Capítulo 17

Alemanes, polacos y judíos

Las declaraciones de los hombres del Batallón de Reserva Policial 101 antes y durante el juicio debían utilizarse, por supuesto, con mucha cautela. Había problemas de cálculo judicial relativos tanto a la propia inculpación como a la de los compañeros y que afectaban mucho a los testigos. Los efectos de veinticinco años de pérdida de memoria y distorsión, incluso cuando no eran fingidos por conveniencia judicial, también fueron igualmente importantes. Los mecanismos de defensa psicológicos, en particular la represión y la proyección, también determinaron de manera crucial las declaraciones. Todos estos aspectos sobre la fiabilidad de los testimonios en ningún caso fueron tan problemáticos como en relación con el fatídico triángulo de relaciones entre alemanes, judíos y polacos. Para expresarlo de una manera sencilla, la descripción de las relaciones entre alemanes y polacos y entre alemanes y judíos hecha en esas declaraciones es extraordinariamente exculpatoria; por el contrario, la exposición de las relaciones entre polacos y judíos es asombrosamente condenatoria. Si empezamos examinando las dos primeras relaciones tal como fueron descritas por los antiguos policías, podemos observar mejor la asimetría y distorsión que existen en su versión de la tercera.

Con respecto a la relación entre alemanes y polacos, la característica más destacable es la escasez de comentarios. Los soldados aluden en general a los partisanos, bandidos y ladrones, pero la idea clave de sus comentarios no es concretamente el carácter antialemán de tales fenómenos. Por el contrario, ellos describen el bandidaje como un problema endémico anterior a la ocupación alemana de Polonia. Así, invocaron la presencia de partisanos y bandidos en dos sentidos: por un lado, para indicar que los alemanes estaban protegiendo a los polacos de un problema autóctono de anarquía y, por otra parte, para minimizar la frecuencia e intensidad de las actividades antijudías del batallón, al alegar que los partisanos y los bandidos, no los judíos, eran la principal preocupación de los policías.

Algunos de los testigos hacen referencia a intentos concretos de mantener unas buenas relaciones entre alemanes y polacos. El capitán Hoffmann se jactaba de manera explícita de las relaciones amistosas existentes entre su compañía y la población autóctona de Pulawy. Afirmó que había presentado cargos contra el teniente Messmann porque la táctica de «disparar en cuanto se divisa algo» de la última Gendarmerie motorizada ambulante estaba enfureciendo a los polacos.[1] El teniente Buchmann observó que el comandante Trapp llevó a cabo la selección de las víctimas de las ejecuciones de represalia de Talcyn consultando con el alcalde de la ciudad polaca. Se procuró matar sólo a los forasteros y a los indigentes, no a ciudadanos de buena posición.[2]

Esta impresión de una ocupación alemana en Polonia más bien benévola sólo la contradecían dos declaraciones. Bruno Probst recordó las primeras actividades del batallón en Poznan y Lódz en 1940-1941, cuando los policías realizaron brutales expulsiones y se divirtieron con el cruel hostigamiento de la población local. Fue incluso más crítico con el tratamiento que los alemanes dieron a los polacos en 1942.

«Incluso en esa época, las denuncias o comentarios de vecinos envidiosos bastaban para que los polacos fueran ejecutados junto a toda su familia sólo por la mera sospecha de poseer armas o de esconder a judíos o bandidos. Por lo que yo sé, a los polacos nunca los arrestaban ni los entregaban a las autoridades policiales competentes por ese motivo. Por lo que yo vi y por lo que explicaban mis compañeros, recuerdo que cuando se disponía de los motivos de sospecha antes mencionados, siempre matábamos a los polacos en el acto».[3]

El segundo testigo que puso en entredicho la «halagüeña» visión de las relaciones entre alemanes y polacos no fue un policía superviviente, sino la esposa del teniente Brand, que había estado con él en Radzyn durante una breve temporada. Dijo que por aquel entonces era bastante habitual incluso para los civiles alemanes, por no hablar de los policías uniformados, comportarse con los polacos como una «raza superior». Por ejemplo, cuando los alemanes caminaban por la acera de la ciudad, los polacos tenían que hacerse a un lado; cuando los alemanes entraban en una tienda, se suponía que los polacos debían marcharse. Un día, en Radzyn, unas mujeres polacas hostiles le impidieron seguir su camino; ella y su compañera escaparon sólo después de amenazarlas con llamar a la policía. Cuando el comandante Trapp se enteró del incidente se indignó. Declaró que esas mujeres debían ser ejecutadas en el mercado público. Según la señora Brand, ese incidente demostraba la actitud de los alemanes hacia los polacos.[4]

