogió de hombros. No había visto a ninguno de los dos cuando había ido a llevar a Jack a la casa.

—Siempre y cuando me no se metan en líos, me da igual lo que hagan o donde vivan.

Dev levantó una ceja y abrió la boca para decir algo, pero en ese preciso instante comenzó a sonar una canción country muy famosa y todos empezaron a corear la letra.

—¡Maldita sea! ¿Quién ha elegido esta canción? —exclamó Willie—. Seguro que el novio no.

La canción hablaba de esposas infieles y del fracaso en el amor.

Landon hizo como que le lanzaba un dardo al viejo vaquero y sonrió.

—Menos mal que no hay que echarle monedas a este trasto, Sheriff —dijo Willie, apretando el botón de reinicio para escoger otra canción—. No puedo permitir que le falten el respecto a la novia con esta música a menos de una semana del funeral, digo, de la boda.

—¿Y ésa es forma de hablarle a un hombre que está a punto de pisar el altar? —preguntó Chase.

Willie sonrió y fue hacia la barra.

—La señorita Maggie tiene bien atado a tu hermano.

—Ya lo creo, pero no quieras acabar conmigo antes de tiempo —Landon agitó la mano izquierda en el aire—. No llevo ningún anillo en el dedo… todavía.

Los hombres se echaron a reír; todos menos Gage, que en ese momento pensaba en las alianzas que estaban en un cajón de su mesita de noche, junto a los papeles de la anulación.

—Vaya, no tienes remedio, Cartwright —dijo Willie, tamborileando con los nudillos para pedir otra cerveza—. El bando de los solteros disminuye peligrosamente. Aparte del amigo abogado de Landon y de Hank, todos los demás somos de los de «ni hablar; yo no…». Aunque, claro, me imagino que esos dos jovenzuelos que están junto a la mesa de billar terminarán cayendo alguna vez.

—Oh, no sé —dijo Chase, terminando el juego de dardos y agarrando un taco de billar—. La chica adecuada puede hacer cambiar de idea a un hombre en un abrir y cerrar de ojos.

—Vamos, Gage. Ahora os toca a ti y a Dev contra los hermanos Carwright —dijo Landon, uniéndose a su hermano frente a la mesa de billar—. ¿Tienes a alguien en mente, hermanito? —preguntó, retomando el tema.

—¿A mi edad? —dijo Chase, sonriendo—. Soy demasiado joven para pensar en sentar la cabeza.

—Querrás decir demasiado ocupado —dijo Landon, quitándose de en medio al tiempo que Dev y Gage recogían sus tacos de billar—. Me sorprende que no hayas encontrado compañía femenina en Destiny después de una semana.

—¿Y quién dice que no?

—El otro día Racy te escogió —gritó Willie desde la barra—. Debías de estar loco para dejar escapar a una chica así.

Gage agarró con fuerza el taco de billar.

El rostro de Chase se iluminó con una sonrisa y entonces soltó el triángulo de bolas sobre la felpa verde de la mesa.

—¿Por qué no te relajas un poco? —dijo una voz

por encima del hombro de Gage—. Vas a tener que esperar un buen rato antes de poder jugar. Chase es muy bueno.

Al volverse se encontró con Bryce Powers, el abogado de Landon.

—Y parece que también se le dan bien las mujeres —dijo Gage, siguiéndole hasta la ventana.

—Bah, Chase es demasiado guapo para su propio bien. Siempre ha sido así, desde que éramos críos — dijo Bryce y bebió un sorbo de la bebida—. Por alguna razón, las mujeres lo encuentran dulce y encantador, pero nunca le he visto llevarse a la mujer de otro.

—¿Y qué te hace pensar que a mí me importan sus hábitos sentimentales? —dijo Gage, inclinándose contra el marco de la ventana.

—Es que soy muy observador. A mi mujer la pone muy nerviosa. Pero, bueno, estás disimulando muy bien. Sin embargo, cada vez que mencionan el nombre de cierta señorita… —dijo Bryce, bajando la vista hacia el taco de billar que Gage aún tenía en la mano.

