Capítulo 14
D
ESPUÉS de todo lo que había pasado… ¿Es que no había tenido bastante ya?
«¡Voy a matarlo!», se dijo, furiosa.
El viejo Mustang rugía, a toda velocidad. Racy sorteaba las curvas de Razor Hill Road con una destreza temeraria, digna del más experimentado piloto de carreras.
Había dejado la casa de Leeann esa misma mañana, después de reunir el coraje suficiente para pasarse por lo que quedaba de su hogar.
Sin embargo, los bomberos le habían impedido el acceso. Por lo visto, aún tenía que esperar unos cuantos días antes de poder empezar a escarbar entre las cenizas.
Después había ido al Blue Creek y allí se había encontrado con un sobre cerrado sobre su escritorio.
Los papeles de divorcio… firmados.
Y entonces le había sonado el teléfono y…
Lo que en un principio parecía una broma macabra había resultado ser verdad. La vida de su perro Jack corría peligro.
Tenía el estómago tan agarrotado que le resultaba difícil respirar.
¿Qué clase de monstruo podía hacer una cosa así?
El timbre de su teléfono móvil empezó a sonar nuevamente. Se trataba de un número restringido.
—¿Hola?
—¿Dónde estás?
—En Razor Hill Road, pasando por delante del desvío que lleva a Becker’s Ridge. ¿Y tú dónde estás?
La risa maniaca de Billy Joe la hizo sentir escalofríos.
«Maldito bastardo…», pensó para sí.
¿Por qué tenía que involucrar al pobre animal en todo aquello? Además, ¿cómo sabía cuánto dinero tenía en el banco?
Unos segundos después visualizó el viejo buzón y el tocón que él le había indicado por teléfono y, girando a la derecha, se adentró en un camino de tierra poco transitado.
El teléfono comenzó a sonar de nuevo.
—¡Escucha, idiota! Acabo de tomar el desvío. Estaré ahí dentro de unos minutos.
—¿Racy?
Era Gage.
—¿Racy? ¿Dónde estás?
—¿Qué quieres? Estoy ocupada.
—Mira, ha surgido algo importante. Tengo que hablar contigo.
—Pues yo creo que ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos.
—Es importante. ¿Dónde estás?
—Me estoy ocupando de Billy Joe. Te veré cuando vuelva…
—¿Estás en su casa encima de la gasolinera Mason?
—No, me ha hecho venir a un sitio que está en mitad de ninguna parte y ahora mismo voy conduciendo hacia allí —los surcos y baches del camino inclinaron las ruedas hacia la izquierda y Racy trató de mantener el vehículo bajo control—. Ah, mi pobre Mustang no está para estos trotes.
—Racy, dime dónde estás. Ahora.
Ella apretó el botón del altavoz y puso el móvil dentro de portavasos.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Un testigo vio a tu hermano en tu casa la misma mañana del incendio.
Al oír la voz de Gage, aflojó la presión sobre el acelerador.
—He visto el informe preliminar. Dice que la caldera fue la causa, pero tu hermano fue visto sacando cajas de tu sótano.
Un latigazo de miedo y rabia recorrió el cuerpo de Racy.
Así había sabido lo del dinero. El degenerado de su hermano debía de haber leído la correspondencia del banco que estaba sobre la mesita de la cocina.
—Racy… ¿Sigues ahí?
Al subir más y más hacia el puerto de montaña, la cobertura se debilitaba.
—Gage… Te estoy perdiendo. Ya he salido de Razor Hill Road y voy hacia la cabaña de caza de Mason.
—¡Maldita sea! Para… Da media vuelta.
Racy miró hacia delante. El estrecho camino estaba flanqueado por un espeso bosque que se extendía a ambos lados de forma interminable.
—No puedo dar media vuelta, Gage —dijo ella, viendo la imposibilidad de la maniobra—. Además, tiene a Jack.
—¿Qué?
—Billy Joe se ha llevado a mi perro. Quiere que le dé veinticinco mil dólares o si no… —las palabras se le atragantaron—. Dice que va a matarle si no le doy el dinero…
Rápidamente le dio las instrucciones que le había dado su hermano un rato antes, esperando que pudiera oírla.
—¿Lo tienes, Gage?
Mientras hablaba divisó una destartalada cabaña en medio de la espesura.
