Capítulo 6
N
O es eso.
Racy sabía que no era eso lo que había querido decir, pero las preguntas de Gage acerca de sus
hermanos la sacaban de quicio.
—¿Qué sucede, Gage? ¿No entiendes que una universitaria quiera trabajar en un bar? Oh, espera. ¿Cómo es que tu hermana se ha convertido en mi nueva empleada?
—No estamos hablando de mi hermana —él avanzó y se agarró al respaldo del sofá que los separaba—.
Pero no puedo negar que no quiero que trabajé allí.
—Creo que no tienes que decir nada al respecto.
Él se puso tenso y entonces suspiró.
—Es que no lo entiendo.
—¿Y qué hay que entender? Quiere conocer gente y llevar maquillaje y ropa sexy.
Gage resopló.
—Sí, tuve ocasión de ver tu obra anoche.
—La vista desde el balcón es increíble, ¿verdad?
Él se quedó de piedra un instante y entonces se dio la vuelta, apoyando la cadera contra el respaldo del sofá.
—Tiene sus ventajas, pero eso ya lo sabías cuando hiciste el espectáculo —dijo él.
—Me alegro de que hayas disfrutado de la vista — ella se puso en pie y fue hacia el hogar—. ¿O no?
—Tuviste mucha suerte con el vaquero que elegiste. A diferencia de la vez anterior.
Racy recordó lo ocurrido en aquella ocasión. A pesar de su buen aspecto, el hombre al que escogió entonces resultó ser un delincuente en toda regla. Sin embargo, ella no advirtió su mirada depredadora hasta que fue demasiado tarde. Cuando el individuo subió a la barra le susurró que era un antiguo compañero de celda de uno de sus hermanos y trató de propasarse con ella, pero, por suerte, los guardaespaldas llegaron antes de que las cosas se pusieran peor.
—¿Qué fue eso? ¿Una especie de revancha?
La pregunta de Gage la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué?
—Admito que lo del baile fue una sorpresa. Estoy seguro de que todos los habituales… Maldita sea, seguro que hasta algunas mujeres disfrutaron con ello, pero… ¿El Especial? Pasaste más tiempo mirando hacia arriba que atendiendo a ese vaquero…
Ella se dio la vuelta y le dio la espalda al hogar, tapando la luz y dejando a Gage en sombras.
—¿Crees que lo hice por ti?
—Gina te dijo que yo solía ponerme en los balcones y no pudiste resistir la tentación. Creo que tienes más cosas en común con Tammy de las que crees.
—En común con…
Racy se sintió ofendida ante aquella comparación. Tammy tenía más la cabeza hueca y no pensaba sino con otras partes de su cuerpo.
—Yo no soy una buscona.
—Claro que sí. Siempre te ha gustado, y siempre te gustará —Gage se encogió de hombros—. No importa si tienes que bailar sobre la barra, en un bar de carretera… en mi salón.
—Tu sal… ¡Yo no busco nada! —Racy rodeó el sofá y fue directamente hacia él, apretando la manta a su alrededor con fuerza—. Yo no busco. Yo flirteo. Hay una diferencia muy grande.
El fuego iluminó un lado del rostro de Gage, realzando la oscuridad de sus ojos y el rictus serio de sus labios.
El resto permanecía en las sombras, así que pudo mirarla de arriba abajo con libertad.
—¿Hay una diferencia? —preguntó él en un tono de fingida inocencia—. Explícamelo, por favor.
—Flirtear es pasárselo bien, jugar a un juego, dar a probar algo que podría llegar a ser. Todo depende de escoger bien a la persona, pero por lo demás, es inofensivo.
—¿Inofensivo?
—Flirtear significa provocar a la otra persona, pero no llegar hasta el final. Alguien que hace una promesa y entonces se echa para atrás; alguien que hace creer a la otra persona que van a hacer, bueno, ya sabes, y entonces para.
—Como he dicho antes, eres una buscona.
—Gage, ¿cómo puedes decir una cosa así? ¡Ni siquiera te he tocado esta noche!
