Capítulo 18
Hombres grises
¿Por qué la mayor parte de los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 se convirtieron en asesinos mientras que sólo una minoría de quizás un 10 por ciento (sin duda no más del 20 por ciento) no lo hizo? Anteriormente se buscaron varias explicaciones para entender tal comportamiento: la insensibilidad en tiempo de guerra, el racismo, la segmentación y rutina de la tarea, la selección especial de los ejecutores, la ambición por ascender, el acatamiento de las órdenes, la deferencia hacia la autoridad, el adoctrinamiento ideológico y la conformidad. Estos factores se pueden aplicar en distinto grado, pero a todos se les pueden hacer salvedades.
Las guerras han estado siempre acompañadas de atrocidades. Tal como dijo John Dower en su extraordinario libro War without Mercy: Race and Power in the Pacific War, los «odios de guerra» provocan los «crímenes de guerra».[1] Por encima de todo, cuando unos estereotipos raciales negativos profundamente arraigados se suman al endurecimiento que conlleva el hecho de mandar hombres armados a que se maten unos a otros en masa, la frágil trama de los convencionalismos bélicos y las reglas de combate se rompe aún con más frecuencia y ferocidad por todos lados. De ahí la diferencia que hay entre una guerra más convencional —entre Alemania y los Aliados, por ejemplo—, y las «guerras raciales» del pasado reciente. Desde la «guerra de la destrucción» nazi en la Europa del Este y la «guerra contra los judíos» hasta la «guerra sin piedad» en el Pacífico y más recientemente en Vietnam, todos los soldados han torturado y matado salvajemente a civiles y prisioneros indefensos con mucha frecuencia, y han cometido otras muchas atrocidades. El estudio de Dower sobre unidades norteamericanas enteras destinadas en el Pacífico, que alardeaban abiertamente de su política de «no hacer prisioneros» y que de forma rutinaria recogían partes del cuerpo de soldados japoneses como recuerdo del campo de batalla, es una lectura escalofriante para cualquiera que suponga con petulancia que las atrocidades de la guerra fueron monopolio del régimen nazi.
La guerra, y sobre todo la guerra racial, conduce al salvajismo y éste a la atrocidad. Se puede alegar que esta característica común va desde Bromberg[2] y Babi-Yar, pasando por Nueva Guinea y Manila, hasta My Lai. Pero si la guerra, y especialmente la guerra racial, era un contexto fundamental en el que operaba el Batallón de Reserva Policial 101 (como de hecho debo suponer), ¿hasta qué punto la noción de insensibilidad en tiempo de guerra explica la conducta específica de los policías en Józefów y en acciones posteriores? ¿Qué distinciones deben hacerse en particular entre los diferentes tipos de crímenes de guerra y las formas de pensar de los hombres que los cometieron?
Muchas de las atrocidades más conocidas cometidas en tiempo de guerra —Oradour y Malmédy, los japoneses arrasando Manila, los asesinatos salvajes de prisioneros por parte de los norteamericanos y la mutilación de los cadáveres en muchas islas del Pacífico y la masacre de My Lai— implicaron una especie de «exaltación del campo de batalla». Los soldados que se habituaron a la violencia, que se habían vuelto insensibles ante el hecho de acabar con vidas humanas, que estaban amargados por sus propias bajas y frustrados por la tenacidad de un enemigo insidioso y aparentemente inhumano, en algunas ocasiones explotaban y en otras decidían de forma inexorable vengarse a la primera oportunidad. Aunque las atrocidades de este tipo muy a menudo eran toleradas, aprobadas o animadas tácitamente (a veces incluso de forma explícita) por elementos de la estructura de mando, no representaban la política oficial del gobierno.[3] A pesar de la propaganda henchida de odio de cada nación y la retórica exterminadora de muchos jefes y comandantes, tales atrocidades todavía suponían un fracaso de la disciplina y de la cadena de mando. No se trataba de un «procedimiento normalizado».
Otro tipo de atrocidades, carentes de la inmediatez del frenesí del campo de batalla y que suponían una completa expresión de la política gubernamental, sí eran decididamente «procedimientos normalizados». Los bombardeos con bombas incendiarias de ciudades alemanas y japonesas, la esclavización y los malos tratos criminales de peones extranjeros en los campos de trabajo y fabricas alemanes o a lo largo de la línea de ferrocarril Siam-Burma, las ejecuciones como represalia de cientos de civiles por cada soldado alemán muerto en un ataque partisano en Yugoslavia o en cualquier otro lugar del este de Europa; ésos no fueron casos de explosiones espontáneas o de venganza cruel de hombres envilecidos, sino de políticas gubernamentales ejecutadas metódicamente.
Las dos clases de atrocidades se dan en el contexto degradante de la guerra, pero los soldados que llevan a cabo las «atrocidades por cuestiones políticas» tienen un estado de ánimo distinto. No actúan a causa de la exaltación, amargura o frustración, sino de manera calculadora. Está claro que los agentes del Batallón de Reserva Policial 101, por el hecho de haber implementado la sistemática política nazi de exterminar al judaísmo europeo, pertenecen a la segunda categoría. Aparte de unos cuantos de los hombres de más edad que eran veteranos de la Primera Guerra Mundial y de unos pocos suboficiales que habían sido trasladados a Polonia desde Rusia, los policías del batallón no habían entrado en combate ni se habían encontrado con un enemigo mortífero. La mayoría no había disparado ni una vez con furia, ni les habían disparado nunca a ellos y ni mucho menos habían perdido a compañeros que lucharan a su lado. Por lo tanto, el envilecimiento de tiempo de guerra causado por el combate previo no era una experiencia inmediata que influenciara de forma directa el comportamiento de los policías en Józefów. Sin embargo, una vez empezaron las matanzas, los agentes se volvieron cada vez más crueles. Igual que en el combate, el horror del encuentro inicial al final se convirtió en rutina y matar empezó a ser cada vez más fácil. En ese sentido, la insensibilidad no fue la causa, sino el efecto de la conducta de esos hombres.
No obstante, no hay duda de que el contexto de la guerra debe tomarse en cuenta de una manera más general que como una causa de crueldad y exaltación inducidas por el combate. La guerra, una lucha entre «los nuestros» y «el enemigo», crea un mundo polarizado en el que «el enemigo» se convierte en un objeto y se saca del conjunto de obligaciones humanas. La guerra es el medio más propicio en el que los gobiernos pueden adoptar la «atrocidad como política» y encontrar pocas dificultades para llevarla a cabo. Tal como ha observado John Dower, «la Deshumanización del Otro contribuyó en enorme medida al distanciamiento psicológico que facilitaba el hecho de matar».[4] El distanciamiento, y no la exaltación y la crueldad, es una de las claves de la conducta del Batallón de Reserva Policial 101. La guerra y la creación de estereotipos raciales negativos fueron dos factores de este alejamiento que se reforzaban mutuamente.
Muchos estudiosos del Holocausto, en especial Raul Hilberg, han enfatizado los aspectos administrativos y burocráticos del proceso de destrucción.[5] Este enfoque pone de relieve el grado en que la vida burocrática moderna fomenta un distanciamiento funcional y físico de la misma manera que la guerra y los estereotipos raciales negativos promueven un distanciamiento psicológico entre el autor del crimen y la víctima. En realidad, muchos de los que perpetraron el Holocausto fueron los llamados «asesinos de oficina», cuyo papel en el exterminio masivo se vio facilitado en gran medida por la naturaleza burocrática de su participación. A menudo su trabajo era un paso minúsculo dentro del proceso total de aniquilación y lo realizaban de manera rutinaria, sin ver nunca a las víctimas a las que afectaban sus acciones. Dividido, rutinario y despersonalizado, el trabajo del burócrata o especialista, tanto si se trataba de confiscar propiedades, programar trenes, redactar el borrador de las leyes, mandar telegramas o compilar listas, se podía realizar sin enfrentarse a la realidad de los asesinatos en masa. Por supuesto, un lujo así no lo disfrutaron los miembros del Batallón de Reserva Policial 101, que estaban literalmente empapados en la sangre de las víctimas a las que disparaban a quemarropa. Nadie se enfrentó a la realidad del asesinato colectivo de una manera más directa que los policías en los bosques de Józefów. La segmentación y la rutina, los aspectos despersonalizadores del asesinato burocratizado, no pueden explicar la conducta inicial que el batallón tuvo allí.
