Capítulo 2
Última semana de enero…
—¿De qué demonios estás hablando?
—No hay necesidad de hablar así. ¿Tengo que decirlo dos veces?
Gage miró a su hermana mediana, que estaba sentada al otro lado del viejo escritorio de su padre.
Se había presentado en su casa a primera hora en aquella fría mañana de sábado para contarle que había conseguido trabajo.
En un bar, nada más y nada menos…
Pero no en un bar cualquiera, sino en el de Racy.
—Sí.
—Racy me contrató anoche, así que voy a trabajar en el Blue Creek.
—Estuve en el Blue Creek anoche, pero no te vi.
—Bueno, yo también estuve, pero tampoco te vi.
—Suelo pasarme todas las noches para asegurarme de que todo va bien.
—Sí. Puedo imaginármelo. El sheriff malo exhibiendo su placa y metiendo en cintura a los criminales.
—Yo siempre soy muy discreto y no exhibo … — Gage respiró hondo y dejó caer la correspondencia sobre el escritorio, mirando a su hermana—. Gina, ¿qué estás haciendo? Tienes dos títulos universitarios; uno de ellos un máster.
—Y me ha servido de mucho en el mundo real.
El dolor que atenazaba la voz de su hermana era muy revelador.
A su llegada de Londres en la víspera de Acción de Gracias, Gage se había dado cuenta de que algo iba mal.
Ni siquiera Gina podía terminar una beca de estudios de un año en tres meses.
—¿Crees que estoy sobrecualificada para trabajar en un bar?
—Sí.
—¿O acaso crees que no soy lo bastante guapa?
Sorprendido, Gage miró a su hermana fijamente. La chaqueta vaquera con cuello de borrego que llevaba puesta había pertenecido a su padre. Con su cabello rizado recogido en la coleta de siempre y sus gafas de montura dorada, podía pasar por una estudiante de secundaria, igual que su hermana pequeña, Giselle, que sí iba al instituto.
Sin duda alguna no tenía el aspecto de las mujeres que servían copas y hamburguesas en el bar más célebre de Destiny gracias a sus minifaldas, vaqueros ajustados y camisetas ceñidas. Mujeres como Racy…
La noche anterior iba vestida toda de negro, con un top que enseñaba la tripa y unos vaqueros que realzaban sus curvas perfectas hasta llegar a las botas vaqueras que llevaba puestas. La única nota de color provenía de su pelo rabiosamente rojo y de las joyas de oro que llevaba en las orejas, en el cuello y en el… ombligo.
Aquel piercing era nuevo. Cinco meses antes no estaba ahí, pues si hubiera estado, él lo habría sabido.
—Gracias por defenderme —dijo su hermana.
Gage parpadeó al oírla hablar. Su tono seco lo había sacado de la ensoñación.
—¿Eh? No eres muy guapa. Eres preciosa… Es que…
—Lo sé. Las chicas que trabajan ahí parecen… distintas —Gina se miró la ropa que llevaba puesta—. ¿Qué puedo decir? Mi vida siempre ha girado en torno a la sapiencia, no la apariencia, pero Racy me dijo que iba a ayudarme.
—¿Ayudarte?
—Me dijo que me daría algunos consejos y trucos para el pelo y el vestuario.
Gage trató de imaginarse a su hermana vestida como una pelirroja despampanante, pero no pudo.
Se inclinó hacia ella.
—Gina, esas chicas no sólo venden alcohol y comida. Flirtean y juegan y… Maldita sea, Racy incluso los tiene a todos haciendo cola en el bar, bailando sobre la barra.
—Racy me dijo que algunas de las chicas trabajan para ayudar a sus familias a llegar a fin de mes.
—Cierto, pero a excepción de la pasada noche, ¿cuándo fue la última vez que estuviste en el Blue Creek o en cualquier otro bar?
—¿Y eso qué tiene que ver?
Gina se puso en pie de un salto.
—Oye, yo también soy joven, y estoy soltera y quiero pasármelo bien. Ya he tenido bastante de sabelotodos y de genios con un alto coeficiente intelectual. He pasado tantos años estudiando, que ni siquiera conozco a la mayoría de veinteañeros de mi época. Quiero conocer a chicos de mi edad. ¿Sabías que este verano fue la primera vez que…?
Gina se detuvo y cerró los ojos un instante.
