Capítulo 7

El comienzo de las matanzas:
la masacre de Józefów

Probablemente fuera el 11 de julio cuando Globocnik o alguien bajo su mando contactó con el comandante Trapp y le informó de que el Batallón de Reserva Policial 101 tenía la tarea de reunir a los 1.800 judíos de Józefów, un pueblo a unos 30 kilómetros ligeramente al sudeste de Bilgoraj. Sin embargo, en esa ocasión a la mayoría de los judíos no se les iba a reasentar. Sólo los varones en edad de trabajar iban a ser enviados a uno de los campos de Globocnik en Lublin. A las mujeres, los niños y los ancianos simplemente los iban a matar de un tiro allí mismo.

Trapp llamó a las unidades emplazadas en las ciudades cercanas. El batallón se volvió a reunir en Bilgoraj el 12 de julio de 1942 con dos excepciones: la sección tercera de la tercera compañía, que incluía al capitán Hoffmann, situada en Zakrzów, así como unos pocos agentes de la primera compañía que ya estaban instalados en Józefów. Trapp se reunió con los comandantes de las compañías primera y segunda, el capitán Wohlauf y el teniente Gnade, y les informó de la tarea del día siguiente[1]. El ayudante de Trapp, el teniente primero Hagen* debió de avisar a otros oficiales del batallón, ya que el teniente Heinz Buchmann se enteró esa misma tarde a través de él de los detalles precisos de la acción que estaba prevista.

Buchmann, que en aquel entonces tenía treinta y ocho años, era el jefe de un negocio maderero familiar en Hamburgo. Se había unido al Partido Nazi en mayo de 1937. Reclutado por la Policía del Orden en 1939, había servido como conductor en Polonia. El verano de 1940 solicitó la baja. En lugar de eso fue enviado a los entrenamientos para oficial y fue nombrado teniente de reserva en noviembre de 1941. En 1942 se le puso al mando de la sección primera de la primera compañía.

En cuanto se enteró de la inminente masacre, Buchmann le dejó claro a Hagen que como hombre de negocios hamburgués y teniente de reserva, «de ninguna manera participaría en una acción como ésa en la que se asesinan mujeres y niños indefensos». Pidió que le dieran otra misión. Hagen dispuso que Buchmann se hiciera cargo de la escolta de los judíos «de trabajo» varones que iban a ser seleccionados y llevados a Lublin.[2] Al capitán de su compañía, Wohlauf, se le informó de la misión de Buchmann, pero no de la razón.[3]

A los hombres no se les dijo nada oficialmente, aparte de que se les iba a despertar muy pronto para llevar a cabo una acción en la que participaría todo el batallón. Pero había algunos que como mínimo tenían una pista de lo que iba a suceder. El capitán Wohlauf le contó a un grupo de sus soldados que al día siguiente les esperaba una tarea «extremadamente interesante».[4] A otro soldado que se quejaba de que lo iban a dejar allí para vigilar los barracones, el ayudante de su compañía le dijo: «Deberías alegrarte por no tener que venir. Ya verás qué es lo que ocurre».[5] El sargento Heinrich Steinmetz* advirtió a sus hombres de la sección tercera, segunda compañía, que «no quería ver a ningún cobarde».[6] Se repartió munición adicional.[7] Un policía informó de que a su unidad le habían dado látigos, lo cual ocasionó rumores acerca de una Judenaktion.[8] Sin embargo, nadie más recordaba los látigos.

El convoy de camiones salió de Bilgoraj sobre las dos de la madrugada y llegó a Józefów justo cuando el cielo empezaba a clarear. Trapp hizo que sus hombres formaran un semicírculo y se dirigió a ellos. Tras explicarles la misión asesina del batallón, hizo su extraordinaria oferta: cualquiera de los agentes de más edad que no se sintiera con ánimo de llevar a cabo la tarea que tenían por delante podía dar un paso al frente. Trapp hizo una pausa y, tras unos instantes, un soldado de la tercera compañía, Otto-Julius Schimke*, se adelantó. El capitán Hoffmann, que había llegado a Józefów directamente de Zakrzów con la sección tercera de la tercera compañía y no había tomado parte en la reunión de oficiales del día anterior en Bilgorak, se enfureció porque uno de sus hombres había sido el primero en romper filas. Hoffmann empezó a reprender a Schimke, pero Trapp lo interrumpió. Después de que hubiera tomado a Schimke bajo su protección, otros diez o doce soldados también dieron un paso al frente. Entregaron sus rifles y se les dijo que esperaran a que el mayor les encargara otra tarea.[9]