No obstante, el efecto psicológico de facilitación que tenía la división del trabajo en el proceso de las matanzas no fue totalmente desdeñable. Mientras que algunos miembros del batallón sí que, en efecto, llevaron a cabo ejecuciones sin la ayuda de nadie en Serokomla, Talcyn, Kock y, más adelante, durante el curso de las innumerables «cacerías de judíos», las acciones de más envergadura supusieron operaciones conjuntas y reparto de los cometidos. Los policías siempre formaban el cordón y muchos de ellos participaron directamente conduciendo a los judíos desde sus casas al punto de reunión y luego a los trenes de la muerte. Pero en las ejecuciones en masa de más magnitud se trajeron «especialistas» para que las llevaran a cabo. En Lomazy, los Hiwis habrían efectuado los fusilamientos ellos solos si no hubiesen estado demasiado borrachos para terminar el trabajo. En Majdanek y Poniatowa, durante la Erntefest, la Policía de Seguridad de Lublin proporcionó los tiradores. Las deportaciones hacia Treblinka tuvieron una ventaja añadida desde el punto de vista psicológico. No sólo fueron otros los que realizaron las ejecuciones, sino que además se llevaron a cabo fuera de la vista de los agentes que desalojaban los guetos y que obligaban a los judíos a subir a los trenes de la muerte. Tras el horror auténtico de Józefów, la indiferencia de los policías, su sensación de no participar realmente ni de ser responsables de sus acciones posteriores en el desalojo de los guetos y el servicio en el cordón, es un crudo testimonio de los efectos insensibilizadores de la división del trabajo. ¿Hasta qué punto, si es que hay alguno, los hombres del Batallón de Reserva Policial 101 representaron un proceso de selección especial para la tarea concreta de llevar a cabo la Solución Final? Según una investigación reciente del historiador alemán Hans-Heinrich Wilhelm, el departamento de personal de la Oficina Central de Seguridad del Reich de Reinhard Heydrich dedicó un tiempo y esfuerzo considerables a seleccionar y asignar a los oficiales para los Einsatzgruppen.[6] Himmler, ansioso por conseguir el hombre adecuado para el trabajo adecuado, también fue prudente al seleccionar a los altos mandos de las SS y la Policía y a otros jefes en puestos clave. De ahí su insistencia en mantener al desagradable Globocnik en Lublin a pesar de sus antecedentes de corrupción y de las objeciones a su nombramiento incluso dentro del partido nazi.[7] En su libro In That Darkness, un estudio clásico sobre Franz Stangl, el comandante de Treblinka, Gitta Sereny terminaba diciendo que se debió de haber tenido un cuidado especial para escoger a sólo 96 personas de entre unas 400 para que fueran trasladadas desde el programa de eutanasia en Alemania hacia los campos de exterminio de Polonia.[8] ¿Hubo alguna otra política de selección similar, una cuidadosa elección del personal específicamente adecuado para el asesinato colectivo, que determinara la creación del Batallón de Reserva Policial 101?
Por lo que hace referencia a las tropas, la respuesta es un no con reservas. En realidad, según la mayoría de criterios, ocurrió justo lo contrario. Si se tienen en cuenta la edad, la procedencia geográfica y el origen social, los hombres del Batallón de Reserva Policial 101 eran los que menos posibilidades tenían de ser considerados un material adecuado para formar futuros ejecutores de matanzas. Si nos basamos en estos criterios, la tropa (de mediana edad, la mayoría de extracción obrera, de Hamburgo) no comportaba una selección especial o siquiera aleatoria, sino que a efectos prácticos supuso una elección negativa para la tarea que estaba por venir.
No obstante, en un sentido sí que pudo haberse realizado un tipo de selección anterior y más general. El alto porcentaje de miembros del partido entre las tropas del batallón, un 25 por ciento, que era particularmente desproporcionado entre los que pertenecían a la clase trabajadora, sugiere que el reclutamiento inicial de reservistas, realizado mucho antes de que se previera utilizarlos como asesinos en la Solución Final, no fue hecho totalmente al azar. Si al principio Himmler consideraba a los reservistas como una posible fuerza de seguridad interna mientras hubiera gran cantidad de policías en activo emplazados en el extranjero, es lógico pensar que se habría cuidado mucho de reclutar a hombres de dudosa fiabilidad política. Una solución hubiera sido destinar al servicio de reserva un mayor porcentaje de miembros del Partido de mediana edad que de la población en general. Pero la existencia de una política así no es más que una sospecha, puesto que no se han encontrado documentos que prueben que los miembros del partido eran enviados a las unidades de reserva de la Policía del Orden de forma deliberada.
Aún es más difícil exponer los argumentos a favor de la selección especial de los oficiales. De acuerdo con los criterios de las SS, el comandante Trapp era un alemán patriótico pero tradicional y demasiado sentimental, lo que en la Alemania nazi estaba considerado con desdén como algo «débil» y «reaccionario». Lo que sin duda es significativo es que, a pesar del consciente esfuerzo de Himmler y Heydrich para fusionar las SS y la policía, y del hecho de que Trapp era un veterano condecorado de la Primera Guerra Mundial, un policía profesional y Alter Kämpfer que ingresó en el partido en 1932, a él nunca lo introdujeron en las SS. No hay duda de que no le asignaron el mando del Batallón de Reserva Policial 101 ni lo destinaron concretamente a Lublin por su supuesta idoneidad como asesino de masas.
El resto de oficiales del batallón ni mucho menos son tampoco muestra de una política de cuidadosa selección. A pesar de sus impecables referencias en el partido, tanto a Hoffmann como a Wohlauf los relegaron a lentas trayectorias profesionales según los criterios de las SS. La carrera de Wohlauf en la Policía del Orden en concreto se caracterizó por evaluaciones mediocres y hasta negativas. Irónicamente, fue el relativamente mayor (cuarenta y ocho años) teniente de reserva Gnade, y no los dos jóvenes capitanes de las SS, quien resultó ser uno de los asesinos más despiadados y sádicos, un hombre que disfrutaba con su trabajo. Por último, la designación del teniente de reserva Buchmann ni mucho menos pudo haber venido de alguien que estuviera seleccionando a conciencia a futuros asesinos.
Resumiendo, al Batallón de Reserva Policial 101 no lo mandaron a Lublin a matar a los judíos porque estuviera formado por agentes especialmente elegidos o que fueran considerados particularmente idóneos para esa labor. Por el contrario, el batallón estaba constituido por los «restos» del contingente de hombres disponible en esa etapa de la guerra. Lo emplearon para matar a los judíos porque era el único tipo de unidad al que se podía recurrir para esos servicios tras las líneas del frente. Lo más probable es que Globocnik sencillamente asumiera como norma que cualquier batallón que se cruzara en su camino, fuera cual fuera su composición, sería capaz de realizar esa tarea asesina. Si fue así, debió de llevarse una decepción después de lo de Józefów, pero a la larga los acontecimientos le dieron la razón.
Hay muchos estudios sobre asesinos nazis que han sugerido un tipo de selección distinto, concretamente la autoselección para el partido y las SS de personas con una disposición para la violencia poco habitual. Poco después de la guerra, Theodor Adorno y otros desarrollaron el concepto de «personalidad autoritaria». Como creían que las influencias de la situación y el entorno ya habían sido estudiadas, decidieron centrarse en factores psicológicos desatendidos hasta la fecha. Empezaron con la hipótesis de que ciertos rasgos profundamente arraigados de la personalidad hacían que los «individuos potencialmente fascistoides» fueran especialmente influenciables por la propaganda antidemocrática.[9] Sus investigaciones les llevaron a compilar una lista con los rasgos más importantes (medidos mediante la denominada escala F) de la «personalidad autoritaria»: rígida adhesión a los valores tradicionales; sumisión a las figuras de autoridad; agresividad contra los que no pertenecen a su grupo; oposición a la introspección, a la reflexión y a la creatividad; tendencia a la superstición y a forjar estereotipos; preocupación por el poder y la «dureza»; carácter destructivo y cinismo; capacidad de proyección («la disposición a creer que en el mundo están pasando cosas salvajes y peligrosas» y «la exteriorización de impulsos emocionales inconscientes»); y una preocupación excesiva por la sexualidad. Concluyeron que el individuo antidemocrático «alberga unos fuertes impulsos agresivos subyacentes» y los movimientos fascistas le permiten dirigir esta agresividad mediante la violencia tolerada contra grupos identificados ideológicamente como distintos.[10] Zygmunt Bauman ha sintetizado ese enfoque de la siguiente forma: «El nazismo fue cruel porque los nazis eran crueles; y los nazis eran crueles porque la gente cruel tendía a convertirse en nazi».[11] Es muy crítico con la metodología de Adorno y sus colegas, que omitía las influencias sociales, y con la insinuación de que la gente corriente no cometía atrocidades fascistas.
Los posteriores defensores de una explicación psicológica han modificado el enfoque de Adorno fusionando de una manera más explícita los factores psicológicos y situacionales (sociales, culturales e institucionales). Tras estudiar a un grupo de hombres que se habían presentado voluntarios para las SS, John Steiner llegó a la conclusión de que «parece existir un proceso de autoselección para la brutalidad».[12] Él propuso el concepto del «durmiente»: ciertas características de la personalidad de individuos con tendencias violentas que normalmente permanecen latentes pero que pueden activarse bajo ciertas condiciones. En la caótica Alemania de después de la Primera Guerra Mundial, las personas que puntuaban alto en la escala F se sintieron atraídas en número desmesurado por el nacionalsocialismo como una «subcultura de la violencia», y en particular por las SS, que les proporcionaban los incentivos y el apoyo necesarios para la completa realización de su potencial violento. Después de la Segunda Guerra Mundial, esos hombres volvieron a un comportamiento respetuoso con la ley. Con ello, Steiner concluye que «la situación tendía a ser el factor determinante más inmediato del comportamiento de las SS», pues despertaba al «durmiente».
