Epílogo
Desde que Ordinary Men (este es el título original en inglés del presente libro) salió publicado hace seis años, ha sido escudriñado de forma implacable y criticado por otro autor, Daniel Jonah Goldhagen, que no sólo escribió sobre el mismo tema —la motivación de alemanes «corrientes» que se convirtieron en ejecutores del Holocausto—, sino que también eligió desarrollar su propio trabajo investigando en parte los mismos documentos sobre la misma unidad de asesinos del Holocausto, concretamente los interrogatorios judiciales de los miembros del Batallón de Reserva Policial 101 posteriores a la guerra.[1] Por supuesto, no es nada fuera de lo común que diferentes estudiosos se planteen preguntas distintas, apliquen metodologías diferentes y extraigan diversas interpretaciones de las mismas fuentes. Pero las diferencias rara vez son argumentadas con tanta estridencia y formuladas en un marco tan adverso como en este caso. Y, dentro de las controversias académicas, pocas veces el trabajo de uno de los adversarios se ha convertido tanto en un best-seller internacional como en el objeto de incontables críticas que van desde las eufóricamente positivas hasta las duramente negativas.[2] El profesor Goldhagen, tan crítico con mi trabajo, se ha convertido a su vez en un blanco. Resumiendo, la crítica que Goldhagen hace de este libro y la subsiguiente controversia que rodea su propio trabajo merecen un «epílogo» retrospectivo en las ediciones posteriores de mi estudio.
Hay varios temas sobre los cuales Goldhagen y yo no discrepamos: primero, la participación de numerosos alemanes «corrientes» en los asesinatos colectivos de judíos y, segundo, el alto nivel de voluntarismo que mostraron. La mayor parte de los asesinos no fueron seleccionados especialmente, sino que se obtuvieron de forma aleatoria de los distintos estratos de la sociedad alemana, y no mataron al verse coaccionados con la amenaza del grave castigo que suponía negarse a ello. No obstante, ninguna de estas conclusiones representa un nuevo descubrimiento en el campo de estudios sobre el Holocausto. Ésta fue una de las conclusiones fundamentales del magistral y rompedor estudio The Destruction of the European Jews, de Raul Hilberg, que apareció por primera vez en 1961: que los ejecutores «no tenían un carácter moral distinto al del resto de la población. El ejecutor no era un tipo especial de alemán». Los ejecutores representaban «una extraordinaria muestra de los distintos estratos de la población alemana» y el engranaje de la destrucción «no era estructuralmente distinto de todo el conjunto de la organizada sociedad alemana».[3] Y fue el estudioso alemán Herbert Jäger[4] y los Fiscales alemanes de la década de 1960 quienes demostraron con firmeza que nadie podía documentar ni un solo caso en el que los alemanes que se negaron a llevar a cabo las matanzas de civiles desarmados sufrieran consecuencias graves. Goldhagen sí que da crédito a Jäger y a los fiscales alemanes en este sentido, pero es completamente desdeñoso con Hilberg.
Aparte de las diferencias de tono que empleamos al escribir sobre el Holocausto y de la actitud que mostramos hacia otros estudiosos que han trabajado en este campo, Goldhagen y yo estamos en considerable desacuerdo por lo que se refiere a dos áreas principales de interpretación histórica. En primer lugar, están nuestras distintas valoraciones del papel que desempeñó el antisemitismo en la historia de Alemania, incluyendo la era nacionalsocialista. En segundo lugar, nuestras distintas valoraciones sobre la motivación (o motivaciones) de los alemanes «corrientes» que se convirtieron en asesinos del Holocausto. Estos son los dos temas que me gustaría tratar con un poco de detenimiento.
En su libro Los verdugos voluntarios de Hitler, Goldhagen afirma que el antisemitismo «más o menos dominaba la vida ideológica de la sociedad civil» en la Alemania prenazi,[5] y cuando los alemanes «eligieron» [sic] a Hitler para que ocupara el poder, la «importancia del antisemitismo en la visión del mundo, el programa y la retórica del partido […] reflejaba los sentimientos de la cultura alemana».[6] Puesto que Hitler y los alemanes tenían «la misma opinión» sobre los judíos, éste sólo tuvo que limitarse a «liberar» o «desatar» su antisemitismo «preexistente, reprimido» para perpetrar el Holocausto.[7]
A fin de respaldar su visión de que debía considerarse que el régimen nazi no hizo más que permitir o animar a los alemanes a hacer lo que querían hacer desde el primer momento y no determinar fundamentalmente las actitudes y el comportamiento alemán después de 1933, Goldhagen formula una tesis que él declara que es «nueva» en el estudio del antisemitismo. El antisemitismo «no aparece, desaparece y luego reaparece en una sociedad determinada. Siempre presente, el antisemitismo se vuelve más o menos manifiesto». No es el antisemitismo en sí, sino solamente su «expresión» la que «aumenta o disminuye» según las condiciones cambiantes.[8]
Según Goldhagen, esta visión de permanencia subyacente y de fluctuación superficial cambia de forma brusca a partir de 1945. El dominante y permanente antisemitismo de eliminación alemán que era la única y suficiente motivación para los asesinos del Holocausto, desapareció de pronto. Con la reeducación, un cambio en la conversación pública, una ley prohibiendo la expresión del antisemitismo y la ausencia de reafirmación por parte de las instituciones, una cultura alemana que había estado dominada durante siglos por el antisemitismo de pronto se transformó.[9] Nos dicen que ahora los alemanes son como nosotros.
Que el antisemitismo fue un aspecto muy significativo de la cultura política de Alemania antes de 1945 y que la cultura política de ese país hoy en día es profundamente diferente y radicalmente menos antisemítica son dos argumentos que puedo confirmar fácilmente. Pero si, tal como sugiere Goldhagen, la cultura política alemana en general y el antisemitismo en particular pudieron transformarse después de 1945 debido a cambios en la educación, en la conversación pública, en la ley y en la reafirmación de las instituciones, entonces me parece igualmente verosímil que pudieran haberse transformado de la misma manera durante las tres o cuatro décadas anteriores a 1945 y especialmente durante los doce años de gobierno nazi.
En su capítulo de introducción, Goldhagen proporciona un modelo útil para un análisis del antisemitismo en tres dimensiones, aunque no emplea su propio modelo en los capítulos siguientes. Él aduce que el antisemitismo varía según la supuesta fuente o causa (por ejemplo, la raza, la religión, la cultura o el entorno) del supuesto carácter negativo de los judíos. Varía en cuanto al grado de preocupación o de prioridad o de lo importante que sea el antisemitismo para el antisemita. Y también varía en su grado de amenaza, según como se sienta de amenazado el antisemita.[10] El hecho de que el antisemitismo pueda cambiar en su diagnosis de la supuesta amenaza judía, y también en las dimensiones de la prioridad y la intensidad, sugeriría no solamente que el antisemitismo cambia con el tiempo igual que cambian cualquiera de esas dimensiones o todas ellas, sino que puede existir en una variedad infinita. Incluso para un solo país como Alemania, creo que deberíamos hablar y pensar, en plural, sobre los antisemitismos en vez de sobre el antisemitismo.
Sin embargo, el concepto mismo que emplea Goldhagen produce el efecto contrario; borra toda diferenciación e incluye todas las manifestaciones del antisemitismo en Alemania bajo un solo título. Todos los alemanes que consideraban distintos a los judíos y veían esa diferencia como algo negativo que debía desaparecer (ya sea mediante la conversión, la asimilación, la emigración o el exterminio) son catalogados como antisemitas «eliminacionistas», aunque según el modelo previo de Goldhagen difieran en cuanto a la causa, la prioridad y la intensidad. En cualquier caso, esas diferencias que existen son insignificantes desde un punto de vista analítico puesto que, según, Goldhagen, las variaciones de las soluciones eliminacionistas «tienden a la metástasis» del exterminio.[11] Al enfocarlo de esta forma, Goldhagen pasa perfectamente de una variedad de manifestaciones antisemíticas en Alemania a un único «antisemitismo eliminacionista» alemán que, asumiendo las propiedades de la malignidad orgánica, aparece como metástasis con el exterminio. Por lo tanto, toda Alemania era de «la misma opinión» que Hitler en lo que respecta a la justicia y la necesidad de una Solución Final.
Si se adopta el modelo analítico que propone Goldhagen en lugar del concepto que en realidad utiliza, ¿qué se puede decir entonces sobre la variedad cambiante de antisemitismos en la cultura política alemana y el papel que tuvieron en el Holocausto? ¿Y por dónde empezar?