En cuanto a las relaciones sexuales entre policías alemanes y mujeres polacas, sólo se mencionaban en dos ocasiones. Hoffmann afirmó haber protegido a uno de sus hombres al no dar parte de un caso de enfermedad venérea que el agente contrajo a través de las prohibidas relaciones sexuales con una polaca.[5] Otro policía no tuvo tanta suerte. Se pasó un año en un «campo de castigo» por violar la prohibición de mantener relaciones sexuales con mujeres polacas.[6] Por supuesto, la propia existencia de tal prohibición ya dice mucho sobre la realidad de las relaciones entre alemanes y polacos que de forma tan conveniente se habían omitido en el grueso de las declaraciones.

¿Podía ser que los policías alemanes les hubieran hecho a los polacos lo mismo que les hicieron a los judíos? Aunque a una escala mucho menor, parece ser que se había iniciado el mismo proceso de creciente crueldad e indiferencia hacia la vida de los polacos. En septiembre de 1942 en Talcyn, el batallón todavía fue prudente sobre las consecuencias que tendría la ejecución de un gran número de polacos como represalia. Después de asesinar a 78 polacos «prescindibles», Trapp cumplió con el cupo requerido matando a judíos en su lugar. Bruno Probst recordaba que en enero de 1943 prevalecía una actitud distinta. Un día en que la segunda sección de la tercera compañía de Hoppner estaban a punto de ir al cine en Opole, recibieron noticias de que un policía alemán había sido abatido a tiros por unos asaltantes polacos. Hoppner llevó a sus hombres al pueblo de Niezdów para efectuar un acto de represalia y descubrió que, aparte de los más ancianos, todos los habitantes habían huido. Aunque en mitad de la acción se supo que el policía sólo había resultado herido y no muerto, Hoppner ejecutó a los 12 o 15 ancianos que había, en su mayoría mujeres, e incendió el pueblo. Entonces los hombres regresaron a la sala de cine de Opole.[7]

La declaración se caracteriza por omisiones similares en cuanto a la actitud de los alemanes hacia los judíos. Un motivo para ello es una pura consideración legal. Según la ley alemana, uno de los criterios para que un homicidio se considere asesinato es la existencia de un «motivo innoble», como el odio racial. Cualquier miembro del batallón que confesara abiertamente su antisemitismo vería seriamente comprometida su situación legal; cualquiera que hablara sobre las actitudes antisemíticas de otros soldados se arriesgaba a encontrarse en la incómoda posición de testigo contra sus antiguos compañeros.

Pero esa reticencia a hablar del antisemitismo también formaba parte de una renuencia mucho más general y omnipresente hacia todo el fenómeno del nacionalsocialismo y las propias posturas políticas de los policías o las de sus compañeros durante ese período. Admitir una dimensión explícitamente política o ideológica de su conducta, reconocer que el mundo moralmente invertido del nacionalsocialismo, tan enfrentado con la cultura política y las normas aceptadas en la década de 1960, había tenido un perfecto sentido en esa época, significaría admitir que desde el punto de vista político y moral eran unos eunucos que sencillamente se adaptaban a los regímenes sucesivos. Esa era una verdad que pocos querían o podían asumir.

El capitán Hoffmann, que ingresó en la organización nazi del instituto a la edad de dieciséis años, en las Juventudes Hitlerianas a los dieciocho y en el Partido y las SS a los diecinueve, ofreció la habitual negación de la dimensión política e ideológica. «Mi ingreso en las Allgemeine-SS en mayo de 1933 se explica por el hecho de que en esa época las SS se consideraba una formación puramente defensiva. No había ninguna actitud ideológica por mi parte que motivara mi afiliación».[8] Bastante menos deshonesta, aunque todavía evasiva, fue la explicación del teniente Drucker, el único acusado que de verdad trató de enfrentarse al problema de su actitud en el pasado.