—Voy a hacerlo, te guste o no. He venido porque Racy pensó que debía decírtelo.
—¿Qué?
—Racy me dijo que debía decirte que iba a trabajar para ella.
Gage pensó que lo hacía por venganza. Desde el momento en que habían salido del despacho del abogado matrimonial, ella había hecho todo lo posible por ignorarlo y le llevaba la contraria cada vez que tenía ocasión. Al principio él había intentado evitar el bar, así que mandaba a sus ayudantes a hacer las rondas, casi siempre conflictivas.
Sin embargo, durante las eliminatorias de béisbol, se desató una reyerta en el Blue Creek. No tuvo más remedio que meterse entre los puños de los gamberros para calmar los ánimos y después de llevarse una buena patada en el trasero, se encontró con Racy, que no hacía sino consolar a su antiguo compañero de instituto, Dwayne McGraw. Casado y padre de seis niños, Dwayne pesaba el doble que él y estaba tan borracho y enfadado por la derrota de su equipo que era incapaz de escuchar a nadie.
A nadie… excepto a Racy.
Y eso era lo que más le molestaba a Gage.
—¿Hola? —exclamó Gina, chasqueando los dedos—. ¿Sigues ahí?
—Estoy aquí —dijo Gage, ahuyentando los recuerdos—. Mira, puedo arreglarlo.
—¡No hay nada que arreglar!
—Puedo hablar con el director del instituto —dijo, haciendo una anotación en el calendario que estaba sobre su escritorio—. A lo mejor tienen alguna vacante. O a lo mejor podría averiguar en la Universidad de
Wyoming…
Gina puso una mano sobre la de él y le hizo soltar el bolígrafo.
—Quiero conocer a gente de mi edad, no enseñarles. Deja de intentar resolver problemas que no existen y deja de decirme lo que tengo que hacer. Dios, tengo veintidós años, no doce.
Gage miró a su hermana.
—No te estoy diciendo lo que tienes que hacer.
—Pues parecía todo lo contrario.
Un profundo suspiro brotó de los pulmones de Gage. No podía evitarlo. Cada vez que miraba a su hermana Gina veía a una chica con trenzas y correctores dentales.
—Prométeme que tendrás cuidado y que no harás locuras.
—¿Como bailar sobre la barra?
Gage miró a su hermana y vio algo que había visto muchas veces en el espejo.
Determinación.
—Gina…
—Tengo que irme. He quedado con mi jefa para una sesión de maquillaje que me convertirá en una nueva Gina.
—A mí me gusta la Gina de siempre —dijo él.
Eso era precisamente de lo que tenía miedo.
—Eres mi hermano. No esperaba que dijeras otra cosa —dijo ella, yendo hacia la puerta—. Confía en mí. No todos los hombres estarían de acuerdo contigo. Nos vemos, hermanito —dijo y se marchó antes de que Gage pudiera contestar.
Una arruga profunda asomó en su entrecejo. Algo iba mal. Había intentado mantenerse unido a su hermana mediana durante su larga estancia en el extranjero, sobre todo después de la muerte de su padre, pero a veces resultaba difícil comunicarse con ella. A diferencia de las gemelas, Gina se guardaba sus sentimientos celosamente y su excepcional inteligencia la aislaba aún más.
Sin embargo, sí que había algo de lo que estaba seguro. Trabajar en un bar no era la respuesta a sus problemas.
A lo mejor era el momento de hablar con Max. Racy era la encargada del personal, pero el dueño era un viejo amigo de su padre.
Lleno de confianza en sí mismo, Gage siguió examinando la correspondencia. De pronto el remitente de la State Bar Association de Nevada llamó su atención.
Una bola de incertidumbre le atenazó el estómago.
No debían de ser buenas noticias.
Lo último que había hecho en Nevada había sido anular el matrimonio con Racy.
Abrió la carta y comenzó a leer, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
Unos segundos más tarde, aplastó en papel en un puño.
—Oye, estás impresionante —dijo Racy al ver salir a Gina del cuarto de baño del local.
Después de una intensa sesión de maquillaje que había sacado lo mejor de los Steele, habían regresado al bar y Racy le había dado un par de camisetas con el logo del local para que se las probara.