Empecemos con la historia alemana del siglo XIX, o, de forma más precisa, con varias interpretaciones de la supuesta «trayectoria especial» de Alemania, o Sonderweg. Según el enfoque tradicional social/estructural, la fallida revolución liberal de 1848 en Alemania desbarató la modernización simultánea de la política y la economía. A partir de ese momento, las élites precapitalistas alemanas mantuvieron sus privilegios en un sistema político autocrático mientras que se compraba a la nerviosa clase media con la prosperidad de la rápida modernización económica, se la gratificaba con una unificación nacional que había sido incapaz de conseguir mediante sus propios esfuerzos revolucionarios y, por último, se la manipulaba por medio de un «imperialismo social» cada vez mayor.[12] Según el enfoque cultural/ideológico, la distorsionada e incompleta adopción de la Ilustración por parte de algunos intelectuales alemanes, seguida de su desesperación porque el mundo tradicional cada vez estaba más amenazado y tendía a desaparecer, llevó a un continuo rechazo de los valores y tradiciones liberal-democráticos por un lado y a una selectiva reconciliación con aspectos de la modernidad (tales como la tecnología moderna y la racionalidad de fines y medios) por el otro, lo cual produjo lo que Jeffrey Herf denominó un «modernismo reaccionario» típicamente alemán.[13] Una tercera orientación, ejemplificada por John Weiss y Daniel Goldhagen, afirma que existe un Sonderweg alemán en términos de la singular amplitud y virulencia del antisemitismo en Alemania, aunque el primero lo pinta con un pincel más fino que el último y se cuida de identificar los centros de este antisemitismo de finales del siglo XIX en movimientos políticos populistas y entre las élites políticas y académicas.[14]
A mí me parece que la interpretación que hace Shulamit Volkov del antisemitismo alemán de finales del siglo XIX como «código cultural» constituye una síntesis admirable de los principales elementos de esas distintas, aunque no del todo mutuamente exclusivas, nociones de un Sonderweg alemán.[15] Los conservadores alemanes, que dominaban un sistema político intolerante pero que sentían peligrar su liderazgo cada vez más a causa de los cambios desencadenados a raíz de la modernización, asociaban el antisemitismo con todo aquello por lo que se sentían amenazados: el liberalismo, la democracia, el socialismo, el internacionalismo, el capitalismo y la experimentación cultural. Autoproclamarse antisemita significaba también ser autoritario, nacionalista, imperialista, proteccionista, corporativista y culturalmente tradicional. Volkov concluye diciendo que «en aquel momento el antisemitismo estaba estrechamente relacionado con todo lo que representaban los conservadores. Se volvió cada vez más inseparable de su antimodernismo…». Pero en la medida en que los conservadores tomaban la cuestión del antisemitismo de los partidos políticos populistas monotemáticos y conseguían el apoyo del pensamiento racial seudocientífíco y del darwinismo social, estaban aceptando una cuestión que defendía una reacción dándole un tinte típicamente moderno (no distinto de la adopción simultánea de la construcción naval).
Hacia finales de siglo, un antisemitismo alemán de naturaleza cada vez más racial se había convertido en una parte esencial de la plataforma política conservadora y penetró con fuerza en las universidades. Se había vuelto más politizado e institucionalizado que en las democracias occidentales de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero eso no significa que el antisemitismo alemán de finales del siglo XIX dominara la política o la vida de las ideas. Los conservadores y los partidos antisemíticos monotemáticos en conjunto constituían una minoría. Mientras que a las mayorías se las podía encontrar en el Landstag de Prusia aprobando leyes discriminatorias contra los católicos en la década de 1870 y en el Reichstag contra los socialistas en la década de 1880, la emancipación de los judíos alemanes, que constituían menos del 1 por ciento de la población y apenas podían defenderse de una Alemania unida en una hostil obsesión contra ellos, no se revocó. Si la izquierda no mostraba un filosemitismo comparable al antisemitismo de la derecha era debido principalmente a que para la izquierda el antisemitismo era una no cuestión que no encajaba en su propio análisis de clase, y no a causa de su propio antisemitismo.
Incluso para los conservadores abiertamente antisemitas, la cuestión judía no era más que una entre muchas. Y sería una grave distorsión el sugerir que se sintieran más amenazados por los judíos que, por ejemplo, por la Triple Entente en el extranjero o la socialdemocracia en casa. Si ni tan sólo para los conservadores el antisemitismo era la cuestión prioritaria o los judíos la mayor amenaza, mucho menor era la importancia que el resto de la sociedad alemana le concedía al asunto. Tal como observó Richard Levi: «Se pueden exponer argumentos convincentes en cuanto a que [los judíos] suscitaban muy poco interés en la mayoría de los alemanes la mayor parte del tiempo. Colocarlos en el centro de la historia de Alemania de los siglos XIX y XX es una estrategia sumamente improductiva».[16]
Por supuesto, para muchos alemanes, los judíos eran la máxima prioridad y el origen de los mayores miedos. El antisemitismo de los conservadores alemanes de finales de siglo encaja bien con el concepto de Gavin Langmuir del antisemitismo «xenófobo»: un estereotipo negativo compuesto de varias afirmaciones que no describen a la verdadera minoría judía, sino que más bien simbolizan distintas amenazas y peligros que los antisemitas no podían y no querían comprender.[17] Langmuir observa también que el antisemitismo xenófobo proporciona el suelo fértil para que crezca el antisemitismo fantástico o «quimérico», o lo que Saul Friedländer ha calificado recientemente como antisemitismo «redentor».[18] Si el antisemitismo xenófobo de Alemania era una pieza importante de la plataforma política de un sector primordial del espectro político, los antisemitas redentores, con sus acusaciones quiméricas —desde el envenenamiento de la sangre aria por parte de los judíos hasta la existencia de una secreta conspiración mundial judía tras las amenazas gemelas de la revolución marxista y la democracia plutócrata—, todavía eran un fenómeno marginal.
La sucesión de experiencias traumáticas en Alemania entre los años 1912 y 1929 —pérdida de control del Reichstag por parte de la derecha, derrota militar, revolución, inflación desenfrenada y colapso económico— transformaron la política alemana. La derecha creció a expensas del centro y, entre los primeros, los radicales, o Nueva Derecha, crecieron a expensas de los tradicionalistas, o Vieja Derecha. El antisemitismo quimérico creció enormemente y pasó de ser un fenómeno marginal a ser la idea central de un movimiento que se convirtió en el partido político más grande de Alemania en el verano de 1932 y en el partido en el poder seis meses después.
Ese hecho por sí solo ya hace que la historia de Alemania y del antisemitismo alemán sea distinta de la de cualquier otro país de Europa. Pero incluso esto debe mantenerse en perspectiva. Los nazis nunca obtuvieron más del 37 por ciento de los votos en unas elecciones libres, menos que la suma de los votos socialistas y comunistas. Daniel Goldhagen está en lo cierto cuando nos recuerda «que las actitudes de los individuos sobre un único tema no se pueden deducir de sus votos».[19] Pero es muy poco probable que tenga razón en su afirmación relacionada de que gran cantidad de alemanes que votaron por el Partido Socialdemócrata por razones económicas estaban no obstante de acuerdo con Hitler y los nazis en cuanto a los judíos. Aunque no puedo demostrarlo, tengo la firme sospecha de que fueron muchos más los alemanes que votaron a los nazis por razones distintas al antisemitismo que los que consideraban el antisemitismo como una cuestión prioritaria pero votaron por otro partido distinto al de los nazis. Ni los resultados de las elecciones ni cualquier giro posible que se les diera sugieren que en 1932 la vasta mayoría de alemanes fuera de «la misma opinión» que Hitler respecto a los judíos o que «la importancia del antisemitismo en la visión del mundo, el programa y la retórica del Partido […] reflejaban los sentimientos de la cultura alemana».[20]
Desde 1933, todos los factores a los que Goldhagen atribuye el desmantelamiento del antisemitismo alemán en 1945 —la educación, la conversación pública, la ley y la reafirmación de las instituciones— actuaron en sentido contrario para intensificar el antisemitismo entre los alemanes y, en realidad, de una manera mucho más coordinada que en el período de posguerra. ¿En serio se puede dudar que eso tuviera un impacto significativo, sobre todo dada la creciente popularidad de Hitler y del régimen por sus éxitos en política económica y exterior? Tal como concluye William Sheridan de forma sucinta, incluso en una ciudad altamente nazificada como Northeim, la mayoría de las personas «fueron atraídas hacia el antisemitismo porque primero lo fueron hacia el nazismo y no al revés».[21] Es más, el informe clandestino “Sopade” de 1936, al que Goldhagen hace referencia repetidas veces —«el antisemitismo sin duda ha echado raíces en amplios círculos de la población […] La psicosis general antisemítica afecta incluso a personas reflexivas, a nuestros compañeros también»—,[22] es una evidencia del cambio en las actitudes alemanas que siguió a la toma del poder por parte de los nazis en 1933, no de la situación previa.
Sin embargo, hasta en el período posterior a 1933 es mejor hablar en plural de los antisemitismos alemanes. En el seno del partido sí que había un gran núcleo de alemanes para quienes los judíos suponían una extrema amenaza racial y una prioridad fundamental. No obstante, los incondicionales antisemitas quiméricos o redentores del movimiento nazi diferían en cuanto al estilo y a la respuesta que preferían. En un extremo del espectro se situaba la gente del tipo de las SA y Streicher, que deseaban los pogromos; en el otro extremo estaban los antisemitas intelectuales, fríos y calculadores descritos por Ulrich Herbert en su nueva biografía de Werner Best, quien abogaba por una persecución más sistemática pero menos acalorada.[23]
Los aliados conservadores de Hitler favorecieron la no emancipación y la segregación de los judíos como parte de la contrarrevolución y el movimiento de renovación nacional. Lucharon para terminar con la supuestamente «desmesurada» influencia judía en la vida de los alemanes, aunque ésta era una prioridad apenas igual a la de desmantelar los sindicatos, los partidos marxistas y la democracia parlamentaria o a la del rearme y restablecimiento de la condición de gran potencia para Alemania. En ocasiones hablaban en el lenguaje del antisemitismo racial, pero no de una manera coherente. Había algunos, como el presidente Hindenburg, que querían que se eximiera a los judíos que habían demostrado ser dignos de ello por su leal servicio a la patria, y las iglesias, por supuesto, querían lo mismo para los judíos conversos. En mi opinión, es poco probable que los conservadores por sí solos hubieran ido más allá de las medidas discriminatorias iniciales de 1933-1934 que dejaron a los judíos fuera del servicio civil y militar, las profesiones y la vida cultural.
