CAPITULO X
No hubo linchamiento aquella noche. Los ánimos se calmaron poco a poco a la vista de los seis hombres armados hasta los dientes que montaban guardia delante de la prisión.
Y sobre la medianoche la calle quedó limpia.
King hizo una nueva visita a Baldwin cuando ya el tabernero se disponía a cerrar. Estaban solos él y Tula, pues el último borrachín habíase cruzado con el sheriff en la puerta.
—Me parece que voy a tener que ajustarle las cuentas, Frío.
—¿Sí? ¿Por qué razón?
—¿Por qué ha llamado a los hombres del coronel? No me diga que no lo ha hecho usted.
—Muy bien. No lo diré.
—¿Sabe lo que está arriesgando, Frío?
—No arriesgo nada, Baldwin.
—¿Cuál es su juego? Le advierto que puedo hacer que se arrepienta de intentar traicionarme antes de que haya salido de aquí.
—No tengo nada de qué arrepentirme, Baldwin. Y si tuviera usted dos dedos de frente advertiría que mi juego es el suyo, pero llevado con mayor habilidad.
Baldwin parpadeó. Tula escuchaba en silencio.
—¿Qué quiere decir?
—Que si esta noche hubiera habido un linchamiento tanto usted como yo habríamos quedado bastante mal ante los ojos de mucha gente...
—¡Eso me tiene sin cuidado!
—Pero no a mí. Ni creo que a usted, si le digo que el coronel habría bajado a la cabeza de sus hombres con el propósito puro y simple de hacerle probar la misma soga que usáramos para colgar a Masterson.
Baldwin parpadeó. Evidentemente afectado.
—¿Dijo él eso?
—Lo dijo. Y no es de los que hablan por hablar, debe saberlo usted. De todas formas, no había necesidad de recurrir al linchamiento. Mañana habrá un juicio público y Masterson será acusado formalmente de asesinato. Todas las pruebas están en contra de él. Será condenado y se le colgará. Entonces, nadie podrá achacarle a usted que hizo cuanto pudo para lograr su muerte, ¿no le parece?
Baldwin lo miraba con fijeza.
—Siga, Frío.
—No hay mucho más que decir. Salvo que los dos sabemos que no fue Masterson el asesino de Everett.
—¿Cómo lo sabe usted?
—Porque lo sé.
—Tenga cuidado, Frío...
—Déjese de amenazas. Le dije que no se las tolero a nadie. Y vamos a poner las cosas en claro. El hombre que mató a Everett sabía que una mujer iba a reunirse con el muerto a orillas del río. Y que no era la primera vez. Conocía el lugar de las citas y fue derecho a ocultarse en el sitio mejor para conseguir su propósito, que no era otro que el de dar muerte a Everett y a la mujer. Pero hubo un cambio en su programa con el cual no contaba. Y fue que yo me encontraba durmiendo a escasa distancia del punto donde se citaron los amantes.
Tula hizo un gesto de aprensión. Baldwin apretó más el ceño.
—Eso no me lo dijo...
—No hacía falta. Usted ya lo sabía.
Su tono atensó al alcalde.
—¿Por qué dice eso?
—Porque es cierto. Fue usted quien disparó contra Everett. Y contra Tula.
—Usted está borracho, Frío —gruñó con voz ronca.
—No he bebido hace muchas horas. Tula, traiga su vestido blanco y rojo, el de rayas.
—¡No te muevas de ahí! Y us...
—Quédese quieto, Baldwin, o le agujerearé el estómago. Haga lo que le he dicho, Tula.
No había sacado su revólver. Se limitó a dejar caer la diestra sobre él. Pero Baldwin no se movió y la cara se le puso gris. En cuanto a la mestiza, tras ligera vacilación, dio vuelta y desapareció en el interior.
—No sé lo que está buscando, Frío...
—Se lo diré yo mismo. Busco cubrirme las espaldas contra sus veleidades. Le advertí desde un principio que no era fácil de manejar. Y mucho menos estoy dispuesto a recibir una bala por la espalda en pago a mi colaboración en este asunto. No me importa poco ni mucho de sus planes de dominio de la zona. Me tiene sin cuidado el que mueran Masterson o cualquier otro, incluido el coronel. Pero mi propio pellejo reviste excepcional importancia para mí. Hasta ahora ha sido usted quien hacía bailar los muñecos. En adelante seré yo.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Que se acabaron las amenazas de denunciarme. Y los intentos de matarme no se producirán. Porque en cuanto olfatee una traición de su parte, iré derecho a contarle al coronel todo lo que conozco de este asunto. Y usted penderá de una soga tan recia que no va a conseguir romperla con su peso. ¿Está bien claro?
Baldwin semejaba un «grizzly» acorralado, Pero antes de que hablase, Tula regresó con el vestido y sombras en los ojos.
—Acérquese. Extiéndalo sobre esa mesa. Usted, Baldwin, póngase ahí. Y cuidado con mover las manos.
Mientras vigilaba con un ojo a la pareja, King examinó con el otro el vestido. Era distinto, en su forma, a los dé la señora Masterson y Sally Donovan. Pero de la misma pieza de tela.