Luego Trapp mandó llamar a los comandantes de compañía y les dio sus misiones respectivas. Las órdenes fueron transmitidas por el sargento primero, Kammer*, a la primera compañía, y por Gnade y Hoffmann a la segunda y tercera. Dos secciones de la tercera compañía tenían que rodear el pueblo.[10] Los hombres tenían órdenes explícitas de disparar a cualquiera que intentara escapar. El resto debía reunir a los judíos y llevarlos al mercado. A todos aquellos demasiado enfermos o débiles para andar hasta el mercado, así como a los niños y a cualquiera que opusiera resistencia o tratara de esconderse tenían que dispararles en el acto. A partir de ese momento, unos cuantos soldados de la primera compañía habían de escoltar a los «judíos de trabajo» que habían sido seleccionados en el mercado, mientras que el resto de la primera compañía debía dirigirse al bosque para formar los pelotones de ejecución. La segunda compañía y la sección tercera de la tercera compañía tenían que hacer subir los judíos a los camiones del batallón y llevarlos del mercado al bosque.[11]

Tras haber asignado las misiones, Trapp pasó la mayor parte del día en la ciudad, en un aula de la escuela transformada en su cuartel general, en las casas del alcalde polaco y el cura local, en el mercado, o en el camino del bosque.[12] Pero él no fue al bosque ni presenció las ejecuciones; su ausencia allí llamó la atención. Tal como observó con amargura un policía, «el comandante Trapp nunca estaba allí. En lugar de eso se quedaba en Józefów porque según se decía no podía soportar verlo. Los hombres nos enfadamos por eso y dijimos que nosotros tampoco podíamos aguantarlo».[13]

En efecto, la angustia de Trapp no era un secreto para nadie. En el mercado, un policía recordaba haber oído decir a Trapp al tiempo que se llevaba la mano al corazón: «¡Oh, Dios, por qué tenían que darme estas órdenes!»[14] Otro policía lo vio en la escuela. «Todavía hoy puedo ver exactamente ante mis ojos al comandante Trapp allí en el aula, andando de un lado a otro con las manos a la espalda. Daba impresión de estar abatido y se dirigió a mí. Dijo algo como: “Chico…, los trabajos así no son para mí. Pero órdenes son órdenes”».[15] Otro agente recordaba vívidamente «cómo Trapp, al fin solo en nuestra habitación, se sentó en un taburete y lloró amargamente. Le saltaban las lágrimas de verdad».[16] Otro también vio a Trapp en su cuartel general. «El comandante Trapp daba vueltas de un lado a otro de manera nerviosa y entonces se detuvo en seco ante mí, me miró fijamente y me preguntó si yo estaba de acuerdo con eso. Yo le miré directamente a los ojos y respondí: “¡No, mayor!”. Entonces empezó a dar vueltas otra vez y lloró como un niño».[17] El ayudante del médico se encontró a Trapp llorando en el camino que iba del mercado al bosque y preguntó si podía ayudarle. «Él sólo me respondió algo así como que todo era muy espantoso».[18] En lo que respecta a lo ocurrido en Józefów, más adelante Trapp le confió a su conductor: «Si algún día este asunto de los judíos es vengado en la tierra, entonces que Dios se apiade de nosotros los alemanes».[19]

Mientras que Trapp se quejaba de sus órdenes y sollozaba, sus hombres procedieron a llevar a cabo la tarea del batallón. Los suboficiales dividieron a algunos de sus subordinados en equipos de búsqueda de dos, tres o cuatro personas y los envió al sector judío de Józefów. A otros se les encomendó la vigilancia en las calles que conducían al mercado o en el mercado propiamente dicho. Al tiempo que los judíos eran expulsados de sus casas y se mataba a tiros a los que no podían moverse, se oían gritos y disparos por todas partes. Tal como observó un policía, era una ciudad pequeña y lo oyeron todo.[20] Muchos policías admitieron haber visto los cadáveres de los que habían sido tiroteados durante el registro, pero solamente dos reconocieron haber disparado.[21] De nuevo, varios agentes admitieron haber oído que todos los pacientes del «hospital» judío o «los ancianos de las casas» habían sido asesinados en el acto, aunque nadie reconoció haber presenciado el tiroteo o haber participado en él.[22]

