Prólogo

A mediados de marzo de 1942, alrededor del 75 o del 80 por ciento de todas las víctimas del Holocausto seguían aún con vida, mientras que del 20 al 25 por ciento habían muerto. Apenas once meses después, a mediados de febrero de 1943, los porcentajes se invirtieron. En el corazón del Holocausto hubo una breve e intensa oleada de asesinatos en masa. El centro de gravedad de estas matanzas fue Polonia, donde en marzo de 1942 todas las principales comunidades judías todavía permanecían intactas a pesar de dos años y medio de terribles dificultades, privaciones y persecuciones, y donde once meses más tarde tan sólo lo que quedaba de los judíos polacos sobrevivía en unos pocos guetos y campos de trabajos forzados. En resumen, el ataque de los alemanes contra los judíos de Polonia no fue un plan gradual o progresivo que se prolongara durante un largo período de tiempo, sino que fue una auténtica guerra relámpago, una enorme ofensiva que requirió la movilización de un gran número de tropas de asalto. Además, esta ofensiva llegó justo cuando la campaña alemana en Rusia estaba en un momento crítico, un período de tiempo que se inició con los renovados ataques alemanes en Crimea y el Cáucaso y terminó con la catastrófica derrota en Stalingrado.

Si bien la ofensiva militar alemana de 1942 en última instancia fue un fracaso, no ocurrió así con el ataque contra los judíos, especialmente en Polonia. Hace tiempo que sabemos cómo fueron asesinados los judíos en los principales guetos, especialmente en Varsovia y Lódz. Pero la mayoría de los judíos polacos vivía en ciudades y pueblos más pequeños, donde constituían a menudo más del 30 por ciento y en algunos casos incluso el 80 o 90 por ciento de la población. ¿Cómo habían organizado y llevado a cabo los alemanes la destrucción de esta amplia población judía? ¿Y de dónde habían sacado, durante ese año fundamental de la guerra, los recursos humanos necesarios para llevar a cabo tal increíble hazaña logística de asesinatos en masa? El personal en los campos de exterminio era mínimo, pero no lo era el que se necesitaba para desalojar los guetos más pequeños, para reunir y deportar o fusilar a todo el contingente de judíos polacos.[1]

Mi búsqueda de las respuestas a estas preguntas me llevó a la ciudad de Ludwigsburg, cerca de Stuttgart. Allí se encuentra la Sede Central de las Administraciones de Justicia del Estado (Zentrale Stelle der Landesjustizverwaltungen), la oficina de la República Federal de Alemania que coordina la investigación de los crímenes nazis. Estaba trabajando en su extensa recopilación de acusaciones y sentencias de prácticamente todos los juicios alemanes de crímenes nazis cometidos contra los judíos de Polonia cuando encontré el documento de la acusación que hacía referencia al Batallón de Reserva Policial 101, una unidad de la Policía del Orden alemana.

Aunque llevaba casi veinte años estudiando documentos de archivo y actas de los tribunales sobre el Holocausto, el impacto que me causó esa acusación fue extrañamente fuerte y perturbador. Nunca antes me había encontrado con que el tema elegido estuviera modelado de una manera tan dramática por el curso de los acontecimientos y que fuera discutido tan abiertamente, al menos por parte de algunos de los perpetradores. Nunca antes había visto los monstruosos actos del Holocausto tan crudamente yuxtapuestos a los rostros humanos de los asesinos.

A partir de la acusación, que contenía citas literales bastante extensas de los interrogatorios anteriores al juicio hechos a los miembros del batallón, quedaba claro inmediatamente que el caso estaba basado en una recopilación de declaraciones insólitamente profusa. Por otra parte, muchas de esas declaraciones tenían un «aire» de franqueza y sinceridad notoriamente ausente en las declaraciones exculpatorias falsas y repletas de coartadas que tan a menudo se encontraban en ese tipo de actas de los tribunales. El proceso de investigación y acusación legal del Batallón de Reserva Policial 101 duró una década (de 1962 a 1972) y fue dirigido por la Oficina de la Fiscalía del Estado (Staatsanwaltschaft) de Hamburgo. Esta delegación, sin duda uno de los acusadores más diligentes y comprometidos de los crímenes nazis de toda la República Federal, todavía tenía bajo custodia las actas de los tribunales relativas al caso, y yo solicité y obtuve el permiso para verlas.