«Recibí instrucción ideológica nacionalsocialista solamente dentro del marco de entrenamiento de las SA y también existía una cierta influencia de la propaganda de la época. Como era jefe de sección en las SA navales y entonces era conveniente que los jefes de sección fueran también miembros del Partido, ingresé en él poco antes de que estallara la guerra. Bajo la influencia de los tiempos, mi actitud hacia los judíos se caracterizaba por una cierta aversión. Pero no puedo decir que odiara especialmente a los judíos […] en cualquier caso, ésa es la impresión que tengo ahora sobre mi actitud de entonces».[9]

Los pocos casos en los que los policías declararon contra la brutalidad y el antisemitismo de otros normalmente consistían en comentarios de agentes sin graduación acerca de algunos oficiales en particular. Por ejemplo, hubo testigos que admitieron, con bastante reticencia, que Gnade era un borracho cruel y sádico, nazi y antisemita «por convicción». Hubo dos sargentos que también fueron objeto de críticas bastante negativas en varias de las declaraciones. A Rudolf Grund, que desempeñaba las funciones de Buchmann cuando a éste lo excusaban de participar en las acciones judías, lo apodaron el «enano venenoso», porque compensaba su baja estatura gritándoles a los hombres. Fue calificado de «particularmente duro y escandaloso», de «los que consiguen lo que se proponen» y de ser un «nazi al ciento diez por cien» que mostraba «un gran afan por cumplir con su deber».[10] A Heinrich Bekemeier lo describieron como un «hombre muy desagradable» que llevaba con orgullo su insignia nazi en todo momento. No les caía bien a sus subordinados y era especialmente temido por los polacos y los judíos, con los que era «brutal y cruel». Uno de sus hombres contó que Bekemeier obligó a un grupo de judíos cerca de Lomazy a cruzar a gatas un charco de barro al tiempo que cantaban. Cuando un anciano exhausto se derrumbó y alzó las manos en dirección a Bekemeier suplicándole que tuviera piedad, el sargento le pegó un tiro en la boca. El testigo terminó diciendo que Heinrich Bekemeier era un «tipo ordinario».[11] Pero esas denuncias por parte de los policías, incluso de aquellos superiores que no caían bien, eran muy poco habituales.

En declaraciones menos directas y menos cautelosas que se hicieron durante los interrogatorios se pone de manifiesto toda una variedad de actitudes hacia los judíos. Por ejemplo, cuando se les preguntó cómo distinguían entre polacos y judíos en el campo, algunos de los interrogados alegaron que por la ropa, el pelo y el aspecto general. Sin embargo, hubo algunos que eligieron un vocabulario que todavía reflejaba el estereotipo nazi de veinticinco años antes: los judíos eran «sucios», «descuidados» y «menos limpios» en comparación con los polacos.[12] Los comentarios de otros policías indicaban una sensibilidad distinta que reconocía a los judíos como seres humanos tratados injustamente: iban vestidos con harapos y estaban medio muertos de hambre.[13]

Una dicotomía similar se refleja en las descripciones del comportamiento de los judíos en los lugares de las ejecuciones. Algunos recalcaron la pasividad de los judíos, en ocasiones de una manera muy exculpatoria que parecía implicar que eran cómplices de su propia muerte. No hubo resistencia ni ningún intento de escapar. Los judíos aceptaron su destino; prácticamente se tumbaban para que los mataran sin esperar a que se lo dijeran.[14] En otras descripciones el énfasis se puso claramente en la dignidad de las víctimas; la compostura de los judíos era «asombrosa» e «increíble».[15]

Las pocas referencias que se hacen a las relaciones sexuales entre alemanes y judíos dan una visión muy distinta del romance prohibido o incluso de la rápida gratificación sexual entre policías alemanes y mujeres polacas. En algunos casos que involucraban a agentes alemanes y mujeres polacas era una cuestión de dominación sobre el impotente, de violación y voyeurismo. El único policía al que se vio intentando violar a una mujer judía en realidad fue el mismo hombre denunciado después por su esposa a las autoridades de ocupación aliada, extraditado a Polonia y juzgado con Trapp, Buchmann y Kammer. El suboficial que fue testigo no denunció al violador.[16] En el segundo caso estaba involucrado el teniente Peters, que se emborrachaba con vodka por la tarde y realizaba patrullas nocturnas en el gueto. Entraba en las viviendas judías «con botas y espuelas», arrancaba de un tirón la ropa de la cama de las mujeres, miraba y luego se iba. Por la mañana volvía a estar sobrio.[17]