Al menos los testigos estuvieron de acuerdo en la cuestión de cómo reaccionaron los hombres al principio ante el problema de matar niños. Algunos afirmaban que, junto a los ancianos y los enfermos, había niños entre los muertos que se dejaron tendidos en las casas, en las entradas y las calles de la ciudad.[23] Sin embargo, había otros que insistían de manera muy explícita en que durante esa acción inicial, los agentes todavía se negaban a disparar a los niños durante el registro y la operación de desalojo. Un policía fue categórico al decir que «entre los judíos muertos en nuestro sector de la ciudad no había bebés ni niños pequeños. Me gustaría decir que casi de una manera tácita todo el mundo se abstuvo de disparar a los bebés y los niños pequeños». En Józefów y también después, observó, «incluso a punto de morir, las madres judías no se separaban de sus hijos. Así que toleramos que las madres se llevaran a sus hijos al mercado de Józefów».[24] Asimismo, otro policía especificó «que prácticamente todos los soldados implicados evitaron de forma tácita dispararles a los bebés y niños pequeños. Durante toda la mañana pude observar que, cuando se las llevaban, algunas mujeres tenían bebés en los brazos y llevaban de la mano a niños pequeños».[25] Según ambos testigos, ninguno de los oficiales intervino cuando se llevaron los niños al mercado. Sin embargo, otro policía recordaba que, tras la operación de desalojo, el capitán Hoffmann les hizo reproches a su unidad (sección tercera, tercera compañía). «No hemos procedido de una forma suficientemente enérgica».[26]

Cuando faltaba poco para finalizar la redada, a los soldados de la primera compañía se les retiró de la búsqueda y se les dio una lección rápida sobre la horripilante tarea que les esperaba. Recibieron instrucciones del médico del batallón y del primer sargento de la compañía. Un policía con inclinaciones musicales que con frecuencia tocaba el violín durante las tardes en sociedad junto con el médico, que tocaba un «maravilloso acordeón», recordaba:

Creo que en ese momento estaban presentes todos los oficiales del batallón, en particular el médico de nuestro batallón, el doctor Schoenfelder*. En ese momento tenía que explicarnos con precisión cómo debíamos disparar para causar la muerte instantánea de la víctima. Recuerdo exactamente que para esa demostración dibujó o perfiló el contorno de un cuerpo humano, al menos de los hombros hacia arriba, y entonces señaló el punto exacto en el que se tenía que colocar la bayoneta como una guía para apuntar.[27]

Después de que la primera compañía hubiera recibido las instrucciones y salido hacia el bosque, el ayudante de Trapp, Hagen, presidió la selección de los «judíos de trabajo». El jefe de un aserradero cercano ya se había acercado a Trapp con una lista de 25 judíos que trabajaban para él y Trapp había permitido su puesta en libertad.[28] En aquel momento, a través de un intérprete, Hagen pidió artesanos y trabajadores varones sanos. Hubo intranquilidad cuando a unos 300 trabajadores los separaron de sus familias.[29] Antes de que los hubieran hecho salir de Józefów a pie, se oyeron los primeros disparos que provenían del bosque. «Tras las primeras descargas cundió una gran angustia entre esos artesanos y algunos se echaron al suelo llorando. En este punto tenía que haberles quedado claro que a las familias que habían dejado atrás las estaban matando».[30]

El teniente Buchmann y los luxemburgueses de la primera compañía hicieron marchar a los trabajadores unos pocos kilómetros hacia una estación de carga ferroviaria que estaba en el campo. Varios vagones de tren, incluido un vagón de pasajeros, estaban esperando. Entonces los trabajadores judíos y sus guardias fueron en tren hasta Lublin, donde Buchmann los dejó en un campo. Según Buchmann, no los condujo al conocido campo de concentración que había en Majdanek sino a otro. A los judíos no los esperaban, dijo, pero la administración del campo estuvo encantada de aceptarlos. Buchmann y sus hombres regresaron a Bilgoraj ese mismo día.[31]

Mientras tanto, el sargento primero Kammer se había llevado al primer contingente de tiradores de la primera compañía a un bosque situado a varios kilómetros de Józefów. Los camiones se detuvieron en un camino de tierra que recorría la linde del bosque, en un punto donde un sendero se adentraba en el boscaje. Los soldados bajaron de los camiones y esperaron.