—Maggie nos contó lo de los preparativos de la boda a Maryann y a mí. Nos dijo que le resultaba raro sentarte con tu ayudante; Leeann, creo que se llamaba. Pero la única alternativa posible hubiera sido ponerte junto a la señorita Dillon.

—¿Y?

—Y… Maggie no sabía si iba a ser una buena idea o no. Le preocupa que os sentéis juntos en el convite, que tengáis que bailar juntos.

—¿Y tú le prestaste atención todo el tiempo?

—¿Qué quieres que te diga? Soy abogado.

Según Landon, era uno de los mejores.

—¿Llevas menos de veinticuatro horas en este pueblo y ya estás al tanto de mi vida sentimental? —Yo no he hablado de eso.

Gage se puso erguido y agarró su cerveza.

—Las cosas entre Racy y yo son complicadas. Siempre lo han sido, desde que éramos adolescentes.

—Por favor, nada de hablar de adolescentes —dijo Dev, interrumpiéndolos—. Mi hermano mayor ha vuelto a casa con tres gamberros que me están volviendo loco.

Gage y Bryce guardaron silencio.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Dev, mirando a uno y después al otro.

—No —se apresuró a decir Gage—. ¿Me toca?

—Lo siento, colega, pero el billar nunca fue lo mío —dijo Dev, gesticulando—. Le toca a Landon.

—Estaba a punto de preguntarte por las guitarras —dijo Bryce, señalando la pared—. ¿Son sólo de adorno o sabes tocar?

Gage miró al abogado.

—Toco un poco. La que está más a la izquierda es una Gibson Century Hawaiian de 1937. Pertenecía a mi abuelo. La del centro es una Gibson Hummingbird de 1960. Pertenecía a mi padre. La otra es mía.

—Déjame adivinar. Una Gibson.

Gage sonrió.

—Una SJ Sunburst del 68. Mi padre me la regaló por mi dieciséis cumpleaños.

Dev sonrió.

—Cuando estábamos en el instituto, teníamos un grupo. Ensayábamos en el garaje. Oh, éramos tan malos… Gage era el único con talento musical.

—¿Y has terminado de policía? —preguntó Bryce.

—La música sólo era un pasatiempo.

—¿Y has tocado últimamente?

Dev miró a Bryce.

—Este tío se sabía todas las canciones de Johnny Cash y de los Beatles de memoria.

—¿Qué? ¿Nada de Elvis?

Dev soltó un gruñido risueño.

—¿Gage, cantando una de Elvis? ¡Jamás!

—Bueno, en realidad canté una hace unos meses —las palabras salieron de la boca de Gage antes de que pudiera evitarlo.

—¿Ah, sí? —preguntó Dev—. ¿Por qué?

Porque Racy se lo había pedido…

Después de volver del registro civil, donde habían conseguido la licencia de matrimonio, ella le había pedido que le demostrara que todavía quería casarse con ella, y había insistido tanto que él no había tenido más remedio que ceder. Ella acababa de ganar al póquer y le había dado por decir que sólo la querían por su dinero, así que Gage le pidió la guitarra a uno de los Elvis que merodeaban por el casino y, allí mismo, entre las tragaperras y las mesas de juego, le cantó una canción que hablaba de sabios y locos, y de amor.

—¿Qué cantaste?

Unos bufidos más que familiares llamaron la atención de Gage y, al darse la vuelta, se encontró con Jack, el perro de Racy.

El aliento agitado del animal empañaba el cristal de la puerta del patio.

—¿Qué demonios…? —dijo, dejándole entrar—. ¿Es que el veterinario te ha puesto un chip con la dirección equivocada? —se apoyó en una rodilla y le rascó la cabeza con cariño—. ¿Qué haces aquí?

—¿De nuevo?

Gage se volvió hacia sus invitados.

Todos los miraban con una expresión confusa; todos, excepto Bryce, que sonreía con ironía.

—Sheriff —dijo Dev entre risas—. ¿Puede explicarme por qué se lleva tan bien con el perro de la señorita Dillon?