La mayor parte de los judíos permanecieron como un colectivo anónimo en las versiones de los alemanes. Con dos excepciones. La primera: los policías frecuentemente mencionaron su encuentro con judíos alemanes y casi siempre recordaban exactamente la ciudad de la que provenía el judío en cuestión: el condecorado veterano de la Primera Guerra Mundial de Bremen, la madre y la hija de Kassel, la propietaria de la sala de cine de Hamburgo, el jefe del consejo judío de Múnich. La experiencia debió de haber sido bastante inesperada y chocante si permaneció tan vivida en sus memorias, en claro contraste con su habitual visión de los judíos como parte de un enemigo extranjero.

Las otras víctimas judías que adquirieron una identidad personal a ojos de los policías alemanes fueron aquellos que trabajaban para ellos, concretamente en la cocina. Un policía recordaba haber conseguido raciones extra para la cuadrilla de trabajadores que supervisaba en Luków porque «a los judíos no se les daba prácticamente nada de comer, incluso a aquéllos que tenían que trabajar para nosotros». El mismo agente afirmó haber dejado escapar a la mujer del jefe de la policía judía del gueto cuando lo estaban desalojando.[18] En Miedzyrzec, una trabajadora de la cocina le suplicó a otro guardia que salvara a su madre y hermana durante una redada en el gueto y éste dejó que las trajera también a la cocina.[19] En Kock, un policía se encontró a una mujer judía que lloraba durante las ejecuciones de finales de septiembre y la mandó a la cocina.[20]

Pero las débiles relaciones que se desarrollaron entre la policía y sus ayudantes de cocina judías rara vez salvaron sus vidas al final. Cuando sus dos ayudantes de cocina no fueron a trabajar durante una deportación desde Luków, un policía se dirigió al punto de recogida. Las encontró a ambas, pero el soldado de las SS que estaba al mando sólo permitió que se fuera una de ellas. Poco después también se la llevaron.[21]

Lo que los agentes recordaban con más claridad eran esas ocasiones en las que no solamente no salvaron a sus trabajadores judíos, sino que en realidad se suponía que eran ellos mismos los que tenían que llevar a cabo las ejecuciones. En Pulawy, el capitán Hoffmann mandó llamar al cabo Nehring* a su dormitorio, le regaló un buen vino y le dijo que se dirigiera a la finca agrícola en la que había hecho guardia con anterioridad y matara a los trabajadores judíos. Nehring protestó por esa orden porque «conocía personalmente» a muchos de esos trabajadores, pero no le sirvió de nada. Él y su unidad compartieron la misión con un oficial de la Gendarmerie y cuatro o cinco hombres destinados también en Pulawy. Nehring le contó al oficial que conocía bien a muchos de los judíos y que no podía tomar parte en la ejecución. El oficial, más atento que Hoffmann, hizo que fueran sus subordinados los que dispararan a los 15 o 20 judíos para que Nehring no tuviera que presenciarlo.[22]

En Kock, dos trabajadoras judías de la cocina, Bluma y Ruth, pidieron ayuda para escapar. Un policía les advirtió de que era «inútil», pero hubo otros que las ayudaron a huir.[23] Dos semanas después, algunos de los policías encontraron a Bluma y a Ruth escondidas en un búnker junto con una docena de judíos más. Uno de los soldados que las reconoció trató de irse porque sabía lo que se avecinaba. En lugar de eso, le ordenaron disparar. Se negó y se marchó de todas formas, pero todos los judíos del búnker, incluidas las antiguas ayudantes de cocina, fueron asesinados.[24]

En Komarówka, la segunda sección de la segunda compañía al mando de Drucker tenía dos trabajadores judíos en la cocina conocidos como Jutta y Harry. Un día, Drucker dijo que ya no se podían quedar más tiempo y que no se podía hacer otra cosa más que matarlos. Unos cuantos policías se llevaron a Jutta al bosque y entablaron conversación con ella antes de dispararle por detrás. Poco después, a Harry le pegaron un tiro en la parte de atrás de la cabeza mientras recogía bayas.[25] Estaba claro que los policías se habían tomado molestias añadidas para matar a las víctimas desprevenidas que les habían preparado la comida durante los últimos meses y a quienes conocían por su nombre.