Cuando llegó el primer camión con 35 o 40 judíos, se presentó un número igual de policías y, cara a cara, formaron parejas con sus víctimas. Dirigidos por Kammer, los policías y los judíos bajaron a pie por el sendero. Se adentraron en el bosque hasta un punto señalado por el capitán Wohlauf, quien durante el día se ponía a seleccionar los emplazamientos para las ejecuciones. Entonces Kammer ordenó a los judíos que se tumbaran en el suelo en fila. Los policías se colocaron detrás de ellos, pusieron las bayonetas en la espina dorsal sobre los omóplatos, tal como les habían enseñado y, cuando Kammer dio la orden, dispararon al unísono.

Mientras tanto, más policías de la primera compañía habían llegado al límite del bosque para formar un segundo pelotón de ejecución. Mientras el primer pelotón salía del bosque hacia el lugar de descarga, el segundo grupo se llevaba a sus víctimas por el mismo sendero y se adentraban en el boscaje. Wohlauf escogió un lugar unos pocos metros más adelante para que la siguiente tanda de víctimas no viera los cadáveres de la ejecución anterior. A estos judíos también se les obligó a tumbarse boca abajo y en fila, y se repitió el procedimiento.

A partir de ese momento, el «tránsito pendular» de los dos pelotones de fusilamiento entrando y saliendo del bosque se prolongó durante todo el día. Aparte de un descanso al mediodía, las ejecuciones continuaron hasta la caída de la noche. En algún momento de la tarde, alguien «organizó» un suministro de alcohol para los tiradores. Al final de un día de disparar casi continuamente, los agentes habían perdido por completo la noción de cuántos judíos había matado cada uno. En cualquier caso, según palabras de un policía, fueron «muchos».[32]

La primera vez que Trapp hizo su oferta a primera hora de la mañana, la verdadera naturaleza de la acción acababa de anunciarse y había habido muy poco tiempo para pensar y reaccionar. Sólo una docena de hombres había aprovechado el momento de manera instintiva para dar un paso al frente, entregar sus rifles y de esa manera eximirse de la matanza posterior. Es probable que muchos de los demás no hubieran asumido la realidad de lo que estaban a punto de hacer y en concreto el hecho de que ellos mismos podían ser elegidos para formar parte del pelotón de ejecución. Pero cuando los hombres de la primera compañía fueron convocados en el mercado, se les enseñó a dar un «tiro en la nuca» y los enviaron al bosque a matar judíos, algunos de ellos intentaron recuperar la oportunidad que habían perdido anteriormente. Un policía se acercó al sargento primero Kammer, al que conocía bien. Le confesó que la tarea le «repugnaba» y pidió que le asignaran otra misión. Kammer accedió y le concedió un servicio de guardia en la linde del bosque, donde permaneció durante todo el día.[33] A varios policías más que conocían bien a Kammer se les encargaron servicios de vigilancia a lo largo del recorrido de los camiones.[34] Cuando llevaban un rato disparando, otros policías se acercaron a Kammer y le dijeron que no podían continuar. El los relevó del pelotón de ejecución y les mandó acompañar a los camiones.[35] Hubo dos policías que cometieron el error de dirigirse al capitán (y Hauptsturmführer de las SS) Wohlauf en vez de a Kammer. Alegaron que ellos también eran padres de familia y que no podían seguir adelante. De manera cortante, Wohlauf se negó a complacerlos y señaló que podían tumbarse junto a las víctimas. No obstante, durante la pausa del mediodía, Kammer no sólo dispensó a estos dos soldados, sino también a unos cuantos más de los mayores. Los mandaron de vuelta al mercado acompañados por un suboficial que informó a Trapp. Trapp los eximió del servicio y les permitió volver pronto a los barracones en Bilgoraj.[36]