Ervin Staub acepta el concepto de que «algunas personas se convierten en autores de un crimen como resultado de su personalidad; son objeto de una “autoselección”». Pero concluye que el «durmiente» de Steiner es un rasgo muy común, y que en unas circunstancias concretas mucha gente tiene capacidad para la violencia extrema y la destrucción de la vida humana.[13] De hecho, Staub pone mucho énfasis en que «los procesos psicológicos habituales, las motivaciones humanas normales y corrientes y ciertas tendencias básicas pero no inevitables del pensamiento y sentimiento humanos» son las «fuentes principales» de la capacidad humana para la destrucción en masa de la vida de sus semejantes. «La maldad que surge del pensamiento normal y es cometida por personas corrientes es la norma, no la excepción».[14]
Si Staub hace que el «durmiente» de Steiner no sea algo excepcional, Zygmunt Bauman llega al punto de descartarlo por tratarse de una «base metafísica». Para Bauman, «el origen de la crueldad es mucho más social que caracterológico».[15] Bauman sostiene que la mayoría de las personas se «meten» dentro del papel que la sociedad les proporciona y es muy crítico con cualquier implicación de que las «personalidades incorrectas» son la causa de la crueldad humana. Para él, la excepción, el verdadero «durmiente», es ese individuo poco común que tiene la capacidad de resistirse a la autoridad y de hacer valer una autonomía moral, pero que raras veces es consciente de esa fuerza escondida hasta que se pone a prueba.
Aquéllos que hacen hincapié en la importancia relativa o absoluta de los factores ambientales sobre las características psicológicas del individuo siempre apuntan al experimento que Philip Zimbardo realizó en la prisión de Stanford.[16] Zimbardo eliminó de la investigación a todo aquel cuya puntuación se alejaba del límite de lo normal en una batería de tests psicológicos que incluía uno que evaluaba la «rígida adhesión a los valores tradicionales y una actitud de sumisión y aceptación ante la autoridad» (esto es, la escala F de la «personalidad autoritaria»), dividió aleatoriamente en guardianes y prisioneros su homogéneo grupo de personas evaluadas como «normales» y los puso en una prisión simulada. Aunque la violencia física declarada estaba prohibida, al cabo de seis días, la estructura inherente a la vida en prisión (en la que los guardias, que actuaban por turnos de tres hombres, tenían que idear maneras de controlar a la población de prisioneros, que era mucho más numerosa) había causado una rápida escalada de brutalidad, humillación y deshumanización. «Lo más dramático y angustioso para nosotros fue observar la facilidad con la que se suscitaba un comportamiento sádico en individuos que no eran el “prototipo de sádico”.» Zimbardo concluía que sólo la situación de la prisión era «condición suficiente para provocar una conducta aberrante y antisocial».
Quizá lo más relevante para este estudio sobre el Batallón de Reserva Policial 101 sea el espectro de comportamiento que Zimbardo descubrió en su muestra de 11 guardianes. Cerca de un tercio de los carceleros se mostraron «crueles y agresivos». Constantemente inventaban nuevas formas de acoso y disfrutaban de su poder recién descubierto para comportarse de manera insensible y arbitraria. Hubo un segundo grupo de guardias que fueron «duros pero justos». «Siguieron las reglas del juego» y no se desviaron de su camino para maltratar a los presos. Sólo dos (esto es, menos del 20 por ciento) resultaron ser «guardias buenos» que no castigaron a los prisioneros e incluso les hicieron pequeños favores.[17]
El espectro del comportamiento de los guardias de Zimbardo posee un asombroso parecido con los grupos que surgieron dentro del Batallón de Reserva Policial 101: un núcleo de asesinos cada vez más entusiastas que se ofrecían voluntarios para los pelotones de ejecución y las «cacerías de judíos»; un grupo más numeroso de policías que disparaban y desalojaban los guetos cuando así se les ordenaba, pero que no buscaban oportunidades para matar (y que en algunos casos se abstenían de hacerlo, contraviniendo las órdenes, cuando nadie controlaba sus acciones); y un pequeño grupo (menos del 20 por ciento) que se negaban y lo rehuían.
Además de esta sorprendente semejanza entre los guardianes de Zimbardo y los policías del Batallón de Reserva Policial 101, debe tenerse en cuenta otro factor más al considerar la relevancia de la autoselección basándose en la predisposición psicológica. El batallón estaba formado por tenientes de reserva y agentes que, sencillamente, habían sido reclutados en cuanto estalló la guerra. Los suboficiales habían ingresado en la Policía del Orden antes de la guerra porque, o bien esperaban ejercer profesionalmente de policías (en este caso en la policía metropolitana de Hamburgo, no en la policía política o Gestapo), o bien querían evitar que los reclutaran en el ejército. En esas circunstancias es difícil percibir cualquier mecanismo de autoselección mediante el cual los batallones de reserva de la Policía del Orden pudieran haber atraído una concentración poco común de hombres propensos a la violencia. En realidad, aunque la Alemania nazi ofreciera unas rutas profesionales excepcionalmente numerosas que aprobaban y premiaban el comportamiento violento, el reclutamiento aleatorio del resto de la población, de la que ya se habían filtrado los individuos más proclives al uso de la fuerza, posiblemente producía un número incluso menor a la media de «personalidades autoritarias». Resumiendo, la autoselección basada en los rasgos de la personalidad ayuda muy poco a explicar la conducta de los agentes del Batallón de Reserva Policial 101.
Si la selección especial desempeñó un papel pequeño y la autoselección aparentemente ninguno, ¿qué hay del interés personal y el arribismo? Aquellos que admitieron haber estado entre los tiradores no justificaron su comportamiento con consideraciones sobre su carrera profesional. Sin embargo, contrasta el hecho de que el tema de la ambición personal fue mucho más claramente articulado por varios de los hombres que no dispararon. Al explicar su conducta excepcional, el teniente Buchmann y Gustav Michaelson observaron que, a diferencia de sus compañeros oficiales o camaradas, ellos tenían una profesión bien establecida en la vida civil a la cual regresar y no tenían ninguna necesidad de considerar las posibles repercusiones negativas en una futura carrera profesional en la policía.[18] Buchmann era claramente reacio a que la Fiscalía utilizara su comportamiento en contra de los acusados y por eso pudo destacar el hecho de que el factor profesional debía considerarse un criterio moral al juzgar a unos hombres que actuaban de forma distinta. Pero la declaración de Michaelson no estaba influenciada por semejantes reflexiones o reticencias.
Además del testimonio de los que no se sentían sujetos a ninguna consideración profesional, está el comportamiento de aquéllos que de forma clara sí lo estaban. El capitán Hoffmann es un típico ejemplo de un hombre impulsado por su arribismo. Paralizado por los dolores de estómago —inducidos de forma psicosomática (en parte, si no del todo) por las acciones asesinas del batallón—, intentó obstinadamente ocultar su enfermedad a sus superiores en lugar de utilizarla para escapar de su situación. Se expuso a la manifiesta sospecha de cobardía por parte de sus subordinados en un vano intento de mantener el mando de su compañía. Y cuando al final lo relevaron, también protestó esa decisión que amenazaba su carrera profesional. Dado el número de agentes del Batallón de Reserva Policial 101 que se quedaron en la policía después de la guerra, para muchos otros las ambiciones profesionales debieron de desempeñar también un papel importante.
Entre los autores de las matanzas, la explicación para su propio comportamiento que tradicionalmente se ha citado con más frecuencia ha sido, claro está, las órdenes. La cultura política autoritaria de la dictadura nazi, salvajemente intolerante con el desacuerdo manifiesto, junto con la típica necesidad militar de acatar las órdenes y la inflexible imposición de la disciplina, crearon una situación en la cual los individuos no tenían elección. Insistieron en que órdenes eran órdenes y en semejante clima político no se podía esperar que nadie las desobedeciera. La desobediencia suponía con seguridad el campo de concentración si no la ejecución inmediata, posiblemente también para sus familias. Los autores se habían encontrado metidos en una situación de tremenda «coacción», y por lo tanto no se les podía considerar responsables de las acciones que cometieron. Al menos, eso es lo que los acusados dijeron juicio tras juicio en la Alemania de después de la guerra.
No obstante, hay un problema general en esta explicación. Sencillamente, en los últimos cuarenta y cinco años ningún abogado de la defensa o acusado en ninguno de los cientos de juicios celebrados tras la guerra ha sido capaz de documentar ni un solo caso en el cual la negativa a obedecer una orden de matar a civiles desarmados tuviera como resultado el supuestamente inevitable castigo nefasto.[19] El castigo o censura que en ocasiones resultó de esa desobediencia nunca estuvo acorde con la gravedad de los crímenes que se les había mandado cometer a los subordinados.