¡Según los parámetros de 1942 en cuanto a las relaciones entre alemanes y judíos, ofrecer una muerte rápida sin la agonía que suponía la anticipación era considerado como un ejemplo de compasión humana!

Mientras que las declaraciones de los policías ofrecen escasa información sobre las actitudes alemanas hacia los polacos y judíos, sí que contienen comentarios frecuentes y bastante condenatorios sobre el trato de los polacos a los judíos. Al evaluar este testimonio se deben tener en cuenta al menos dos factores. Primero, que como es natural, la policía alemana mantenía un contacto considerable con los polacos que colaboraban en la Solución Final y que les ayudaban a localizar a los judíos. En realidad, esos polacos intentaban ganarse el favor de las fuerzas de ocupación alemanas gracias a su ferviente antisemitismo. Huelga decir que los polacos que ayudaban a los judíos hacían lo posible para que los alemanes no los conocieran. Por lo tanto, existía una inherente parcialidad en las simpatías y la conducta de los polacos con los que los policías alemanes tenían contacto directo.

En mi opinión, esta falta de objetividad inherente todavía se tergiversa más debido a un segundo factor. Es justo especular que los comentarios de los alemanes sobre el antisemitismo de los polacos implicaban un alto grado de proyección. Esos agentes, con frecuencia poco dispuestos a realizar afirmaciones acusatorias acerca de sus compañeros o a decir la verdad sobre ellos mismos, debieron de encontrar un alivio psicológico considerable en compartir la culpa con los polacos. Se podía hablar de las fechorías de los polacos con bastante franqueza, mientras que al hacerlo sobre los alemanes se mostraba mucha cautela. En realidad, cuanto mayor era la parte de culpa de los polacos menos de ésta les quedaba a los alemanes. Al sopesar el siguiente testimonio deben tenerse en cuenta estas reservas.

La letanía de acusaciones alemanas contra los polacos empezó, igual que las matanzas en sí, con los acontecimientos de Józefów. Según uno de los policías, el alcalde polaco distribuyó botellas de schnapps entre los alemanes en el mercado.[26] Según otros, los polacos ayudaron a sacar a los judíos de sus viviendas y revelaron sus escondites en búnkeres construidos en el jardín o tras paredes dobles. Incluso después de que los alemanes terminaran el registro, los polacos siguieron llevando judíos al mercado de uno en uno durante toda la tarde. Entraban en las casas judías y empezaban a saquearlas en cuanto se llevaban a sus habitantes; cuando se terminaban las ejecuciones desvalijaban los cadáveres de los judíos.[27]

La acusación clásica la hizo el capitán Hoffmann, un hombre que afirmaba no recordar absolutamente nada sobre la masacre que su compañía había realizado en Konskowola. Sin embargo, se acordaba con exquisito detalle de lo que sigue. Después de haberse disuelto el cordón exterior y de que su compañía se hubiera dirigido al centro de la ciudad de Józefów, dos estudiantes polacos lo invitaron a su casa para tomar un vodka. Los jóvenes polacos intercambiaron con Hoffmann versos en latín y griego, pero no ocultaron sus ideas políticas. «Los dos eran nacionalistas polacos que se expresaban con enojo sobre la manera en que se los trataba y pensaban que Hitler sólo tenía un punto a su favor, que los estaba liberando de los judíos».[28]

