Capítulo 13
U
NA caldera vieja había acabado con el sueño de Racy.
Gage estaba sentado frente a su escritorio, examinando por segunda vez el informe de los bomberos, expedido dos días después del siniestro.
Se lo había llevado a casa y lo había leído mientras se tomaba una pizza del día anterior acompañada de una cerveza.
Aún había detalles que especificar, pero todo parecía indicar que el fuego se había originado en la vieja caldera que estaba en el sótano.
Y ella no tenía seguro de hogar.
La casa se había terminado de pagar muchos años atrás, así que no era obligatorio. Racy le había dicho al investigador que había dejado de pagar el seguro para costearse la universidad. Sin embargo, como estaba pensando en usar la propiedad como aval, tendría que haber renovado el seguro justo en esos días.
Gage había pensado en llamarla nada más leer el informe… De hecho, no había dejado de pensar en ello desde que la había visto marchar en el viejo Mustang rojo; Leeann al volante y ella acurrucada en el asiento del acompañante.
Sabía que se estaba quedando en casa de Leeann, pero no había vuelto a verla por el pueblo desde el sábado por la mañana, y mucho menos por el Blue Creek.
«¿Qué voy a hacer?», pensó para sí.
Había firmado los papeles de divorcio y se los había dejado en el bar, tal y como ella le había pedido. Por alguna razón, eso era lo que ella necesitaba de él en ese momento, y él siempre mantenía sus promesas.
—Oye, ¿tienes un momento?
Sorprendido, levantó la vista.
Su hermano Garrett estaba en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí? No son más que las doce del mediodía —dijo Gage, mirando el reloj de pared.
—Nos han dejado salir pronto del instituto —se cambió de hombro la mochila.
Llevaba abierta la chaqueta del equipo y por debajo se veían las letras de una camiseta de la Universidad de Duke.
—¿Podemos hablar?
Gage miró a su hermano con ojos perplejos. Era la primera vez que iba a hablar con él desde lo ocurrido con la carrera de coches y, después, con la hoguera de la fiesta. Las pocas palabras que habían cruzado durante ese tiempo habían consistido en sermones y discusiones.
—Claro. Siéntate —dijo, señalando una silla.
Garrett tomó asiento, dejó la mochila en el suelo y gesticuló hacia la puerta.
—Ah, ¿puedo cerrar?
Gage se puso en alerta.
—¿Es necesario?
Garrett asintió.
—Muy bien, adelante.
Garrett cerró y volvió a sentarse.
Parecía más interesado en juguetear con su anillo de graduado que en charlar con su hermano.
—Lo que le ha pasado a la señorita Dillon es horrible —dijo por fin, levantando la vista—. Gina dice que es buena gente.
Gage trató de ocultar el asombro que sentía. Aquel comentario era lo último que hubiera esperado de su hermano pequeño.
—Ah, sí… Es horrible.
—Ella siempre está cuando jugamos en casa, ya sabes, ayudando con la comida… Porque el Blue Creek siempre dona aperitivos y refrescos… —añadió Garrett—. Y es muy guapa, Racy... Ah, la señorita Dillon, quería decir. Algunos de los chicos del equipo están locos por ella…
—Garrett, ¿adónde quieres llegar?
—Ah, sí. Bueno, esta mañana, cuando parasteis a desayunar, os oí a ti y a mamá hablando de lo que había causado el incendio. Dicen que ha sido un accidente, ¿no?
—Eso aún no se ha divulgado, pero todo parece indicar que así es.
—No sé si debería decirlo… —Garrett suspiró—. Seguro que me aumentará el castigo, pero pensé que… Bueno, podría significar algo.
—¿Qué? —preguntó Gage, intrigado.
—El sábado por la mañana me escapé y me fui con la motonieve, con Leenie Harden.
Eileen Harden, la hija mayor del alcalde… «Estupendo…», pensó Gage, resignándose.
—¿Qué?
—¿Eh?
—Ni siquiera voy a mencionar el hecho de que estás castigado durante siglos, pero, ¿dónde conseguiste la motonieve? La mía está guardada bajo llave y las dos que están en casa están rotas.
—Oh, ah… nos llevamos la de su padre.
Gage cerró los ojos y se frotó las sienes, tratando de ahuyentar un incipiente dolor de cabeza.
—¿La robasteis?
—¡No! La tomamos prestada. Técnicamente hablando.
Gage dio un golpe en la mesa y abrió los ojos.
—¿Técnicamente hablando?
—Leenie tenía la llave del cobertizo…
—Garrett, si no tenías permiso, entonces se le llama «robar».
—Ahórrame el sermón hasta que termine. ¿De acuerdo? Hay algo más.
Gage asintió y guardó silencio.