—¿No crees que son demasiado…? —dijo Gina, tirando del dobladillo de la camiseta, que terminaba justo por encima de sus nuevos vaqueros ajustados—, ¿ceñidos?
—Se supone que deben ser ceñidos, cariño, y tú tienes el cuerpo perfecto para llevarlos —dijo Racy, haciéndola volverse hacia el espejo de cuerpo entero—. ¿Lo ves?
Racy se conmovió al ver la ilusión que encendía los ojos de la joven. La noche anterior se había llevado una gran sorpresa cuando la muchacha con aspecto de bibliotecaria le había pedido trabajo, pero no la había contratado para provocar a su hermano. En realidad, necesitaba ayuda en el bar, sobre todo después de perder a dos de sus chicas una semana antes.
—Bueno, dedicaré el tiempo que nos queda a enseñarte el menú y el sistema de pedidos. Y también puedes practicar llevando una bandeja llena de bebidas.
—Pero yo no voy a tener que hacer eso, ¿verdad? —preguntó Gina, asustada.
Racy pensó en la cara que pondría Gage al ver a su hermana bailando en un bar, pero no podía hacerle eso a Gina. Además, Gage no había vuelto por el Blue Creek desde la trifulca de las eliminatorias.
«Cobarde…», pensó para sí.
—No, ésas son las Blue Creek Belles. No actuaron anoche, pero además de servir copas, también bailan —Racy bajó el volumen del equipo de música—. Voy a darte las seis mesas de esa zona.
El rostro de Gina reflejó el pánico que sentía de pronto.
—¿Seis? ¿Estás segura?
Racy agarró los menús y una bandeja grande.
—Estaré por aquí, si necesitas ayuda, y las otras chicas también te pueden echar una mano si esto se llena.
—Te lo agradezco —dijo Gina, apoyando los antebrazos sobre la barra—. Me estaba volviendo loca en casa.
—Seguro que es una suerte haber vuelto a casa con tu familia.
—Me alegro de haber vuelto a casa después de haber pasado tanto tiempo en colegios privados y después en la universidad. Como Gage se fue de casa, me he apoderado del ático, que es un apartamento completo con su baño y todo.
Las manos se Racy se pararon de pronto y asieron con fuerza las botellas que estaban bajo la barra.
—¿Ya han terminado su casa del lago?
Gina asintió. Abrió el menú y miró el contenido.
—¿Te lo puedes creer? Lleva toda la vida trabajando en esa cabaña de madera.
«Cuatro años…», pensó Racy.
—Bueno, estoy segura de que estará muy contento de haber terminado por fin su guarida de soltero.
—Jefa —dijo Ric Murphy, uno de los miembros del equipo de seguridad—. Max te espera en su despacho. Quiere hablar contigo.
—Muy bien —dijo Racy, volviéndose hacia Gina—.
Volveré en un momento.
—Aquí estaré.
Racy sonrió y se dirigió hacia las escaleras que llevaban el segundo piso y a las oficinas del local. Muy pronto el despacho de Max se convertiría en el suyo propio. Max había tenido un par de éxitos en la música country y había comprado el local a principios de los ochenta. Pero él ya sabía que se estaba haciendo viejo y que muy pronto tendría que retirarse. De hecho, desde la llegada de Racy al Blue Creek no había dejado de hacer bromas sobre su próxima jubilación, momento que ella esperaba con ilusión. Después de ocho años poniendo copas y ocupándose del local, estaba más que preparada para dar el siguiente paso.
Un paso que había dejado de ser un sueño después
de volver de Las Vegas con cincuenta de los grandes en el bolsillo.
Y con otro «ex» a sus espaldas.
Al subir el último peldaño dio un traspié.
Lo suyo con Gage no había sido más que eso; un error que había durado menos de doce horas, un pequeño lapsus que había resuelto sin más.
Se detuvo ante la puerta del despacho y llamó. Al oír el familiar gruñido de Max, entró y… Se quedó perpleja.
Vestido con vaqueros y botas camperas, Gage Steele estaba de pie detrás del escritorio de su jefe, apoyado contra la ventana.
Al verla entrar, se dio la vuelta y le clavó la mirada.
O, por lo menos, eso pensó Racy.
El ala ancha de su sombrero vaquero le ocultaba los ojos.
«El chico Marlboro…», pensó Racy de repente.
—¿Querías verme? —preguntó Racy, algo tensa.