Racy golpeó los pies contra el suelo para devolverles la sensibilidad. La nieve le llegaba hasta los tobillos.

—¿De quién ha sido la genial idea?

—De la novia.

—Oye, éste es mi día —dijo Maggie, agarrando a Racy del brazo y echando a andar—. Estoy en mi derecho.

—¿Derecho de qué? ¿De matarnos de frío? —dijo Racy, esquivando un tronco de un árbol caído—. Y tu día no llegará hasta el próximo viernes. ¿Qué hora es?

—Casi las doce y media —dijo Maryann, siguiéndolas—. Decidme una cosa, ¿esto es algo que hacéis a menudo las chicas del norte?

—A mí no me preguntes —dijo Leeann, que iba algo retrasada—. Yo estaba a favor de quedarnos acurrucadas en casa, acompañadas de unos buenos margaritas —añadió, riendo.

Racy gruñó.

Era un castigo ser la única sobria de todo el grupo.

Ese mismo día había recibido un aviso y debía presentarse en el Ayuntamiento al día siguiente; en realidad, esa misma mañana, en menos de diez horas.

«Maldita Donna Pearson…», pensó.

—¿Por qué no me recuerdas de nuevo por qué estamos haciendo todo esto?

—Porque quiero saber si tienen strippers.

—Oh, por favor —dijo Racy, resoplando—. Probablemente estén bebiendo cerveza, jugando a las cartas y viendo el canal de deportes.

—O a lo mejor están viendo otra cosa.

—¿Lo ves? —exclamó Maggie—. Por eso tenemos que ir a comprobarlo.

—¿Y por qué hemos tenido que aparcar en la carretera y atravesar el bosque andando? —preguntó Racy, agradeciendo la luna llena y los cielos despejados—. ¿No podemos tocar a la puerta, como gente normal?

—¿Y quién ha dicho que nosotros somos gente normal? —dijo Maggie—. Lo siento, Maryann.

—No te disculpes. No me lo pasaba tan bien desde la universidad.

—Vaya, mirad este lugar —dijo Leeann, impresionada—. ¿Para qué necesita un hombre soltero tantas habitaciones?

—A lo mejor no tiene pensado quedarse soltero toda la vida —dijo Maggie—. ¿Tú qué crees, Racy?

—Creo que habéis bebido demasiado —dijo Racy, hundiendo los dedos en el fondo de los bolsillos de la chaqueta.

—Oye, sólo trataba de seguir a Leeann. ¡Esta chica bebe más que un pez!

—¡Más que un pez en una enorme laguna llena de peces que…! ¡Ups!

Racy se dio la vuelta justo a tiempo para ver tropezar a Leeann.

—Que apesta —dijo, siguiendo la frase al tiempo que se sujetaba del árbol más cercano para no caer a la nieve—. Creedme, chicas. Es mejor ser un pequeño pez en una pecera; o mejor, un pececito en uno de esos globos de cristal con falsas rocas y castillitos submarinos.

Racy se inclinó hacia Maggie.

—¿De qué está hablando?

—No lo sé. Lleva así toda la noche.

—Creo que ésta es la primera vez que la veo beber desde que ha vuelto al pueblo. Y de eso hace… ¿cuánto? ¿Más de dos años? ¿De verdad crees que la deberíamos llevar a la casa de su jefe en ese estado?

—¿Quieres decirme por qué buscas tantas excusas para no ir al Castillo Steele? —Maggie rodeó la esquina de la casa de madera con Racy siguiéndole los talones—. El fin de semana pasado parecía que estabas en tu casa.

Racy se paró en seco.

—Vaya, Lee no es la única que no siente ni padece esta noche.

El brillo burlón se esfumó de la mirada de Maggie.

—Racy, lo siento. No quería decirlo así. Sé que tú crees lo contrario, pero yo estoy convencida de que Gage no tuvo nada que ver con la queja contra las Belles.

Racy se negaba a creerlo, por mucho que su amiga se lo dijera.