Lo que los conservadores concebían como medidas suficientes coincidía en parte con lo que para los nazis sólo eran los primeros pasos. Los nazis comprendían mucho mejor que los conservadores la gran distancia que les separaba. No obstante, tan cómplices en las primeras medidas contra los judíos como lo fueron en el derrumbe de la democracia, los conservadores no podían oponerse a la radicalización de la persecución de los judíos de igual manera que no podían bajo la dictadura exigir para ellos unos derechos que habían negado a otros. Y mientras que quizá lamentaran su propia y creciente pérdida de privilegios y poder a manos de los nazis, a los que ellos habían aupado al gobierno, con muy pocas excepciones, no tenían ningún remordimiento ni arrepentimiento por el destino de los judíos. Afirmar que los aliados conservadores de los nazis no pensaban igual que Hitler no niega que su conducta fuera despreciable y su responsabilidad considerable. Igual que antes, el antisemitismo xenófobo proporcionó una tierra fértil para los antisemitismos quiméricos.
¿Qué puede decirse de la población alemana en general en la década de 1930? ¿El grueso de la población alemana fue arrastrado por la marea antisemítica de los nazis? Sólo en parte, según la detallada investigación de historiadores como Ian Kershaw, Otto Dov Kulka y David Bankier, que han alcanzado un sorprendente grado de consenso sobre este tema.[24] Para el período que va de 1933 a 1939, estos tres historiadores distinguen entre una minoría de activistas de partidos para los cuales el antisemitismo era una prioridad urgente, y los restantes integrantes de la población alemana, para los cuales no lo era. Aparte de los activistas, la inmensa mayoría de la población no pidió a gritos ni ejerció presión para que se tomaran medidas contra los judíos. Pero muchos de los «alemanes corrientes» —a quienes Saul Friedländer describe como «espectadores» en contraposición con los «activistas»—[25] aceptaron de todas maneras las medidas legales del régimen que terminaron con la emancipación y excluyeron de los puestos públicos a los judíos en 1933, los condenaron al ostracismo en 1935 y terminaron de expropiar sus propiedades en 1938-1939. Aun así, esa mayoría era crítica con respecto a la violencia encarnizada de los radicales del partido hacia los mismos judíos alemanes cuya persecución legal aprobaron. El boicot de 1933, los brotes vandálicos de 1935 y, sobre todo, el pogromo Kristallnacht de noviembre de 1938 ocasionaron una reacción negativa entre la población alemana.
Sin embargo, lo más importante fue que se había abierto un abismo entre la minoría judía y la población en general. Esta última, aunque no movilizada alrededor del antisemitismo estridente y violento, estaba cada vez más «apática», «pasiva» e «indiferente» en lo referente al destino de la primera. Las medidas antisemíticas —si se llevaban a cabo de forma ordenada y legal— fueron ampliamente aceptadas por dos razones principales: tales medidas mantenían la esperanza de frenar la violencia que muchos alemanes consideraban tan desagradable, y muchos de ellos aceptaban entonces el objetivo de limitar, e incluso de terminar con el papel de los judíos en la sociedad alemana. Esto fue un logro de enorme importancia para el régimen, pero todavía no sugería la posibilidad de que a la mayoría de los «alemanes corrientes» les fuera a parecer bien el asesinato en masa de la judería europea, y mucho menos de que fueran a participar en él, de que los «espectadores» de 1938 se fueran a convertir en los asesinos genocidas de 1941-1942.
Por lo que hace referencia a los años de la guerra, Kershaw, Kulka y Bankier no están de acuerdo sobre algunos temas, pero en general coinciden en que el antisemitismo de los «verdaderos creyentes» no era idéntico a las actitudes antisemíticas del conjunto de la población, y en que las prioridades antisemíticas y el compromiso con el genocidio del régimen todavía no eran compartidos por los alemanes corrientes. Bankier, que en ningún caso le quita importancia al antisemitismo alemán, escribió: «Los alemanes corrientes sabían cómo distinguir entre una discriminación aceptable […] y el inaceptable horror del genocidio […]. A medida que llegaban más noticias sobre los asesinatos en masa, menos quería involucrarse el público en la solución final de la cuestión judía».[26] Sin embargo, tal como dijo Kulka, «una indiferencia sorprendentemente abismal hacia el destino de los judíos como seres humanos» le dio «al régimen la libertad de acción necesaria para forzar una “Solución Final” radical».[27] Kershaw hizo hincapié en el mismo punto con su memorable frase que dice que «el camino que va a Auschwitz se construyó con odio, pero se pavimentó con indiferencia».[28]
A Kulka y Rodrigue les inquieta el término «indiferencia» que, al igual que Kershaw, también utilizan, porque les parece que no reproduce lo suficiente la interiorización del antisemitismo nazi entre la población en general, sobre todo en lo que concierne a la aceptación de una solución a la cuestión judía mediante algún tipo inconcreto de «eliminación». Ellos sugieren un término con más carga moral como «complicidad pasiva» o «complicidad objetiva».[29] Goldhagen es más enfático y declara que el concepto mismo de «indiferencia» —al que iguala con no tener «ninguna opinión» y con ser «del todo neutral moralmente en cuanto a las matanzas»— está viciado conceptualmente y es imposible desde el punto de vista psicológico. Para Goldhagen, los alemanes no fueron apáticos e indiferentes, sino «despiadados», «poco comprensivos» e «insensibles», y su silencio debe ser interpretado como aprobación.[30] No me supone un problema el deseo de Kulka, Rodrigue y Goldhagen de emplear un lenguaje más impactante, más condenatorio desde el punto de vista moral para describir el comportamiento de los alemanes. Pero no creo que en este caso la elección del lenguaje altere la cuestión básica que plantean Kershaw, Kulka y Bankier, concretamente, que en términos de la prioridad del antisemitismo y del compromiso en la matanza de judíos, puede hacerse una distinción útil e importante entre el núcleo nazi y la población en general. En mi opinión, con su definición de la indiferencia Goldhagen está creando un testaferro y malinterpreta el significado del silencio bajo una dictadura. También parece ajeno al hecho de que el concepto de indiferencia de Kershaw anticipa las dimensiones del propio modelo analítico de Goldhagen cuando observa que, durante los años de la guerra, los alemanes bien pudieron tener más aversión a los judíos a la vez que cada vez se preocupaban menos de ellos.
Existen dos puntos adicionales sobre los que Goldhagen y yo estamos de acuerdo. Primero, que se deben observar las actitudes y comportamientos de los alemanes corrientes no sólo en el frente nacional, sino también en los territorios ocupados de la Europa del Este, y segundo, que cuando se enfrentaron a la tarea de matar judíos, la mayor parte de los alemanes corrientes que había allí se convirtieron en verdugos «voluntarios». Si los alemanes corrientes eran indiferentes y apáticos, insensibles y cómplices en su país, en el este eran asesinos.
Sin embargo, diferimos sobre el contexto y la causa de ese comportamiento asesino. Para Goldhagen, esos alemanes corrientes, «provistos con poco más que las nociones culturales vigentes en Alemania» antes de 1933, y a los que entonces finalmente se les dio la oportunidad, simplemente «querían ser verdugos de un genocidio».[31] En mi opinión, los alemanes corrientes en la Europa del Este trajeron consigo un conjunto de actitudes que incluían no sólo las diferentes corrientes del antisemitismo que había en la sociedad alemana, avivadas por el régimen desde 1933, sino también mucho más. Tal como el tratado de Brest-Litovsk, las campañas de los Freikorps y el rechazo casi universal del tratado de Versalles demuestran, la negativa a aceptar el veredicto de la Primera Guerra Mundial, las aspiraciones imperiales en la Europa del Este respaldadas por unas nociones de la superioridad racial de los alemanes y el virulento anticomunismo eran sentimientos que, en líneas generales, toda la sociedad alemana albergaba. Yo sugeriría que proporcionaron más puntos de coincidencia entre el grueso de la población alemana y los nazis que el antisemitismo.
Y en el este de Europa los alemanes corrientes se transformaron todavía más a causa de los acontecimientos y la situación entre 1939 y 1941 de lo que lo habían hecho con su experiencia bajo la dictadura nacional de 1933 a 1939. En esos momentos Alemania estaba en guerra; es más, ésa era una «guerra racial» de conquista imperial. A esos alemanes ordinarios los pusieron en un territorio donde las poblaciones autóctonas fueron declaradas inferiores y a las fuerzas de ocupación alemanas se las exhortaba constantemente a que se comportaran como la raza superior. Y los judíos a los que encontraron en esos territorios eran los raros y extraños Ostjuden, judíos alemanes no asimilados de clase media. En 1941 se añadieron dos importantes factores: la cruzada ideológica contra el bolchevismo y la «guerra de destrucción». ¿Es posible sugerir acaso que ese cambio de situación y contexto en tiempos de guerra no alteró las actitudes y el comportamiento de los alemanes corrientes en la Europa del Este y que la explicación de su buena disposición, y para algunos hasta entusiasmo, a la hora de matar judíos sólo resida en una imagen cognitiva común, anterior a 1933, que de ellos tenían prácticamente todos los alemanes?
En este sentido, es importante observar que, antes de que se pusiera en práctica la Solución Final (que empezó en territorio soviético en la segunda mitad del año 1941 y en Polonia y el resto de Europa en la primavera de 1942), el régimen nazi ya había encontrado a los verdugos voluntarios para unos 70.000 u 80.000 alemanes disminuidos mentales y físicos, decenas de miles de miembros de la intelectualidad polaca, cientos de miles de víctimas no combatientes de ejecuciones de represalia y más de dos millones de prisioneros de guerra rusos. Está claro que, a partir de septiembre de 1939, el régimen fue cada vez más capaz de legitimar y organizar el asesinato colectivo a una escala sorprendente que no dependía de la motivación antisemítica de los ejecutores y de la identidad judía de las víctimas.