Algunos policías que no solicitaron ser relevados de los pelotones de ejecución buscaron otras maneras de eludir la tarea. Se tuvieron que asignar algunos oficiales armados con metralletas para dar los llamados tiros de gracia «porque tanto por la excitación como por la intencionalidad [la cursiva es mía]» algunos policías «fallaban el disparo» y no le daban a la víctima.[37] Otros ya habían realizado maniobras evasivas antes. Durante la operación de desalojo hubo algunos miembros de la primera compañía que se escondieron en el jardín del cura católico hasta que tuvieron miedo de que se percataran de su ausencia. Al volver al mercado, subieron a un camión que iba a recoger judíos a un pueblo cercano para así tener una excusa para su ausencia.[38] Hubo otros que se quedaron rondando por el mercado porque no quisieron ir a reunir a los judíos durante los registros.[39] Otros pasaron el mayor tiempo que pudieron buscando en las casas para no estar presentes en el mercado, donde temían ser destinados a un pelotón de fusilamiento.[40] Un conductor que tenía la misión de llevar a los judíos al bosque sólo hizo un viaje antes de pedir que lo relevaran. «Supongo que sus nervios no eran lo bastante fuertes como para conducir a más judíos hacia el lugar de las ejecuciones», comentó el agente que tomó el volante de su camión y lo reemplazó como conductor de los judíos hacia la muerte.[41]

Después de que los miembros de la primera compañía salieron hacia el bosque, la segunda compañía se quedó para terminar de reunir y cargar a los judíos en los camiones. Cuando se oyó la primera descarga proveniente del bosque, unos gritos espantosos se extendieron por todo el mercado en el momento en que los judíos allí reunidos se dieron cuenta de cuál era su destino.[42] Sin embargo, a partir de entonces, a los judíos los invadió una calma silenciosa; de hecho, en palabras de los testigos alemanes, una «increíble» y «asombrosa» serenidad.[43]

Si las víctimas estaban tranquilas, en cambio los oficiales alemanes se pusieron cada vez más nerviosos cuando se hizo claro que el ritmo de las ejecuciones era demasiado lento como para terminar el trabajo en un día. «Repetidamente se hacían comentarios como: “¡Esto no avanza!” y “¡No va lo bastante rápido!”.»[44] Trapp tomó una decisión y dio nuevas órdenes. Llamaron a la tercera compañía para que dejara sus puestos de avanzada en los alrededores del pueblo y se hiciera cargo de vigilar el mercado de cerca. A los hombres de la segunda compañía del teniente Gnade les informaron de que también debían dirigirse al bosque para unirse a los tiradores. El sargento Steinmetz, de la sección tercera, dio de nuevo a sus hombres la oportunidad de decir si no se sentían con ánimo. Nadie lo hizo.[45]

El teniente Gnade dividió a su compañía en dos grupos, que fueron destinados a distintas zonas del bosque. Luego visitó la primera compañía de Wohlauf para presenciar una demostración de las ejecuciones.[46] Mientras tanto, el teniente Scheer y el sargento Hergert* llevaron a la primera sección de la segunda compañía y a algunos soldados de la tercera sección a un lugar concreto del bosque. Scheer dividió a sus hombres en cuatro grupos, a los que asignó una zona de tiro distinta, y los mandó de vuelta a buscar a los judíos que tenían que matar. El teniente Gnade llegó y discutió acaloradamente con Scheer sobre el hecho de que los soldados no se adentraban lo suficiente en el bosque.[47] Cuando cada grupo había hecho dos o tres viajes al punto de recogida y había efectuado sus ejecuciones, Scheer se dio cuenta de que el proceso era demasiado lento. Le pidió consejo a Hergert. «Entonces yo propuse —recordaba Hergert— que bastaría con que sólo dos agentes trajeran a los judíos desde el punto de recogida hasta el lugar de la ejecución, y que, mientras tanto, los otros tiradores del comando se trasladarían ya al emplazamiento de la siguiente ejecución. Además, ese emplazamiento se iba moviendo de ejecución en ejecución, y así cada vez estaba más cerca del punto de recogida del sendero del bosque. Entonces procedimos en consecuencia.»[48] La sugerencia de Hergert aceleró considerablemente el proceso de la matanza.

A diferencia de la primera compañía, a los hombres de la segunda no les enseñaron cómo debían realizar los disparos. Al principio no se colocaban las bayonetas como guía para apuntar y, tal como observó Hergert, «se falló un número considerable de tiros» que «causaron heridas innecesarias a las víctimas». Uno de los policías de la unidad de Hergert notó igualmente la dificultad que tenían los tiradores para apuntar correctamente. «Al principio disparábamos a pulso. Si uno apuntaba demasiado alto explotaba todo el cráneo. Como consecuencia, salían sesos y huesos disparados por todas partes. Así que nos dieron instrucciones para colocar la punta de la bayoneta en la nuca.»[49] No obstante, según Hergert, utilizar las bayonetas como guía para apuntar no era una solución. «A causa del disparo a quemarropa que de esta manera se requería, la bala golpeaba la cabeza de la víctima en una trayectoria tal que a menudo todo el cráneo o como mínimo la parte trasera quedaba destrozada y la sangre, las astillas de los huesos y los sesos se esparcían por todas partes y ensuciaban a los tiradores.»[50]

