CAPITULO VIII
El cuadrero acogió a King con una mirada suspicaz.
—¿Otra cabalgada, sheriff?
—Sí.
—Creí que había resuelto ya el asunto deteniendo a Masterson...
—Posiblemente. Pero necesito hacer algunas gestiones antes de presentar la acusación formal.
—¡Bah! Aquí no utilizamos tantos papeleos. Si es culpable se le cuelga, y asunto concluido.
—Ahora se harán las cosas con calma.
Ensilló y montó, encaminándose al parecer hacia el punto donde mataron a Ewerett. Pero a medio camino se detuvo en la granja de Torrence.
Sólo quince minutos, con objeto de celebrar una breve charla que sirvió para afianzar la coartada de Maud Masterson. Luego cruzó el río y se lanzó al galope hacia el sur.
El rancho del coronel estaba enclavado a unas quince millas al sudeste de Gunnison, sobre un altozano bordeado por el arroyo Cochetopa. Lo componían una casa grande y sólida, de buena apariencia, y un conjunto de edificios auxiliares. Desde mucho antes de llegar, King vio puntas de lustroso ganado pastando la alta hierba en los valles abiertos.
En el patio, dos mestizas obesas recogían ropa tendida a secar y jugaban unos chiquillos andrajosos. Cuando llegaba frente a la casa, se abrió la puerta principal, apareciendo Sally.
Vestía un traje blanco y rojo.
—Buenas tardes...
—¿Qué le trae por aquí?
—El deseo de un poco de charla. Y traer algunas noticias.
La joven apretó ligeramente el gesto.
—¿Ha ocurrido algo en Gunnison?
Sin contestarle, King desmontó y subió al porche, parándosele delante.
—Lleva usted un lindo vestido, si puedo decírselo. Pero juraría que se lo he visto a alguien antes...
—Inconvenientes de los pueblos pequeños. Hay otros cuatro de la misma tela.
—¿A quién pude vérselo yo? No caigo ahora...
—Si tanto le importa, se lo diré. Maud Masterson, la mujer del tendero que vendió la tela. Julia Hopkins, la hija del juez. Tula, la amiga de Baldwin y Joan Wandell, la sobrina de Wandell. Como ve, un muestrario completo de la sociedad de la región.
Su ironía se embotó en el rostro impasible de King.
—Muchas gracias por su informe. ¿Su padre no está?
—Ni él ni mi hermano. Andan recorriendo el campo. Pero no tardarán en venir, Pase y espérelos.
Le precedió al interior de la casa. Era amplia la habitación que servía como cuarto de estar y comedor. Amplia y bien amueblada. Sally le indicó una butaca y se acercó a un armario de roble tallado.
—Supongo que no le vendrá mal un trago, tras de la caminata.
—Muchas gracias.
Le sirvió una copa y fue a sentarse frente a él.
—Y ahora, dígame esa noticia.
—Esta mañana han asesinado a Lloyd Everett.
Sally respingó, aunque pareció menos sorprendida que recelosa. Al menos, en sus bellos ojos surgió la cautela...
—¿Asesinado?
—No parece sorprenderla mucho.
—¿Cómo y dónde lo han matado?
—A cinco millas de Gunnison, aguas arriba del Tomichi, a orillas del arroyo. Un hombre emboscado en la orilla opuesta le metió una bala de rifle por la espalda. Serían las once de la mañana, a lo sumo.
—¿Cómo lo sabe con tanta certeza? ¿Hubo testigos?
—Sí. Dos.
—¿Dos?
—Yo uno. Me hallaba descansando bajo un árbol a corta distancia de allí. Y también la mujer que acompañaba a Everett.
Esta vez, Sally apretó los labios.
—¿Una mujer? ¿Quién?
—Lo ignoro. Sólo me enzarcé a tiros con el asesino y ella se apresuró a escapar. También el asesino huyó.