Daniel Goldhagen ha escrito recientemente que aunque él «no esté del todo en lo cierto en cuanto al alcance y el carácter del antisemitismo alemán, eso no implicaría que sean inválidas» sus «conclusiones sobre los […] ejecutores y sus motivos».[32] Lo fundamental en la interpretación de Goldhagen es que esos hombres no solamente eran «verdugos voluntarios», sino que en realidad «querían ser verdugos de un genocidio» de judíos (la cursiva es mía).[33] Ellos «saciaron sus ansias de sangre judía» con «entusiasmo»; se «divirtieron»; mataron «por placer».[34] Además, «la cantidad y calidad de la brutalidad personalizada y de la crueldad de la que fueron objeto los judíos por parte de los alemanes también era distintiva» y «sin precedentes»; de hecho, «destacan» en los «largos anales de la barbarie humana».[35] Goldhagen concluye enérgicamente que «con respecto a la causa que motivó el Holocausto, para la amplia mayoría de los ejecutores, basta con una explicación monocausal»: concretamente, el «antisemitismo demonológico» que «era la estructura común de la cognición de los ejecutores y de la sociedad alemana en general».[36]
Para apoyar esta interpretación, Goldhagen hace referencia constante al uso consciente de una rigurosa metodología de ciencia social como uno de los factores que coloca a su libro por encima del trabajo y más allá del reproche de otros estudiosos del mismo campo.[37] Me gustaría centrarme en dos aspectos del argumento que Goldhagen utiliza para esta interpretación y enfrentarlos con el mismo modelo de rigurosa ciencia social que él mismo establece: primero, el planteamiento y estructura de su argumento y segundo, su metodología por lo que se refiere a la utilización de las pruebas.
Aunque la mayor parte del libro de Goldhagen se centra en el antisemitismo en la historia de Alemania y en el trato que los alemanes dieron a los judíos durante el Holocausto, hay dos comparaciones que son cruciales para el planteamiento de su argumento.[38] Primero, los alemanes se comparan con los no alemanes en su respectivo trato hacia los judíos. Segundo, el trato de los alemanes hacia las víctimas judías se compara con su trato hacia las víctimas no judías. El propósito es establecer que sólo un antisemitismo dominante y eliminacionista propio de la sociedad alemana puede explicar las marcadas diferencias que supuestamente se desprenden de estas comparaciones.
Existen múltiples problemas de planteamiento. Para que la segunda comparación confirme su argumento de forma adecuada, Goldhagen no tan sólo debe demostrar que los alemanes trataron de manera distinta a los judíos y a los no judíos (en lo que casi todos los historiadores están de acuerdo), sino también que el trato diferente se explica fundamentalmente por la motivación antisemítica de la amplia mayoría de los ejecutores y no por otros posibles motivos, tales como la conformidad con las políticas gubernamentales para grupos de víctimas diferentes. El segundo y tercer estudio de Los verdugos voluntarios de Hitler tienen como objetivo satisfacer el peso de la prueba en estos dos puntos. Goldhagen afirma que el caso de los campos de trabajo judíos de Lipowa y Flughafen en Lublin demuestra que, a diferencia de otras víctimas, sólo el trabajo de los judíos recibía un trato asesino por parte de los alemanes sin tener en cuenta la racionalidad económica, y en realidad yendo en contra de ella. Y sostiene que el caso de la marcha de la muerte de Helmbrechts demuestra que mataban a los judíos incluso cuando se habían dado órdenes de mantenerlos con vida y que, por lo tanto, el motivo que los impulsó a asesinarlos no era la conformidad con la política del gobierno o el acatamiento de las órdenes, sino el profundo odio personal que sentían los ejecutores hacia sus víctimas judías, el cual les había sido inculcado por la cultura alemana. Y a partir de todos sus argumentos, Goldhagen sostiene que la continua y omnipresente crueldad sin precedentes con que los ejecutores alemanes trataron a sus víctimas judías sólo se explica por esa misma razón.
Uno de los méritos positivos del libro de Goldhagen es que presta más atención a las marchas de la muerte, pero su intento de generalizar a partir del único caso de la marcha de la muerte de Helmbrechts no es convincente. Su impactante descripción de este espantoso acontecimiento no debe quitarle importancia al hecho de que, en lo que respecta a la demostración de que existía un deseo generalizado de matar a los judíos, incluso contraviniendo las órdenes, él no establece que fuera representativo de otras marchas de la muerte ni que no ocurriera el mismo fenómeno en el trato de los alemanes hacia otras víctimas. Incluso en su propia argumentación Goldhagen admite que los guardianes tuvieron que impedir que la población alemana local ofreciera comida y alojamiento a los judíos y que los soldados alemanes les suministraran cuidados médicos, sin considerar siquiera si esos otros alemanes pertenecían a la sociedad alemana en general de igual forma que la guardia criminal de las marchas de la muerte. En realidad, la marcada diferencia en el comportamiento de esos distintos grupos de alemanes sugeriría la importancia de los factores situacionales e institucionales que él descarta.[39]
Asimismo, se puede encontrar un ejemplo contrario en relación con los asesinatos de víctimas no judías, que seguían produciéndose a pesar de un cambio de alto nivel en la política, y con el irracional abuso de la mano de obra no judía. Habiendo acabado de decidir el asesinato de todos los judíos de Europa en octubre de 1941, el régimen nazi modificó por completo su anterior postura en lo referente a los prisioneros de guerra soviéticos y ordenó que a partir de ese momento tenían que utilizarse como mano de obra en lugar de dejarlos morir por hambre, frío o enfermedades. A Rudolf Höss en Auschwitz se le comunicó que iba a recibir un gran contingente de prisioneros de guerra soviéticos para la construcción de un nuevo campo en Birkenau, un proyecto de los más importantes en la lista de prioridades de Himmler. En resumen, tanto las razones económicas como las órdenes superiores exigieron que los prisioneros de guerra rusos fueran mantenidos con vida y destinados a realizar un trabajo útil.
Casi 10.000 prisioneros de guerra soviéticos llegaron a Auschwitz en octubre de 1941 y fueron enviados a Birkenau. Hacia finales de febrero, cuatro meses después, sólo 945 permanecían con vida, un índice de supervivencia del 9,5 por ciento.[40] La orden de Himmler de utilizar a los prisioneros de guerra rusos para un proyecto de construcción prioritario no invirtió inmediatamente ni el comportamiento habitual y arraigado en el personal del campo de concentración de utilizar el trabajo para la tortura y el exterminio ni tampoco las nefastas condiciones en Birkenau.
En realidad, tal como ha señalado Michael Thad Allen en su reciente tesis doctoral sobre la Oficina Central de Economía y Administración (Wirtschaftsverwaltungshauptamt) de las SS,[41] dentro del sistema del campo de concentración, el uso del trabajo para castigar y torturar a los presos más que para la producción formaba parte de la cultura institucional desde mucho antes de que los judíos representaran una parte significativa del número de presos. Además, los intentos de aprovechar de manera productiva la mano de obra de los campos de concentración siguieron zozobrando durante el transcurso de toda la guerra debido a la resistencia del personal de los campos, que era testarudamente hostil a la racionalidad económica. La cultura de los campos de concentración resultó ser difícil de alterar en este sentido fuera cual fuera la identidad étnica de los prisioneros implicados.
¿Y qué hay del trato dado a la mano de obra judía en Birkenau en esa época? Si comparamos, 7.000 mujeres jóvenes judeo-eslovacas fueron enviadas al campo principal o Stammlager de Auschwitz en la primavera de 1942 también como mano de obra. A mediados de agosto, las 6.000 que todavía seguían con vida fueron trasladadas a Birkenau. A finales de diciembre, poco más de cuatro meses después, sólo quedaban 650 aún con vida, un índice de supervivencia parecido del 10,8 por ciento.[42] Resumiendo, los factores institucionales y situacionales y una ideología cuyo potencial asesino no provenía únicamente del antisemitismo produjeron unos porcentajes de víctimas casi idénticos entre los prisioneros de guerra soviéticos y las mujeres judías eslovacas durante el mismo período de tiempo en el mismo campo, y eso a pesar de un cambio en la política del gobierno con respecto al destino de los prisioneros soviéticos y de la urgencia de la labor económica que tenían que realizar.
Goldhagen sí que está en lo cierto al decir que, a la larga, el trato criminal hacia los prisioneros de guerra soviéticos varió, mientras que el trato asesino hacia la mano de obra judía no lo hizo, excepto de una manera muy poco importante. Pero esto sólo indica que, a pesar de la inercia institucional y la persistencia inicial de patrones de conducta asesinos hacia los prisioneros de guerra soviéticos, al final prevaleció en ambos casos la conformidad con la política del gobierno. No demuestra, como sugiere Goldhagen,[43] que el destino de los eslavos —como por ejemplo el de los prisioneros soviéticos— y el de los judíos fuera distinto principalmente a causa de distintas actitudes inducidas culturalmente hacia los dos grupos de víctimas. Los alemanes fueron responsables de la muerte de unos dos millones de prisioneros de guerra soviéticos en los primeros nueve meses de la guerra, una cantidad mucho mayor que la de víctimas judías hasta ese momento. El índice de muertes en esos campos para prisioneros de guerra excedió con mucho el de los guetos polacos antes de la Solución Final. El hecho de que el régimen nazi cambiara su política para asesinar a todos los judíos y para no matar de hambre a todos los prisioneros de guerra es más un indicador de la ideología, las prioridades y las obsesiones de Hitler y los dirigentes nazis que de las actitudes de la sociedad alemana. El asombroso porcentaje de víctimas mortales entre los prisioneros de guerra soviéticos durante los primeros meses sugiere por encima de todo la capacidad que tenía el régimen de utilizar a los alemanes corrientes para asesinar a cantidades ilimitadas de prisioneros soviéticos en caso de que ése hubiera seguido siendo su objetivo. Las continuas muertes en masa de prisioneros de guerra soviéticos durante la primavera de 1942 demuestran que no se cierran las instituciones asesinas y que las actitudes y comportamiento de su personal no cambian instantáneamente, incluso cuando la política se revisa.