Una variante de la explicación de las órdenes ineludibles es la «supuesta coacción». Incluso aunque las consecuencias de la desobediencia no hubieran sido tan horribles, los hombres que sí obedecían no podían haberlo sabido en ese momento. Pensaban sinceramente que no habían tenido otra opción cuando se les dieron las órdenes de matar. Es indudable que en muchas unidades los fervientes oficiales intimidaban a sus subalternos con inquietantes amenazas. En el Batallón de Reserva Policial 101, tal como hemos visto, hubo ciertos oficiales y suboficiales, como Drucker y Hergert, que al principio trataron de hacer que todos dispararan, aunque a continuación relevaran a aquellos que no se veían con ánimos de continuar. Y otros oficiales y suboficiales, como Hoppner y Ostmann, escogieron a los que se sabía que no disparaban y les presionaron para que mataran, a veces con éxito.
Pero, por regla general, incluso la supuesta coacción no es válida para el Batallón de Reserva Policial 101. Desde el momento en que el mayor Trapp, con la voz entrecortada y las lágrimas que le corrían por las mejillas, ofreció en Józefów disculpar a aquéllos que «no se vieran con ánimos» y protegió de la ira del capitán Hoffinann al primer soldado que aceptó su oferta, en el batallón no existió una situación de supuesta coacción. La posterior conducta de Trapp, no sólo al excusar al teniente Buchmann de participar en las acciones judías, sino al proteger claramente a un policía que no mantuvo en secreto su desaprobación, no hizo más que aclarar las cosas. Un conjunto de directrices no escritas surgió en el seno del batallón. Para las ejecuciones de poca importancia se pedían voluntarios o se escogía a los tiradores de entre aquéllos que se sabía que estaban deseosos de matar o que simplemente no hacían el esfuerzo de mantenerse a distancia cuando se formaban los pelotones de ejecución. Para las acciones de mayor envergadura, a los que no quisieron disparar no los obligaron. Incluso los intentos de los oficiales de forzar a los que no habían disparado a que lo hicieran podían rechazarse, puesto que los hombres sabían que los oficiales no recurrirían ante el mayor Trapp.
Todos menos los críticos más manifiestos, como Buchmann, tuvieron que participar en el servicio de acordonamiento y en las redadas, pero en tales circunstancias todos pudieron tomar sus propias decisiones en cuanto a los fusilamientos. Las declaraciones están llenas de historias de agentes que desobedecieron las órdenes durante las operaciones de limpieza de los guetos y que no mataron a niños ni a aquéllos que intentaban esconderse o huir. Incluso algunos que admitieron haber tomado parte en las ejecuciones afirmaron no haber disparado en la confusión y el tumulto de los desalojos de los guetos, o cuando estaban de patrulla y su comportamiento no podía observarse de cerca.
Si el acatamiento de las órdenes a causa del miedo a un castigo terrible no es una explicación válida, veamos qué ocurre con la «obediencia a la autoridad» en el sentido más general que utiliza Stanley Milgram: la deferencia que simplemente es producto de la socialización y la evolución, una «tendencia de comportamiento profundamente arraigada» que lleva a cumplir con las directrices de aquéllos que están situados jerárquicamente por encima, incluso hasta el punto de realizar acciones repugnantes que violan las normas morales «universalmente aceptadas».[20] En una serie de experimentos que hoy en día son famosos, Milgram puso a prueba la capacidad del individuo para resistir a una autoridad que no estaba respaldada por ninguna amenaza coercitiva externa. Una «autoridad científica» en un supuesto experimento de aprendizaje ordenó a unos sujetos no informados y voluntarios que infligieran una serie cada vez mayor de descargas eléctricas falsas a un actor/víctima que respondía con unas «reacciones verbales» cuidadosamente programadas, una sucesión cada vez mayor de quejas, gritos de dolor, llamadas de socorro y finalmente el fatídico silencio. En el experimento normal con las reacciones verbales, dos tercios de los sujetos de Milgram «obedecieron» hasta el punto de llegar a infligir un dolor extremo.[21]
Distintas variaciones del experimento produjeron unos resultados significativamente diferentes. Si el actor/víctima estaba protegido de manera que el sujeto no pudiera ni oír ni ver su respuesta, la obediencia era mucho mayor. Si él sujeto veía y oía sus reacciones, la conformidad hasta llegar al límite descendía al 40 por ciento. Si el sujeto tenía que tocar físicamente al actor/víctima obligándolo a poner la mano en la placa eléctrica que asestaba las descargas, el porcentaje de obediencia bajaba hasta el 30 por ciento. Si las órdenes las daba una figura no autoritaria la obediencia era nula. Si el sujeto realizaba una tarea secundaria o auxiliar pero no tenía que infligir personalmente las descargas eléctricas, la obediencia era casi total. Por el contrario, si el sujeto formaba parte de un grupo de actores/iguales que representaban de forma cuidadosamente preparada su negativa a seguir cumpliendo las órdenes de la figura autoritaria, la inmensa mayoría de los sujetos (el 90 por ciento) se unieron a ese grupo de iguales y también se abstuvieron. Si el nivel de las descargas que se administraban se dejaba al arbitrio del sujeto, sistemáticamente todos menos unos pocos sádicos infligieron una descarga mínima. Cuando no estaban bajo la directa vigilancia del científico, muchos de los sujetos «hicieron trampas» y administraron unas descargas más bajas de lo que estaba permitido aunque no fueran capaces de enfrentarse a la autoridad y abandonar el experimento.[22]
Milgram aducía una serie de factores para explicar ese inesperado nivel tan alto de obediencia potencialmente asesina a una autoridad no coercitiva. Un sesgo evolutivo favorece la supervivencia de las personas que se adaptan a las situaciones jerárquicas y a la actividad social organizada. La socialización a través de la familia, la escuela y el servicio militar, así como toda una serie de recompensas y castigos en el seno de la sociedad en general reafirman e interiorizan una tendencia hacia la obediencia. El ingreso aparentemente voluntario dentro de un sistema de autoridad que se «percibe» como legítimo crea un fuerte sentido de la obligación. Aquéllos que están dentro de la jerarquía adoptan la perspectiva o la «definición de la situación» de la autoridad (en este caso, como un importante experimento científico más que como la aplicación de una tortura física). Los conceptos de «lealtad, deber, disciplina», al requerir un desempeño competente ante la autoridad, se convierten en imperativos morales que anulan cualquier identificación con la víctima. Los individuos normales entran en un «estado de agente» en el que son el instrumento de los deseos de otro. En tal estado ya no se sienten personalmente responsables del contenido de sus acciones, sino sólo de lo bien que lo hacen.[23]
Una vez involucradas, las personas se encuentran con una serie de «factores vinculantes» o «mecanismos de consolidación» que hacen que la desobediencia o la negativa sean todavía más difíciles. La velocidad del proceso no fomenta ninguna iniciativa nueva o contraria. La «obligación situacional» o protocolo hace que el negarse sea algo impropio, de mala educación o incluso una transgresión inmoral de las obligaciones. Y una preocupación socializada en torno al posible castigo por desobediencia actúa también como elemento disuasorio.[24]
Milgram hacía una referencia directa a las similitudes entre la conducta humana en sus experimentos y bajo el régimen nazi. Llegó a la conclusión de que «cuesta muy poco inducir a los hombres a cometer un asesinato».[25] No obstante, Milgram era consciente de las diferencias significativas que había entre las dos situaciones. Reconoció de manera muy explícita que a los sujetos de sus experimentos se les aseguró que sus acciones no iban a causar ningún daño físico permanente. Ellos no se encontraban bajo amenaza o coacción. Y, por último, los actores/víctimas no eran objeto de una «intensa degradación» conseguida mediante el adoctrinamiento de los sujetos. Por el contrario, los asesinos del Tercer Reich vivían en un Estado policial donde las consecuencias de la desobediencia podían ser drásticas, y estaban sometidos a un intenso aleccionamiento; pero también sabían que no estaban infligiendo dolor, sino destruyendo vidas humanas.[26]
¿Fue la masacre de Józefów una especie de experimento Milgram radical que tuvo lugar en un bosque de Polonia con asesinos y víctimas de verdad en vez de suceder en un laboratorio de psicología social con sujetos no informados y actores/víctimas? ¿Las acciones del Batallón de Reserva Policial 101 pueden explicarse con las observaciones y conclusiones de Milgram? Surgen algunas dificultades al tratar de describir lo ocurrido en Józefów como un caso de deferencia a la autoridad, puesto que ninguna de las variantes experimentales de Milgram era completamente análoga a la situación histórica en ese lugar, y las diferencias relevantes constituyen demasiadas variables como para que se puedan sacar conclusiones firmes en algún sentido científico. No obstante, muchos de los hallazgos de Milgram encuentran una confirmación gráfica en la conducta y el testimonio de los hombres del Batallón de Reserva Policial 101.