—Creo que el peluquero me espera —dijo Max, levantándose de su silla.
Se puso el abrigo.
—Creo que tenéis que hablar en privado.
—Yo pensaba que eras tú quien quería hablar — dijo Racy.
Gage guardó silencio.
—Pórtate bien —dijo Max en voz baja, yendo hacia Racy—. Y no me revuelvas el despacho.
—Max…
Su jefe desapareció antes de que pudiera protestar y la dejó mirando la puerta durante unos segundos.
Un sonido gutural la hizo darse la vuelta.
—¿Qué quieres?
Gage se apartó de la ventana y respiró profundamente.
—¿Y bien?
Él se metió las manos en los bolsillos y fue hacia ella.
—Tenemos que hablar.
El sonido de su voz desencadenó un escalofrío que recorrió la espalda de Racy y la hizo cruzarse de brazos.
«Maldita sea, la chaqueta de chándal gris de Gage…».
Normalmente nunca salía de casa con ella puesta, pero Gina se había presentado mientras estaba estudiando en casa y había olvidado quitársela.
Probablemente él ni se acordara de cómo había llegado a sus manos, pero era mejor no arriesgarse.
Con un movimiento rápido se quitó la chaqueta y se la ató alrededor de la cintura, descubriendo el top negro que llevaba debajo.
Los ojos de él seguían cada uno de sus gestos.
—¿Por qué has hecho eso?
—Es que hace calor.
Una emoción indescifrable llenó sus pupilas azules, pero entonces él parpadeó y la expresión se esfumó en un instante.
Sin embargo, él dio unos pasos adelante hasta detenerse justo delante de ella.
Racy no puedo evitar pensar que era la primera vez que estaban juntos desde aquel loco fin de semana en Las Vegas. Se habían evitado a toda costa durante varios meses y no habían vuelto a cruzar palabra desde entonces, pese a haberse visto en más de una ocasión por las calles de Destiny.
—¿Qué estás haciendo en mi local, Gage?
El borde del ala de su amplio sombrero le rozó el cabello.
—Yo pensaba que este sitio era de Max.
—Sobre el papel. Yo soy la que hace que funcione.
—Siempre directa al grano, ¿verdad?
—Sí, y ahora estoy muy ocupada —dijo, esquivando su mirada y volviendo a cruzar los brazos.
Dio un rodeo y se apoyó sobre el escritorio de Max.
—Bueno, ¿por qué has echado a mi jefe de su despacho?
—Tenemos que hablar de un par de cosas.
—Y una de ellas es tu hermana —dijo Racy, cortándole con un gesto—. Has venido a ver a Max por ese motivo y, ¿qué? ¿Quieres cobrarte un viejo favor de la familia? Supongo que él te habrá dicho que tenías que hablar conmigo, así que… adelante. Inténtalo.
—¿Que lo intente?
—Convencerme de que la eche. Sin embargo, creo que ya puedo darte una respuesta. Ni hablar.
Gage apretó los labios.
—Éste es el último lugar en el que Gina debería trabajar.
—¿Por qué? —preguntó Racy.
—Tiene un máster en Estudios Ingleses.
—¿Y eso le va a impedir servir copas y hamburguesas?
—¡Maldita sea, Racy! No está preparada para lidiar con los vaqueros borrachos y los universitarios que vienen por aquí.
—No como yo, ¿verdad?
—Bueno, sí, tú sí que sabes cómo mantenerlos a raya.
—Si te refieres a la trifulca que ocurrió en octubre, era perfectamente capaz de ocuparme de todo hasta que tú apareciste.
—Claro, y también podías ocuparte de Dwayne.
Después de que yo parara sus puños con mi cara.
Racy trató de reprimir una sonrisa, pero no pudo.
—Deberías haberle esquivado —dijo, en un tono serio—. Mira, no iba a dejar que Dwayne utilizara una derrota de su equipo como excusa para empezar una pelea. Además. Su gancho derecho tampoco te hizo mucho daño, ¿no?
—No lo creo. A mí me dolió mucho.
—Bueno, seguro que toda la atención que te dedicaron mis queridas Belles te ayudó a recuperarte enseguida.
—Tammy me trajo un filete crudo para el ojo.
Racy bajó la vista, consciente de que el wonderbra morado que llevaba puesto se transparentaba por debajo del top ceñido.