En resumen, hay unas cuantas variables concebibles —la política del gobierno y las pautas de conducta anteriores así como las imágenes cognitivas inducidas culturalmente— que son importantes. Sin embargo, al explicar la conducta diferenciada de los alemanes hacia las víctimas judías y las no judías, el argumento de Goldhagen no distingue de forma adecuada la variedad de posibles factores causales. Con su énfasis en la crueldad de los ejecutores, reafirma por encima de todo su insistencia en que la imagen cognitiva que los alemanes tenían de los judíos es el «único» marco adecuado.
No obstante, el argumento a favor de la crueldad singular y sin precedentes de los alemanes contra los judíos es problemático por dos motivos. Primero, la afirmación de singularidad de Goldhagen se basa en el impacto emocional de su narrativa más que en la comparación real. Ofrece numerosas descripciones vividas y escalofriantes de la crueldad humana hacia los judíos y luego simplemente afirma ante el petrificado y horrorizado lector que tal comportamiento carece a todas luces de precedentes. Como si sólo se tratara de eso. Por desgracia, las descripciones de las matanzas realizadas por rumanos y croatas demostrarían fácilmente que esos colaboradores no tan sólo igualaban en crueldad a los alemanes, sino que los superaron habitualmente. Y eso deja totalmente de lado a miles de posibles ejemplos aparte del Holocausto, desde Camboya a Ruanda.
De forma inversa, resta importancia a la crueldad con que los nazis asesinaron a otras víctimas, en particular a los alemanes disminuidos, unas muertes en las que supuestamente los alemanes estaban «fríamente implicados», pues las infligieron «sin dolor» y sin celebrarlo.[44] Sin embargo, al principio, los disminuidos psíquicos eran fusilados por los pelotones de ejecución del comando Eimann antes de la creación de las cámaras y las furgonetas de gas, y a muchos niños sencillamente no se les alimentaba y se los dejaba morir de hambre. A los pacientes que gritaban y huían les daban caza, los sacaban a rastras del psiquiátrico y los metían en los autobuses que esperaban. ¡Y en Hadamar los asesinos hicieron una fiesta para celebrar la cifra de 10.000 víctimas![45]
En segundo lugar, Goldhagen sencillamente afirma que es evidente por intuición que solamente una imagen cognitiva de los judíos propia de la cultura alemana explica toda esa crueldad.[46] Goldhagen tiene bastante razón en cuanto a que la crueldad durante el Holocausto, tan viva en el recuerdo de los supervivientes, es un tema que los estudiosos no han tratado con detenimiento, pero eso no significa que su infundada afirmación en cuanto a los motivos sea correcta. Curiosamente, el elocuente superviviente Primo Levi estaba de acuerdo en parte con Franz Stangl, el conocido comandante de Treblinka, en una explicación distinta y bastante funcional de la crueldad de los ejecutores, concretamente, que la absoluta degradación y humillación de la víctima facilitaba su deshumanización, lo cual era esencial para las acciones del ejecutor «para condicionar a aquéllos que de verdad tenían que cumplir con la política. Para que les fuera posible hacer lo que hicieron». Pero compartimos la frustración de Levi en lo que respecta a que una explicación como ésa, en sí misma, aunque no del todo incorrecta, es, no obstante, inadecuada. «No es una explicación falta de lógica —continúa diciendo—, pero clama al cielo; ésta es la única utilidad de la violencia inútil».[47]
En efecto, hay demasiados ejemplos de crueldad que trascienden una explicación puramente funcional. Fred E. Katz adopta otro enfoque y sostiene que, en un entorno de matanzas, la creación de una «cultura de la crueldad» es un «fenómeno poderoso» que proporciona muchas satisfacciones —una reputación individualizada y una posición mejorada entre los compañeros, un alivio del aburrimiento y una sensación de júbilo y celebración o de arte y creatividad— a aquéllos que alardean de sus crueldades gratuitas y llenas de inventiva.[48] Pero todavía nos quedamos con una cuestión pendiente que no puede resolverse con la simple afirmación: ¿Es una cultura de odio la condición previa necesaria para una cultura de la crueldad como ésa? Goldhagen ha planteado una cuestión importante. No creo que hayamos encontrado todavía una respuesta satisfactoria.
Pasemos a la otra comparación, esto es, la del trato dado a los judíos por parte de los alemanes y los no alemanes. Para que sea válido según los criterios de la ciencia social aceptados, el comportamiento de los alemanes tendría que compararse con el comportamiento de todo el conjunto o, al menos, de una muestra aleatoria objetiva, de los países que participaron en la Solución Final. En lugar de eso, Goldhagen sugiere el comportamiento de los daneses e italianos como modelo para la comparación, lo cual ni es aleatorio ni objetivo.[49] En realidad, su teoría no hace más que resaltar la cuestión de lo poco común que fue el comportamiento de los daneses e italianos en relación con la capacidad de los alemanes para encontrar colaboradores asesinos prácticamente en todo el resto de Europa. No demuestra la singularidad del trato de los alemanes hacia los judíos y mucho menos que éste fuera debido a un antisemitismo cultural propio de los alemanes. En otra parte del libro, Goldhagen reconoce la participación de europeos del este en los pelotones de ejecución y pide un estudio sobre la «combinación de factores cognitivos y situacionales» que llevó a los ejecutores al Holocausto.[50] No aclara por qué de pronto una explicación multicausal es aceptable para los ejecutores del este de Europa pero no para los alemanes.
Además, tal como observé en el simposio del mes de abril de 1996 en el Museo Conmemorativo del Holocausto de EEUU,[51] el ejemplo de los luxemburgueses que había en el Batallón de Reserva Policial 101 ofrece la extraña oportunidad de comparar a personas en la misma situación pero de distinto entorno cultural. Aunque las declaraciones son sugerentes más que concluyentes, observé que los 14 luxemburgueses parecían haberse comportado de una manera muy parecida a sus compañeros alemanes, lo cual implicaba que los factores situacionales eran en efecto muy contundentes. Goldhagen replicó que los 14 luxemburgueses representaban sólo a un pequeño grupo del cual uno no podía sacar conclusiones generalizadas, aunque él no había sido nada reacio a sacar conclusiones generalizadas de los pequeños grupos de guardianes en los campos de trabajo de Lipowa y Flughafen o en la marcha de la muerte de Helmbrechts.
Mis objeciones al planteamiento del argumento de Goldhagen no desaprueban su interpretación como tal. Simplemente demuestran que él no ha satisfecho el nivel de prueba de la ciencia social rigurosa que no sólo se había impuesto a sí mismo sino que, tal como afirmó repetidamente, otros habían sido incluso tan ignominiosamente incapaces de entender. Para demostrar no sólo la falta de pruebas concluyentes en defensa de su interpretación, sino también los errores que hacen que no resulte convincente, debemos examinar el uso que hace de las pruebas.
Goldhagen admite que partió de la hipótesis «de que los ejecutores estaban motivados para tomar parte en la letal persecución de los judíos a causa de sus creencias sobre las víctimas».[52] La principal fuente de pruebas del comportamiento y la motivación de los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 según la cual considerar esa hipótesis la constituyen las declaraciones hechas después de la guerra y reunidas a través de la investigación judicial. No es por una cuestión de discusión entre estudiosos que el testimonio de los ejecutores después de la guerra es sumamente problemático; está formado tanto por las preguntas planteadas por los investigadores como por la mala memoria, la, represión, la tergiversación, la evasiva y la mendacidad de los testigos.
Sin embargo, mi postura es que los testimonios judiciales del Batallón de Reserva Policial 101 son cualitativamente distintos a la amplia mayoría de esas declaraciones. La lista de la unidad se conservó y más del 40 por ciento de los miembros del batallón (la mayor parte de ellos reservistas de la tropa más que oficiales) fueron interrogados por Fiscales investigadores hábiles y persistentes. La gran cantidad de testimonios excepcionalmente vividos y detallados contrasta marcadamente con las declaraciones formularias y claramente deshonestas que tan a menudo se encontraban. Consciente de la naturaleza subjetiva y falible de las opiniones que voy a dar, sin embargo siento que, utilizado con cautela, ese volumen de testimonios ofrece al historiador una oportunidad única de investigar temas de una manera que no es factible con los archivos de otros casos. Después de todo, no fue por accidente que, entre los cientos de juicios alemanes realizados después de la guerra, Goldhagen y yo llegáramos a los mismos archivos judiciales de forma independiente.
Para tratar el problema del valor probatorio de las declaraciones de los ejecutores, Goldhagen mantiene, por el contrario, que «la única posición metodológica que tiene sentido es la de descartar todos los testimonios autoexculpatorios que no encuentran corroboración en otras fuentes».[53] Goldhagen también es consciente de que «debe resistirse la tentación de seleccionar y escoger el material propicio de entre un gran número de casos para evitar la parcialidad en las conclusiones».[54] Y afirma que en su metodología «esa parcialidad es insignificante».[55]
¿Pero la metodología de Goldhagen evita la parcialidad? ¿Cuál es, en la práctica, el criterio que sigue Goldhagen para considerar que una declaración es autoexculpatoria y que por lo tanto tiene que excluirse a menos que se pueda corroborar? Porque «lo más probable» es que los testimonios de Goldhagen sean autoexculpatorios si los testigos niegan haberse entregado a la matanza con «su alma, su voluntad íntima y su consentimiento moral».[56] En resumen, el testimonio sobre cualquier estado mental o motivación que no concuerde con su hipótesis inicial es descartado a menos que se corrobore y, dada la ausencia de cartas y diarios de la época, es casi imposible encontrar pruebas que confirmen algo concerniente al estado mental. A Goldhagen sólo le queda un residuo de los testimonios compatible con su hipótesis y a efectos prácticos las conclusiones están predeterminadas. Una metodología que apenas hace otra cosa que confirmar la hipótesis que se pretendía demostrar no es una ciencia social válida.