—No quiero hablar de Steele ni tampoco del comité.

—Lo sé, pero estamos a punto de llamar a su puerta.

Habían llegado al patio adoquinado, limpio de nieve y hielo.

Luces brillantes iluminaban todas las ventanas y el suave murmullo de la música country brotaba del interior de la casa.

—No irás a ponerte a espiar por las ventanas — dijo Racy, sabiendo que no podía volver a sacudirse los pies. El ruido las habría delatado.

—¡Eh, luces! —exclamó Leeann—. Vamos a echar un vistazo.

Racy la agarró del brazo y la hizo retroceder.

—Oh, creo que la novia debería hacer los honores.

Maggie vaciló.

—Adelante, futura señora Cartwright —dijo Racy, señalando la puerta del patio. No podía ver qué pasaba en el interior, pero risas masculinas llegaban hasta ella desde el interior de la vivienda—. Sabemos que tus vaqueros no están ahí, porque Willie y los chicos llegaron antes de que saliéramos del rancho. Los únicos que quedan deben de ser tu prometido, su hermano y el marido de Maryann.

Y el anfitrión…

Antes de que Maggie pudiera dar un paso adelante, la puerta se abrió.

—Muy bien, chucho loco, vete ya… —la voz de Gage resonó antes de que saliera al exterior—. Y nada de revolcarse en la nieve ahora que estás seco. Tu mamá me echará la bronca si algo… —¡Jack!

El perro corrió directo hacia Racy y se abalanzó sobre ella, ladrando con alegría.

El revuelo hizo salir al resto de los hombres.

—¿Qué demonios…?

—¿Qué estáis haciendo aquí, chicas?

—Bueno, ¡ahora empieza la fiesta!

Landon abrazó a su prometida y Bryce hizo lo propio con Maryann.

—Vamos, Jack, tranquilo —Racy apenas podía ocuparse del perro y de su amiga borracha al mismo tiempo.

—Oye, déjame echarte una mano.

Racy levantó la vista y se encontró con Chase Cartwright.

—¿A quién quieres que lleve? —dijo él, sonriendo—. ¿A la poli o al perro?

—¿Cómo sabías que Leeann es policía?

Chase se acercó un poco y le guiñó un ojo.

—Tengo mis fuentes.

—Bueno, entonces creo que eso depende de tus habilidades. ¿Con cuál te apañarás mejor?

Chase agarró a Jack de la correa.

—Jack y yo hemos visto cómo los Celtics les daban una paliza a mis queridos Mavericks. Nos hemos hecho buenos amigos.

Racy soltó al perro.

—No sé qué hace aquí.

—Apareció hace algo más de una hora —dijo Gage de repente en un tono serio y seco.

Estaba de pie bajo el umbral con el rostro en sombras.

—¿Por qué no entramos? —Gage se hizo a un lado—. Parece que estas señoritas tienen un poco de frío.

Tambaleándose, Leeann se soltó y fue detrás de los demás, así que Racy echó a andar tras ella. Sin embargo, alguien la agarró del brazo con brusquedad, haciéndola detenerse.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

Ella ni se dignó a darse la vuelta.

—En coche.

Gage suspiró.

—Racy.

—Mira, fue idea de la novia, y llevan toda la tarde tomando margaritas. Leeann ya se había tomado dos cuando llegamos a casa de Maggie, así que les dije que yo conduciría y me encargaré de que llegue sana y salva a casa.

—De acuerdo. No soy tan malo. Leeann libra hasta el domingo, así que puede beber lo que le apetezca.

—A lo mejor no eres tan malo, pero imbécil sí que eres —susurró ella, entrando en la casa.

—¿Qué has dicho?

Nada más entrar Gage se vio obligado a atender a

sus invitados, así que Racy se libró de responder esa vez.

—¡Murph! —exclamó de pronto, devolviéndole el abrazo a Devlin—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Jamás hubiera esperado encontrarle allí.

—Bueno, aquí estamos, pasando un buen rato en la guarida de soltero de Gage.