—Estoy de camino, pero tú tienes que salir de ahí ahora mismo. ¡Ahora!
Racy se aferró al volante.
No debería haber salido corriendo del bar como si la persiguiera un ejército de demonios, pero la foto…
Billy Joe le había enviado una foto de Jack, con una pistola en la cabeza.
El pánico corrió por sus venas.
—No puedo volver, Gage. Tengo que ir a buscarle.
—Racy, deberías haberme llamado.
—Puedo ocuparme de esto. No necesito tu ayuda.
Gage suspiró, intentando tener paciencia.
—Sé lo mucho que quieres a ese animal, pero, por favor, espera a que yo llegue. Ya se nos ocurrirá algo para…
—Demasiado tarde —dijo ella, parando en el claro frente a la casa.
La furgoneta de su hermano estaba allí.
—Billy Joe acaba de salir.
—No salgas del coche. Cierra las puertas.
Ella pisó el freno y el Mustang se detuvo con brusquedad.
Sucio y sin afeitar, Billy Joe parecía un pordiosero que llevaba muchas noches sin dormir.
—Dios mío, tiene una pistola —dijo Racy por el teléfono—. Me está apuntando y dice que baje del coche.
—Racy, no…
—No voy a apagar el teléfono para que puedas localizarme —dijo, apenas moviendo los labios y rezando para que él pudiera oírla desde le otro lado de la línea—. Yo haré lo que mejor se me da. Le daré conversación y lo entretendré.
—Racy…
—Date prisa, ¿de acuerdo? —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
Respirando hondo, abrió la puerta del coche y bajó.
—¿Qué demonios estás haciendo, Billy Joe? —le dijo, hablándole como de costumbre.
—Ya era hora de que aparecieras —dijo él, tambaleándose sobre la nieve y apuntando hacia la puerta de la cabaña con la pistola—. Dame las llaves y entra.
Ella apretó el puño y el metal de las llaves se le clavó en la palma de la mano.
—Hace mucho frío aquí. Vayamos a otra parte a hablar.
—¿A tu casa, por ejemplo? —le dijo y se echó a reír como un maníaco—. Oh, sí, no me acordaba que ya no tienes casa. Vamos, dame las llaves y mueve el trasero. Tu queridísimo chucho te espera —esa vez dejó de menear la pistola y la apuntó directamente al pecho—. Ahora —le dijo, en un tono siniestro.
Con el corazón en la garganta, Racy le lanzó las llaves y entró en la casa.
Jack estaba sentado en el medio de la habitación, atado a un horno de leña apagado.
Tratando de quitarse el bozal, el animal la recibió sacudiendo la cola y ella intentó aflojarle las correas.
Billy entró detrás de ella y cerró la puerta con un gran estruendo.
—¿Por qué haces esto?
—Ya sabes por qué —dijo él—. ¿Qué estás haciendo?
—Jack no puede respirar bien. Le voy a quitar esto.
—Chica, ni que fueras su madre —Billy Joe se inclinó y sacó una cerveza de una vieja nevera; el único objeto que había en la habitación, aparte de un camastro de metal cubierto por un saco de dormir—. Ya sabía que ese perro me ayudaría a conseguir lo que quiero. ¿De dónde sacaste todo ese dinero que tienes guardado? ¿Qué has estado haciendo? ¿Has robado en el bar?
—He estado ahorrando.
Billy Joe resopló.
—Sí, claro. No me mientas, chica.
Racy lo miró, pero entonces reparó en la puerta abierta.
No se había cerrado bien después del portazo.
—Gané un premio en Las Vegas el verano pasado. Jugando al póquer. ¿Recuerdas cuándo papá nos enseñó a jugar?
—Sí, lo recuerdo. Nos enseñó a hacer trampas.
—Yo no hice trampas. Gané limpiamente —por fin consiguió sacarle el bozal al perro y se lo arrancó de la cabeza.
—¿Y a quién le importa? ¿Tienes mi cheque?
—Billy, yo tengo planes para ese dinero.
—Y yo también. Me voy a Canadá y esa pasta me ayudará a poner en marcha mi nuevo negocio.
—¿Qué negocio? —le preguntó Racy, sujetando el collar de Jack y preparándose para soltarle.
—Dios, mira que eres estúpida —dijo él, acercándose—. Nunca bajas al sótano, ¿verdad?