El problema de una metodología determinista se agrava a causa de otro fallo en la utilización de las pruebas por parte de Goldhagen, concretamente un doble criterio según el cual no aplica los mismos principios de evidencia y límites excluyentes cuando las víctimas son polacas y cuando son judías. El efecto acumulativo de estos problemas en la utilización de las pruebas que hace Goldhagen se puede ilustrar de manera espectacular si comparamos nuestras respectivas versiones de las matanzas iniciales de judíos y polacos que llevó a cabo el Batallón de Reserva Policial 101 en Józefów y Talcyn.
Según Goldhagen, en Józefów el comandante Wilhelm Trapp dio una «charla para levantar la moral» de sus subordinados y les incitó a matar activando la visión demoníaca de los judíos que casi todos ellos albergaban. Aunque Trapp estaba «preocupado» y «en conflicto», su parlamento delató «su concepción nazificada de los judíos». Goldhagen reconoce que «muchos de los hombres quedaron afectados y momentáneamente deprimidos a causa de las matanzas», pero advierte en contra de «la tentación» de buscar en las declaraciones sobre la reacción negativa de los agentes algo más que una debilidad visceral al enfrentarse a demasiada sangre derramada.[57]
¿Qué se omite en esta exposición? Goldhagen admite en una nota a pie, si bien no en el texto principal, que uno de los testigos dijo que Trapp «lloraba». No se hace ninguna mención de los otros siete testigos que afirmaron que Trapp lloraba o que demostraba de otro modo una consternación física visible.[58] No se recoge el testimonio de dos policías que recordaban que Trapp dijo de forma explícita que las órdenes no provenían de él mismo,[59] ni tampoco el de cuatro de los cinco que observaron que Trapp se distanció claramente de las órdenes cuando las transmitía a sus hombres.[60] No menciona la declaración del chófer de Trapp: «En relación con los acontecimientos ocurridos en Józefów, después él me dijo más o menos: “Si algún día este asunto de los judíos es vengado en la tierra, entonces que Dios se apiade de nosotros los alemanes”».[61] La «charla para levantar la moral» que supuestamente activó la visión demoníaca resultó ser, al examinarla, un intento más bien patético de racionalizar la inminente masacre de los judíos como una acción de guerra contra los enemigos de Alemania, similar a ese que argumentaba que las bombas caían sobre mujeres y niños en el país. Las repetidas declaraciones por parte de los policías de que se sintieron afectados, deprimidos, amargados, descorazonados, abatidos, afligidos, enojados y responsables son rechazadas directamente por Goldhagen por ser autoexculpatorias o reflejar una debilidad visceral «momentánea».
Al describir el primer fusilamiento de polacos en una ejecución de represalia en Talcyn, Goldhagen expone: «Este ilustrativo episodio yuxtapone las actitudes de los alemanes hacia polacos y judíos». Como prueba, cita sólo a dos testigos, uno para demostrar que Trapp «lloró» en Talcyn y otro que declaraba que «algunos de los hombres expresaron después su deseo de no realizar más misiones de ese tipo».[62] Resumiendo, Goldhagen de pronto acepta precisamente esa clase de declaraciones reiteradas que excluye o descarta al tratar el asesinato de judíos por parte del batallón en Józefów —incluso cuando sólo están en boca de dos individuos— para demostrar lo distintos que eran los sentimientos del batallón cuando se trataba de asesinar a polacos.
Además, ese doble criterio en la selección de pruebas también se evidencia en el análisis que hace Goldhagen sobre los motivos de los agentes. El hecho de que los policías no abandonaran en Talcyn no se interpreta como muestra de un deseo de matar polacos, mientras que el no abandonar en Józefów sí se cita como prueba de que ellos «querían ser verdugos del genocidio» de los judíos. De todo el montón de declaraciones sobre la angustia de los guardias en Józefów no se extrae nada más que la debilidad visceral «momentánea», mientras que la afirmación de un solo testigo en Talcyn se menciona como una prueba válida del «evidente disgusto y renuencia» que los hombres tenían a matar polacos.[63]
El doble criterio con relación a las víctimas judías y polacas todavía puede percibirse de otro modo. Goldhagen cita numerosos ejemplos de la matanza gratuita y voluntaria de judíos como algo relevante para evaluar las actitudes de los asesinos. Pero omite un caso similar de asesinato gratuito y voluntario por parte del Batallón de Reserva Policial 101 cuando las víctimas eran polacas. Se dio parte de que un oficial de policía alemán había sido asesinado en el pueblo de Niezdów, adonde fueron enviados los policías que estaban a punto de ir al cine en Opole para que llevaran a cabo una acción de represalia. En el pueblo solamente quedaban los polacos ancianos, en su mayoría mujeres, porque los jóvenes habían huido. Por otra parte, llegó la noticia de que el policía alemán emboscado sólo había resultado herido, no lo habían matado. No obstante, los agentes del Batallón de Reserva Policial 101 asesinaron a tiros a todos los ancianos polacos e incendiaron el pueblo antes de volver al cine para pasar una tarde de entretenimiento informal y relajante.[64] En este episodio no se pueden ver muchas muestras del «evidente disgusto y renuencia» a la hora de matar polacos. ¿Hubiera Goldhagen omitido este incidente si las víctimas hubieran sido judías y de ello se hubiera podido deducir fácilmente una motivación antisemítica?
También se puede observar un patrón de tendenciosa selección de las pruebas[65] en la manera que tiene Goldhagen de retratar una homogeneidad; casi absoluta entre los agentes. El teniente Heinz Buchmann fue el único miembro del batallón que expresó su oposición por principios al asesinato colectivo y se negó a tomar parte en cualquier aspecto de las acciones en contra de los judíos. Por lo que se refiere a la diferencia de comportamiento entre él mismo y los capitanes de las SS JuliusWohlauf y Wolfgang Hoffmann, Buchmann declaró de mala gana que para él un ascenso no tenía ninguna importancia porque era dueño de un próspero negocio, mientras que Wohlauf y Hoffmann eran unos ambiciosos policías profesionales «que querían llegar a ser alguien». Además añadió: «Gracias a la experiencia con mi empresa, sobre todo porque se extendió al extranjero, había adquirido una mejor perspectiva general de las cosas».[66] Goldhagen no tarda en minimizar la importancia que el mismo Buchmann da a los motivos de ambición profesional e interpreta la segunda parte de la declaración como una prueba de que, de todo el batallón, sólo Buchmann no estaba atrapado por el alucinógeno antisemitismo alemán[67].
Pero si se tiene que citar a Buchmann como el principal testigo que proporciona pruebas de un antisemitismo homogéneo dentro del batallón, ¿no deberían incluirse también las siguientes declaraciones? Por lo que hace referencia a las distintas reacciones de los agentes frente a la negativa del propio Buchmann de participar en las operaciones en contra de los judíos, éste dijo: «Entre mis subordinados hubo muchos que entendieron mi postura, pero hubo otros que hicieron comentarios despectivos sobre mí y me miraban por encima del hombro».[68] En relación con la actitud que tuvieron hacia la matanza en sí, manifestó que «los soldados no llevaron a cabo las acciones judías con entusiasmo […]. Estaban todos muy deprimidos».[69]
Un último ejemplo del tendencioso criterio selectivo de las pruebas: Goldhagen destaca constantemente que los ejecutores «se divirtieron» matando judíos y que «los relatos de esos hombres sobre conversaciones que habían mantenido mientras estaban en el campo de ejecución sugieren […] que en principio a esos hombres les parecía bien tanto el genocidio como sus propios actos».[70] Un ejemplo típico de esto es la versión que él da del pelotón del sargento Heinrich Bekemeier que llevó a cabo la «cacería de judíos» en Lomazy tras la masacre. Goldhagen escribe:
«Cuando los hombres de Bekemeier encontraban judíos, no solamente los mataban sino que, en una ocasión que ha sido descrita, ellos, o al menos Bekemeier, se divirtieron con ellos de antemano».
Y entonces cita directamente de la declaración del policía:
«Hay un episodio que ha permanecido en mi memoria hasta hoy. Al mando del sargento Bekemeier, tuvimos que conducir un transporte de judíos a algún lugar. Hizo que los judíos cruzaran gateando un charco y que cantaran mientras lo hacían. Cuando un anciano no pudo seguir andando, que fue cuando ya había terminado el episodio del gateo, le pegó un tiro desde muy cerca en la boca…»
En este punto de la cita, Goldhagen se detiene y reanuda la descripción de ese mismo incidente proveniente de una declaración hecha en un interrogatorio posterior:
«Después de que Bekemeier hubiera disparado al judío, éste alzó las manos como para apelar a Dios y entonces se derrumbó. El cadáver del judío sencillamente se dejó ahí tendido. No nos preocupamos por él».
Qué distinta suena esta declaración si no se interrumpe la versión del testigo puesto que, después de describir el disparo de Bekemeier en la boca del judío, continúa diciendo: «Le dije a Heinz Richter, que iba andando junto a mí: “Me gustaría liquidar a esa basura”». En realidad, según el mismo testigo, dentro del «círculo de compañeros» Bekemeier estaba considerado como una «vil basura» y un «tipo asqueroso». Tenía fama de ser «violento y cruel» tanto con los «polacos como con los judíos» e incluso de dar puntapiés a sus propios subordinados.[71] En resumen, mediante el tendencioso criterio selectivo, Goldhagen describe este acontecimiento como parte de un patrón de crueldad y aprobación generalizadas y homogéneas, cuando la declaración entera ofrece sin embargo una idea de la crueldad de un oficial de las SS especialmente despiadado y nada querido cuyo comportamiento provocaba desaprobación entre sus hombres.