En Józefów, a diferencia de la situación en el laboratorio, el sistema de autoridad al que respondían los agentes era bastante complejo. El mayor Trapp no representaba una figura de autoridad fuerte, sino muy débil. Admitió casi llorando la espantosa naturaleza de la inminente tarea e invitó a los policías de reserva de más edad a que se dispensaran de ella. Aunque Trapp era una figura de autoridad inmediata débil, invocaba sin embargo a un sistema de autoridad más distante que lo era todo menos eso. Él dijo que las órdenes de la masacre se habían recibido desde las más altas instancias. El mismo Trapp y el batallón como unidad estaban sometidos a los mandatos de esa autoridad distante, incluso cuando la preocupación de Trapp por sus hombres eximió a algunos policías en concreto.
¿A qué estaban obedeciendo casi todos los agentes cuando no dieron un paso al frente? ¿A la autoridad representada por Trapp o sus superiores? ¿Obedecían a Trapp no porque fuera una figura de autoridad, sino por su condición individual de querido y apreciado oficial al que no iban a dejar en la estacada? ¿Existieron otros factores? El mismo Milgram observa que las personas invocan a la autoridad con mucha más frecuencia que a la conformidad para explicar su comportamiento, puesto que sólo la primera parece absolverlos de la responsabilidad personal. «Los sujetos niegan la conformidad y adoptan la obediencia como explicación de sus acciones».[27] Aun así, muchos policías admitieron haber cedido a las presiones de la conformidad —¿qué iban a pensar de ellos sus compañeros?— y no de la autoridad. Según la propia opinión de Milgram, un reconocimiento así era la punta del iceberg y debió de haber sido un factor más importante incluso de lo que los agentes admitieron en sus declaraciones. Si es así, la conformidad adquiere un papel más importante que la autoridad en los sucesos de Józefów.
Milgram comprobó los efectos de la presión de los iguales en la reafirmación de la capacidad individual para resistirse a la autoridad. Cuando los actores/colaboradores salieron corriendo, a los sujetos no informados les fue mucho más fácil seguirles. Milgram también intentó probar lo contrario, es decir, el papel de la conformidad a la hora de intensificar la capacidad para infligir dolor.[28] El científico/figura autoritaria les dio instrucciones a tres sujetos, dos colaboradores y uno no informado, para que causaran dolor al nivel más bajo que propusiera cualquiera de ellos. Cuando a un sujeto no informado que actuaba solo se le había dejado que estableciera el nivel de la descarga según su propio criterio, el sujeto casi siempre había infligido el dolor mínimo. Pero cuando los dos colaboradores, que siempre iban primero, propusieron ir aumentando la descarga paso a paso, el sujeto no informado se vio influenciado de manera significativa. Aunque hubo amplias diferencias entre los individuos, el resultado medio fue la selección de un nivel de descarga eléctrica a medio camino entre no aumentarlo e irlo aumentando poco a poco de manera continuada. Esto no es suficiente para probar que la presión de los iguales puede compensar las deficiencias de una autoridad débil. No hubo llanto, sino un querido científico que invitaba a los sujetos a que dejaran el panel de descarga eléctrica para que otros hombres (con los cuales el sujeto tenía relaciones de compañerismo y ante los cuales se sentiría obligado a mantener una apariencia dura y varonil) se quedaran y continuaran dando dolorosas descargas. En realidad, sería casi imposible elaborar un experimento para probar un escenario así, que requiriera verdaderas relaciones de compañerismo entre un sujeto no informado y los actores/colaboradores. No obstante, el mutuo refuerzo de la autoridad y la conformidad parece haber sido claramente demostrado por Milgram.
Aunque la naturaleza polifacética de la autoridad en Józefów y el papel clave de la conformidad entre los policías no sean muy equivalentes a los experimentos de Milgram, sí que prestan, no obstante, un considerable apoyo a sus conclusiones, y algunas de sus observaciones se ven claramente confirmadas. La proximidad directa al horror de la matanza hizo aumentar significativamente el número de agentes que ya no obedecerían más. Por otro lado, con la división del trabajo y el traslado del proceso de ejecución a los campos de exterminio, los policías apenas se sentían responsables de sus acciones. Igual que en el experimento de Milgram en el que no había supervisión directa, muchos policías no acataron las órdenes cuando no los vigilaban de cerca; atenuaban su comportamiento cuando podían hacerlo sin riesgo personal, pero eran incapaces de negarse abiertamente a participar en las operaciones asesinas del batallón.
Un factor que, eso hay que reconocerlo, no fue el núcleo de los experimentos de Milgram, el adoctrinamiento, y otro que solamente se tocó en parte, la conformidad, requieren más investigación. Milgram sí que estableció la «definición de la situación» o ideología, aquello que da significado y coherencia a la ocasión social, como un antecedente crucial de la deferencia a la autoridad. Milgram sostiene que controlar la manera en que las personas interpretan su mundo es una forma de controlar el comportamiento. Si aceptan la ideología de la autoridad, la acción viene después de manera lógica y por voluntad propia. Por tanto, la «justificación ideológica es vital para obtener la obediencia voluntaria, ya que permite al individuo considerar que su comportamiento sirve a un fin deseable».[29]
En los experimentos de Milgram, la «justificación ideológica que los abarcaba» estaba presente en forma de una fe tácita y no cuestionada en la bondad de la ciencia y su contribución al progreso. Pero no se intentó de forma sistemática «degradar» al actor/victima ni inculcarle al sujeto una ideología determinada. Milgram planteó como hipótesis que el comportamiento más destructivo de la gente en la Alemania nazi, estando bajo una vigilancia directa mucho menor, era consecuencia de una interiorización de la autoridad a la que se había llegado «mediante un proceso relativamente largo de un tipo de adoctrinamiento que no era posible realizar en el transcurso de una hora de laboratorio».[30]
Entonces, ¿hasta qué punto la inculcación deliberada de las doctrinas nazis determinó el comportamiento de los hombres del Batallón de Reserva Policial 101? ¿Estaban sometidos a tal bombardeo de propaganda insidiosa e inteligente que perdieron la capacidad de raciocinio independiente y acción responsable? ¿La degradación de los judíos y las exhortaciones para matarlos fueron fundamentales en ese adoctrinamiento? El término popular para definir el aleccionamiento intenso y la manipulación psicológica, y que surge de la experiencia de algunos soldados norteamericanos capturados en la guerra de Corea, es «lavado de cerebro». ¿A esos asesinos les «lavaron el cerebro» en un sentido general?
Sin lugar a dudas, Himmler daba muchísima importancia al adoctrinamiento ideológico de los miembros de las SS y la policía. No sólo tenían que ser unos soldados y policías eficientes, sino también unos guerreros ideológicamente motivados, unos cruzados contra los enemigos políticos y raciales del Tercer Reich.[31] Los esfuerzos de aleccionamiento no comprendían solamente a las organizaciones de élite de las SS, sino también a la Policía del Orden, y llegaban incluso hasta la humilde policía de reserva, aunque los reservistas apenas se ajustaban al concepto que Himmler tenía de la nueva aristocracia racial nazi. Por limpio, para ingresar en las SS se requería demostrar una ascendencia sin mancha de sangre judía a lo largo de cinco generaciones. Sin embargo, incluso a los «Mischlinge de primer grado» (personas con dos abuelos judíos) y sus cónyuges no se les prohibió prestar servicio en la policía de reserva hasta octubre de 1942; a los «Mischlinge de segundo grado» (uno de los abuelos judío) y sus cónyuges no se les prohibió hasta abril de 1943.[32]
En sus directrices para el entrenamiento básico del 23 de enero de 1940, la Oficina Central de la Policía del Orden decretó que además de la forma física, el uso de armas y las técnicas policiales, había que fortalecer el carácter y la ideología de todos los batallones de la Policía del Orden.[33] El entrenamiento básico incluía un módulo de un mes de «educación ideológica». Uno de los temas para la primera semana era «La raza como base de nuestra visión del mundo», seguido en la segunda semana por el titulado «Mantener la pureza de sangre».[34] Aparte del entrenamiento básico, los batallones policiales, tanto los que estaban en activo como los de reserva, iban a recibir un continuo entrenamiento militar e ideológico por parte de sus oficiales.[35] Éstos tenían que acudir a unos talleres una semana que incluían una hora de instrucción ideológica para ellos mismos y una hora de práctica en la instrucción ideológica de otras personas.[36] Un plan de estudios con cinco partes del mes de enero de 1941 incluía las subdivisiones: «Entendimiento de la raza como la base de nuestra visión del mundo», «La cuestión judía en Alemania» y «Mantener la pureza de la sangre alemana».[37]
Se dieron instrucciones explícitas sobre el espíritu y frecuencia de esa capacitación ideológica continua para la que la visión del mundo del nacionalsocialismo tenía que ser la «guía». Cada día, o como mucho cada dos días, los hombres debían ser informados sobre acontecimientos recientes y sobre su adecuada comprensión bajo una perspectiva ideológica. Cada semana los oficiales tenían que llevar a cabo unas sesiones de treinta a cuarenta y cinco minutos en las que se daría una breve conferencia o se leería un edificante pasaje de libros propuestos o de panfletos de las SS especialmente preparados. Los oficiales tenían que elegir algún tema (lealtad, camaradería, espíritu ofensivo) a través del cual las metas educacionales del nacionalsocialismo pudieran ser claramente expresadas. Se debían celebrar sesiones mensuales sobre los temas más importantes del momento y en las que podrían estar presentes los oficiales y el personal docente de las SS y del partido.[38]
Obviamente, los oficiales del Batallón de Reserva Policial 101 se ajustaron a esas directrices sobre educación ideológica. En diciembre de 1942, a los capitanes Hoffmann y Wohlauf y al teniente Gnade se les reconocieron sus actividades «en el área de la capacitación ideológica y el cuidado de las tropas». Cada uno de ellos fue premiado con un libro del que les iba a hacer entrega su oficial al mando.[39] Sin embargo, dejando a un lado las indudables intenciones de Himmler, una mirada al verdadero material utilizado para adoctrinar al Batallón de Reserva Policial 101 plantea serias dudas sobre si el aleccionamiento de las SS es adecuado para explicar por qué los policías se convirtieron en asesinos.