Él la agarró y un segundo después estaba sentada entre sus piernas.
—Gage… —dijo ella. Sus manos habían aterrizado sobre el pecho de él, que ardía de calor.
La manta se le cayó de los hombros y se le deslizó hasta las caderas.
Él la sujetaba con fuerza por la cintura, apretándola contra su potente miembro viril.
—¿De verdad crees que tienes que tocarme? —susurró él—. ¿No sabes que basta con verte? ¿Con la caída de tus rizos? ¿Con el contoneo de tus caderas, la chispa de tus ojos?
Ella abrió la boca para protestar, pero él se acercó aún más, ahogando las palabras antes de que salieran de sus labios.
Le puso una mano sobre la cabeza para que no pudiera escaparse y entonces respiró profundamente.
—Es este aroma a vainilla y lima que te rodea, incluso ahora, recién salida de la ducha. Maldita sea, Racy… Ni siquiera tienes que estar en la habitación para jugar conmigo. Con sólo recordar cuando te tuve en mis brazos, piel contra piel…
Racy guardó silencio y se dejó llevar.
Los labios de él se movían sobre su frente y cada palabra que pronunciaba tenía un efecto hipnótico sobre ella.
Era una locura.
Clavando las uñas en su piel, dejó escapar un leve gemido. El deseo de probar su carne ardiente la consumía por dentro, pero no podía ceder.
Él se inclinó hacia atrás y la agarró de la barbilla, obligándola a mirarlo.
—Yo recuerdo cada segundo de aquella noche en Las Vegas. Desde el momento en que ganaste ese maldito trofeo hasta el momento en que me desperté y te vi a mi lado, totalmente desnuda, sosteniendo el certificado de matrimonio entre las manos. Lo recuerdo todo con perfecta claridad. Dime que no soy el único que… Dime.
—Lo recuerdo.
Él se acercó un poco más, hasta que sus labios quedaron a unos milímetros de los de ella. Y entonces transcurrieron unos segundos de interminable silencio.
Estaban a punto de besarse y ella casi esperaba que lo hiciera, pero…
De pronto él se apartó bruscamente y se levantó del sofá, alejándose unos pasos.
—¿Qué… qué ha sido eso? —preguntó ella.
—Ah, por suerte todavía me queda algo de sentido común.
—¿Qué?
Él cerró los ojos un instante y después respiró hondo.
—Es la lavadora —dijo, reparando en el ruido que hacía la máquina.
—¿Me estás lavando la ropa?
—Sí —dijo él, abriendo los ojos—. Necesitarás ropa limpia mañana.
Ella guardó silencio, pero su respiración entrecortada la delataba.
Sin dejar de mirarla ni un instante, él fue hacia ella y se detuvo justo delante.
—Voy a ver cómo va la colada —dijo, mirándole los labios—. Deberías meterte en la cama y… Ah, tratar de dormir.
—¿Y ahora quién está jugando?
—Yo, señora Steele. Lo hago fatal, ¿verdad?
Ella abrió la boca para decir algo, pero él le puso un dedo sobre los labios.
—No. Tú eres muy buena en este juego, Racy. Y yo también. Pero estoy cansado de jugar contigo.
La primera cosa que vio al abrir los ojos fue la braguita de encaje rosa, perfectamente doblada sobre un montón de ropa limpia que estaba a su lado encima de la cama.
«Oh, maldita sea…», se dijo, tapándose la cara con la mano para protegerse del sol que entraba a borbotones por los ventanales.
Tocó las prendas.
Él lo había hecho todo. Había lavado la ropa, la había secado y se había molestado en doblarla y colocar-
la sobre la cama; hasta la ropa interior… Pero no.
Él le había dejado muy claro la noche anterior que no estaba interesado, por mucho que ella lo atrajera físicamente.
Además, ni siquiera habían hablado de lo que iban a hacer con el matrimonio.
¿Era factible solicitar otra anulación? ¿Serían capaces de mantener el secreto a salvo?
Racy no tenía respuestas para esas preguntas, pero sí había algo que tenía muy claro.
