CAPITULO XIV

 

Cuando el juez hubo salido, los Donovan y King quedaron cara a cara.

—¿Por qué dijo eso de mí, coronel?

—Porque me precio de hombre justo. Y porque le considero el único capaz de llevar este asunto a buen término.

—Ya...

—Papá siempre peca de lacónico, señor King —habló Sally entonces—. Nosotros, los Donovan, sabemos calibrar a un hombre y también agradecer una ayuda. Estamos convencidos de que, cualesquiera que hayan sido sus hazañas en el pasado, desde que se puso, a la fuerza, esa estrella en el pecho, ha actuado como no podría mejorar ningún otro sheriff de la Unión.

—¿Usted piensa eso?

—Sí. Y mi padre y mi hermano. Por lo mismo le estamos apoyando y lo apoyaremos hasta el fin.

—Sally peca de impulsiva, King. Yo no disculpo sus pasadas fechorías, desde luego. Pero soy del parecer de que a un hombre se le debe dejar la oportunidad de demostrar que puede hacer cosas buenas cuando está tratando de demostrarlo.

—Sí, claro... Bien, como quiera que sea, ya hemos llegado demasiado lejos y hay que actuar con celeridad.

Se acercó al paquete que dejara al entrar sobre la mesa y lo desdobló, extendiendo el vestido. Los Donovan se acercaron, intrigados.

Despacio, King sacó el pequeño pedazo de tela del mismo tejido y abrió el vuelo de la falda, colocándolo encima de un largo y poco visible zurcido. Sally aspiró hondo y le miró...

—Él vestido que llevaba puesto la mujer con quien estaba Everett cuando lo asesinó Browne.

—¿Entonces, era Tula?

—No, no era ella. Esa ha sido una buena pifia del asesino de la pobre muchacha. Pero, en realidad, no podía hacer otra cosa cuando advirtió el desgarrón y el zurcido.

—¿Cómo sabe que no era Tula?

—Porque yo le pedí delante de Baldwin que me enseñara su vestido. Si hubiera sido la culpable no se habría quedado tan tranquila.

—Pero el vestido estaba en su armario...

—Nosotros, los hombres, no paramos mientes en esos detalles, señorita Donovan. Pero usted es mujer y muy interesada en la cuestión. ¿Es éste el vestido de Tula?

—No, no lo es.

—¿Entonces, de quién es...?

—Anoche, después de amarrarme y dejarme en casa de Browne, Baldwin corrió a entrevistarse con su compinche, la verdadera cabeza de la asociación. Desde luego, Baldwin sabía que la mujer que huyó llevaba un vestido a cuadros blancos y rojos desde antes que, yo se lo dijera. No pensó en Tula, aunque ella tenía más motivos que otra para atender a los requerimientos amorosos de su socio...

—¿Su socio?

—Everett estaba dentro del juego desde el primer día.

—No lo entiendo. Si era así...

—¿Por qué lo mataron? Sencillo. Porque era tan ambicioso como los otros dos, y más joven. Primero trató de enamorar a su hermana de usted...

Padre e hijo se volvieron veloces a la joven, que se había mordido los labios.

—¿Es eso cierto, Sally?

Ella asintió con la cabeza.

—Sí. Pero le paré los pies en seco. No me fiaba de él en absoluto.

—Sí. Everett cultivaba su buen nombre entre los hombres mientras se dedicaba a cortejar a las mujeres de manera que ellas no se atrevieran a hablar. Cortejó a su hija, coronel, y también a la esposa de Masterson, a Tula y a otras muchas. Alguna le hizo caso, le concedió sus favores... Y él se jactó de haberlas conseguido. Esto era mala cosa. Pero, además, intentó una jugada muy audaz, dirigida contra Baldwin. De haberle dado resultado, Baldwin no hubiera tardado en verse muerto. Pero se anticipó, utilizando a Browne. O bien ocurrió eso o se pusieron de acuerdo él y su otro compinche para eliminar al joven socio. El caso es que Everett murió y su propiedad pasó a otras manos, mientras Masterson era detenido por asesinato.

Había estado liando un cigarrillo. Ahora lo pegó y lo encendió, -en medio del silencio de los Donovan.

—Todo esto ya lo expliqué anoche. Ahora han cambiado las perspectivas. Yo había sido contratado para dar apariencia legal a muchas cosas sucias y hacer tragar plomo a quien estorbara. Pero resultó que en seguida me puse a estorbarles. No se atrevían a matarme lisa y llanamente, porque ignoraban qué sabía en realidad. Además, confiaban en poder atarme corto, gracias a la amenaza de descubrir mi identidad. Pero lo ocurrido anoche los asustó. Y cuando esta mañana osé atacar y detener a Baldwin, el jefe comprendió que necesitaba moverse muy aprisa. Recogió el vestido rasgado, fue a lo de Baldwin, entró por la puerta trasera sin ser visto, ya que todo el mundo estaba en la calle principal, habló con Tula, que no recelaba de él, la apuñaló en la primera ocasión, abrió la caja de caudales, se llevó todo lo que podía comprometerlo o servirle y cambió los vestidos, confiando en que yo, como hombre, nada advertiría. No precisó mucho tiempo para hacerlo, pero debió abandonar el saloon apenas cinco minutos antes de que yo descubriera el crimen.

