Capítulo 11
G
AGE la hizo darse la vuelta con tanta rapidez que Racy apenas tuvo tiempo de reaccionar.
Y una fracción de segundo después estaba en sus brazos, de nuevo, sintiendo sus labios cálidos, que la besaban con fervor.
—Gage, suéltame —le dijo, empujándole en el pecho.
—No, nunca.
Un escalofrío de placer recorrió el cuerpo de ella al oírle hablar así, en un tono tan posesivo y apasionado.
—Sí —recalcó ella, sonriendo y mordiéndolo en el hombro.
—¡Oye! —gritó él, irguiéndose y sujetándola con ambos brazos—. ¿Por qué has hecho eso?
—Para poder hacer esto —susurró ella, deslizando las manos sobre los prominentes músculos de su pecho y entreabriéndole la camisa aún más.
Inclinándose hacia adelante, deslizó los labios sobre el contorno de su hombro derecho y entonces le arrancó la camisa de los brazos con un movimiento frenético.
Incapaz de aguantar más, Gage la hizo darse la vuelta y caminar de espaldas hacia la cama con dosel, capturando sus labios tiernos con los suyos propios y atrapándola contra uno de los pilares que sujetaban la estructura.
Ella se agarró del pilar que tenía detrás para no perder el equilibrio.
—No, me gusta más así —dijo él de repente, agarrándola de las muñecas y subiéndole los brazos por encima de la cabeza.
—Gage…
Ella intentó tumbarse sobre la cama, pero él volvió a ponerle las manos sobre el poste, indicándole claramente lo que quería.
—No me hagas ir por las esposas, señorita.
—¿Están forradas en piel? —le preguntó Racy, mirándolo de reojo desde detrás de una cortina de pelo—. Las mías son rojas y suaves. Ya sabes, para proteger la delicada piel de las muñecas en caso de que…
—¿Dónde y cuándo… —dijo él, interrumpiéndola— tuviste ocasión de usarlas?
En realidad jamás las había usado, pero no iba a decirle la verdad.
—Una chica nunca habla de esas cosas.
Gage le apartó el pelo de la cara y se lo sujetó detrás de una oreja.
—¿Cuándo fue la última vez que hiciste esto? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste el amor con alguien?
Racy tragó en seco.
—El verano pasado, contigo.
—¿Y antes?
Él ya le había hecho esa pregunta cuando estaban
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en Las Vegas, un momento antes de hacerle el amor en la lujosa bañera de la suite del hotel. Y ella le había dicho la verdad. Por aquel entonces llevaba más de un año sin estar con ningún hombre.
—Ya sabes la respuesta. Me lo preguntaste en… —Las Vegas —dijo él, con los ojos brillantes—.
¿Lo recuerdas?
Ella asintió.
—Sí, lo recuerdo.
Loco de pasión, Gage la desnudó y trazó una línea de besos a lo largo de su vientre hasta llegar al centro de su feminidad, que palpitaba de deseo.
Y entonces la amó con la boca, con la lengua, con las manos…
Ella gritó de placer y empezó a moverse al ritmo de sus labios, dejándose llevar por el gozo que la abrasaba por dentro.
—Gage… —susurró, clavándole las uñas en los hombros al tiempo que él la llevaba más y más alto con sus caricias.
Y un momento más tarde ya estaba allí, en el punto más álgido del placer sexual, temblando de pies a cabeza.
Él se puso en pie y la estrechó entre sus brazos.
—¿Todavía tienes frío?
Ella sacudió la cabeza y le dio un beso.
—Hazme el amor, Gage —le dijo un momento después, tumbándose sobre la cama y llevándole con ella.
Él vaciló un instante.
—Racy, ¿estás segura…?
Ella metió los dedos por dentro de la cintura de su pantalón y le desabrochó los botones con insistencia.
—No me preguntes si estoy segura. Si no quisiera estar aquí, si no quisiera tenerte aquí conmigo, así, te lo habría dejado muy claro… hace mucho tiempo.
Ella enroscó una pierna alrededor de las caderas de él y le rodeó el cuello con ambos brazos.
—No estoy borracha —le susurró al oído—. Y tampoco busco venganza. Lo que está ocurriendo entre nosotros, aquí y ahora… Eso es todo lo que importa. No espero nada más. Ámame, Gage. Sólo ámame.
Y él la amaba. Llevaba mucho, mucho tiempo amándola…
De repente, Gage lo vio todo claro por primera vez. La mujer que estaba en sus brazos, su esposa, era la única a la que verdaderamente había deseado y amado.
Se incorporó un instante y, tras quitarse el pantalón y ponerse protección, se tumbó sobre ella y entró en su sexo caliente con todo su ser, con su deseo, con todo su amor…
—Racy, sí que te am…
Los labios de ella sofocaron el final de sus palabras con un beso firme y desesperado.
Sus caderas lo consumían por completo, llevándole más y más adentro, reclamando todo lo que tenía para dar; una y otra vez hasta que por fin se entregaron no sólo en cuerpo, sino también en alma…
Durante un largo rato permanecieron así, unidos por sus cuerpos, y entonces Gage se recostó a su lado.
Ella dormía plácidamente.
—Buenas noches, señora Steele —le susurró, sonriendo, y apagó la luz.