CAPITULO XIII
CIMARRÓN detuvo su caballo entre las rocas y la maleza, desmontando y acercándose cautelosamente a una abertura entre dos de ellas, mirando hacia abajo.
El sol se estaba poniendo sobre los picachos de la sierra de San Justo, y allí abajo, en el pelado valle, ya comenzaban a espesarse las sombras; pero sus ojos de águila pudieron ver los dos jinetes que se acercaban al galope y también la cabaña medio oculta entre las rocas, como a media milla más al Nordeste. Aquellos dos jinetes eran Frenchie y Spike. Y aquella cabaña, de la que ahora salía una tenue columna de humo, su punto de destino, con toda seguridad. Para qué iban allí era lo que le faltaba saber…
Durante las últimas seis semanas, su posición parecía haberse afianzado como segundo de la banda de Frenchie. Tomó parte en un par de golpes de poca monta que salieron bien, y esto le había ganado, al menos en apariencia, la confianza de sus compañeros. Incluso Spike parecía haber olvidado su derrota aceptando resignadamente la situación… Pero Cimarrón no se fiaba de las apariencias en absoluto… y menos entre aquella gente. Por eso cuando Frenchie le mandó a Quemado en una misión de descubierta para preparar otro golpe, y lo envió solo, tuvo la intuición de que algo se tramaba, y fingiendo obedecer sin recelos, quedóse al acecho en las afueras de Comstock.
Apenas tres horas más tarde, Frenchie y Spike habían pasado cerca de su escondite con rumbo al Este… y Cimarrón les siguió la pista, convencido de haber acertado en su corazonada. Estos dos iban a algún sitio del que no querían que él tuviese noticia…
Y este sitio parecía aquella cabaña solitaria en el fondo del árido valle al Norte del camino que iba a Uvalde. Para qué venían aquí, sólo tenía una respuesta a juicio de Cimarrón. A entrevistarse con el oculto jefe de la banda. Y en este caso, había llegado su oportunidad.
Esperó hasta convencerse de que Frenchie y Spike iban derechamente a la cabaña, y luego regresó junto a su caballo, montó, y lo condujo ladera abajo, dando un rodeo por las faldas de las desnudas colinas que le llevó justo sobre la cabaña cuando ya lucían las estrellas y la luna apuntaba en el horizonte. Descalzándose las botas de montar, se puso los mocasines, que jamás faltaban en su equipaje, y se dirigió pendiente abajo, buscando de un modo instintivo ir en contra del viento. Su habilidad de trampero y cazador le hizo fácil y silenciosa la bajada que cualquier otro no hubiera hecho sin dificultades y ruidos delatores, y poco después estaba agazapado junto a la pared trasera de la cabaña.
Cuatro caballos ensillados estaban amarrados entre unas grandes peñas, lo que le indicó que sus dueños no pensaban pasar la noche allí. La cabaña era vieja, y entre los
leños que formaban las partes se filtraban cómodamente el viento, la luz… y las palabras.
Cuatro eran los hombres reunidos en torno al tosco hogar, donde crepitaba un vivo fuego, iluminándolos, así como al desnudo interior de la cabaña. Frenchie, Spike, Stubbs… y Rayburn el banquero de Uvalde.
Una dura sonrisa apareció en los labios de Cimarrón mientras se acomodaba para escucharles. ¡Con que aquel era el jefe secreto!… Lo había sospechado desde que tuvo conocimiento de su existencia y eso explicaba muchas cosas, aunque no todas. Ahora podría averiguar más, tal vez.
El cuarteto estaba enzarzado en animada conversación, y Frenchie hablaba ahora.
—¿Estás seguro de que ese dinero se hallará en el Banco cuando lo asaltemos, Payton? No me gustaría hacer el viaje de balde, pues el Banco de Laredo es cosa seria de asaltar…
—Te garantizo que estará allí — la voz del banquero sonaba un poco enfadada—. Trescientos mil dólares en oro y billetes sin marcar. Llegarán de Austin el martes veintidós, para pagar a todos los ganaderos de la zona que llevaron reses a Kansas y quieran dinero contante. Desde luego, no se les puede asaltar por el camino, pues llevarán una escolta, de rurales muy fuerte. Pero al día siguiente, en el Banco, la cosa resultará bastante fácil, ya que nadie esperará un ataque en pleno día.
—¡Hum! Es posible… ¿Dices que no habrán dificultades para salir con el dinero?
—No puede haberlas, si obráis con la cabeza. Desde luego, habrá un par de guardianes en el Banco, pero eso tiene poca importancia para vosotros. Y en cuanto al dinero, estará en la caja grande. Vosotros entráis como os he dicho, cargáis los sacos en el «sulky» y salís a toda prisa… Nada de tiros, si es posible…
—¿Y cómo quieres que matemos a Travers entonces, con un cuchillo?
—Exactamente.
—No me gusta. ese no es hombre para matarlo por la espalda. No me es nada simpático, bien lo sabes, pero no dejo de reconocer que es todo un hombre. Le daré la oportunidad de que saque su arma…
—Y cometerás una doble estupidez.
—Mayor fue la tuya y de Stubbs. Si os hubierais dado cuenta de la clase de individuo que es, en vez de obrar como lo hicisteis, hoy lo tendríamos francamente a nuestro lado.
—Vale más que se lo digas, jefe… — habló el segundo.
—¿Qué ha de decirme?
—¿Sabes de dónde vino Travers, Frenchie?
—De Kansas.
—Sí. ¿Pero de qué parte?
—¿De qué parte?
—De Hartville. ¿No te dice nada ese nombre, Frenchie?
Este había ahora proyectado la cabeza hacia adelante, con maligna expresión.
—¿Estás seguro de eso?