A diferencia de muchas de las unidades asesinas de los nazis, de las que sólo se conocen algunos de sus miembros, la lista de los integrantes del Batallón de Reserva Policial 101 estaba a disposición de los investigadores.

Como la mayoría provenía de Hamburgo y muchos de ellos todavía vivían allí cuando tuvo lugar la investigación, pude estudiar los interrogatorios de 210 soldados de una unidad que estaba formada por poco menos de 500 cuando fue enviada a Polonia con todos sus efectivos en junio de 1942. Esta recopilación de interrogatorios proporcionó una muestra representativa de respuestas estadísticas a cuestiones como la edad, la pertenencia al partido y a las SS y el contexto social. Además, unas 125 de las declaraciones eran suficientemente sustanciales como para permitir una detallada reconstrucción narrativa así como un análisis de la dinámica interna de esta unidad asesina.

Fundamentalmente el Holocausto tuvo lugar porque en el nivel más básico unos seres humanos individuales mataron a otros seres humanos en gran número y durante un largo período de tiempo. Los ejecutores de base se convirtieron en «asesinos profesionales». Un historiador se encuentra con numerosas dificultades al intentar escribir sobre una unidad de soldados como aquéllos, entre ellas el problema de las fuentes. En el caso del Batallón de Reserva Policial 101, a diferencia de muchas de las unidades asesinas que operaban en la Unión Soviética, hay pocos documentos de la época y ninguno hace referencia explícita a sus actividades criminales.[2] Las declaraciones de un puñado de supervivientes judíos pueden establecer la fecha y la magnitud de varias acciones llevadas a cabo en algunas de las ciudades donde operaba el batallón. Pero a diferencia de los testimonios sobre los principales ejecutores en los guetos y los campos de exterminio, donde era posible un contacto prolongado, los supervivientes poco nos pueden decir acerca de una unidad itinerante como el Batallón de Reserva Policial 101. Llegaban unas tropas desconocidas, realizaban sus tareas asesinas y se iban. En realidad, los supervivientes casi nunca pueden acordarse siquiera de los peculiares uniformes verdes de la Policía del Orden para identificar la clase de unidad de que se trataba.

Por consiguiente, al escribir sobre el Batallón de Reserva Policial 101, me he basado en gran parte en los interrogatorios judiciales de algunos de los 125 soldados que tuvieron lugar en la década de los sesenta. Para un historiador que busca certidumbres es desconcertante leer sobre los mismos acontecimientos experimentados por una sola unidad y filtrados por los recuerdos de 125 soldados diferentes más de veinte años después. Cada uno de esos hombres desempeñó un papel diferente. Vio e hizo una cosa distinta. Por consiguiente, cada uno de ellos reprimió u olvidó ciertos aspectos de las experiencias del batallón, o modificó el recuerdo que tenía de ellas. Así, los interrogatorios presentan de manera inevitable una confusa serie de perspectivas y rememoraciones. Paradójicamente, a mí me habría dado la impresión de tener más certeza de lo que le ocurrió al batallón con un solo recuerdo detallado que no con 125.

Aparte de los diferentes puntos de vista y recordaciones, también existen las interferencias causadas por las circunstancias bajo las cuales se hizo la declaración. Sencillamente, hubo algunos soldados que mintieron deliberadamente porque temían las consecuencias judiciales de decir la verdad tal como ellos la recordaban. No tan sólo la represión y la distorsión, sino también la falsedad consciente, determinaron las versiones de los testigos. Es más, los interrogadores hicieron las preguntas pertinentes a su tarea de reunir evidencias de determinados crímenes tipificados como delito y cometidos por personas concretas, pero no investigaron de manera sistemática las facetas más amplias y a menudo más personales y subjetivas de la experiencia de los policías, las cuales, si no son importantes para un abogado, sí lo son para un historiador.