De pronto Racy recordó las palabras de Gage.
—¿De qué estás hablando?
—Maldita sea, chica, yo ya había vuelto a esa casa mucho antes de que nos vieras por allí. Pero era tan silencioso como un ratón, así que nunca supiste que estaba allí.
—¿Por qué ibas…? Dios mío. ¿Qué hiciste?
—Digamos que he vuelto a los negocios.
Racy lo miró con ojos anonadados.
—Oh, vamos. Hace años monté un negocio bastante bueno, que llegaba hasta Canadá. Y no me ha llevado mucho tiempo volver a entrar en el juego. Ahora tengo la oportunidad de ganar mucha pasta, pero hace falta dinero —Billy Joe sonrió y los apuntó con la pistola—. Sabía que nunca me lo darías si te lo pedía de buenas maneras, así que pensé que necesitabas un incentivo.
Racy frunció el ceño, horrorizada.
¿Drogas en su casa?
—¿Tú provocaste el incendio? —le preguntó.
—¿A propósito? No, pero, ¿a quién le importa?
Ahora, dame ese cheque.
—Yo… No lo entiendo.
Él arrojó la cerveza al otro lado de la habitación y le dio una violenta patada a la nevera, haciendo caer unas cuantas botellas vacías que aterrizaron sobre Racy.
—Me están esperando. ¡Dame el dinero!
Un torrente de adrenalina recorrió las entrañas de Racy y su confusión se convirtió en miedo y después en furia. No iba a rendirse así como así, sin plantarle cara.
Una de las botellas vacías había caído justo a sus pies…
Sin perder ni un segundo, le quitó la correa a Jack y el animal hizo ademán de salir corriendo, pero finalmente se quedó quieto.
«Si pudiera golpear a Billy Joe y sacarle algo de ventaja…», pensó ella.
—¿Y bien? ¿Qué va a ser? —preguntó Billy Joe, acercándose y apuntándola con el arma—. ¿Me lo vas a dar o voy a tener que quitártelo?
—¿Podrías por favor apuntar hacia otra parte? — dijo ella con la voz entrecortada.
—Nunca te gustaron las armas, ¿verdad? —Billy Joe levantó el revólver, apuntando a un objetivo imaginario—. ¿Te acuerdas de aquellas pistolas que tenía papá? Yo siempre quería que él me llevara de caza… —Suéltala, Billy Joe. Ahora.
Gage…
Jack reaccionó y se arrojó sobre Billy Joe, mordiéndole en la muñeca.
Y entonces se oyó el estruendo de varios disparos.
Con un alarido, Billy Joe se desplomó, cayendo encima de Racy y, después de forcejear un poco, ella logró zafarse de él.
Su hermano había resultado herido en una pierna, pero…
Gage yacía bajo el umbral.
—¡No! —gritó Racy con todo su ser y se arrastró hasta él.
En ese momento llegaban los refuerzos y la policía se estaba desplegando por el claro frente a la cabaña. —¡Quietos!
Ignorando la orden, Racy le agarró la mano; aquélla con la que se sujetaba el pecho.
—¡Gage!
La sangre salía de entre sus dedos entrelazados.
—¡Dios mío! ¡Ayuda, por favor! ¡Le han disparado! —gritaba Racy con la voz desgarrada.
Sujetándole el rostro con ambas manos, trató de hacerle volver en sí, pero él no se movía.
—Gage, por favor, quédate conmigo. Por favor, quédate… No me dejes. No me… Te quiero…
En ese momento percibió un borroso revuelo a su alrededor. Varias personas se movían por todos lados como si caminaran a cámara lenta.
Un ayudante del sheriff se acercó y agarró el arma que Jack sostenía en la boca.
—¿Está herida, señorita Dillon? —dijo, agarrándola—. Déjenos ayudar…
—Estoy bien —gritó ella, forcejeando—. No soy yo. La sangre no es mía, sino de Gage. Por favor, ayúdelo —dijo, entre sollozos.
—Lo haremos, pero usted tiene que salir de aquí.
—No, por favor. No quiero dejarle…
De repente alguien la agarró con fuerza y se la llevó de allí, pero ella no dejó de mirar atrás mientras se alejaba.