—Bueno, como decía, nos la llevamos al bosque y terminamos en una cornisa que está justo encima de la carretera principal. Nos quedamos allí un rato para ver amanecer. Leenie había llevado mantas y chocolate…
—De verdad que no quiero oírlo…
—Dame un respiro, hermanito. Llevábamos trajes de esquiar, botas, cascos, guantes… ¿Sabes lo difícil que es besar a una chica con un casco puesto?
—No es muy difícil si te lo quitas.
Garrett entornó los ojos.
—Lo que sea. Estábamos allí sentados cuando de repente la máquina se detuvo. A Leenie le entró el pánico, pero yo le dije que podía arreglarla, así que empecé a trastear con el motor y fue entonces cuando oímos las voces.
—¿Voces?
—Sí. Leenie estaba aterrada, así que le dije que iba a ver qué pasaba. Subí hasta lo alto de una colina y entonces me di cuenta de que estábamos justo encima de la casa de la señorita Dillon.
—¿Y qué viste? —preguntó Gage.
Garrett había conseguido captar toda su atención.
—Eran dos hombres. Estaban sacando cajas del sótano y metiéndolas en una camioneta. Creo que eran sus hermanos.
Un nudo de dolor se formó en el estómago de Gage.
—¿Por qué crees que eran ellos? ¿Qué aspecto tenían?
—Estatura media, pero uno de ellos era más alto que el otro y tenía la espalda más ancha. El otro parecía algo más corpulento, con una enorme tripa. Ambos llevaban vaqueros, botas de trabajo, camisas de franela y gorras.
Impresionado ante aquella rigurosa descripción, Gage anotó los detalles que le había dado Garrett.
—Ya veo que recuerdas todos los detalles.
—Tú siempre dices que lo importante está en los detalles. Supongo que me viene de familia.
El sheriff sonrió.
—Sí, supongo. ¿Pero por qué crees que eran Billy Joe y Justin?
—Uno de los hombres, el más grande, llamó Billy al más gordo. Cuando el tipo asomó la cabeza por la puerta del sótano, se le cayó la gorra, y era él. Billy Joe Dillon.
—¿Viste qué había en las cajas? ¿Cómo eran de grandes?
Garrett sacudió la cabeza y el pelo le cayó en los ojos.
—No lo sé. Dos por dos, quizá…
Gage continuó tomando notas.
—¿Miraste el vehículo?
—Creo que era rojo, pero estaba muy sucio. Tenía un remolque, de color negro. Pero no podía ver dentro.
—¿Y la matrícula?
—Vaya, no pensé en eso —dijo Garrett, pasándose la mano por la cabeza y apartándose el pelo de la cara—. Lo siento, hermanito.
—Oye, has hecho muy bien en decírmelo —Gage levantó la vista del cuaderno de notas.
La sonrisa de su hermano se parecía tanto a la de su padre.
—¿Algo más? ¿Te vieron?
—No, no lo creo. Estaba escondido detrás de un par de troncos caídos. No estaban haciendo nada malo, pero he oído que los hermanos Dillon no son precisamente un ejemplo a seguir. Ya sabes… —se encogió de hombros.
—¿Y después qué?
—Después me fui. Sólo fueron diez minutos, pero Leenie estaba sola, así que volví y, por suerte, pude poner en marcha la motonieve. La llevé a casa y a las ocho ya estaba de vuelta, tirado en el sofá y comiendo cereales.
Gage se dio cuenta de que ésa era la hora estimada a la que se debía de haber iniciado el incendio.
—¿Se lo has dicho a alguna otra persona?
El chico sacudió la cabeza.
—Como te dije, no volví a pensar en ello hasta que todo el mundo empezó a comentar lo del incendio en el instituto, y eso fue ayer. Pero, bueno, es la casa de su hermana, así que, ¿por qué iban a hacerle algo?
A Gage sí se le ocurrieron más de un par de razones y todas ellas implicaban algo ilegal.
Se guardó el cuadernillo de notas en el bolsillo de la camisa y se puso en pie.
—Quiero que no le cuentes esto a nadie de momento. Vas a tener que rellenar algunos papeles contándome lo que me has dicho, pero ahora mismo tengo que comprobar algo.
Gage agarró el informe de los investigadores y rodeó el escritorio. Su hermano se levantó.
—Ah, Gage… —dijo el chico al tiempo que su hermano mayor agarraba su chaqueta y su sombrero vaquero.
—¿Sí? —dijo Gage, abriendo la puerta.
—¿Estoy en un lío por haberme escapado?
Gage hizo una pausa antes de contestar.
—Creo que ésta la dejaremos pasar.
—Genial —dijo Garrett, esbozando una sonrisa de puro alivio—. Gracias.