En los Archivos Federales Alemanes (Bundesarchiv) de Coblenza se conservan dos tipos de material educativo de la Policía del Orden. El primero consta de dos series de Circulares semanales publicadas por el departamento de «educación ideológica» de la Policía del Orden entre 1940 y 1944.[40] Algunos de los artículos principales los escribieron lumbreras nazis y notables activistas ideológicos tales como Joseph Goebbels, Alfred Rosenberg (ministro de Hitler para la Rusia ocupada) y Walter Gross (jefe de la Oficina de Política Racial del Partido). La perspectiva racista general era, por supuesto, dominante. Sin embargo, en un total de unos 200 artículos había relativamente poco espacio destinado explícitamente al antisemitismo y a la cuestión judía. Había uno, «Judaismo y criminalidad», excepcionalmente aburrido hasta para los casi indistinguibles patrones de las dos series, que concluía diciendo que las presuntas características judías tales como «la desmesura», «la vanidad», «la curiosidad», «la negación de la realidad», «la maldad», «la estupidez», «la malicia» y «la brutalidad» eran exactamente las mismas que las del «criminal perfecto».[41] Quizás una prosa como esa provocara sueño en los lectores, pero sin duda no hizo que se volvieran unos asesinos.
El otro artículo dedicado en su totalidad a la cuestión judía, que aparecía en la contraportada del ejemplar de diciembre de 1941, se titulaba «Un objetivo de esta guerra: Europa libre de judíos». Apuntaba en tono alarmante que «la promesa del Führer de que una nueva guerra instigada por los judíos no ocasionaría el fracaso de la Alemania antisemítica sino, por el contrario, el fin de los judíos, se estaba cumpliendo entonces». «La solución definitiva al problema judío, es decir, no sólo privarlos del poder sino suprimir esa raza de parásitos de la familia de los pueblos de Europa», era inminente. «Lo que parecía imposible hacía dos años se estaba convirtiendo entonces en realidad paso a paso: al final de la guerra existiría una Europa libre de judíos».[42]
Recordar la profecía de Hitler e invocar su autoridad en relación con el objetivo final de una «Europa libre de judíos» no era, por supuesto, nada extraño en los materiales de adoctrinamiento de las SS. Por el contrario, se hacía circular mucho ese mismo mensaje entre el público en general. Además, por otro artículo del 20 de septiembre de 1942 se puede ver lo poco que estos materiales estaban dirigidos a «lavarles el cerebro» a los policías de reserva para que se convirtieran en asesinos, ya que fue el único de las dos series completas dedicado a ellos. Lejos de armarlos de valor para que fueran inhumanos de manera sobrehumana y realizaran grandes tareas, el artículo daba por supuesto que la policía de reserva no estaba haciendo nada de notable importancia. Para levantarles la moral, presumiblemente amenazada más que nada por el aburrimiento, a los «reservistas de más edad» se les aseguraba que no importaba lo inofensivo que pudiera parecer su trabajo, en la guerra total «todo el mundo es importante».[43] Para entonces, los «reservistas de más edad» del Batallón de Reserva Policial 101 habían llevado a cabo las ejecuciones colectivas en Józefów y Lomazy, y las primeras deportaciones desde Parczew y Miedzyrzec. Estuvieron en la víspera de un importante y mortífero ataque de seis semanas a los guetos del norte de Lublin. Es poco probable que cualquiera de ellos hubiera encontrado ese artículo muy relevante y mucho menos inspirador.
Un segundo grupo de material de adoctrinamiento lo constituyen una serie de panfletos especiales (entre cuatro y seis al año) «para la educación ideológica de la Policía del Orden». En 1941 uno de los ejemplares trataba de «La comunidad de sangre de los pueblos alemanes» y «El gran imperio alemán».[44] En 1942 salió un artículo titulado «Alemania reorganiza Europa» y un «artículo especial» llamado «El soldado de las SS y la cuestión de la sangre».[45] Un gran ejemplar combinado de 1943 estaba dedicado a «La política de la raza».[46] Empezando con él artículo especial de 1942 sobre la cuestión de la sangre, pero sobre todo con el de 1943 «La política de la raza», el tratamiento de la doctrina racial y la cuestión judía se volvió muy concienzudo y sistemático. El «pueblo» alemán (Volk) o «comunidad de sangre» (Blutsgemeinschaft) estaba formado por una mezcla de seis razas europeas estrechamente emparentadas, siendo la raza nórdica la más numerosa (del 50 al 60 por ciento). Bajo la influencia del severo clima del norte que eliminaba sin piedad a los elementos débiles, la raza nórdica era superior a cualquier otra en el mundo, tal como se podía comprobar viendo los logros culturales y militares de Alemania. El Volk alemán se enfrentaba a una lucha constante por la supervivencia decretada por la naturaleza, cuyas leyes dictan que «todos los débiles e inferiores desaparecen» y «sólo los fuertes y poderosos siguen adelante para propagarse». Para ganar esa lucha, el Volk necesitaba hacer dos cosas: conquistar más espacio donde vivir para prever un aumento de la población y conservar la pureza de la sangre alemana. El destino de los pueblos que no aumentaran su población o no mantuvieran la pureza de su raza podía verse en los ejemplos de Esparta y Roma.
La mayor amenaza para una conciencia abierta y sin trabas de la necesidad de la expansión territorial y la pureza racial provenía de las doctrinas que promulgaban la igualdad fundamental de todo el género humano. La primera de esas doctrinas era el cristianismo, divulgado por el judío Pablo. La segunda era el liberalismo, que surgió de la Revolución Francesa (el levantamiento de las razas inferiores), instigada por los francmasones dirigidos por los judíos. La tercera y mayor amenaza era el marxismo/bolchevismo cuyo creador era el judío Karl Marx.
«Los judíos son una mezcla de razas que, a diferencia de todos los demás pueblos y razas, conservan su carácter esencial sobre todo a través de su instinto parasitario.» Sin hacer caso de la consistencia o la lógica, el panfleto afirmaba a continuación que los judíos mantenían pura su propia raza atacando la existencia de su raza huésped mediante la mezcla de las dos. No era posible la coexistencia entre un pueblo consciente de su raza y los judíos, sólo una lucha que se ganaría cuando «el último de los judíos se hubiera marchado de nuestra parte del mundo». La guerra que había entonces era una lucha así, una lucha que decidiría el destino de Europa. «Con la destrucción de los judíos» se eliminaría la última amenaza para el mantenimiento de Europa.
¿Con qué propósito explícito se escribieron esos panfletos? ¿Qué conclusiones destacaba a los lectores esa revisión de los principios básicos del pensamiento nacionalsocialista sobre la raza? Ni «La cuestión de la sangre» ni «La política de la raza» terminaban con un llamamiento a eliminar al enemigo racial. Más bien acababan con la exhortación a que nacieran más alemanes. La batalla racial era en parte una batalla demográfica determinada por las leyes de la «fertilidad» y la «selección». La guerra era una «contraselección en forma pura», puesto que no sólo los mejores caían en el campo de batalla, sino que además lo hacían antes de tener hijos. «La victoria de las armas» requería una «victoria de los hijos». Como las SS representaba una selección de elementos predominantemente nórdicos entre los pueblos alemanes, los miembros de las SS tenían la obligación de casarse pronto, elegir a una novia joven, pura de raza y fértil, y tener un gran número de hijos.
