CAPITULO V
El baile estaba en todo su apogeo en el almacén de Jo Wandell, un poco más arriba del saloon de Baldwin, cuando King entró allí.
Descubrió al coronel charlando y fumando con el dueño del local y dos o tres hombres más, todos de parecida edad. También vio a Sally bailando con un mozo al parecer muy entusiasmado con su suerte.
Ella lo siguió un instante con la mirada mientras entraba u avanzaba hacia el grupo del coronel. Fue acogido con cordialidad.
—Precisamente estábamos hablando de usted —le dijo Wandell.
—¿Y eso?
—Le decía al coronel que no hay verdadero motivo para pensar que usted se halle de acuerdo con Baldwin. Precisamente nos acabamos de enterar que ha metido a uno de sus amigos en la cárcel, por tramposo...
—¿Y para qué tendría que estar de acuerdo con el alcalde?
—Si no lo sabe, será cosa de decírselo —el coronel habló calmoso—. Baldwin es un gran ambicioso. Ambicionaba nada -menos que convertirse en el dueño de Gunnison. Y también de mi rancho.
—Hace tiempo que maneja sus bazas para ello. Son suyos el saloon y el hotel, pero también el almacén que figura como de Kerrigan y la cuadra cuyo dueño parecería ser Hoollie Patterson. Su propósito es adueñarse de todo el comercio de Gunnison, obligándonos a marchar a los demás, por las buenas o por las malas.
—Tenga en cuenta que los cuatro almacenes de ramos generales de Gunnison vendimos posiblemente un millón de dólares el año pasado. Toda la cuenca alta del río se tiene que surtir forzosamente aquí, ¿comprende?
—Me parece que sí.
—Pero además, si consiguiera apoderarse de mi rancho controlaría efectivamente todos los recursos alimenticios de la región. Hay unas dos mil personas en Tincup y las otras poblaciones mineras que necesitan comer, vestir, calzarse. Mis terneros alimentan a casi todos ellos.
—¿Y cómo podría Baldwin obligarle a vender o a marcharse, coronel?
—A eso no. Pero sí puede hacer que me asesinen, y a mis hijos.
—¿No es demasiado fuerte esa acusación?
—Lo ha intentado ya.
King no la había visto acercarse. Se volvió para enfrentarse a Sally, descubriéndola a su lado.
—¿Está segura de lo que afirma?
—Yo no miento. Hace dos meses dispararon contra mi padre desde una emboscada, cuando veníamos hacia aquí los dos solos. Le hirieron levemente por pura casualidad. Y hace nueve días volvieron a disparar sobre él.
—¿También con mala puntería?
—No muy mala —el ganadero desabrochóse el chaleco y la camisa, mostrándole un nítido vendaje—. Erró sólo por pocos centímetros. Y estaba a más de cien yardas de distancia.
King asintió, pensativo.
—¿Cómo saben que detrás de esos intentos anda la mano del alcalde?
—En los últimos meses he recibido hasta cinco ofertas para comprarme el rancho. Y en lo que va de año ha conseguido adueñarse de la caballeriza y del hotel. Antes se apoderó del almacén que fue de Dickinson. En los tres casos, los dueños anteriores aparecieron muertos un buen día sin que nadie pudiera dar una pista para localizar a su asesino o asesinos.
—En los tres meses ocurrió lo mismo. El, o sus testaferros, presentaron sendos documentos demostrativos de haber efectuado préstamos importantes a los muertos. Ante ellos, el juez tuvo que dictaminar su preferente derecho a adquirir los negocios de los interfectos. Y es así como está apoderándose del comercio de la población.
—Pero no hay pruebas concretas contra él.
—Si las hubiera no estaríamos aguantando tanto. Su antecesor era un hombre honrado y valiente, aunque de pocas luces. Buscó con ahínco los huellas de los asesinos, pero no pudo dar con ellas. Ahora, usted ocupa un cargo importante por decisión de Baldwin. En un principio temimos que todo se tratase de un plan bien trazado...
—¿Que Baldwin y yo estábamos conchavados? Un poco difícil, ¿no creen?
—Lo admitimos. Joe Alder y su banda llegaron de improviso. Y no solían ser muy amigos de Baldwin. Tuvo que ser todo pura coincidencia.
—Pero ahora usted es el sheriff...
—Provisional, ya me lo ha advertido el coronel.
—Bueno... De momento es el sheriff efectivo. Y ha dado pruebas de saber manejar un revólver, Baldwin no podría desear nada mejor que el respaldo absoluto del sheriff. Eso le daría apariencias de legalidad a sus expolios y a sus fechorías...