Él estaba allí, tendido en el suelo, herido, por su culpa… Por mucho que lo amara, no se lo merecía. Él se merecía a una mujer que pudiera ser todo lo que él necesitaba; una mujer que fuera digna de él.
Y ella no era esa mujer…
Como un autómata, subió a la ambulancia y se sentó a su lado. Sus rasgos rígidos auguraban lo peor.
Gritando palabras incomprensibles propias de la jerga médica, los enfermeros trabajaban contra reloj para mantenerlo con vida hasta llegar al hospital.
Una vía intravenosa, una máscara de oxígeno...
Racy era consciente de la gravedad de su estado.
«No puede morir. No puede morir…».
Al llegar al centro médico se dio cuenta de que habían ido hasta Laramie, lo cual no podía significar más que una cosa: la clínica de Destiny no debía de estar equipada para tratar semejante urgencia.
Un sanitario la hizo entrar en una sala de reconocimiento mientras un equipo de médicos se llevaba a Gage por un largo pasillo a toda velocidad.
Ella dejó que la examinaran y después relató todo lo ocurrido ante los ayudantes del sheriff.
—Por favor, ¿cómo se encuentra él? ¿Está bien? — preguntaba sin cesar cada vez que tenía ocasión, pero nadie le decía nada y el tiempo pasaba y pasaba…
—Racy, me han dicho que ya puedes marcharte — le dijo una voz de repente.
Ella ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde su llegada al centro médico.
—No voy a ninguna parte —le dijo a Justin.
—Racy, por favor…
—Olvídalo —dijo ella, empujándole hacia el vestíbulo y cerrando la cortina—. No me voy hasta que sepa algo de Gage.
Quitándose la bata del hospital, buscó su ropa. Los vaqueros estaban bien, pero tanto la camisa como la chaqueta estaban empapadas en sangre.
—Dame tu camisa —dijo, sacando la mano por detrás de la cortina.
—¿Qué? —dijo Justin.
—La mía está empapada en sangre, así que dámela. Ahora.
Unos segundos más tarde una suave camisa de franela gris y negra aterrizó sobre la palma de su mano.
—Gracias —se la puso y, agarrando las botas, abrió la cortina.
—No decía que te fueras del hospital —Justin levantó ambas manos, intentando calmarla—. Hay un grupo de gente en la sala de espera.
—¿Por Gage?
Él asintió.
—Y por ti.
Ella se detuvo un momento para ponerse las botas y entonces trató de contener las lágrimas que le abrasaban los ojos.
—Lo siento mucho —dijo Justin de repente, sorprendiéndola con un sentido abrazo—. Lo siento muchísimo. No tenía ni idea de lo que Billy Joe se traía entre manos. Por favor, créeme.
Racy se apoyó en su hermano durante unos instantes y entonces retrocedió para mirarlo a la cara.
—Te creo —le dijo, sintiendo un repentino brote de amor fraternal que no experimentaba desde la infancia.
—Billy Joe está bajo arresto. Gage le dio en una pierna, pero sobrevivirá. Probablemente lo trasladarán a la cárcel cuando mejore.
Sujetándola por la cintura, Justin la llevó a la sala de espera.
—¿Ha venido la familia de Gage?
Justin aminoró el paso.
—Ah, creo que los más pequeños de los hermanos están ahí. Vinieron con Leeann, pero no he visto a Gina ni a su madre.
—¿No la viste en el bar? Creo que trabajaba hoy.
Él se encogió de hombros.
—No sé.
—Justin, ¿por qué no me dices…? —Racy se detuvo justo en el momento en que entraban en la sala.
Jackie, una de sus ayudantes del Blue Creek, estaba sentada frente a una mesa acompañada de Ric Murphy y de otras tres camareras.
Al verla llegar Max fue a su encuentro después de darle una taza de café caliente a Willie Perkins, uno de los vaqueros del rancho de Maggie y asiduo del Blue Creek.
—¿Qué… Qué estás haciendo aquí? —exclamó Racy, asombrada.
Él dio un paso adelante y la estrechó entre sus brazos.
—Tenía que comprobar por mí mismo que estabas bien. Maldita sea, me has tenido muy preocupado.
Ella cerró los ojos y se dejó llevar por el afecto de su abrazo.
—¡Max! Se supone que estabas en Florida.