A diferencia de Goldhagen, yo ofrecí una descripción del batallón que tenía varias lecturas. Había distintos grupos dentro de la unidad que se comportaron de manera distinta. Los «asesinos entusiastas» —que aumentaron su número con el tiempo— buscaban la oportunidad de matar y celebraban sus actos criminales. El grupo más pequeño dentro del batallón era el de los que no dispararon. A excepción del teniente Buchmann, ellos no hicieron objeciones por principios contra el régimen y sus políticas asesinas; no censuraron a sus compañeros. Se aprovecharon de la política de Trapp dentro del batallón de eximir a aquéllos que no se sintieran «con ánimos para hacerlo» y dijeron que se consideraban débiles o que tenían hijos.
El grupo de agentes más numeroso del batallón hizo lo que se le pedía sin ni siquiera aceptar la responsabilidad de enfrentarse a la autoridad o de parecer débiles, pero no se ofrecieron voluntarios para la matanza ni la festejaron. Cada vez más insensibles y endurecidos, sentían más lástima de ellos mismos por el «desagradable» trabajo que les habían asignado que la que sentían por las deshumanizadas víctimas. En su mayor parte, no pensaron si lo que hacían estaba mal o era inmoral, porque la matanza estaba sancionada por la autoridad legítima. En realidad, la mayoría de ellos intentaba no pensar y punto. Tal como expuso un policía: «Sinceramente, debo decir que en ese momento no reflexionamos sobre ello en absoluto. Fue sólo años después cuando algunos de nosotros fuimos verdaderamente conscientes de lo que allí había ocurrido entonces».[72] Beber mucho ayudaba: «La mayoría de los demás hombres bebía tanto únicamente a causa de las numerosas ejecuciones de judíos, porque una vida así no se podía soportar si estabas sobrio».[73]
El hecho de que esos policías fueran unos «verdugos voluntarios» no significa que «quisieran ser verdugos del genocidio». En mi opinión, ésta es una distinción importante que Goldhagen desdibuja de manera sistemática. También plantea repetidas veces la disputa, sobre la interpretación en forma de una falsa dicotomía: o los asesinos alemanes debían de tener «la misma opinión» que Hitler sobre la naturaleza demoníaca de los judíos y por tanto creían en la necesidad y justicia de los asesinatos colectivos, o debían de creer que estaban cometiendo el mayor crimen de la historia. En mi opinión, la mayoría de los asesinos no pueden ser definidos mediante ninguna de esas dos perspectivas diametralmente opuestas.
Además de una descripción del batallón con varias lecturas, yo ofrecí una explicación multicausal de la motivación. Observé la importancia de la conformidad, la presión de los iguales y la deferencia a la autoridad, y debí haber enfatizado de manera más explícita las capacidades de legitimación del gobierno. También insistí en los «efectos mutuamente intensificadores de la guerra y el racismo» mientras que «los años de propaganda antisemítica […] encajaban con los efectos polarizadores de la guerra». Afirmé que «nada ayudó tanto a los nazis a hacer una guerra racial como la guerra en sí misma», ya que la «dicotomía de la raza superior de los alemanes y la raza inferior de los judíos, que era algo fundamental en la ideología nazi, podía fundirse fácilmente con la imagen de una Alemania asediada, rodeada de enemigos». Los alemanes corrientes no tenían «la misma visión» demoníaca de los judíos que tenía Hitler y que les llevaría al genocidio. Una combinación de factores situacionales y de coincidencia ideológica que concurrían en la condición del enemigo y la deshumanización de las víctimas fue suficiente para convertir a «hombres corrientes» en «verdugos voluntarios».
Goldhagen asegura que «no tenemos más elección que adoptar» su propia explicación porque él ha rebatido de manera «irrefutable» y «rotunda» las «explicaciones convencionales» (coacción, obediencia, observaciones socio-psicológicas sobre el comportamiento humano, interés personal y disminución o fragmentación de la responsabilidad). Surgen varios problemas. Primero, los estudiosos no invocan esas «explicaciones convencionales» como causas únicas y suficientes para entender el comportamiento de los ejecutores, sino que normalmente aquéllas forman parte de un enfoque multicausal, que Goldhagen ridiculiza llamándolo la «lista de la lavandería».[74] Por lo tanto, ellos no tienen que cumplir con la gran prueba de la supuesta justificación para todo que Goldhagen establece para su propia explicación. Segundo, afirmar que uno ha rebatido algo de manera irrefutable fija un gran reto que Goldhagen no supera. Y tercero, incluso la refutación exhaustiva de las «explicaciones convencionales» no haría necesario aceptar la tesis de Goldhagen.
Observemos más de cerca la presunta refutación de Goldhagen de dos de las llamadas explicaciones convencionales: la propensión de los alemanes a acatar las órdenes y los atributos generales del comportamiento humano estudiados por psicólogos sociales (la deferencia hacia la autoridad, la adaptación al papel asignado, la conformidad con la presión de los iguales). Goldhagen descarta bruscamente la idea de que una propensión al cumplimiento de las órdenes y una obediencia irreflexiva a la autoridad fueran elementos importantes de la cultura política alemana. Después de todo, él observa que los alemanes luchaban en las calles de Weimar y despreciaban abiertamente la República.[75] Pero un solo incidente no construye la historia de un país ni caracteriza su cultura política. Fundamentar en la oposición a Weimar la afirmación de que la cultura política alemana no manifestaba ninguna tendencia a la obediencia no es más válido que decir que el antisemitismo no formaba parte de la cultura política alemana sacando a colación la emancipación de los judíos en la Alemania del siglo XIX; una idea a la que Goldhagen se resiste enérgicamente.
Es más importante el contexto histórico de la desobediencia durante la República de Weimar. Goldhagen observa que los alemanes obedecían solamente al gobierno y a la autoridad que ellos consideraban «legítimos». En realidad esto es básico en el tema en cuestión puesto que fue precisamente el carácter democrático y no autoritario de Weimar aquello que no la legitimó a ojos de los que la desdeñaban y la atacaban. Fue precisamente la destrucción de la democracia por parte de los nazis y la restauración de un sistema político autoritario que hacía hincapié en las obligaciones comunes por encima de los derechos individuales lo que les dio la legitimación y popularidad en sectores importantes de la población alemana. De hecho, muchos historiadores han argumentado que las incompletas y poco entusiastas revoluciones democráticas de 1848 y 1918 en Alemania abrieron la puerta a las autoritarias contrarrevolución y restauración, que sí tuvieron éxito, y que la fallida democratización —no el antisemitismo— decididamente diferenció la cultura política de Alemania de las de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
Los mismos tipos de evidencias y argumentos que Goldhagen cita como prueba de que la ubicuidad del antisemitismo inculcó el odio a los judíos en Alemania se pueden utilizar para confirmar la idea de que Alemania tenía una fuerte tradición de autoritarismo que imponía hábitos de obediencia y actitudes antidemocráticas. Todos los elementos que el propio Goldhagen cita como decisivos a la hora de formar una cultura política —la educación, la conversación pública, la ley y el refuerzo institucional—[76] intervinieron para imbuir unos valores autoritarios en Alemania mucho antes de que los nazis los utilizaran también para difundir sin cesar el antisemitismo.
Además, los antisemitas más categóricos de Alemania también eran antidemocráticos y autoritarios. Negar la importancia de las tradiciones y valores autoritarios de la cultura política de Alemania al tiempo que se discute sobre la omnipresencia del antisemitismo es como insistir en que el vaso está medio lleno a la vez que se niega que está medio vacío. En la medida en que los argumentos de Goldhagen sobre la cultura política alemana y el antisemitismo son válidos, todavía lo son más en lo que respecta a esa misma cultura y la obediencia a la autoridad.
Goldhagen afirma que la interpretación socio-psicológica está «fuera de la historia» y que sus partidarios «dan a entender que si a cualquier grupo de personas, fueran cuales fueran su socialización y creencias, se las colocara en medio de las mismas circunstancias, actuarían exactamente de la misma manera con cualquier grupo de víctimas seleccionadas de forma arbitraria».[77] Esto es una exposición muy equivocada que confunde el marco de investigación con la aplicación subsiguiente, por parte de los estudiosos, de los conceptos que de él derivan. Por ejemplo, en los experimentos de Milgram y Zimbardo se trataba de aislar las variables de deferencia a la autoridad y de adaptación al papel asignado precisamente de una forma en que la dinámica de esos factores en el comportamiento humano pudiera ser examinada y comprendida mejor. Haber llevado a cabo cualquiera de esos experimentos enfrentando a serbios y musulmanes bosnios o a hutus y tutsis hubiera sido absurdo por la sencilla razón de que las animosidades étnicas históricamente específicas hubieran introducido una segunda variable importante, que habría distorsionado completamente los resultados.
Fue precisamente porque los experimentos se mantuvieron fuera de la historia que las conclusiones obtenidas tienen validez y los estudiosos ahora saben que la deferencia a la autoridad y la adaptación al papel asignado son factores importantes que determinan el comportamiento humano. Para los estudiosos que investigan sobre la motivación en situaciones históricas concretas, en las cuales las variables no se pueden aislar y en las que los actores históricos no son plenamente conscientes de la compleja interacción de factores que determina su conducta, esos resultados pueden, en mi opinión, no tener valor para examinar las evidencias problemáticas.