Era una perdedora.
Su primer marido, Wyatt, la había dejado viuda, y Tommy la había abandonado a la primera oportunidad.
Y ahora Gage…
Miró el reloj y bostezó. Eran casi las once.
Ella nunca se quedaba en la cama hasta tan tarde.
Dándose la vuelta, recogió la mochila del suelo. Maggie aún debía de estar en la iglesia, así que aún tenía algo de tiempo antes de reunirse con ella y con Leeann.
Marcó el número de la segunda en el móvil y esperó.
—Hola.
—Hola, soy yo —dijo Racy, apartándose el pelo revuelto de la cara—. ¿Te he despertado?
—¿Estás de broma? Llevo despierta desde antes de las nueve.
Racy gimió.
—No te soporto. Qué envidia me das —le dijo en un tono de broma—. Por lo menos dime que estabas viendo la tele.
—¿En un día como hoy? ¿Con toda esa nieve y con el sol que hace? Hace un día espléndido, aunque estemos a unos cuantos grados bajo cero. No me digas que tú sigues en cama.
—No, estoy levantada.
—Mm, me lo suponía. ¿Te dijo Maggie lo de comer juntas hoy?
Racy se inclinó sobre la cama y recogió su ropa.
—Por eso llamo. Tengo que…
—Espera, alguien me está llamando. A ver si no es mi jefe. Hoy no tengo que ir, pero cuando trabajas para el sheriff… Vuelvo enseguida.
Se hizo el silencio.
Racy dudaba mucho de que fuera Gage quien llamara a su amiga, pero, aun así, se esforzó por escuchar los sonidos provenientes del salón.
Nada.
Rápidamente se enfundó en los vaqueros, haciendo malabarismos para sujetar el teléfono debajo de la oreja.
—Hola, ya estoy. Maggie está aquí.
—Ya es hora de levantarse —dijo Maggie—. ¿Te quedaste atrapada en el bar a causa del tiempo? No me contestaste al teléfono esta mañana.
Racy se detuvo un momento.
—¿Has llamado a mi casa? —le preguntó.
—Para preguntarte si querías que te llevara a la iglesia. Últimamente te he visto entrar por la parte de atrás y quedarte en las filas del final.
Racy pensó con rapidez y buscó una forma de mantener a sus amigas lejos de su casa.
—Iba a sugerir que nos fuéramos a comer directamente desde la iglesia —añadió Maggie—. Así podríamos ir juntas a recoger a la señorita «Yo me comunico con Dios a mi manera».
Leeann resopló con burla al oír el mote de Maggie.
—Oye, yo aprovecho mucho más las experiencias de la vida que los sermones del predicador en los que advierte de los pecados del hombre.
—Ah, chicas, os llamo precisamente por los planes que habíamos hecho —dijo Racy, metiendo el top que llevaba el día anterior en la mochila.
Cegada por la luz del sol, fue hacia la ventana para abrir las cortinas y miró fuera. Los montones de nieve recién caída desprendían una blancura reflectante que vaticinaba un terrible dolor de cabeza.
—Lo siento, pero no voy a poder.
—¿Qué?
—¿Por qué?
Al intentar agarrar la cuerda de las cortinas, vio a Gage.
Estaba en un solárium de cristal lleno de plantas y los rayos del sol hacían brillar la fina capa de sudor que cubría sus músculos.
En ese momento se inclinó hacia delante y entonces empezó a hacer una serie de movimientos controlados con brazos y piernas; manteniendo cada pose durante unos segundos.
Racy lo observaba con curiosidad, viendo cómo se estiraban y contraían sus poderosos músculos. Era Taichi.
Y él parecía hacerlo a la perfección.
—¿Hola?
—¿Racy?
—Ah, sí… Sigo aquí —trató de tragar, pero tenía la boca seca.
—¿Qué sucede? —preguntó Leeann—. Suenas muy rara.
—Aquí llega Landon —dijo Maggie—. Sacaré a toda la familia del coche, lo digo con cariño, amor, Y te recojo en quince minutos. Racy, vamos para allá.