Volvió a cruzarse de brazos y respiró hondo.
—Creo que las Belles siguen tu ejemplo.
—Y tus ayudantes deben de hacer lo mismo —dijo ella—. La vida social de Tammy es más ajetreada que la de Britney Spears y Paris Hilton juntas.
—Bueno, puede ser, pero yo no entro en ese paquete. No estoy interesado en Tammy.
Retrocedió unos pasos, se quitó el sombrero un instante y se pasó una mano por el cabello, poniéndoselo de punta.
—Lo que quiero decir es que Gina debería estar enseñando en cualquier universidad del país.
—Tiene veintidós años —dijo Racy—. Tu hermana quiere pasárselo bien, conocer gente y llevar vaqueros sexys.
—Ésa no es la Gina que yo conozco.
—A lo mejor no la conoces tan bien como crees — dijo Racy, alejándose del escritorio y dando un rodeo por delante de él de camino a la puerta.
—Oye, no hemos terminado —dijo él.
—Sí que lo hemos hecho. No voy a despedirla.
—No se trata de Gina. Se trata de nosotros.
Racy apretó con fuerza el picaporte y abrió la puerta de un tirón.
—Buen intento de cambiar de táctica, pero no hay ningún «nosotros».
—Me refiero a Las Vegas.
Racy titubeó un instante bajo el umbral.
—Creo que estuvimos de acuerdo en no volver a sacar ese tema —le dijo ella, por encima del hombro.
Gage agarró la puerta, bloqueándole la salida.
—Si sigues adelante, iré detrás de ti —le susurró al oído para hacerse oír por encima del estruendo de la música—. ¿Quieres que todo el mundo se entere de que todavía estamos casados?
A Racy se le nubló la vista de repente.
—¿Qué?
Gage la hizo volver a entrar en el despacho, cerró la puerta de una patada y la agarró de los hombros con vehemencia.
—¿Has oído lo que he dicho? —le preguntó, sujetándola de la barbilla y obligándola a mirarlo a los ojos.
De repente su voz grave y profunda cobró un significado especial. Ya le había oído pronunciar esas mismas palabras en el pasado, pero Racy no recordaba
muy bien cuándo ni por qué… —¿Racy?
—¡Mentira!
—¿Qué? ¿Por qué iba a mentir sobre algo así?
Racy no sabía qué pensar, pero sí sabía que habían ido a un abogado de Las Vegas y que él se había ocupado de todo.
—Si me estás gastando una broma…
Un pitido molesto brotó de la radio que él llevaba atada a la cintura.
—¡Maldita sea, Racy! —exclamó Gage en un tono mucho más violento de lo normal y se llevó el intercomunicador a los labios—. Aquí Steele.
—Sheriff, habla el ayudante Harris.
—¿Qué pasa, Harris? —preguntó Gage, sin quitarle ojo de encima de Racy.
Ella escuchaba con atención las palabras sosegadas de una de sus mejores amigas.
—Hemos pillado a unos cuantos chicos haciendo carreras en Razor Hill Road. Tengo a un conductor y aún sigo persiguiendo al otro.
—Muy bien, tráemelos.
—Ah, sheriff… Garrett es el conductor.
Gage cerró los ojos y trató de pensar.
Garrett era su hermano pequeño.
—¿Está… Hay alguien herido?
—No —contestó Harris.
Gage soltó el aliento y abrió los ojos.
—Muy bien. Te veré en la oficina.
—De acuerdo. Estamos en… Un momento… —se oyó un chirrido a través del walkie-talkie y Leeann volvió a ponerse al habla—. El ayudante Bailey acaba de volver. Tiene al otro conductor.
—Bien. Ponte en contacto con los padres del otro conductor.
—Sheriff, la otra conductora es Giselle.
Racy trató de contener la risa, pero no pudo.
Los hermanos gemelos de Gage y Gina, ambos en el instituto, compitiendo en carreras clandestinas…
Racy había hecho las mismas travesuras cuando era una adolescente. Se había llevado la destartalada furgoneta de su padre en más de una ocasión y casi siempre había ganado las carreras. Aquel viejo cacharro escondía un motor de miedo.
Sin embargo, una vez la habían atrapado y su pa-
dre la había hecho pasar la noche en la cárcel mientras sus hermanos y él se iban de fiesta.