—De modo que le dieron un tiro cuando lo acompañaba una mujer... —Sally agachó la mirada y habló como para sí. King no le quitaba ojo. Luego, ella alzó la vista. Parecía tranquila por completo—. ¿Por qué ha venido a contármelo?
—Vine a eso.
—No trate de engañarme. Esa pregunta acerca del vestido... Usted vio a una mujer que llevaba uno igual o parecido a este mío. Y supongo que alguien le habrá contado sucias historias acerca de Everett y de mí.
—¿Podían hacerlo?
—Everett era un cerdo. Y un redomado hipócrita. Embustero como él solo. Un sucio perseguidor de mujeres.
—A mí me han dicho todo lo contrario. Que era un hombre íntegro y simpático...
—Algún hombre le ha mentido. Sabía representar bien su papel. Y contaba con la repugnancia femenina a revelar determinados hechos. Ni una sola de las mujeres que nos hemos visto acosadas por él, estoy segura, hemos hablado. De haberlo hecho, a él le habrían dado lo suyo hace ya mucho tiempo. De modo que piensa que he sido yo la que estaba con él...
—No dije tal cosa.
—No puedo justificar mi tiempo durante esta mañana. Cabalgué, como acostumbro, desde las nueve hasta las doce,, o más tarde, por el campo. Me sobró tiempo para ir a reunirme con Everett.
—Pero no lo hizo.
—¿Cómo lo sabe?
—Una corazonada. Usted no es de las mujeres que van a tener entrevistas clandestinas con un hombre casado.
Sally parpadeó y se le encendieron un tanto las mejillas. Luego echóse atrás en el sill,ón y le sostuvo la mirada.
—Gracias. No, no fui. Despreciaba a Everett y le conocía bien.
—¿Su padre o su hermano...?
—No saben nada. Ya le he dicho que lo habrían matado. Durante tres años, Everett ha estado buscándome las vueltas. Hubo un tiempo en que me llegó a engañar completamente.
Le creí un hombre honrado, simpático. Pero un día se me vino encima cuando cabalgábamos juntos por el rancho. Gracias a que soy fuerte y llevaba una fusta salí con bien. Desde entonces me acosaba de mil modos. Trató de hacerme creer que estaba enamorado de mí, me ofreció divorciarse...
—Parece ser que no estaba casado.
—¡Vaya! No me extrañaría de él. Tuve que amenazarlo con contarle a papá lo que ocurría. Y así me dejó en paz una temporada. Pero últimamente había vuelto a importunarme... No puedo apenarme por su muerte. Se la buscó. ¿Quién lo ha encaminado aquí, Baldwin?
—Nadie. Hay un presunto asesino ya entre rejas.
—¿Masterson?
—¿Por qué ha pensado en él?
—Tuvo una pelea con Everett hace un par de semanas, por causa de su esposa. Y, ahora que pienso, ella también tiene un vestido...
—Ella no estuvo con Everett. He comprobado su coartada.
—Sin embargo, su marido...
—Está preso, si. Pero yo no he dicho que sea el asesino.
Sally lo miraba atentamente.
—Usted parece saber muchas cosas, sheriff, para tan poco tiempo como lleva en Gunnison...
—Sí, sé bastante. Por ejemplo, que usted nada tiene que ver con el crimen, pero podría verse enredada en él si se prueba que no fue Masterson el asesino.
—¿Adónde va a parar?
—Baldwin.
—¿Me ha acusado él? Canalla...
—Tranquilícese. Aún nadie la ha mentado mezclándola con Everett. Puede que nadie conozca las relaciones entre ambos.
—¿Por qué, entonces...?
—¿Estoy aquí ahora? La mujer de Masterson me dio los nombres de las compradoras de tela blanca y roja. Y debo y averiguar cuál de ellas estuvo con Everett. Cuando lo sepa, sabré quién asesinó a ese hombre y qué se buscaba con su muerte.
—¿Y no lo sabe aún?
—Es posible que tenga una idea...
Callaron, porque llegaban jinetes. Sally se levantó.