—No, no podéis —dijo Racy, presa del pánico—. No quiero que vayáis a la casa.
—¿Hiciste alguna estupidez anoche? —preguntó Maggie—. Chase se portó como un auténtico caballero, pero si llevaste el plan demasiado lejos… —Oye, ¿qué plan?
—No había ningún plan —dijo Racy, contestándole a Leeann—. Es que tuve una mala noche y las cosas se descontrolaron un poco.
—¿Cuánto? —preguntó Leeann—. ¿Estás en un lío? ¿Necesitas ayuda? Puedo estar ahí incluso antes de que Maggie salga a la carretera. Con refuerzos, y no será Steele, porque hoy libra.
—A lo mejor quiere que llames a Gage —dijo Maggie.
—¿Estás loca? No lo soporta —dijo Leeann.
—Hay una delgada línea entre el amor y el odio. La verdad es que debería haber cruzado esa línea hace mucho tiempo.
—No todo el mundo busca un final feliz, Mags.
—Que tú no lo quieras no significa que Racy tampoco.
Racy cerró los ojos.
—¿Puedo hablar, chicas?
—Siempre y cuando digas la verdad —dijo Maggie.
Racy vio que no tenía escapatoria. Sus amigas no iban a parar hasta que les dijera toda la verdad.
—Gage me llevó a casa anoche por la tormenta, ¿de acuerdo? Encontré a mis hermanos en mi casa celebrando su salida de la cárcel. Le habían dado alcohol a mi perro, así que tuvimos que ir a la clínica de Kali de urgencia. Al final me acosté una hora antes del amanecer.
Las palabras salían de su boca con una soltura pasmosa; tanto así que tuvo que ponerles freno.
Había estado a punto de confesarlo todo, incluso lo de Las Vegas…
Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea.
—¿Sola?
—Sí, Mags, sola.
—¿Sigues ahí? —preguntó Leeann—. Supongo que estáis en su nueva casa del lago.
—Sí y sí. Y antes de que me preguntéis, no sabía nada de lo de mis hermanos, y Jack se recuperará.
Volvió a mirar por la ventana justo a tiempo para verle volverse hacia las tranquilas y azules aguas del lago.
Seguía de espaldas a ella, haciendo sus ejercicios.
De repente vio a su querido Jack. El perro iba corriendo hacia su salvador con la lengua afuera, contento y juguetón.
—¡Jack! —exclamó Racy—. ¡Está aquí!
Sus amigas empezaron a bombardearla con preguntas, pero ella las hizo parar rápidamente.
—Chicas, os agradezco vuestra preocupación y sé que queréis hablar, pero ahora mismo tengo un montón de cosas que hacer, así que… ¿Podemos dejar lo de la comida para otro día de la semana?
—La fiesta de despedida de soltera es el próximo viernes y quiero todos los detalles —dijo Maggie.
—Lo sé —dijo Racy —desabrochándose los botones de la parte superior del pijama a toda velocidad.
Tenía que ir a ver cómo estaba Jack.
—No faltaré.
—Si Billy Joe y Justin te dan problemas… Si necesitas ayuda, con lo que sea, llama, por favor —dijo Leeann.
—Gracias, chicas. Hasta luego.
Racy colgó al tiempo que conseguía desabrochar el último botón de la camisa, pero al levantar la vista se encontró con la mirada intensa de cierto sheriff que la traía de cabeza.
«Pillada…», se dijo.
Él estaba en medio del solárium, mirándola mientras hacía sus ejercicios.
«Yo no soy una buscona… Claro que sí. Siempre te ha gustado, y siempre te gustará…», pensó Racy, recordando sus palabras.
Sin quitarle los ojos de encima, él recogió la toalla y se la colgó del cuello.
Racy tiró con fuerza de la cuerda de la cortina y por fin consiguió bajarla.
Tenía que vestirse.
«Ahora…».
Un gruñido amistoso la hizo pararse en seco.
Demasiado tarde.
Si Jack estaba en la habitación, Gage también…