Como siempre que se hace uso de múltiples fuentes, tenían que cribarse y ponderarse las diversas versiones y perspectivas. Se tenía que evaluar la fiabilidad de cada testigo. Muchas de las declaraciones tuvieron que ser descartadas total o parcialmente en favor de otras declaraciones discrepantes que fueron aceptadas. Muchas de las decisiones que se tomaron fueron sencillas y lógicas, pero otras fueron bastante difíciles. Por muy autorreflexivo que intentara ser, sin duda en ocasiones establecía juicios puramente instintivos sin ni siquiera ser consciente de ello. Otros historiadores que examinaran el mismo material volverían a relatar estos acontecimientos de maneras un tanto diferentes.

En las últimas décadas la profesión histórica en general se ha interesado cada vez más en escribir la historia «de arriba abajo», reconstruyendo las experiencias de esa gran parte de la población pasada por alto en la crónica de las altas esferas de la política y la cultura que dominaba hasta entonces. En Alemania, concretamente, esta tendencia ha culminado con la práctica de la Alltagsgeschichte (la historia de la vida diaria), lograda mediante una «densa descripción» de las experiencias habituales de las personas corrientes. Sin embargo, cuando se ha aplicado ese enfoque a la era del Tercer Reich, algunas personas lo han criticado tildándolo de estratagema, una forma de desviar la atención de los horrores sin precedentes de la política genocida del régimen nazi hacia esos aspectos mundanos de la vida que continuaban relativamente tranquilos. Por lo tanto, el mero intento de escribir el estudio de un caso o la microhistoria de un sencillo batallón a algunos puede parecerles algo poco deseable.

Sin embargo, como metodología, «la historia de la vida diaria» es neutral. Sólo se convierte en una estratagema, en un intento de «normalizar» el Tercer Reich, si no se consigue afrontar el grado hasta el cual la política criminal del régimen impregnaba inevitablemente la existencia cotidiana bajo el nazismo. En el caso concreto de las fuerzas de ocupación alemanas emplazadas en los territorios conquistados de la Europa del Este (literalmente decenas de miles de hombres de todas las profesiones y condiciones sociales), la política de matanzas que llevó a cabo el régimen no fue un hecho atípico o excepcional que apenas alteró superficialmente la vida diaria. Tal como demuestra la historia del Batallón de Reserva Policial 101, los asesinatos en masa y la rutina se habían convertido en una misma cosa. La normalidad misma se había vuelto excesivamente anormal.

Otra posible objeción a este tipo de estudio tiene que ver con el grado de empatía hacia los ejecutores que es inherente al intento de comprenderlos. Es obvio que escribir una historia así requiere el rechazo de la demonización. Los policías del batallón que llevaron a cabo las masacres y las deportaciones, al igual que aquellos mucho menos numerosos que las rechazaron o las eludieron, eran seres humanos. Debo reconocer que, en la misma situación, yo podría haber sido tanto un asesino como un objetor (ambos eran humanos) si quiero comprender y explicar el comportamiento de ambos lo mejor posible. Este reconocimiento sí que supone un intento de establecer lazos de empatía. Sin embargo, lo que no admito son los viejos tópicos de que explicar es disculpar y comprender es perdonar. Explicar no significa disculpar ni comprender quiere decir perdonar. No intentar entender a los ejecutores en términos humanos haría imposible no sólo este estudio, sino cualquier historia sobre los causantes del Holocausto que intentara ir más allá de una caricatura superficial. Poco antes de su muerte a manos de los nazis, el historiador judío francés Marc Bloch escribió: «Cuando ya está todo dicho y hecho, una simple palabra, “comprensión”, es el faro que guía nuestros estudios».[3] Con ese mismo espíritu he intentado escribir este libro.