Y no tenía rotos ni remiendos.
Despacio, levantó los ojos hacia Tula.
—De manera que usted fue la mujer que estuvo con Everett...
—No es verdad. Yo no me moví del pueblo en toda la mañana.
Fue una réplica nerviosa. Baldwin avanzó un paso y la tomó con fuerza por el brazo, haciéndola volverse.
—¡Di la verdad, perra!
—¡No fui yo! Lo ju...
Baldwin la abofeteó con violencia, haciéndola gemir.
—¡Eres una...!
—¡No se meta! ¿De manera que eras tú la amante de Everett a mis espaldas? ¡Perra mestiza! Te voy a sacar la piel a tiras...
—He dicho que la suelte, Baldwin. ¡Vamos!
El alcalde lo miró con encono. Vio el negro revólver en su diestra, tragó saliva y gruñó:
—Este es asunto mío...
—Y mío. Y ahora vamos a concretar. Si usted no mató en persona a Everett envió a alguien para que lo hiciera. Fue una jugada hábil. Ahora tiene a un sheriff en la ciudad que no puede actuar sino a su dictado. Le iba a ser fácil conseguir que yo cabalgase por la senda de antemano de acuerdo con sus planes. Precipitó los acontecimientos para tomar a todos desprevenidos y preparó muy bien la situación. Envió a Tula, vestida con un traje que le constaba era idéntico a uno de la señora Masterson, a entrevistarse con Everett. El era un tenorio incorregible, cortejador de toda mujer que se le ponía a tiro. Usted estaba seguro de que acudiría a la cita. Por eso se las arregló para conseguir que la señora Masterson saliera de su casa a visitar a unos conocidos residentes cerca del lugar del crimen, y luego avisó a su marido. No, no tuvo intenciones de matar a Tula. No le interesaba. Ella tenía sus instrucciones y las cumplió, escapando a uña de caballo en cuanto fue cometido el crimen. Sólo que yo pude distinguir su vestido y eso me dio la pista...
—Levanta esas manos, sheriff, y quédate quieto.
Un tipo alto y recio, malencarado, con un revólver en la diestra, avanzó dos pasos. Aquel tipo lucía un parche en la mejilla derecha. Y no le quitaba ojo, con maligna expresión.
—¿Qué hago con él, Baldwin?
—Tenerlo vigilado —el alcalde se acercó a King y le quitó el revólver, abofeteándolo acto seguido con el revés de la mano. Una, dos veces...
King aguantó el golpe sin tambalearse. Sus ojos centellearon...
—Esto te enseñará a amenazarme, granuja indecente —Baldwin hablaba con exultancia—. Y a obedecer mis órdenes sin rechistar. Tula, una soga.
La mestiza trajo una. King no se movía ni hablaba.
—Echa esas manos atrás.
Obedeció. El recién llegado lo miraba con sorna.
—De modo que éste es el famoso matahombres Frío King, de Texas... Vaya, vaya... Pues a mí no me parece tan terrible...
—Cierra el pico, Cal. Bien, Frío; ahora vamos a hablar un poco tú y yo. Eres un tipo listo y ambicioso, lo has demostrado. Y no me agradan los tipos demasiado ambiciosos. Yo mando y los demás obedecen sin chistar ni ponerse a pensar por su cuenta. Tú lo has hecho al revés y eso no me gusta; como tampoco que me apunten con un revólver y me digan lo que tengo que hacer. Ahora vas a realizar un corto viaje por las montañas. Durará un par de días, lo justo para que mientras el juez sentencie a Masterson y los hombres lo cuelguen por asesinato. Debería matarte, pero te voy a dar esa oportunidad. Piénsalo bien. Si decides mostrarte dócil en adelante, todo irá sobre ruedas. Si no... peor para ti. Y ahora, Cal, llévatelo a tu choza, reténlo allí sin quitarle ojo de encima y no le permitas escapar.
—De acuerdo, alcalde. Andando, sheriff. Sé buen chico...
Diez minutos más tarde entraba en una cabaña de las afueras, ocupada por una mujer mestiza de nada hermosa apariencia. Cal Browne le obligó a entrar en un maloliente cuartucho al que daba cierta ventilación un ventanillo alto y estrecho, comprobó por sí mismo lo ajustado de las ligaduras y le ordenó sentarse en el suelo.
—Vamos, a tierra. Trae una reata, tú. Voy a atarle los pies, Frío; tendrás tiempo para reflexionar. Y no te aconsejo que intentes escaparte. Te degollaré como a un pollo si lo intentas.
—Tú eres Cal Browne, ¿verdad?
—Veo que me conoces... ¿Algo que decir?
—No, nada.
Tras atarlo concienzudamente, Browne lo dejó tirado en el suelo del tabuco y salió, cerrando la puerta. King le oyó hablar con la mestiza, pidiéndole de beber. Y cómo se sentaba más tarde...
Quince minutos escasos después, una voz susurrante le llegó desde el exterior.
—¿Estás ahí, Frío?
Era Tula.