Prácticamente en ninguna versión de las «cacerías de judíos» se omitía el hecho de que la mayor parte de las guaridas y búnkeres eran revelados por «agentes», «informantes», «mensajeros forestales» y enojados campesinos polacos. Pero la manera de decirlo de los policías desvelaba algo más que una mera información sobre la conducta de los polacos. Una y otra vez utilizaron la palabra «traicionados» con su incuestionable connotación de fuerte condena moral.[29] En este sentido, Gustav Michaelson fue muy explícito. «Por aquel entonces me pareció muy perturbador que la población polaca delatara a esos judíos que se habían escondido. Los judíos se habían camuflado muy bien en el bosque, en búnkeres bajo tierra o en otros escondites y nunca los hubiesen encontrado si la población civil polaca no los hubiera traicionado».[30] Michaelson pertenecía a la minoría de policías «débiles» que nunca dispararon y que, por lo tanto, podía expresar su crítica moral con algo menos de absoluta hipocresía. No se puede decir lo mismo de muchos otros que acusaron a los polacos de «traición» sin mencionar nunca que reclutar a esas personas y premiar esa conducta era parte de la política alemana.

Otra vez fue el despiadadamente honesto Bruno Probst, quien puso el asunto en una perspectiva más equilibrada. Observó que las «cacerías de judíos» con frecuencia venían provocadas por chivatazos de los informantes polacos. Pero añadió: «También recuerdo que por esa época también empezamos paulatinamente a ejecutar a los polacos que proporcionaban alojamiento a los judíos, de una manera más sistemática que antes. Casi siempre incendiábamos sus granjas al mismo tiempo».[31] Aparte del policía que declaró sobre la mujer polaca que fue entregada por su padre y ejecutada por esconder a judíos en su sótano en Kock, Probst fue el único entre 210 testigos que reconoció la existencia de la política alemana de ejecutar de forma metódica a los polacos que escondían judíos.

Probst también contó otra historia. En una ocasión, el teniente Hoppner dirigía una patrulla que descubrió un búnker con diez judíos dentro. Un joven dio un paso al frente y dijo que él era polaco y que se había escondido allí para poder estar con su esposa. Hoppner le dio a elegir entre marcharse o ser ejecutado junto a su esposa judía. El polaco se quedó y lo mataron. Probst concluyó diciendo que Hoppner no le hizo esa oferta en serio. Si el polaco hubiera decidido irse, «sin duda» le hubieran disparado «al intentar escapar».[32]

Los policías alemanes describieron otros ejemplos de la complicidad polaca. En Konskowola, a un policía asignado al cordón se le acercó una mujer que iba vestida como una campesina polaca. Los polacos que había cerca dijeron que era una mujer judía disfrazada, pero el policía la dejó pasar de todas formas.[33] Unos cuantos policías contaron que los polacos arrestaban y retenían a los judíos hasta que los alemanes podían acudir y ejecutarlos.[34] En varias ocasiones los judíos habían sido golpeados cuando llegaron los alemanes.[35] Sin embargo, sólo hubo un testigo que explicó que los policías polacos acompañaron a las patrullas alemanas y participaron en la ejecución en dos ocasiones.[36] En cambio, Toni Bentheim relató lo sucedido cuando la policía de Komarówka informó de que habían capturado a cuatro judíos. Drucker le ordenó a Bentheim que los matara. Después de llevárselos al cementerio, donde tenía intención de dispararles él solo, su metralleta se encasquilló. Entonces le preguntó al policía polaco que lo había acompañado «si quería hacerse cargo él. Sin embargo, para mi sorpresa, dijo que no». Bentheim utilizó su pistola.[37]

Las descripciones de la complicidad polaca por parte de los alemanes no son falsas. Desgraciadamente, el tipo de conducta atribuida a los polacos se confirma en otras versiones y ocurría con mucha frecuencia. Al fin y al cabo, el Holocausto es una historia con muy pocos héroes y con demasiados ejecutores y víctimas. Lo malo de las descripciones alemanas es la distorsión polifacética en la perspectiva. Los policías no dijeron mucho sobre la ayuda que los polacos prestaban a los judíos y del castigo que les infligían los alemanes por tal ayuda. Casi no se dijo nada acerca del papel de los alemanes a la hora de incitar las «traiciones» de los polacos que ellos condenaban con tanta hipocresía. Tampoco se apuntó nada sobre el hecho de que las unidades más grandes de auxiliares asesinos, los famosos Hiwis, no estaban compuestas de nativos, en marcado contraste con otras nacionalidades de la Europa del Este dominada por el antisemitismo. Por lo tanto, en algunos aspectos, los comentarios de los agentes alemanes sobre los polacos revelan tantas cosas de unos como de otros.