CAPITULO III
Frío King se paró delante del espejo del cuarto que había servido a su antecesor y ahora le serviría a él de dormitorio, y se miró la estrella plateada con una mueca pensativa.
—Quién te lo hubiera dicho, ¿verdad? —murmuró—. Tú representando a la ley y al orden...
Luego se ajustó el cinto maquinalmente. Solía llevar el revólver colgando muy bajo, con el borde inferior de la pistolera casi encima de la rodilla. Tomando el sombrero le pasó la manga por las alas para quitarle el polvo. Luego se lo puso y salió, echando una ojeada a las requisitorias. Algunos de los hombres en ellas reclamados se habrían llevado una buena sorpresa de saber que él estaba ejerciendo ahora las funciones de sheriff en Gunnison...
El médico era un hombre bajo y nervioso, de perilla y bigotes grises, que vivía con su mujer y una criada mestiza. Lo acogió cordialmente, como todo el mundo hacía desde la mañana anterior.
—Buenos días, sheriff. ¿Molestan mucho esas heridas?
—Un poco. Anoche tuve algo de fiebre y dormí mal.
—Es lógico. Pero no son graves. Dentro de una semana comenzarán a cicatrizar y antes de un mes estará como nuevo. Venga para acá. Le practicaremos una nueva cura...
Mientras se la hacía, King inició sus preguntas.
—¿Qué tal es este pueblo?
—Bastante bueno. Tenga en cuenta que es el centro económico de la región y ésta es grande, abarcando desde las Elk Mountains al Norte a la Sierra de Cochetopa, al Sur, y desde las Montañas Sawatch hasta las Colinas Cimarrón y las West Elk. El pueblo en sí tiene unos cuatrocientos habitantes. Pero además hay que contar con poblaciones mineras tales como Tincup, Almont, Castleton, Doyleville... que tienen que bajar aquí a aprovisionarse de muchos artículos. De ahí que haya visto tantos almacenes. También existen cuatro o cinco ganaderos pequeños y uno de bastante importancia, el coronel Donovan: Posee unas cuatro o cinco mil cabezas de ganado vacuno y un buen rancho en la región del arroyo Cochetopa.
—Baldwin me dijo que era un pueblo bastante tranquilo...
—Pues sí, puede decirse que lo es. Sin embargo, no tanto que no se haya de ver obligado a meter en cintura a más de uno con cierta frecuencia. Los vaqueros de los ranchos y los mineros suelen ser gente bronca. Y además, abundan los cuatreros y otros granujas. Ahora bien, la noticia de su hazaña de ayer debe haberse corrido por todo el valle muy aprisa. Y me parece que lo mirarán con mucho respeto...
—¿No hay dificultades de otro género?
El médico se lo quedó mirando.
—¿A qué se refiere?
—Verá. He cabalgado un poco por el mundo. Casi siempre que estuve en una población de relativa importancia descubrí que había en ella alguien empeñado en hacerse el amo.
El doctor pareció dudar unos instantes. Luego:
—No. Aquí no ocurre nada de eso.
Evidentemente no quería hablar, porque cambió en el acto de conversación. Y King no quiso insistir...
Regresó despacio a su oficina, rumiando las noticias que acá y allá iba consiguiendo...
Un jinete penetró en la calle al trote. King alzó la vista y advirtió que se trataba de una mujer. Una muchacha...
Ella también lo había visto. Encaminó al caballo hacia él y lo refrenó, poniéndolo al paso. Vestía una blusa azul y blanca, con las mangas recogidas, una falda-pantalón azul- marino y se tocaba con un sombrero de copa baja y ala blanda por debajo del cual escapaban guedejas de cabello dorado. Cuando estuvo más cerca, King vio que era indudablemente guapa. También que lo miraba con interés, pero no amistosa.
Ella detuvo a su cabalgadura delante mismo de King.
—De manera que usted es el que frustró el asalto al Banco y Baldwin se ha apresurado a prenderle la estrella que se le cayó al pobre Hanckok...
Tenía una bella voz, pero no sonaba muy amistosa. Llevándose la diestra al ala del sombrero, King asintió.
—Eso parece. Mi nombre es King.
—El mío Sally Donovan. Mi padre es el coronel Donovan. Tal vez ya le hayan hablado de nosotros.
—Un poco, sí.
—¿Baldwin?
—No, él no lo hizo aún.
La vio parpadear, como si algo la desconcertase. Luego echó pie a tierra y subió a la acera, poniéndosele delante. Era bastante alta, de cuello largo y busto saledizo.
—Así que no lo hizo... Sin embargo, le nombró sheriff sin más.
—Tengo entendido que es el alcalde.
—Sí, lo es todavía. ¿Amigo suyo?
—Yo estaba de paso cuando tropecé con el atraco. Tiraron sobre mí y me defendí.
—Matando a Joe Alder y a Bud Michaels... Por lo visto es un pistolero de primera, ¿verdad?