Racy retrocedió un poco y miró a su alrededor.

Muebles tapizados en cuero, una televisión de plasma, la máquina de discos, situada cerca del bar, la diana de dardos, la mesa de billar…

—Sí, desde luego que es una guarida de soltero — dijo, volviéndose hacia Dev—. Aquí no hay ni un solo toque femenino.

—Bueno, es la casa de un soltero empedernido.

—Dev, ¿me ayudas con las bebidas? —dijo Gage de pronto, llevándose a su amigo.

—No te pongas demasiado cómodo —le advirtió a Jack—. Después de hoy este lugar está prohibido para ti.

Jack resopló con fuerza y cerró los ojos.

—Supercaliente, extra de chocolate y triple de nata.

Racy levantó la vista.

Gage estaba delante de ella, ofreciéndole una taza de chocolate caliente.

—¿Cómo sabías que…? Ah, Sherry’s Diner. Deberías buscarte un hobby en vez de dedicarte a memorizar mis hábitos alimenticios.

Gage se acercó un poco.

—Creo que ya tengo bastante de momento.

—Sí, desde luego que sí —dijo Racy, retrocediendo un poco—. Con todos esos comités…

—Qué casa tan bonita —dijo Maggie, que estaba cerca de la mesa de billar—. ¿Podemos verla completa? —Seguro que Gage estará encantado de enseñárnosla… —le dijo Landon con una sonrisa—. En cuanto nos digas por qué nos has arruinado la fiesta.

—Bueno, eh… Queríamos… Es decir, pensamos que…

—Pensamos que sería más divertido pasarlo con vosotros —dijo Maryann rápidamente, guiñándole un ojo a Racy.

—Sí… Es que la fiesta ya no era lo mismo cuando se marcharon los strippers —añadió Racy, ignorando las risotadas de los hombres mientras miraba fijamente a Gage por encima del borde la taza.

—Bueno, ¿nos enseñas la casa? —preguntó Maggie.

—No está terminada, pero si queréis verla —dijo Gage, dejando su taza sobre la mesa—. Por aquí, señoritas.

El grupo se dirigió hacia la puerta.

—¿No vienes, Racy? —preguntó Leeann, dándose la vuelta a duras penas.

—No, me quedo con los chicos. Creo que no soy digna de pisar los suelos de la flamante casa del sheriff.

Gage se detuvo en seco, dio media vuelta y la fulminó con una mirada.

—¿De qué estás hablando?

—Del Comité para el Desarrollo de Destiny.

Una oscura sombra veló los ojos de Gage y entonces retrocedió hasta ella con paso tranquilo.

—¿Qué pasa con eso? —le preguntó, parándose justo delante de ella.

—Eres miembro del comité, ¿no?

—Como sheriff del condado, es mi deber formar parte de él.

—¿Y no sabes lo que representa?

—Sí, hacen del pueblo un lugar mejor, de ahí el nombre. Eso incluye mejorar el mobiliario urbano, construir un nuevo patio de juegos en el colegio, mejorar las instalaciones deportivas… —Cerrar el Blue Creek.

Gage guardó silencio y entonces ella lo vio todo claro.

—¡Maldito bastardo! —le gritó, montando en cólera—. ¡Vi la carta! ¡Vi tu nombre en ella! Dice que las chicas se comportan de forma inmoral e indecorosa por bailar en la barra. Donna Pearson se presentó en el bar el domingo pasado para decirme que no éramos más que strippers —apoyó las manos en las caderas—. Como si fuera culpa mía y de las Belles que todos los hombres del condado sean unos obsesos sexuales…Decía algo así como que estábamos degradando los valores morales del Estado y no sé cuántas cosas más. Esa reprimida tendría que soltarse un poco el pelo.

—Yo no he firmado ninguna carta.

—Y ahora tengo que ir a reunirme con los ciudadanos ejemplares del pueblo…

—¡Yo no he firmado ninguna maldita carta! ¡Ni la primera que te mandaron ni tampoco la de hoy! —dijo y siguió de largo.