—¿Quién es ese hombre, King? Usted ya lo sabe.

—Sí. Pero...

Un hombre del coronel entró en el despacho aprisa.

—Malas noticias para usted, sheriff —dijo de buenas a primeras—. Han llegado unos tipos de las montañas. Uno afirma ser hermano de Joe Alder y jura que ha venido a tener una entrevista a tiros con usted.

King respiró hondo, tras quitarse el cigarrillo de la boca. El coronel tomó la palabra.

—No va a salir ahora a vérselas con esa gente. Yo me...

—No. Es asunto mío.

—Pero ahora tiene que...

—Tengo que jugar mis cartas tal como me las viene dando mi fortuna. ¿Dónde está ese Alder?

—En la taberna de Buffin. Y ha dicho que no piensa esperarlo mucho tiempo.

—Muy bien.

Ajustóse el cinto y sacó el revólver, mirándolo con atención mientras comprobaba las cargas. Luego lo devolvió a su funda.

—No debería hacerlo, King.

—Debo. Y ustedes lo saben. Por otra parte... Bueno, voy a vérmelas con ese Alder. Si gano, reanudaremos el juego. Si me mata, su hija conoce el nombre de la dueña del vestido. Oblíguenla a ponérselo y no permitan que su tío abandone el sitio del juicio hasta tanto se haya hecho un registro en su casa. Me parece que descubrirán grandes cosas. Hasta ahora.

Antes de salir, cambió una mirada con Sally, que había palidecido. La muchacha se mordió los labios...

Bajo el sol y el viento de las primeras horas de la tarde seguía llena de animación la calle principal de Gunnison. Lo menos doscientas personas, hombres en su mayoría, ocupaban las aceras, Muchos de ellos tenían inconfundibles trazas de maleantes. Pero otros era gente pacífica. Y estaban los veinticinco vaqueros de Lazy D como fuerza de combate a la que resultaba peligroso provocar...

Cuando King apareció a pleno sol, un hombre que miraba hacia la prisión desde delante de la taberna de Buffin se apresuró a entrar en ella. Y no había andado King diez pasos cuando salieron tres hombres de la taberna, provocando la consiguiente expectación.

Los Donovan habían salido a su vez. Sally pidió a su padre:

—Echele una mano. Lo van a matar.

El coronel la miró con fijeza. Luego alzó la diestra. Y su capataz se le acercó.

—Diga, coronel.

—Llévate a cuatro hombres y frena a esa gentuza. Si Alder desea pelea, que la tenga. Pero solo.

El capataz asintió y llamó con la mano a algunos de sus hombres. Al verles avanzar, se alzó un murmullo entre los espectadores. Los vaqueros del coronel se desplegaron a una seña de éste...

King volvió la cara, distinguió al capataz que se acercaba veloz y le preguntó:

—¿Adónde va, Colson?

—A cumplir órdenes.

—Quédense donde están. Es asunto mío...

—Dígaselo al coronel. Es quien me paga.

Alder y sus dos compinches se hallaban ya en el centro de la calle y se habían puesto nerviosos al ver avanzar a los vaqueros. El primero alzó la voz, ronca y agresiva.

—Fuera de aquí, vaqueros. Este es un asunto privado.

Sin detenerse, Colson le contestó con dureza:

—Si es como dices, quédate solo a resolverlo. Tus dos amigos nada tienen que hacer. Si se quedan contigo pensaremos que se trata, por el contrario, de una venganza de la pandilla que asaltó el Banco al mando de tu hermano. Y en ese caso, todos nosotros y algunos más apretaremos el gatillo para llenaros de plomo el esqueleto.

Los tres proscritos cambiaron sendas miradas. Luego miraron en rededor y se dieron cuenta de que no les convenía iniciar un combate en tales condiciones. Alder gruñó:

—Conforme. Me basto y sobro para darle lo suyo a ese tipo que mató a mi hermano a traición.

—Andando. Pero vosotros, regresad a la acera.

Le obedecieron. Y Alder avanzó, encogido, las manos engarfiadas sobre las culatas de sus pistolas...

King le salió al encuentro sin prisa. Aunque tenía un brazo lastimado aún, no le molestaba para aquello. Y se sentía tranquiló por completo. No le asustaba morir. En realidad, casi lo deseaba...

A treinta pasos de distancia, Alder se detuvo. La helada voz de King rasgó el silencio como un latigazo.

—Cuando quieras, tú.

Tres manos atraparon tres revólveres. Pero sólo uno apuntó y disparó con eficacia.

Sin embargo, todo el mundo vio caer a dos hombres. Los dos contrincantes. Y algunos miraron hacia lo alto del tejado del hotel.

Mientras Alder se derrumbaba como un saco dejado caer de golpe al polvo, King soltó el revólver y se llevó la diestra, crispada, a la parte alta del pecho, hacia el hombro izquierdo. No miró a su contrincante, sino hacia el punto desde donde el emboscado tirador de rifle había esperado para balearlo a su placer.

Luego cayó de rodillas mientras la calle se convertía en un maremágnum estruendoso...