—Pero creo que tienes que hablar con el alcalde.
Garrett lo miró con los ojos como platos, pero Gage no esperó a oír su respuesta, sino que continuó hasta el escritorio de Alison y le dio la descripción de la camioneta.
Se subió al todoterreno, comprobó su arma y se dirigió al Blue Creek.
Todo parecía estar tranquilo en el bar. Gage aparcó y entró en el local sin perder tiempo.
Había menos de una docena de clientes sentados en unas pocas mesas.
«Mejor…», pensó el sheriff para sí, yendo hasta un rincón apartado y sentándose de espaldas a la pared.
Volvió a mirar a su alrededor. Racy no estaba allí.
—Buenas tardes, sheriff —dijo una camarera desde la barra.
Era Jackie, la segunda al mando después de Racy.
La joven señaló los grifos de cerveza, pero él sacudió la cabeza, así que ella le llevó un agua con gas.
—Oye, Jackie, ¿me puedes traer una hamburguesa con patatas?
—Claro —dijo ella, inclinándose sobre la mesa—.
¿Algo más?
—¿Justin trabaja hoy?
Ella arqueó las cejas, pero se limitó a asentir con la cabeza.
—Dile que quiero hablar con él, cuando tenga un momento.
—Claro.
Gage revisó sus notas y esperó.
Diez minutos más tarde le pusieron el plato de comida sobre la mesa con un pequeño estruendo. El bote de kétchup y los cubiertos aterrizaron más tarde.
Gage levantó la cabeza y se encontró con Justin.
—¿Querías verme? —le preguntó, de brazos cruzados.
—Siéntate un momento, por favor —le dijo, echándose un generoso chorro de kétchup en el plato.
—¿Es una orden o una petición?
—Lo que haga falta para que te sientes.
Justin suspiró, bajó los brazos y se sentó.
Los dedos de su mano derecha tamborileaban sin cesar sobre la mesa.
—Las viejas costumbres nunca mueren, ¿no?
Justin se miró las manos y entonces miró a Gage.
—Algunas no, supongo.
—¿Qué te ha pasado en la cara? —le preguntó, fijándose en los cortes y moretones que tenía en el lado izquierdo del rostro.
—Nada. No es nada.
Estaba mintiendo, pero Gage siguió adelante.
—¿Te importaría decirme dónde estuviste el viernes por la noche?
—Trabajando.
—¿Hasta qué hora? —le preguntó, comiéndose una patata.
—El Blue Creek cierra a las dos de la madrugada los fines de semana, ya lo sabes —dijo Justin en tun tono tranquilo y ecuánime—. La cocina deja de servir a medianoche y cuando termino de limpiar allí, ya es hora de limpiar la barra principal.
—¿Y qué hiciste después? Quiero decir, desde las dos y media hasta el amanecer.
—¿Por qué? ¿Qué estás…? ¿Es por lo del incendio en casa de Racy? —Justin se incorporó en la silla—. ¿De qué demonios me estás acusando?
Una patata frita se detuvo a medio camino de la boca de Gage.
—No te estoy acusando de nada —dijo Gage, masticando rápido—. ¿Y bien?
—Estuve aquí todo el tiempo. Jugué un rato al billar y me fui a la cama.
—¿Solo?
Justin apretó los puños.
—Sí.
—No —dijo una voz.
Ambos se volvieron de golpe.
Gina.
La joven llevaba una camiseta del Blue Creek ceñida con un nudo detrás de la espalda, dejando entrever una delgada línea de piel justo por debajo el ombligo.
Gage no daba crédito.
—¿Qué has dicho?
Ella se humedeció los labios y avanzó un par de pasos hasta detenerse frente a la mesa.
—He dicho que no. No estaba solo.
—¿Te importaría explicármelo?
—Yo también trabajé el viernes por la noche. Después de limpiar, me fui, pero entonces me di cuenta de que me había olvidado el bolso y regresé. Al final… ah… Terminamos… jugando al billar.
—No es eso lo que él quiere saber —dijo Justin, mirándola intensamente.
—Mira, sé que no querías que nadie supiera lo que había pasado… entre nosotros, pero esto es importante —dijo Gina, mirando a Justin y después a su hermano—. Crees que Justin ha tenido algo que ver con el incendio, ¿verdad?
Esa vez Gage no pudo reprimir el juramento.
Siempre había sabido que nada bueno podía salir de aquella relación laboral.
Justin frunció el ceño.
—Está mintiendo —dijo de pronto.
Ella se volvió hacia él de golpe, con las manos apoyadas en las caderas.
—¡No es verdad!
Se hizo el silencio.
Gage mantenía la vista clavada en su hermana.