Hergert fue categórico al decir que a ningún miembro del Primer Batallón se le dio la opción de retirarse de antemano. Pero una vez hubieron empezado las ejecuciones y sus subordinados se dirigieron a él o a Scheer porque no podían matar a mujeres y niños, se les asignaron otros servicios.[51] Esto lo confirmó uno de sus hombres. «Durante la ejecución corrió la voz de que cualquiera que no pudiera soportarlo más podía decirlo». Siguió para observar: «Yo mismo tomé parte en unas diez ejecuciones en las que tuve que disparar a hombres y mujeres. Sencillamente, ya no pude disparar más a nadie, lo que se hizo evidente para mi sargento, Hergert, porque al final fallé el tiro repetidas veces. Por este motivo me relevó. Otros compañeros también fueron relevados antes o después porque ya no podían continuar.»[52]

La sección segunda del teniente Drucker y la tercera del sargento Steinmetz fueron destinadas a otra parte distinta del bosque. Igual que a los hombres de Scheer, se les dividió en pequeños grupos de cinco a ocho soldados cada uno y no en grupos más grandes de 35 o 40 hombres como en la primera compañía de Wohlauf. A los soldados se les dijo que colocaran la punta de su carabina sobre las vértebras cervicales en la base del cuello, pero al principio aquí también se efectuaron los disparos sin las bayonetas caladas como guía.[53] Los resultados fueron horripilantes. «Los tiradores se ensuciaron de sangre, sesos y astillas de hueso de una manera horrible. Se les pegaba a la ropa.»[54]

Al dividir a sus agentes en pequeños grupos de tiradores, Drucker mantuvo más o menos un tercio de los hombres de reserva. Al final, todos tenían que disparar, pero la idea era facilitar descansos frecuentes y «pausas para el cigarrillo».[55] Con las constantes idas y venidas a los camiones, el agreste terreno y la frecuente rotación de los turnos, los soldados no se quedaban en grupos fijos.[56] La confusión posibilitó la ralentización del trabajo y los escabullimientos. Algunos soldados que se apresuraron en realizar su tarea dispararon a muchos más judíos que otros que se demoraron cuanto pudieron.[57] Hubo un policía que después de dos rondas sencillamente «se escabulló» y se quedó entre los camiones en la linde del bosque.[58] Hubo otro que consiguió evitar del todo su turno con los tiradores:

De ninguna manera se dio el caso de que aquellos que no querían o no podían llevar a cabo la ejecución de seres humanos con sus propias manos no pudieran rehuir esa tarea. En ese sentido no se llevaba ningún control. Por lo tanto, permanecí junto a los camiones que iban llegando y me mantuve ocupado en el punto de llegada. En cualquier caso, hice que mis movimientos lo aparentaran. No pude evitar que uno u otro de mis compañeros se diera cuenta de que no iba a las ejecuciones a disparar a las víctimas. Me colmaron de comentarios como “acojonado” o “pelele” para expresar su indignación. Pero no sufrí ninguna consecuencia por mi comportamiento. Aquí sí que debo mencionar que no fui el único que evitó participar en las ejecuciones.[59]

La inmensa mayoría de los tiradores de Józefów que fueron interrogados después de la guerra provenían de la sección tercera de la segunda compañía. Es de ellos de quienes quizá podemos obtener la mejor impresión sobre el efecto que las ejecuciones produjeron en los hombres y el índice de abandonos entre ellos en el curso de la operación.

A Hans Dettelmann*, un barbero de cuarenta años, Drucker lo destinó a un pelotón de ejecución. «Ni tan sólo pude disparar a la primera víctima en la primera ejecución, y me alejé y le pedí […] al teniente Drucker que me relevara.» Dettlemann le explicó a su teniente que era «de naturaleza débil» y Drucker lo dejó marchar.[60]

A Walter Niehaus*, un antiguo representante de ventas de los cigarrillos Reemtsma, le tocó formar pareja con una mujer mayor en la primera ronda. «Cuando hube disparado a la anciana, me fui a donde estaba Toni [Anton] Bentheim* [su sargento] y le dije que no era capaz de hacer más ejecuciones. Ya no tuve que participar más en los fusilamientos […] ese primer disparo acabó con mis nervios.»[61]