Goldhagen ha afirmado repetidas veces que sólo su interpretación supone correctamente que los ejecutores creían que la matanza de judíos era necesaria y justa, mientras que las «explicaciones convencionales» se ven afectadas por el falso supuesto de que los asesinos creían que lo que estaban haciendo estaba mal y tuvieron que ser inducidos a matar en contra de su voluntad. Ambas interpretaciones ofrecen una descripción equivocada de la postura de otros y plantea la cuestión como una falsa dicotomía. Kelman y Hamilton, empleando un enfoque socio-psicológico al investigar el ejemplo históricamente específico de los «crímenes por obediencia» en Vietnam, han observado un espectro de respuesta a la autoridad. Entre aquellos que actuaron por convicción porque compartían los valores del régimen y su política por un lado, y los llamados cumplidores, que actuaban en contra de su voluntad cuando los vigilaban pero que no obedecían las órdenes cuando no estaban siendo observados, había otras posibilidades. Muchos aceptaban y asimilaban las expectativas del papel de soldados, por las que debían ser duros y obedientes y llevar a cabo las políticas del Estado fuera cual fuera el contenido de las órdenes concretas.[78] Los soldados y los policías pueden hacer de buen grado lo que se les manda y ejecutar una política que no identifiquen como acorde con sus propios valores personales, incluso no estando vigilados, de la misma manera en que los soldados y los policías a menudo obedecen de buen grado las órdenes y mueren en acto de servicio, aunque no quieran morir. Pueden cometer actos en su calidad de soldados y policías que considerarían malos si fueran hechos por propia voluntad, pero que no consideran malos si el Estado los aprueba.[79] Y las personas pueden cambiar de valores, adoptando unos nuevos que no entren en conflicto con sus acciones, convirtiéndose de esa forma en asesinos por convicción cuando el asesinato se convierte en rutina. La relación entre autoridad, creencia y acción no sólo es compleja, sino también inestable y puede cambiar con el tiempo.[80]
El enfoque socio-psicológico no asume, como afirma Goldhagen, que no tengan importancia la ideología de los ejecutores, sus valores morales o la concepción que tuvieran de las víctimas.[81] Pero lo que sí es cierto es que ese enfoque no es compatible con el hecho simplista de reducir a un solo factor, como es el del antisemitismo, la ideología, los valores morales y la concepción de las víctimas que tenían los ejecutores. Estoy de acuerdo con Goldhagen cuando plantea que los «“crímenes de obediencia” […] dependen de la existencia de un contexto social y político propicio».[82] Pero el contexto social y político siempre presenta una pluralidad de factores más allá de la cognición de los ejecutores y la identidad de las víctimas, y produce un complejo y cambiante espectro de variedad de reacción.
Para resumir, Goldhagen ni siquiera se ha acercado a explicar de forma precisa, y por lo tanto a rebatir de manera «irrefutable», varias de las «explicaciones convencionales» fundamentales,[83] ninguna de las cuales se presenta como explicación absoluta en sí misma. Incluso aunque las cinco explicaciones convencionales que observa Goldhagen hubieran sido rebatidas de manera «irrefutable», no es cierto que no nos quede «más elección que adoptar» su propia explicación. La indagación para comprender las motivaciones de los ejecutores del Holocausto no está restringida a un conjunto limitado. La búsqueda de los estudiosos no es un examen de opción A o B. Como mínimo siempre debe haber otra alternativa: «Ninguna de las anteriores».
Durante toda la controversia, Goldhagen ha asegurado que su enfoque ha recuperado una dimensión moral que faltaba en los estudios de los historiadores anteriores. Por ejemplo, en su reciente réplica a sus críticos en The New Republic, Goldhagen afirma que él ha reconocido «la humanidad» de los ejecutores. Su análisis está «basado en el reconocimiento de que cada individuo tomó decisiones sobre cómo tratar a los judíos», lo cual «recupera el concepto de responsabilidad individual». Por otro lado, afirma que los estudiosos como yo hemos «guardado una cómoda distancia con los ejecutores» y los hemos considerado «autómatas o marionetas».[84]
Estas afirmaciones por parte de Goldhagen son insostenibles. Primero, las conclusiones socio-psicológicas que él rechaza con displicencia no tratan a los individuos como si fueran partes que se pudieran intercambiar de forma mecánica ni tampoco descartan los factores culturales e ideológicos.[85] Tal como he observado anteriormente, la afirmación de Goldhagen de que el enfoque socio-psicológico es de una «falsedad demostrable»[86] se basa en una burda caricatura. Segundo, por lo que se refiere a la «humanidad» de los ejecutores y a no guardar con ellos «una cómoda distancia», es el mismo Goldhagen quien reprende a otros expertos para que se libren de las ideas de que los alemanes del Tercer Reich eran «más o menos como nosotros» y de que su «sensibilidad se aproximaba remotamente a la nuestra».[87] Y su reivindicación de que se considere a los ejecutores como «agentes responsables que tomaban decisiones» es difícil de conciliar con su conclusión determinista: «Durante el período nazi, e incluso mucho antes, muchos alemanes no podían poseer modelos cognitivos ajenos a su sociedad […] más de lo que podían hablar un rumano fluido sin haber estado nunca expuestos a él.[88]
Por el contrario, mi posición es que las teorías psico-sociológicas —que se basan en el supuesto de que las inclinaciones y tendencias son comunes a la naturaleza humana, pero sin excluir las influencias culturales— proporcionan una importante oportunidad para comprender el comportamiento de los ejecutores. Yo creo que éstos no sólo tuvieron la capacidad de elegir, sino que hicieron uso de esa elección de varias maneras que abarcaban todo el espectro, desde la participación entusiasta, pasando por la conformidad obediente, aparente o pesarosa, hasta distintos grados de elusión. Y yo preguntaría: ¿Cuál de nuestros dos enfoques se basa en la humanidad e individualidad de los ejecutores y tiene en cuenta una dimensión moral en el análisis de sus decisiones?
Goldhagen y yo estamos de acuerdo en que el Batallón de Reserva Policial 101 era representativo de los «alemanes corrientes», y en que los «alemanes corrientes» reclutados aleatoriamente desde todas las profesiones y condiciones sociales se convirtieron en «verdugos voluntarios». Pero yo no creo que su descripción del batallón sea representativa. Sin duda está en lo cierto cuando dice que había numerosos asesinos entusiastas que buscaban la oportunidad de matar, obtenían satisfacción infligiendo terribles crueldades y celebraban sus hazañas. Tanto en su libro como en éste se pueden encontrar demasiados ejemplos espantosos de tal comportamiento: pero Goldhagen minimiza o niega otras interpretaciones de la conducta que son importantes para comprender la dinámica de las unidades asesinas del genocidio y que ponen en duda su afirmación de que el batallón estaba uniformemente dominado por el «orgullo» y la «aprobación por principios» de los asesinatos colectivos que perpetró. Su exposición es tendenciosa porque él confunde la parte con el todo.
Este es un error que aparece repetidas veces en el libro. Por ejemplo, yo estoy de acuerdo en que el antisemitismo era una firme corriente ideológica en la Alemania del siglo XIX, pero no acepto la afirmación de Goldhagen de que el antisemitismo «más o menos dominaba la vida ideológica de la sociedad civil» en la Alemania prenazi.[89] Estoy de acuerdo en que hacia 1933 el antisemitismo se había convertido en parte del «sentido común» de la derecha alemana sin por eso concluir que toda la sociedad alemana tenía «la misma opinión» que Hitler sobre los judíos y que «la importancia del antisemitismo en la visión del mundo, el programa y la retórica del Partido […] reflejaba los sentimientos de la cultura alemana».[90] Estoy de acuerdo en que el antisemitismo —creador de estereotipos negativos, deshumanizador y promotor del odio a los judíos— era generalizado entre los asesinos de 1942, pero no coincido con que ese antisemitismo tenga que considerarse más que nada como un antisemitismo «preexistente, reprimido» que Hitler sólo tuvo que «desatar» y «liberar».[91]
En síntesis, el problema fundamental no reside en explicar por qué los alemanes corrientes, como miembros de un pueblo totalmente distinto a nosotros y formado por una cultura que no les permitía pensar y actuar de otra manera que no fuera queriendo ser asesinos de masas, mataron a judíos con entusiasmo cuando se les presentó la oportunidad. El problema fundamental es explicar por qué unos hombres corrientes —formados en una cultura que tenía sus propias particularidades pero que sin embargo estaba dentro de las establecidas tradiciones occidentales, cristianas y de la Ilustración—, bajo circunstancias concretas, llevaron a cabo por voluntad propia el mayor genocidio de la historia de la humanidad.
¿Qué importa cuál de nuestras descripciones y conclusiones sobre el Batallón de Reserva Policial 101 se acerque más a la verdad? Sería un consuelo si Goldhagen acertara en lo de que muy pocas sociedades poseen los requisitos previos a largo plazo y cognitivo-culturales para cometer un genocidio, y en lo de que los regímenes sólo pueden perpetrarlo cuando la población, en su inmensa mayoría, tiene la misma opinión sobre su prioridad, justicia y necesidad. Viviríamos en un mundo más seguro si él tuviera razón, pero yo no soy tan optimista. Me temo que vivimos en un mundo en el cual la guerra y el racismo son omnipresentes, en el cual los poderes de movilización y legitimación gubernamentales son poderosos y crecientes, en el cual el sentido de responsabilidad personal se ve cada vez más atenuado a causa de la especialización y la burocratización, y en el cual el grupo de iguales ejerce una tremenda presión sobre el comportamiento y establece normas morales. Me temo que, en un mundo así, los gobiernos modernos que deseen cometer un asesinato en masa rara vez fallarán en su intento por no ser capaces de hacer que unos «hombres corrientes» se conviertan en sus «verdugos voluntarios».