—Se supone que estoy donde se me necesita. Volví esta misma mañana porque aquí es donde me necesitan. Todos estamos aquí… por ti.
Racy respiró hondo, agradecida de tener tan buenos amigos.
—Yo estaba terminando mi turno cuando me llegó la llamada del sheriff —dijo Leeann, acercándose—. Cuando los agentes informaron de lo ocurrido, de sus heridas… traté de buscar a su madre, pero sólo encontré a los gemelos en casa. Me dijeron que Sandy estaba en Cheyenne, de compras con Gina, pero conseguimos hablar con ellas. Están de camino.
Los hermanos de Gage estaban sentados en un sofá, tristes y cabizbajos. Giselle tenía los ojos rojos y Garrett apretaba los puños de pura impotencia.
A verlos así, a Racy se le partió el corazón y entonces fue a darles un abrazo.
—¿Puede decirnos una cosa, señorita Dillon? — preguntó Garrett.
Racy miró el reloj. Hacía más de tres horas que había recibido la primera llamada de Billy Joe.
—¿Los médicos le han dicho algo? —le preguntó a Giselle.
—Llevamos más de una hora aquí y todo lo que dicen es que están intentando estabilizarle.
En ese momento entró un médico vestido de quirófano y Racy fue a su encuentro de inmediato.
—¿Cómo se encuentra Gage?
El doctor se tomó su tiempo para mirar a todos los presentes.
—El sheriff Steele está vivo, pero su estado no es muy alentador.
Al oír sus palabras, el corazón se Racy se detuvo un instante. Aún seguía respirando, pero la cabeza le daba vueltas y apenas podía mantenerse en pie.
—¿Hay algún pariente o familiar? —preguntó el médico—. La bala está alojada cerca del corazón. Pierde mucha sangre y tenemos que intentar frenar la hemorragia. Sin embargo, la intervención conlleva algunos riesgos, así que necesitamos el consentimiento de algún familiar.
—Yo soy su hermano —dijo Garrett, poniéndose en pie—. Yo firmaré.
—Necesito el consentimiento de un adulto. ¿Cuántos años tienes?
—Mi madre no llegará hasta dentro de una hora — dijo Garrett, impotente—. ¡Cumplo dieciocho dentro de tres meses!
Racy puso su mano sobre el brazo del chico y le dio un apretón.
—Yo lo firmaré. Soy su esposa.
Un profundo silencio invadió la estancia.
—No sabía que el sheriff estuviera casado —dijo el cirujano, que también conocía al herido.
Sintiendo el peso de todas las miradas, Racy sacó del bolso los documentos del matrimonio.
—Aquí tiene. Es una copia de nuestra licencia de matrimonio.
El médico examinó el papel y después le entregó una tablilla con un formulario.
—Sólo tiene que rellenar aquí y firmar al final, señora Steele.
Un murmullo colectivo retumbó en sus oídos.
—La mantendremos informada —dijo el médico—. No sé cuánto tiempo nos llevará la operación.
Racy asintió con la cabeza.
—Gracias. Nosotros estaremos aquí.
El cirujano dio media vuelta y se fue por el pasillo a toda prisa.
Racy tragó en seco y se dio la vuelta hacia los presentes.
Un millón de interrogantes flotaban en el aire; preguntas que tarde o temprano tendría que responder, pero no en ese momento.
Fue hacia los gemelos y, tras sentarse a su lado, sintió la mano de Giselle sobre la suya propia.
—Vuestro hermano y yo nos casamos el verano pasado en Las Vegas.
—Vaya.
Racy le sonrió a Garrett.
—Sí, vaya.
—¿Pero no se lo habéis dicho a nadie? —preguntó Giselle.
—Es una larga historia.
La mirada de Racy se cruzó con la de Leeann.
—Bueno, creo que Maggie tenía razón respecto a vosotros —le dijo, tomándola de la otra mano y esbozando una compasiva sonrisa—. Se pondrá muy contenta cuando se entere de la verdad.
Racy trató de devolverle la sonrisa, pero no pudo.
—Es un hombre fuerte, Racy —dijo Leeann en un tono tranquilizador—. Saldrá adelante.
Las lágrimas que tanto había contenido corrieron por fin por las mejillas de Racy.
—Tiene que salir adelante. Tiene que hacerlo… — dijo.