Por consiguiente, deben tenerse en cuenta algunos factores al evaluar el adoctrinamiento de la policía de reserva mediante folletos como éstos. Primero, el panfleto más detallado y meticuloso no se publicó hasta 1943, después de que la zona de seguridad del norte de Lublin del Batallón de Reserva Policial 101 ya estaba prácticamente «libre de judíos». Apareció demasiado tarde como para haber tenido algo que ver en la instrucción como ejecutores de masas de los hombres del batallón. Segundo, el panfleto de 1942 estaba claramente dirigido a las obligaciones familiares de los jóvenes miembros de las SS y era particularmente irrelevante para los reservistas de mediana edad que hacía mucho tiempo que ya habían tomado sus decisiones sobre su pareja en el matrimonio y el volumen de su familia. Por eso, aunque estaba disponible, hubiera parecido algo extrañamente inapropiado como base para una de las sesiones de adoctrinamiento semanales o mensuales del batallón.
Tercero, la edad de los agentes también afectaba su facilidad de aleccionamiento de otra manera. Muchos de los autores de crímenes nazis eran hombres muy jóvenes. Habían sido educados en un mundo en el que los valores del nazismo eran las únicas «normas morales» que conocían. Se podría argumentar que esos jóvenes, instruidos y formados únicamente bajo las condiciones de la dictadura nazi, sencillamente no conocían otra cosa. El hecho de matar judíos no entraba en conflicto con el sistema de valores con el que habían crecido, y de ahí que el adoctrinamiento fuera mucho más sencillo. Sean cuales sean los méritos de un argumento así, no hay duda de que no es válido para aplicarlo a los agentes de mediana edad del Batallón de Reserva Policial 101. Ellos fueron educados y tuvieron sus años de formación en el período anterior a 1933. Muchos provenían de un entorno social que era relativamente poco receptivo al nacionalsocialismo. Conocían perfectamente bien las normas morales de la sociedad alemana que precedió a los nazis. Tenían unos parámetros anteriores mediante los que juzgar la política nazi que se les pedía que llevaran a cabo.
Cuarto, los folletos ideológicos como los que se prepararon para la Policía del Orden sin duda reflejaban la atmósfera más amplia en la que habían sido entrenados e instruidos los policías así como la cultura política en la que habían vivido durante la década anterior. Tal como dijo el teniente Drucker con extraordinario comedimiento: «Bajo la influencia de los tiempos, mi actitud hacia los judíos se caracterizaba por una cierta aversión». La denigración de los judíos y la proclamación de la superioridad de la raza germánica eran tan constantes, tan generalizadas y tan implacables que debieron de forjar las actitudes generales de muchísimas personas en Alemania, incluyendo al policía de reserva medio.
Quinto y último, los panfletos y materiales que trataban el tema de los judíos justificaban la necesidad de una Europa judenfrei e intentaban encontrar apoyo y respaldo para lograr tal objetivo, pero no insistían de una manera explícita en la participación personal para conseguirlo mediante el asesinato de los judíos. Conviene mencionar este punto porque algunas de las pautas de instrucción de la Policía del Orden que atañían a la guerra partisana estipulaban claramente que cada individuo debía ser lo suficientemente duro como para matar partisanos y, aún más importante, «sospechosos».
«La lucha partisana es una lucha en favor del bolchevismo, no es un movimiento del pueblo […]. El enemigo debe ser totalmente destruido. La constante decisión sobre la vida y la muerte que plantean los partisanos y los sospechosos es difícil incluso para el más duro de los soldados. Pero debe hacerse. Se comporta de forma correcta aquél que, dejando a un lado todos los posibles impulsos del sentimiento personal, actúa sin piedad ni clemencia».[47]
En todos los materiales de adoctrinamiento de la Policía del Orden no hay ningún conjunto de directrices paralelas que trate de preparar a los policías para matar a mujeres y niños judíos desarmados. Es cierto que en Rusia una gran cantidad de judíos fueron asesinados dentro del marco de la matanza de «sospechosos» durante los rastreos antipartisanos. No obstante, en los territorios polacos en los que se acuarteló el Batallón de Reserva Policial 101 en 1942, sencillamente no había ninguna coincidencia importante a la hora de matar a sospechosos partisanos o a judíos. Al menos por lo que se refiere a esa unidad, no puede decirse que las matanzas de judíos fueran a consecuencia de exhortaciones brutales para matar a partisanos y «sospechosos».
Hay otra comparación pertinente. Antes de que los Einsatzgruppen entraran en territorio soviético, fueron sometidos a un período de entrenamiento de dos meses. En su preparación estaban incluidas las visitas y conferencias de varias eminencias de las SS que les daban «charlas animadas» sobre la inminente «guerra de destrucción». Cuatro días antes de la invasión, los oficiales fueron llamados a Berlín para una reunión privada con el mismísimo Reinhard Heydrich. Resumiendo, se hizo un esfuerzo considerable para preparar a esos hombres para el asesinato colectivo que iban a perpetrar. Incluso los agentes de los batallones policiales que fueron a Rusia después de los Einsatzgruppen en el verano de 1941 estaban en parte listos para lo que les esperaba. Se les había informado de la directriz secreta sobre la ejecución de los comunistas (la «orden del comisario político») y de las pautas para tratar a la población civil. Algunos comandantes de batallón también intentaron inspirar a sus tropas por medio de discursos, tal como hacían Daluege y Himmler cuando iban de visita. Por el contrario, tanto a los oficiales como a los agentes del Batallón de Reserva Policial 101, la mortífera tarea que les esperaba los sorprendió y los cogió singularmente desprevenidos.
En resumen, los guardias del Batallón de Reserva Policial 101, al igual que el resto de la sociedad alemana, estaban inmersos en un diluvio de propaganda racista y antisemítica. Además, la Policía del Orden proporcionaba instrucción tanto en el entrenamiento básico como en la práctica diaria dentro de cada unidad. Una propaganda así debió de haber tenido un efecto importante a la hora de reafirmar las nociones generales de la superioridad racial de los alemanes y esa «cierta aversión» hacia los judíos. Sin embargo, no cabe duda de que una gran cantidad del material de adoctrinamiento no iba dirigido a los reservistas de más edad y en algunos casos era sumamente inapropiado e irrelevante para ellos. Y entre la documentación que se conserva es evidente la ausencia de material diseñado expresamente para endurecer a los policías en vistas a la tarea personal de matar judíos. Se tendría que estar muy convencido del poder manipulador del adoctrinamiento para creer que cualquiera de esos materiales pudo haber privado a los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 de la capacidad de pensamiento independiente. No hay duda de que muchos de ellos fueron influenciados y condicionados en un sentido general, e imbuidos en particular de un sentido de su propia superioridad y parentesco racial así como de la inferioridad de los judíos y de todos aquellos que eran diferentes; pero también es muy cierto que no estaban explícitamente preparados para la tarea de matar judíos.
Junto al aleccionamiento ideológico, un factor esencial mencionado pero no completamente explorado en los experimentos de Milgram era la conformidad con el grupo. El batallón tenía órdenes de matar judíos, pero no así cada uno de los individuos. Aun así, del 80 al 90 por ciento de los policías siguieron matando a pesar de que casi todos, al menos en un principió, estaban horrorizados y asqueados por lo que estaban haciendo. Sencillamente, romper filas y dar un paso al frente o adoptar abiertamente una conducta inconformista era algo que superaba a la mayoría de los hombres. Les era más fácil limitarse a disparar.
¿Por qué? Ante todo, al romper filas, los que no disparaban les estaban dejando todo el «trabajo sucio» a sus compañeros. Aunque fuera el batallón el que tenía que disparar y no los individuos, negarse a hacerlo suponía rechazar la parte que a uno le correspondía en una desagradable obligación colectiva. De hecho, era un acto asocial con respecto a los compañeros. Aquéllos que no disparaban se arriesgaban al aislamiento, al rechazo y al ostracismo, una perspectiva muy desagradable en el ámbito de una unidad hermanada y destinada en el extranjero, en medio de una población hostil, por lo que el individuo no tenía prácticamente ningún otro sitio donde encontrar apoyo y contacto social.
Esta amenaza de aislamiento se intensificaba por el hecho de que apartarse de los demás también podría considerarse como una forma de reproche moral dirigido a los compañeros: era como si el que no disparaba estuviera señalando que él era «demasiado bueno» para hacer esas cosas. Muchos de los que no disparaban, aunque no todos, intentaban de manera intuitiva disipar la crítica hacia sus compañeros que era inherente a su forma de actuar. Alegaban que no es que fueran «demasiado buenos», sino más bien «demasiado débiles» para matar.