Debe quedar clara una condición que se me impuso para acceder a los interrogatorios judiciales. Los reglamentos y las leyes para la protección de la intimidad se han vuelto cada vez más restrictivos en Alemania, sobre todo en la última década. El estado de Hamburgo y sus actas de los tribunales no son una excepción a esta tendencia. Por lo tanto, antes de recibir el permiso para ver las actas del Batallón de Reserva Policial 101, tuve que prometer que no utilizaría los nombres verdaderos de sus soldados. Los nombres del comandante del batallón, el comandante Wilhelm Trapp, y de los tres comandantes de compañía, el capitán Wolfgang Hoffmann, el capitán Julius Wohlauf y el teniente Hartwig Gnade, aparecen en otra documentación en archivos fuera de Alemania. He utilizado sus verdaderos nombres porque en su caso no se viola la confidencialidad. Sin embargo, he hecho uso de seudónimos (que se indican con un asterisco la primera vez que aparecen) para todos los demás miembros del batallón que se mencionan en el texto de este libro. Las notas hacen referencia a aquellos que prestaron declaración indicando sencillamente el nombre y la primera inicial del apellido. Aunque esta promesa de confidencialidad y de uso de seudónimos es, en mi opinión, una desafortunada limitación para la estricta exactitud histórica, no creo que merme la integridad o la utilidad principal de este estudio.

Hubo una serie de personas e instituciones que me brindaron un apoyo indispensable durante la investigación y redacción de este trabajo. El Oberstaatsanwalt (Fiscal General) Alfred Streim me facilitó la incomparable recopilación de las actas judiciales alemanas en Ludwigsburg. La Oberstaatsanwaltin Helge Grabitz me animó a trabajar con las actas judiciales de Hamburgo, respaldó mi petición para tener acceso a ellas y me ayudó generosamente en todos los sentidos durante el tiempo que duró mi estancia allí. La Universidad Pacific Lutheran me proporcionó becas económicas para los dos viajes hacia los archivos alemanes que iniciaron y concluyeron mi investigación en este proyecto. Asimismo, la Fundación Alexander von Humboldt contribuyó a una visita de investigación en Alemania. La mayor parte de la investigación y la redacción se completó durante un permiso sabático de la Universidad Pacific Lutheran y con el apoyo de los fondos de la beca de investigación Fulbright para Israel. Daniel Krauskopf, secretario ejecutivo de la Fundación Docente de Estados Unidos e Israel, se merece un agradecimiento especial por facilitar mi investigación tanto en Alemania como en Israel.

Peter Hayes, de la Universidad Northwestern, y Saul Friedlander de la Universidad de California en Los Angeles, me ofrecieron la oportunidad de presentar las conclusiones de las investigaciones iniciales en conferencias que organizaron en sus respectivas instituciones. Muchos amigos y colegas escucharon pacientemente, aportaron sugerencias y me brindaron ánimos durante el proceso. Philip Nordquist, Dennis Martin, Audrey Euyler, Robert Hoyer, Ian Kershaw, Robert Gellately, Yehuda Bauer, Dinah Porat, Michael Marrus, Bettina Birn, George Mosse, Elizabeth Domansky, Gitta Sereny, Carlo Ginzburg y el fallecido Uwe Adam merecen una mención especial. Con Raul Hilberg tengo una deuda en particular. En 1982 él llamó la atención sobre lo indispensable que fue la Policía del Orden para la Solución Final, y continuó preparando la agenda para seguir con la investigación sobre el Holocausto como tan a menudo hizo en el pasado.[4] Luego se interesó personalmente en la publicación de este trabajo. Por toda esa ayuda, tanto ahora como en anteriores ocasiones durante mi carrera, dedicarle este libro es una expresión insuficiente de mi aprecio y gratitud. Estoy especialmente agradecido por su continuo apoyo y comprensión a mi familia, que ha soportado con paciencia el período de gestación de otro libro.

Tacoma, noviembre de 1991.