—¿Y entonces qué pasó en realidad? —preguntó unos momentos después.
Ella relajó un poco la postura y bajó las manos hasta los muslos.
Por el rabillo del ojo Gage podía ver cómo la miraba Justin.
El hermano de Racy seguía todos sus movimientos, por pequeños que fueran.
—¿Y bien?
Sonrojada, ella tardaba en contestar.
—Como te he dicho, jugamos al billar. No se me da muy bien, así que Justin me enseñó algunos movimientos. Bueno, una cosa llevó a la otra y terminamos… Ah… Arriba, en su habitación… Ya sabes… En realidad esto no es asunto tuyo. Ya no soy una niña pequeña, Gage. Puedo pasar la noche con… —Gina hizo una pausa—. No querrás que te dé todos los detalles, ¿no?
Gage volvió a mirar a Justin y le preguntó a Gina:
—¿Eso se lo has hecho tú?
La expresión de Gina se tornó confusa.
—¿De qué estás…? ¡No! ¡Claro que no!
—¿Crees que tu hermana tuvo que defenderse de mí?
Gage guardó silencio y suspiró, sabiendo que aquello no tenía remedio.
—¿Cuándo te fuiste?
—A eso de las nueve de la mañana del sábado.
Gage hizo un cálculo mental y se dio cuenta de que Justin no podía haber estado con Billy Joe.
«Maldita sea…», pensó para sí.
¿Quién hubiera pensado que su hermana llegaría a convertirse en la coartada de Justin?
—¿Estás segura?
—Las sábanas de su cama son color verde oscuro; prefiere el té inglés antes que el café, y tiene un caimán en el baño —dijo Gina, resentida—. ¿Quieres ir a comprobarlo?
Esa vez Gage miró a Justin.
—¿Un caimán?
Justin lo atravesó con la mirada.
—Es un animal disecado y fue un regalo de la hija de un compañero… un viejo amigo.
—Entonces, ¿hemos terminado? —preguntó Gina, con ironía—. ¿Quieres que te lo ponga por escrito? ¿O acaso quieres que te lo firme con sangre? Si es así, deberíamos hacerlo cuanto antes porque mi turno empieza… ahora.
—No me has dicho qué tiene que ver todo esto con el incendio en la casa de mi hermana.
—No, no lo he hecho.
—¿Racy está en peligro?
—Oficialmente, tengo que decir que no.
Justin se acercó un poco.
—¿Y extraoficialmente?
Gage guardó silencio. Aunque Justin no hubiera estado en casa de su hermana el sábado por la mañana, sí que podía estar al tanto de lo que su hermano se traía entre manos.
—Es una investigación abierta.
Justin hizo una pausa, sacudió la cabeza y se fue hacia la cocina.
Gina lo siguió con la mirada y, al verlo desaparecer tras las puertas giratorias, fue tras él.
Gage, por su parte, trató de picotear un poco la comida, pero enseguida se dio cuenta de que había perdido el apetito completamente. Además, era mejor enfrentarse a Billy Joe con el estómago vacío.
El sheriff de Destiny contó hasta diez y, tras dejar algo de dinero sobre la mesa, fue en la misma dirección que su hermana.
Al atravesar la puerta que llevaba a la parte de atrás, se los encontró discutiendo al final del pasillo.
Justin dio un paso adelante, acercándose más y más a Gina, y entonces Gage avanzó un poco.
De repente, ella dio media vuelta, pero al ver a su hermano se detuvo, sin saber hacia dónde ir. Su rostro estaba lleno de rabia y temor.
—Justo lo que esperaba de una cría —dijo Justin, al verla pasar de largo hacia una puerta sólo para personal—. Si te preocupa que vaya detrás de tu hermana, sheriff, no tienes de qué preocuparte —añadió él, alzando la voz—. La ingenuidad no me motiva.
Gage hubiera querido ir detrás de su hermana, pero sabía que eso era lo último que ella deseaba en ese momento; así que fue por Justin.
—Debe de ser el agua —dijo Justin—. Racy estuvo a punto de tirarme al suelo antes de irse de aquí.
—¿Racy estuvo aquí? ¿Cuándo?
—Esta mañana —Justin señaló por encima del hombro—. La vi hablando por teléfono cuando pasé por delante de su despacho. No parecía muy contenta. Y un segundo después me dio un empujón que casi me tiró al suelo al salir por la puerta. De eso hace como una media hora.
Gage supo que aquello no era buena señal.
En ese momento ella podía estar en cualquier parte
y…
Rápidamente se dirigió a la salida y al llegar a la puerta, se volvió un instante.
—Oye, Dillon.
Justin lo miró fijamente.
—La próxima vez te quedas a dormir en la maldita mesa de billar. Solo…