Era evidente que los hermanos de Gage no iban a correr la misma suerte.
«En absoluto…», se dijo Racy.
Gage arrugó el entrecejo al verla burlarse.
—Ya salgo para allá. Y quítales los teléfonos móviles. Que no hablen con nadie hasta que yo llegue.
—¿Los teléfonos? —preguntó ella.
Gage colgó y se guardó el intercomunicador.
—Esos dos son capaces de llamar a mi madre y contarle una película. No quiero que termine echándome a mí el sermón.
Racy sabía muy bien de qué estaba hablando.
Muchos años antes, Sandy Steele le había dado cobijo y un plato caliente a una chica asustada que acababa de pasar la noche en la cárcel acompañando a su marido.
De repente Racy se vio obligada a volver a la realidad al sentir el tacto de un papel en la mano.
Gage acababa de darle un sobre.
—Léelo —le dijo—. Ya hablaremos más tarde.
Ella agarró la carta al tiempo que él abandonaba la estancia.
En cuanto leyó el remitente de la carta, se le cayó el alma a los pies.
—Gage, esto… esto no puede ser.
Él se detuvo un instante junto a la puerta.
—Ya lo creo que sí —dijo—. Bienvenida a la realidad.
Racy se quedó de piedra y permaneció inmóvil durante unos segundos, intentando encajar la noticia.
De pronto alguien llamó a la puerta.
Ella se guardó el sobre rápidamente.
—Adelante.
Gina asomó la cabeza.
—¿Ya se ha disipado el humo? —preguntó.
—¿Qué humo?
—Nadie echa tanto humo como mi hermano. Gage vino por mí —la expresión de Gina hablaba por sí sola—. Y no me preguntes cómo lo sé. Yo soy la chica lista, ¿recuerdas?
Racy la hizo salir del despacho y la condujo a las escaleras, decidida a no revelarle la última excentricidad de sus hermanos gemelos.
No era el lugar adecuado para hacerlo y ella tampoco era la persona idónea para contarle lo sucedido. Eso era cosa de Gage y de su madre.
—Sí. Ha estado aquí, pero… no. No estás despedida.
Cuando Gina llegó al último escalón se volvió hacia Racy.
—Lo último que necesitas es que mi hermano se comporte como… Bueno, como un hermano mayor. Ya sabes.
—¿Cómo? —preguntó Racy, fingiendo no comprenderla.
—Ya sabes —repitió Gina—. Como un hermano mayor sobreprotector que no deja que los tíos se me acerquen.
«Entonces eso es lo que hacen los hermanos mayores…Una pena que nadie se lo dijera a Justin y a Billy Joe», pensó Racy para sí.
Sus hermanos mayores sólo la querían para entretener a sus amigos, sacarles de la cárcel y limpiar lo que ensuciaban.
—No te preocupes —dijo Gina—. Esta noche se comportará como es debido.
Racy la miró fijamente.
—¿Qué? —preguntó.
—Suele venir todas las noches —dijo Gina.
—Pero lleva más de dos meses sin venir.
—Ah, es verdad. Me dijo que le gusta pasar desapercibido —dijo la joven.
«Desapercibido…», pensó Racy. «Eso es imposible».
Construido al estilo de una vieja cantina del Oeste, el Blue Creek era un local de una sola planta y ella podía controlar todas las zonas desde su puesto de trabajo, que estaba tras la barra principal.
Había algún área oculta a la vista, pero era imposible que Gage hubiera podido colarse en el lugar sin que ella lo supiera.
El balcón…
La estructura rodeaba todo el recinto y él podía haberse escondido allí sin más problema.
De pronto Racy se preguntó cuánto tiempo llevaba haciéndolo.
Antes del incidente de Las Vegas él frecuentaba el bar sin necesidad de esconderse y trataba con ella cara a cara, pero las cosas habían cambiado desde entonces.
«¿Por qué se esconde?», se preguntó para sí.
—¿Racy? —la voz de Gina la sacó de su ensoñación—. ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien —dijo, fingiendo una sonrisa—. ¿Por qué no practicas un poco con las bandejas? —le dijo, mostrándole cómo se hacía—. Quizá tengas que llevar mucho peso.
En cuanto la joven se alejó Racy miró al techo y trató de calmarse un poco.
«Bienvenida a la realidad…».