—¿Por qué se muestra tan hostil? Nada le he hecho, creo.
—No contestó a mi pregunta.
—¿Estoy obligado a hacerlo? No sabía más de Baldwin que de usted cuando llegué ayer mañana. Me ofreció la plaza que dejó vacante Hanckock y me pareció buena. Por lo demás, sin buscarlo parece que me he hecho unos cuantos amigos en esta población. ¿Satisfecha?
Ella lo contemplaba muy atentamente.
—Sí —dijo con sequedad—. Pero, por si no lo sabe, le diré que también se ha hecho algunos enemigos.
—¿Ustedes, acaso?
Ella apretó la boca mientras destellaban sus pupilas.
—Nosotros no estamos en contra de la ley, señor King. Pero Joe Alder tenía un hermano. Y abundan en la región los hombres a quienes no habrá sentada nada bien su hazaña. Se lo advierto para que ande prevenido.
—Muchas gracias. Lo tendré bien en cuenta.
Ella le aguantó unos segundos la mirada. Luego se mordió el labio y dio vuelta, alejándose con un seco:
—Buenos días.
King la siguió con la mirada hasta verla entrar en uno de los establecimientos, desde cuya puerta se volvió a ver si él aún estaba donde lo dejó. Luego descubrió a Baldwin parado delante de la puerta de su negocio.
Con una sonrisa pensativa, cruzó la calle y se acercó al tabernero-hotelero.
—Hola.
—Ya le vi de charla con Sally Donovan. ¿Qué le parece ella?
—Muy guapa.
—La que más en la región. Y también una rica heredera. Su padre tiene el mejor rancho y sobre cinco mil cabezas de ganado. ¿De qué hablaron?
—Me puso en guardia contra cierto hermano de Logan y otros tipos.
—Sí, ellos van a molestarle un poco. ¿No le dijo más?
—No parece ser muy amiga suya.
Vio achicarse los ojos de Baldwin.
—Es así. Ocurre que los Donovan desean ser los amos de todo. Y como yo tengo mis propias ambiciones, por eso chocamos.
—Ya.
—Ellos han de ver con malos ojos que le nombre sheriff sin consultarle. Y no me extrañaría que le buscaran camorra de algún modo.
—¿Qué debo hacer, en tal caso?
—Imagino que debe saberlo.
—¿Matar a Donovan?
Baldwin entrecerró ligeramente las pupilas.
—Sería una buena solución, desde luego...
—¿Para quién?
—Para mí. Y métase en la cabeza que esta partida la sigo yo y usted es sólo uno de mis peones, King. Si se porta bien no lo lamentará. Pero si trata de hacer su propio juego le costará la vida, ¿comprendido?
—No me gusta su tono, Baldwin. Y mi vida me importa bastante menos que a usted la suya, me parece. ¿Comprendido?
Su frío acento pareció impresionar a su interlocutor. Al menos, cambió de expresión y de tono.
—No vamos a ponernos a discutir, King. Quise simplemente advertirle que me juego demasiado en esto para admitir veleidades a uno de mis subordinados. Usted está en mis manos y no tengo ningún deseo de ponerle la soga al cuello. Pero su revólver, y esa estrella que luce, han entrado a formar parte de mis planes.
—¿Por qué no me dice algo más sobre ellos?
—Le diré una cosa. Yo he de ser el amo de Gunnison. Y he de arrojar a los Donovan de sus tierras. Por las buenas no es posible, ¿comprende?
—Me parece que sí.
—Me alegro. Pase y beberemos una copa.
Había sólo un par de borrachines en un rincón y la mestiza tras el mostrador. Era una muchacha de acaso veinte años, bastante agraciada. Miró a King de soslayo con sus grandes ojos negros. Baldwin le mandó:
—Ponnos de beber, Tula.
Ella obedeció presto. King la siguió con la mirada.
—¿Le gusta Tula, King?
La mestiza se estremeció ligeramente. King asintió, cauteloso.
—Es bonita...
—Se la compré a su padres hace un par de años. Tiene diecinueve.
—Creí que estaba abolida la esclavitud.
Baldwin se encogió de hombros, con desdén.
—No lo entiende. Ella es mestiza, hija de un piute y una mestiza mexicana. Yo gusté de ella y se la compré a su padre por un rifle, municiones y una carga de alimentos. Es como si me hubiera casado con ella, al menos según sus costumbres.
—Ah...
—Se lo digo para que no comience a hacer planes sobre ella. Me pertenece. Y no me agrada que nadie eche mano a lo que es mío.
Hablaba blandamente, pero con acento amenazador. Sosteniéndole la mirada, King replicó, despacio.
—Esa era una advertencia estúpida, Baldwin. Yo no robo mujeres.
Baldwin aflojó de nuevo.
—De todos modos, ya está hecha. Beba.
Bebió lo suyo de un trago. King sólo apuró un sorbo, lentamente...