—Esos son papá y Bob.
Eran ellos, junto con una partida de vaqueros. Se sorprendieron un tanto al ver a King allí. Y mucho más cuando se enteraron de lo sucedido.
—Tiene que haber sido Masterson —aseveró el coronel—. El muy idiota... Ahora lo colgarán y Baldwin se quedará con su almacén.
—Aún no lo han colgado, ¿no le parece?
—¿Es que no está seguro de su culpabilidad?
—Desde luego que no. Es más, estoy tan convencido de su inocencia, que he venido a pedirle un favor.
—¿Cuál?
—Envíe a Gunnison a media docena de sus hombres de más confianza, inmediatamente. No deben contarle a nadie que me han visto aquí. Y se pondrán delante de la prisión, con los rifles alistados.
Los Donovan cambiaron sendas miradas.
—¿Teme que vayan a linchar a Masterson?
—Temo eso y también que haya asesinos emboscados esperando para darles a usted y a su hijo el mismo trato que a Everett. Incluso que los haya esperándome.
Ahora, todos los Donovan estaban aturdidos.
—¿Por qué tenían que dispararle a usted?
—Porque a alguien le estoy resultando una especie de criada respondona, ya que me empeño en meter las narices en algo al parecer bastante gordo. Y porque cara a cara no se van a atrever.
—¿No puede ser más claro, sheriff?
—Ya lo estoy siendo demasiado. Si cualquiera de ustedes tres contara lo que acabo de decirles, mi vida no valdría un pitoche. No es que me importe mucho, pero voy a desenredar esta madeja y a formar con ella unas cuantas sogas para apretar gaznates. Posiblemente se tratará de una sorpresa gorda para muchos... ¿Va a enviar a esos hombres? No me importa Masterson gran cosa, pero su mujer me ha sido simpática.
—Bob, dile a Salton que venga.
El mozo se levantó y salió. El coronel tomó entonces la palabra.
—No quiero forzarle a nada, sheriff. Pero si resulta que está en lo cierto, le prometo mi ayuda para que obtenga el cargo en propiedad.
Levantándose, King esbozó una pensativa sonrisa.
—Mucho me temo, coronel, que de un modo u otro duraré muy poco como sheriff en Gunnison. Gracias por su hospitalidad. He de marcharme ahora.
Sally salió cuando ya él estaba montado. Y se acercó al borde de la galería. Lo miraba fijamente.
—¿Puedo ayudarle en algo, sheriff? —dijo en tono bajo.
Y él vaciló:
—¿Hasta qué punto estaría dispuesta a echarme una mano?
—Hasta uno muy profundo, me parece.
—Anteayer, ayer mismo, desconfiaba de mí...
—Y usted de mí. Estamos a la par.
El emitió una risa baja. Luego se metió la mano en un bolsillo y sacó algo que le mostró. Sally aspiró hondo.
—Se lo dejó la amiga de Everett. Maud Masterson tenía intacto su vestido.
—¿Por qué me lo enseña? El mío...
—Usted no era. No necesito verle el vestido intacto.
Sally se echó ligeramente adelante.
—¿Quién es usted, King? ¿Qué hizo?
—Muchas cosas. Ofrecen cinco mil dólares por mi cabeza.
—No...
—No encontrará en todo el Oeste a un hombre menos merecedor de lucir una estrella de sheriff. Pero la llevo. Me la clavó un ambicioso que sabe quién soy. Pero sospecho que tras él existe otro mucho más listo, cruel y ambicioso. Y quiero desenmascararlo y conocer los motivos por los cuales desea apoderarse de este rancho, que para nada necesita. Ahora ya conoce el juego, Sally Donovan. Allá en Texas, me llaman Frío King. Tal vez mi fama haya llegado a sus oídos.
Tras decir esto, hizo girar a su caballo y lo lanzó al trote a través del patio, desapareciendo pronto de la vista de Sally, que permanecía quieta donde la dejara, con una extraña e intensa expresión.