A August Zorn* le tocó un hombre muy mayor como primera víctima. Zorn recordaba que su anciana víctima

… no podía o no quería seguir el ritmo de sus compatriotas, porque se caía repetidamente y se quedaba tendido allí sin más. Con frecuencia tuve que levantarlo y llevarlo a rastras hacia delante. Por lo tanto, llegué al lugar de la ejecución cuando mis compañeros ya habían disparado a sus judíos. Cuando vio a sus compatriotas asesinados, el que iba conmigo se echó al suelo y se quedó allí tumbado. Entonces preparé mi carabina y le disparé detrás de la cabeza. Como yo ya estaba muy alterado por el cruel tratamiento dado a los judíos durante el desalojo de la ciudad, y totalmente confuso, disparé demasiado alto. Toda la parte posterior del cráneo de mi judío se arrancó y los sesos quedaron expuestos. Algunos trozos del cráneo salieron disparados y fueron a parar a la cara del sargento Steinmetz. Eso fue motivo para que, después de volver al camión, me presentara ante el sargento primero para pedirle que me eximiera. Me puse tan enfermo que no pude más, sencillamente. Entonces el sargento primero me relevó».[62]

Georg Kageler*, un sastre de treinta y siete años, pasó por la primera ronda sin mucha dificultad. «Después de haber llevado a cabo la primera ejecución y de que en el punto de descarga me asignaran una madre con su hija como próximas víctimas, entablé conversación con ellas y me enteré de que eran alemanas, de Kassel, y tomé la decisión de no participar más en las ejecuciones. Todo el asunto se me hizo tan repugnante entonces que volví a donde estaba el jefe de mi sección y le dije que aún no me encontraba bien y le pedí que me dejara marchar.» A Kaleger lo mandaron a hacer guardia en el mercado.[63] Ni la conversación con su víctima antes de la ejecución ni su descubrimiento de que había judíos alemanes en Józefów constituyeron hechos únicos. Schimke, el primero que había dado un paso al frente, se encontró a un judío de Hamburgo en el mercado, y lo mismo le ocurrió a otro policía.[64] Y otro más se acordaba de que el primer judío al que mató era un veterano de la primera guerra mundial condecorado, de Bremen, que suplicó clemencia en vano.[65]

Franz Kastenbaum*, que durante su interrogatorio oficial había negado recordar nada sobre la matanza de judíos en Polonia, de pronto apareció sin haber sido invitado en la oficina del Fiscal del estado de Hamburgo que investigaba al Batallón de Reserva Policial 101. Explicó que había sido miembro de un pelotón de ejecución formado por siete u ocho soldados que se habían adentrado en el bosque con sus víctimas y les habían disparado a bocajarro en la nuca. Habían seguido con este procedimiento hasta la cuarta víctima.

La ejecución de esos hombres me resultó tan repugnante que con el cuarto erré el tiro. Simplemente ya no podía apuntar bien. De pronto sentí náuseas y me fui corriendo del lugar de la ejecución. Me he expresado de forma equivocada ahora mismo. No se trataba de que ya no pudiera apuntar con precisión, sino de que más bien la cuarta vez fallé intencionadamente. Entonces me adentré corriendo en el bosque, vomité y me senté apoyado contra un árbol. Di voces para asegurarme que no había nadie cerca, porque quería estar solo. Hoy puedo decir que tenía los nervios completamente destrozados. Creo que me quedé solo en el bosque unas dos o tres horas.

Luego, Kastenbaum regresó a la linde del bosque y llevó un camión vacío de vuelta al mercado. Su acción no tuvo consecuencias; su ausencia pasó inadvertida porque los pelotones de ejecución habían estado todos mezclados y habían sido designados al azar. Le explicó al Fiscal investigador que había venido a hacer esa declaración porque no había podido tener paz desde que intentó ocultar lo que pasó.[66]

