CAPITULO II

El forastero empujó las batientes y penetró en al saloon. Los cinco o seis hombres que aún permanecían allí comentando la batalla delante del Banco dejaron de charlar para mirarlo interesados. Tras el mostrador, Baldwin y la muchacha mestiza que le servía de muchas cosas lo miraron también...

El tabernero tomó una botella y dos vasos, llevándolos. Empujó uno hacia el recién llegado, que traía el brazo izquierdo en cabestrillo.

—¿Ya le repararon las averías? Eche un trago. Es bueno.

King tomó el vaso y lo apuró de una vez, volviéndolo a dejar en el mostrador.

—¿Por qué ordenó que llevaran mi caballo a una cuadra, Baldwin?

—Pensé que no le vendría mal una buena ración de heno fresco mientras a usted le curaba el doctor. ¿Otro trago?

—Bueno.

Esta vez bebió más despacio. Baldwin inquirió:

—¿Iba de paso?

—Sí.

—¿Buscando trabajo, acaso?

—Puede.

—Entonces, lo mejor es que se quede por aquí mientras se le cicatrizan las heridas. No va a ser muy difícil encontrarle un empleo, después de lo que ha hecho hace un par de horas.

—Repito que se trató...

—De un caso de defensa propia, lo sabemos. Pero resulta que Joe Alder y Bud Michaels eran dos granujas muy conocidos en la región, a más de excelentes y rápidos pistoleros. Usted los ha matado, impidiendo de paso que consumaran el robo de diecinueve mil dólares y pico. Esto hace que difícilmente pueda encontrar en todo el territorio a otra población donde se haya hecho de golpe más amigos...

Hablaba con suavidad, mirándole a los ojos. Y el forastero le sostenía la mirada.

Uno de los clientes se les acercó.

—Baldwin dice la verdad, forastero. La suya ha sido una verdadera hazaña que merece todas las felicitaciones. Me llamo Cosgrove y aquí está mi mano.- Tengo una herrería y llegué a tiempo de meterle bala al último de esos forajidos, terminando la tarea de usted.

—Yo sólo maté a dos. El sheriff se cargó a uno antes de que le mataran.

—De todos modos, hombre, no necesita rebajar su mérito. Sirva una ronda a mi cargo, Baldwin. ¿Qué le parece si viene a comer a casa? Mi mujer hace unos guisos de ternera mechada que se chupa uno los dedos.

—Bueno, yo...

—Yo iría, King. A no ser que tenga mucha prisa...

Sosteniendo la mirada del tabernero,. King le contestó secamente:

—No tengo ninguna, Baldwin.

Resultó que el herrero no había exagerado. Su mujer era excelente cocinera. Y además, se esmeró en hacer el guisado. Tanto ella como su marido hicieron pocas preguntas a su invitado, mientras los tres hijos del matrimonio —un varón y dos hembras— lo miraban todo el tiempo como si fuera una especie de superhombre.

Sobre las tres y media, el forastero fue a echarle un vistazo a su caballo. Estaba muy bien atendido, como pudo en el acto comprobar.

—Esos granujas se llevaban unos cientos de dólares míos. Pierda cuidado, que no tiene que preocuparse de su caballo. Le daré estancia y pienso gratis durante una semana, si se queda aquí.

—Por lo visto, en este pueblo son todos muy agradecidos...

—Al menos la mayoría. Demontres, usted ha hecho un señalado favor a la comunidad.

—¿Qué tal persona es Baldwin, el dueño del saloon?

El cuadrero estrechó un poco los ojos antes de contestar:

—Bastante bueno. Son suyos el saloon y el hotel. Tiene dinero. Y..., bueno, es también el alcalde.

Era toda una completa información, más que por lo que decía por lo que se guardaba, al parecer. King le dio las gracias y dejó la caballeriza.

No le sorprendió nada descubrir a Baldwin un poco más arriba, como esperándole. Llegóse a él y le saludó.

—Hola.

—¿Comió bien?

—Sí. La señora Cosgrove vale su peso en oro, como cocinera.

—Desde luego. ¿Qué le parece si tenemos un rato de charla usted y yo, King?

—¿Acerca de qué?

—Acerca de sus posibilidades aquí, en Gunnison, y de su próximo futuro.

—¿Por qué tanto interés suyo, Baldwin?

—Pronto lo sabrá. ¿Le parece que vayamos a la oficina del sheriff? Está vacía ahora...

Tras escrutarle el rostro unos segundos, King asintió.