—Tranquilícense, señores, si es ése su temor. Yo no he sido nunca asesino a sueldo de nadie. Hasta luego.
Abandonó el local sin prisas, y se detuvo a encender un cigarrillo en la acera. Luego miró hacia un grupo de hombres, tres, que venían riendo y cantando con voces de borracho.
Sally Donovan apareció en la puerta, mirando hacia él. Le vio ponerse rígido de pronto...
Los tres alborotadores llegaron a un punto sito a cuatro metros del sheriff, advirtieron el brillo de la estrella y se pararon. Uno gruñó:
—¡Vaya! Si el nuevo...
El que iba en el centro del trío miró también. Pegó un respingo, emitió un aturdido juramento y dejó caer la botella de licor que llevaba, echando mano a su revólver mientras ponía un gesto mezclado de aturdimiento y de rencor.
Con la velocidad del rayo, King sacó su arma y disparó.
El estampido pareció irse agrandando a lo largo y ancho de la calle. El otro hombre recibió la bala entre los ojos, aulló de manera escalofriante y saltó hacia atrás, abriendo los brazos. Su revólver, medio sacado de la funda, escapó de ella cuando caía de espaldas...
Los otros dos borrachines levantaron las manos velozmente, con fosca y temerosa expresión. King se les acercó y escrutó sus rostros, sin dejar de apuntarlos.
Un tropel de gente llegó a la puerta del almacén. También salieron de otros edificios...
Sally cambió una mirada con su padre. Luego, ella y varios hombres se acercaron en silencio.
—¿Qué ha pasado, sheriff? —inquirió el coronel.
King se volvió con el gesto apretado, duras las pupilas.
—Trató de matarme y me adelanté.
Uno de los presentes se había inclinado sobre el muerto.
—Le conozco, pero no sé cómo se llama... Desde luego, no era un tipo honrado. Ni tampoco estos dos.
Los dos compañeros del muerto estaban tensos, foscos. Uno gruñó:
—No habíamos hecho nada. Estábamos divirtiéndonos sin molestar a nadie. Y él disparó sobre Smith sin más ni más...
—Eso no es cierto —Sally habló con voz delgada, metálica, sin mirar a King—. Yo estaba en la puerta cuando sucedió. Vi a ese hombre sobresaltarse, jurar y echar mano a su arma...
—Gracias por su defensa, señorita Donovan —King se mantenía completamente sobre sí—. Yo conocí hace tiempo a ese hombre. Teníamos una cuenta pendiente y se llevó un buen susto al verme frente a él. Vosotros, desataos los cinturones, cargad a vuestro amigo y lleváoslo a enterrar al campo libre. Que no vuelva a veros por aquí.
Le obedecieron en silencio. Y se alejó con ellos calle abajo.
—Un hombre de cuidado el nuevo sheriff... —comentó Wandell—. Tres muertos en día y medio. De seguir así, presiento que Gunnison va a convertirse en una población muy apacible.
Hombres y mujeres regresaron al interior del almacén, donde no tardó en sonar la música. El coronel acercóse a su hija, que permanecía pensativa.
—Me pregunto por qué saliste en su defensa, Sally...
—Dije la verdad. Sin embargo...
—¿Qué?
—Estoy segura de que el muerto no se sorprendió tanto de verle como de advertir la estrella que llevaba al pecho...
Frío King acompañó a los dos malhumorados individuos al mismo límite de la población.
—Cabalgad aprisa y no volváis por aquí. O recibiréis plomo. Largo.
Luego regresó despacio, con los pulgares metidos en el cinto, al centro del pueblo.
—¿Por qué mató a ese Smith?
—Me reconoció. Hace años tuve con él una disputa en
Texas.
—Ah... Mal asunto para usted. ¿Lo citó por su nombre?
—No le di tiempo.
—Ha estado en lo de Wendell. ¿Le hablaron de mí?
—Sí.
—¿Qué le dijeron?
—No son sus amigos.
—Eso ya lo sé. Quiero saber lo que le contaron.
—Sus métodos para apoderarse de los negocios ajenos y ciertos intentos de asesinato fracasados.
Baldwin hizo una mueca.
—Hablaremos más tarde. Ahora tengo mucho trabajo dentro.
Giró y se introdujo en el local. King fue a. apostarse un poco más arriba, delante del almacén de Wandell. Pegó la espalda a la pared y se quedó mirando al brillante recuadro de la puerta, por donde pasaban las parejas de bailarines...