La mayoría de aquellos a los que les fue imposible soportar los fusilamientos abandonó enseguida.[67] Pero no siempre. Hubo un pelotón de agentes que ya habían disparado a unos diez o doce judíos cada uno cuando al final pidieron el relevo. Tal como explicó uno de ellos: «Más que nada pedí que me relevaran por la manera de disparar tan increíble del hombre que tenía a mi lado. Por lo visto siempre apuntaba su arma demasiado alto, y causaba heridas terribles a sus víctimas. En muchos casos les saltaba toda la parte de atrás de la cabeza y el cerebro se desparramaba por todas partes. Yo simplemente no pude soportar ver eso mucho tiempo más».[68] En el punto de descarga, el sargento Bentheim veía que los hombres salían del bosque cubiertos de sangre y sesos, con la moral por los suelos y los nervios destrozados. A los que pidieron el relevo él les aconsejó que se «escabulleran» hacia el mercado.[69] A raíz de eso, el número de los policías reunidos en el mercado iba aumentando constantemente.[70]

Igual que con la primera compañía, el alcohol se puso a disposición de los policías que estaban bajo las órdenes de Drucker y Steinmetz, y que se quedaron en el bosque y continuaron disparando.[71] Cuando se aproximaba la noche al final de un largo día de verano y todavía no se había terminado la tarea asesina, las ejecuciones se volvieron todavía menos organizadas y más agitadas.[72] El bosque estaba tan lleno de cadáveres que era difícil encontrar sitios donde hacer que se tumbaran los judíos.[73] Cuando al fin cayó la noche alrededor de las nueve, unas diecisiete horas después de que el Batallón de Reserva Policial 101 llegara a las afueras de Józefów, y hubieron asesinado a los últimos judíos, los hombres regresaron al mercado y se prepararon para salir hacia Bilgoraj.[74] No se habían hecho planes para el entierro de los cadáveres, y los judíos muertos fueron abandonados sin más en el bosque. Oficialmente, no se recogió ni la ropa ni los objetos de valor, aunque al menos algunos policías se habían enriquecido con relojes, joyas y dinero que les habían quitado a las víctimas.[75] El montón de equipaje que a los judíos se les había obligado a dejar en el mercado fue simplemente echado al fuego.[76] Antes de que los policías subieran a sus camiones y abandonaran Józefów, apareció una niña de diez años que sangraba por la cabeza. La llevaron ante Trapp, que la tomó en sus brazos y dijo: «Tú permanecerás con vida».[77]

Cuando los soldados llegaron a los barracones en Bilgoraj, estaban deprimidos, enfadados, desconcertados y llenos de amargura.[78] Comieron poco pero bebieron en exceso. Se les suministraron generosas cantidades de alcohol y muchos de los policías se pusieron bastante borrachos. El comandante Trapp hizo la ronda e intentó consolarlos y tranquilizarlos, y de nuevo hizo responsable de todo al alto mando.[79] Pero ni la bebida ni el consuelo de Trapp pudieron erradicar la sensación de vergüenza y horror que dominaba en los barracones. Trapp les pidió a sus hombres que no hablaran de ello,[80] pero ellos no necesitaban que los animara en ese sentido. Los que no habían estado en el bosque no querían saber nada más.[81] Asimismo, los que habían estado allí no tenían ningún deseo de hablar, ni entonces ni después. Por un pacto de silencio entre los miembros del Batallón de Reserva Policial 101, la masacre de Józefów sencillamente no se discutió. «Todo el asunto era un tabú.»[82] Pero su negación durante el día no pudo detener las pesadillas. La primera noche después de volver de Józefów, un policía se despertó disparando su arma al techo de los barracones.[83]

Varios días después de lo de Józefów, parece ser que el batallón se salvó por poco de participar en una nueva matanza. Algunas unidades de la primera y segunda compañías bajo las órdenes de Trapp y Wohlauf entraron en Alekzandrów, un pueblo de una sola calle formado por casas apostadas a lo largo de la carretera a unos doce kilómetros al oeste de Józefów. Se reunió a un pequeño grupo de judíos y tanto éstos como los policías temieron que se produjera otra masacre. Sin embargo, tras algunas vacilaciones, la acción se canceló y Trapp dejó que los judíos volvieran a sus casas. Un policía recordaba vivamente «cómo uno a uno, los judíos se arrodillaron ante Trapp e intentaron besarle las manos y los pies. No obstante, Trapp no lo permitió y se apartó». Los policías regresaron a Bilgoraj sin ninguna explicación del extraño giro de los acontecimientos.[84] Entonces, el 20 de julio, justo un mes después de su salida de Hamburgo y una semana después de las ejecuciones de Józefów, el Batallón de Reserva Policial 101 abandonó Bilgoraj hacia un nuevo destino en la zona norte del distrito de Lublin.