—Conformes.

No había nadie en la oficina. Todo estaba como cuando Hanckock salió de ella para encontrarse con la muerte.

—Tenemos un delegado, claro. Se llama Tyler y debe andar por algún punto de las montañas buscando las huellas de unos cuatreros de poca monta. El mismo no vale gran cosa. Tome asiento. ¿Un cigarro? Son buenos.

—Gracias. Fumaré de lo mío. ¿Qué es lo que está tratando de decirme, Baldwin?

Baldwin se echó un poco adelante, quitándose el puro de la boca. Se había sentado en la silla del sheriff Y tenía una expresión astuta, calculadora, -que contrastaba con la suavidad de sus modales.

—Le ofrezco el empleo que ha dejado Hanckock vacante, King.

Hubo un breve silencio. King terminó de liar diestramente su cigarrillo con una sola mano, lo pasó por los labios y se lo dejó prendido de ellos, sacando una cerilla que rascó la mesa y procediendo a encenderlo, todo sin quitar ojo a Baldwin, que esperaba.

—¿Por qué?

—Hizo una excelente demostración de facultades para ocupar el puesto.

—Y basta con eso?

—Yo diría que sí.

—No me interesa.

—Ahora yo me pregunto, ¿por qué?

—Porque no.

—Es un buen trabajo. Menos rudo que el de vaquero, desde luego. Y tiene cincuenta dólares mensuales, casa, comida y ropa limpia. Por otra parte, éste no es uno de esos pueblos llenos de gente pendenciera. Lo de hoy ha sido upa excepción. Desde hace dos meses no habían matado a nadie en el recinto de la población.

—No.

—Piénselo bien, King. Ha caído de pies en Gunnison. Su hazaña de esta mañana le ha ganado mucha popularidad. Si admite el puesto puede contar con el respaldo de la mayoría de los habitantes del pueblo y de la zona colindante. Es una magnífica oportunidad que no debe desaprovechar.

King lo escuchaba fumando despacio y sin quitarle ojo.

—Sospecho que no me lo está diciendo todo, Baldwin —dijo fríamente—. ¿Por qué no pone las cartas boca arriba?

—Muy bien. Voy a ponerlas.

Despacio, metió mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó un papel que desdobló cuidadosamente, extendiéndolo sobre la mesa.

—Supongo que sabe leer...

King había apretado los labios, endurecido visiblemente el gesto. Apenas si miró a la requisitoria.

—¿Dónde la encontró?

Baldwin se echó atrás y habló blandamente.

—Estaba colgada ahí, con las demás. En lugar bien visible. Debió recibirla Hanckock ayer, con el correo. Me la guardé para evitar que nadie advirtiera su parecido con la fotografía.

Los dos hombres se miraron de hito en hito.

—¿Sabe que no lo entiendo, Baldwin? ¿Qué juego es el suyo?

—Se lo diré a su debido tiempo. ¿Acepta quedarse y el puesto de sheriff, o no?

—Supongamos que le pego un tiro, recojo esa requisitoria y me marcho...

—No lo creo tan torpe como para no comprender que habré tomado mis medidas antes de exponerme. Si hiciera tal cosa, antes de pasar una hora de su fuga y mi muerte tendría a los talones a un nutrido grupo de perseguidores y el telégrafo avisaría a todas las poblaciones de la zona que Frío King, el fugado de Texas por cuya captura, vivo o muerto, se ofrecen cinco mil dólares, cabalga por aquí.

King asintió con un movimiento de cabeza.

—Parece ser que estoy en sus manos, ¿eh?

—Así parece. Y no es tan malo, se lo aseguro. Si se muestra sensato...

—Veamos lo que debo hacer.

—Primero, colocarse la estrella en la solapa. Luego, admitir la recompensa del Banco. Después, alojarse aquí tranquilamente.

—¿Y después?

—Esperar.

—¿Esperar, qué?

—Mis órdenes, para ejecutarlas sin hacer preguntas indiscretas.

—Haré una sola, ahora mismo. Y de lo que conteste dependerá mi decisión.

—Adelante. Hágala.

—¿Qué se propone colocándome en el puesto de sheriff?

—Digamos que convertirme en el amo de Gunnison. ¿Le parece un motivo suficiente?

King asintió, tras unos instantes de silencio.

—Está bien. Déme esa chapa. Supongo que no se le ocurrirá hacerme jurar...

Con fina sonrisa, Baldwin denegó.

—No lo considero necesario...