Una postura así no constituía ningún reto a la estima de los compañeros; por el contrario, legitimaba y confirmaba la «dureza» como una cualidad superior. Para el ansioso individuo, tenía la ventaja añadida de no representar ningún desafío moral a la política asesina del régimen, aunque sí que planteaba otro problema, ya que la diferencia entre ser «débil» y ser «cobarde» no era muy grande. De ahí la distinción que hizo un policía que en Józefów no se atrevió a quedarse al margen por miedo de que lo consideraran un cobarde, pero que posteriormente abandonó su pelotón de ejecución. Una cosa era ser demasiado cobarde incluso para intentar matar y otra diferente era ser demasiado débil para continuar después de que uno hubiera intentado cumplir con su parte con firmeza.[48]
Por consiguiente, y de manera insidiosa, muchos de los que no dispararon no hicieron más que reafirmar los valores de «macho» de la mayoría —según los cuales el ser lo bastante «duro» como para matar a hombres, mujeres y niños desarmados y no combatientes se consideraba una cualidad positiva— e intentaron no romper los lazos de compañerismo que constituían su mundo social. Tener que enfrentarse a las contradicciones impuestas por el dictado de la conciencia por una parte y las normas del batallón por otra condujo a muchos intentos de compromiso: no matar a los niños en el acto, sino llevarlos al punto de reunión, no disparar durante las patrullas si no había ningún «ambicioso» cerca que pudiera dar parte de tales escrúpulos, llevar a los judíos al lugar de la ejecución y disparar pero fallar a propósito. Sólo los casos excepcionales permanecieron indiferentes a los insultos de sus compañeros, que los llamaban «peleles», y pudieron vivir con el hecho de que los demás consideraran que «no eran hombres».[49]
Aquí volvemos de nuevo a los efectos mutuamente intensificadores de la guerra y el racismo que observaba John Dower, en conjunción con los efectos insidiosos de la propaganda y el adoctrinamiento constantes. El racismo omnipresente y la resultante exclusión de las víctimas judías de cualquier aspecto que pudieran tener en común con sus ejecutores hicieron que a la mayoría de los policías le resultara mucho más fácil avenirse a las normas de su comunidad más directa (el batallón) y de su sociedad en general (la Alemania nazi). En este punto, los años de propaganda antisemítica (y antes de la dictadura nazi, décadas de frenético nacionalismo alemán) encajaron con los efectos polarizadores de la guerra. La dicotomía de los alemanes como raza superior y los judíos como raza inferior, que era algo fundamental en la ideología nazi, podía fundirse fácilmente con la imagen de una Alemania asediada, rodeada de enemigos en guerra. Si no es seguro que muchos de los policías comprendieran o aceptaran los aspectos teóricos de la ideología nazi, como esos contenidos en los panfletos de adoctrinamiento de las SS, tampoco lo es que fueran inmunes a «la influencia de los tiempos» (para usar una vez más la frase del teniente Drucker), a la proclamación incesante de la superioridad alemana y a la incitación al desprecio y al odio hacia el enemigo judío. No hubo nada que ayudara tanto a los nazis a hacer la guerra de razas como la guerra misma. En tiempo de guerra, cuando lo más normal era excluir al enemigo de la comunidad de la obligación humana, también era muy fácil subsumir a los judíos en «la imagen del enemigo» o Feindbild.
En su último libro, The Drowned and the Saved, Primo Levi incluye un ensayo titulado «La zona gris», quizá su más profunda y sumamente perturbadora reflexión sobre el Holocausto.[50] Él mantenía que a pesar de nuestro deseo natural de mantener las diferencias bien claras, la historia de los campos «no puede reducirse a los dos bloques de víctimas y perseguidores». Argumentaba apasionadamente: «Es ingenuo, absurdo e históricamente falso creer que un sistema infernal como el del nacionalsocialismo santifica a sus víctimas; al contrario, las degrada, hace que se parezcan a él». Había llegado la hora de examinar a los habitantes de la «zona gris» que se hallaba entre las simplificadas imágenes maniqueas de autor y víctima de un crimen. Levi se concentró en la «zona gris de la protekcya [corrupción] y el colaboracionismo» que floreció en los campos entre todo tipo de víctimas: desde la «fauna pintoresca» de funcionarios de baja graduación que administraban las minúsculas ventajas que tenían sobre otros prisioneros, pasando por la verdaderamente privilegiada red de Kapos, que tenían libertad «para cometer las peores atrocidades» a su antojo, hasta llegar al terrible destino de los Sonderkommandos, que prolongaban sus vidas a base de encargarse de las cámaras de gas y los crematorios. (Concebir y organizar los Sonderkommandos fue, en opinión de Levi, el «crimen más demoníaco» del nacionalsocialismo.)
Mientras que Levi se concentraba en el espectro de comportamiento de las víctimas dentro de la zona gris, se atrevió a sugerir que esa zona también incluía a los ejecutores. Hasta Muhsfeld, el soldado de las SS de los crematorios de Birkenau, cuya «ración diaria de matanzas estaba salpicada de actos caprichosos y arbitrarios caracterizados por su inventiva en crueldad», no era un «monolito». Al verse frente a la milagrosa supervivencia de una chica de dieciséis años a la que descubrieron cuando vaciaban las cámaras de gas, el desconcertado Muhsfeld dudó un momento. Al final ordenó que mataran a la chica, pero se fue rápidamente antes de que se llevaran a cabo sus órdenes. Un «instante de compasión» no era suficiente para «absolver» a Muhsfeld, a quien ahorcaron merecidamente en 1947. Sin embargo, eso lo «colocaba también, aunque en su límite extremo, dentro de la banda gris, esa zona de ambigüedad irradiada por los regímenes basados en el terror y el servilismo».
El concepto de Levi de que la zona gris abarcaba tanto a ejecutores como a víctimas debe enfocarse con prudente reserva. Los ejecutores y las víctimas de la zona gris no eran unos reflejo de los otros. Los ejecutores no se convirtieron en compañeros de las víctimas (como después afirmaron ser muchos de ellos) de la forma en que algunas víctimas se convierten en cómplices de los ejecutores. La relación entre ejecutor y víctima no era simétrica. Las posibilidades de elección a las que se enfrentaba cada uno eran totalmente distintas.
No obstante, el espectro de la zona gris de Levi parece ser bastante aplicable al Batallón de Reserva Policial 101. No hay duda de que el batallón tenía su cupo de soldados que estaban cerca del «límite extremo» de la zona gris. Eso hace pensar en el teniente Gnade, que al principio hizo salir a sus hombres de Minsk a toda prisa para evitar que se vieran involucrados en las matanzas pero que más adelante aprendió a disfrutar de ellas. Y también en los muchos policías de reserva que se horrorizaron en el bosque a las afueras de Józefów, pero que posteriormente se convirtieron en voluntarios ocasionales de numerosos pelotones de ejecución y «cacerías de judíos». Ellos, al igual que Muhsfeld, parece que experimentaron ese breve «instante de compasión», pero no se les puede absolver por eso. En el otro límite de la zona gris, incluso el teniente Buchmann, el más manifiesto y sincero crítico de las acciones asesinas del batallón, también flaqueó al menos en una ocasión. Ausente su protector, el mayor Trapp, y enfrentado a órdenes de la Policía de Seguridad local de Luków, también él condujo a sus hombres a los campos de ejecución poco antes de que lo trasladaran a Hamburgo. Y en el centro de la zona gris de los ejecutores se encontraban la patética figura de Trapp, que envió a sus hombres a asesinar judíos «llorando como un niño», y el capitán Hoffmann, postrado en cama con su cuerpo rebelándose contra las terribles acciones que su mente deseaba.
El comportamiento de todo ser humano es, por supuesto, un fenómeno muy complejo, y el historiador que trata de «explicarlo» se está permitiendo un cierto grado de arrogancia. Cuando casi 500 soldados están implicados, asumir cualquier explicación general de su comportamiento colectivo es todavía más arriesgado. ¿Qué se debe concluir entonces? Más que nada, uno sale de la historia del Batallón de Reserva Policial 101 con una gran desazón. Esta historia de hombres grises no es la historia de todos los hombres. Los policías de reserva tuvieron opciones, y la mayoría cometió actos terribles. Pero aquéllos que mataron no pueden ser absueltos por la idea de que cualquiera en la misma situación hubiera hecho lo mismo. Porque, incluso entre ellos, algunos se negaron a matar y otros dejaron de hacerlo. La responsabilidad humana es, en última instancia, una cuestión individual.
Sin embargo, al mismo tiempo, el comportamiento colectivo del Batallón de Reserva Policial 101 tiene unas implicaciones muy perturbadoras. Existen muchas sociedades aquejadas de tradiciones de racismo y que están atrapadas en la mentalidad de asedio de la guerra o de su amenaza. En todas partes la sociedad condiciona a las personas a tener respeto y deferencia por la autoridad y en realidad apenas sí podría funcionar de otra manera. En todas partes las personas buscan un ascenso en su carrera profesional. En toda sociedad moderna, la complejidad de la vida y la burocratización y especialización resultantes atenúan el sentido de la responsabilidad personal de aquéllos que ejecutan la política oficial. Dentro de prácticamente cualquier colectivo social, el grupo de iguales ejerce una presión enorme sobre el comportamiento e impone normas morales. Si los miembros del Batallón de Reserva Policial 101 pudieron convertirse en asesinos bajo esas circunstancias, ¿qué grupo de hombres no lo haría?