—Completamente. Y ahora, dime si aún sigues pensando en darle facilidades. Acuérdate de lo que hizo con Topeka…
—De modo que vino tras nosotros…
—Pude averiguar que era amigo de cierta familia que fue asesinada en Hartville por tres individuos desconocidos, y salió en su persecución…
—¿Por qué rayos no nos ataca a Spike y a mí, entonces? ¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—Tenía mis razones, como él debe tener las suyas para no haberlo hecho. Confieso que le tomamos mal las medidas Stubbs y yo a ese tipo… y ahora me estoy preguntando si no será algo más de lo que aparenta.
—¿Quieres hablar claro, con mil diablos?
—Hay muchas cosas en la conducta de ese Travers que nada me gustan. Podría ser un policía… o estar de acuerdo con ellos.
—¿Qué te hace suponerlo?
—Entre otras cosas, que fuera al rancho de Leather después de la caza que le dieron, que no matase a éste y los otros muchachos, cuando pudo hacerlo, y que se fuera luego a buscarte derechamente, pidiéndote un puesto en la banda, a sabiendas de que habíamos hecho mucho por quitarle de en medio. Y ya sabes que cuando se peleó con López en Piedras Negras tenía un compañero… Pudo ser un rural…
—¡Hum! Con todo, no le creo un policía. Pero si vino desde Kansas en pos nuestro, terminaré con su carrera, y pronto.
Las caras de los otros tres reflejaron satisfacción, y Rayburn dijo:
—Bien… Entonces vamos al grano. Voy a repetir el plan, para que no se os olvide ningún detalle. Llevarás doce hombres contigo, entre ellos a Travers diciéndole la verdad acerca de vuestro destino sólo cuando ya no pueda avisar a la policía, en caso de que esté en contacto con ellos. Tú y él entraréis en el Banco los primeros, mientras los demás toman posiciones en la calle, alrededor del edificio, y Spike, Martin y Haymes junto a la puerta. Cuando llegue Leather con el «sulky», será la señal para entrar en acción. Mientras los otros tres os guardan las espaldas, tú y Cimarrón sacáis el dinero de la caja y se lo vais pasando. Una vez conseguido eso, ordenas a Cimarrón que os cubra la salida. Martin ya estará preparado, y en el momento que le dé la espalda, le lanzará el cuchillo. En seguida echáis los sacos de oro en el «sulky», montáis a caballo y salís al galope. Lance y Mac Clocksley os estarán esperando en el Manzanita Arroyo con los caballos de refresco, cruzáis el río, y a esconderos en el rancho hasta que se cansen de seguiros la pista. Ya tienes el plano del Banco. No debe fallar el golpe. Con otros dos o tres más, podremos retiramos a disfrutar nuestras rentas.
—Y tú casándote con la ahijada de Vélez, ¿no?
—Así es. Últimamente hemos tenido algunos disgustillos, precisamente a causa de ese maldito Travers, pues a ella no hay quién la convenza de que es un criminal, todo porque la ayudó al caerse del caballo… Las mujeres son incomprensibles… Pero nos casaremos este otoño, pues tengo cogido a su tío con una hipoteca, y con su influencia y la mía, que no es poca, no habrán dificultades con sus padres. Al que no puedo hacer amigo es a ese maldito viejo de Vélez…, pero mientras deje su fortuna a Isabel, me tiene sin cuidado lo demás — terminó con una risotada, que corearon los otros.
—Si supiera que su ahijada va a casarse con un famoso granuja del Este, que además es el jefe de la banda más fuerte de la frontera, seguro que reventaba del berrinche, el viejo hidalgo — rió Frenchie—. Buena, pues que todo nos salga bien, y tú te cases con la chica y su fortuna… No puedes negar que te llevas la mejor parte del botín.
—Tampoco vosotros salís mal servidos.
—Supongo que nos dejarás besar a la novia…
—Conociéndote, Frenchie, no te dejaré acercarte ni a una milla… Bueno, Stubbs y yo nos vamos. Hemos de estar en Uvalde antes del amanecer.
—Nosotros descansaremos aquí un par de horas, y luego regresaremos a Comstock.
—Está bien. Y no te olvides de Travers. Es demasiado peligroso para dejarle vivo.
—Descuida, que ya me encargaré de que no haga más daño. Es presa mía…
Afuera, Cimarrón ya se estaba escurriendo hacia las rocas donde se hallaban los caballos de los bandidos.
Se agazapó detrás de ellas, esperando la llegada de Rayburn y Stubbs. Desde su escondite les vio aparecer en la parte de la cabaña, despedirse de los que se quedaban y acercarse a los caballos. Y cuando estuvieron allí, oyó la voz preocupada de Stubbs.
—Frenchie desconfía de ti, Payton.
—Déjalo que lo haga. No puede imaginar la que le espera en Laredo.
—¡Hum! ¿Crees que saldrá bien? Yo no las tenga todas… Y si fallara y él creyese que le habíamos preparado nosotros la encerrona, mal lo pasaríamos.
—No fallará. Tú ya sabes lo que te toca. Te apuestas en la ventana de la casa frontera al Banco con el rifle a punto, y apenas aparezca Frenchie, le metes dos o tres balas en el cuerpo. Lo demás ya lo harán los ciudadanos de Laredo… y los rurales…
—Es una jugada muy peligrosa, Payton…
—En absoluto, ya lo verás. Liquida a Frenchie, que es el peligroso, y los demás no deben preocuparos. Recuerda que nos espera una fortuna de mi matrimonio con Isabel Fresneda, y no podemos arriesgarnos entonces a que Frenchie nos haga objeto de chantaje…
Montaron a caballo, perdiéndose camino abajo. Con una irónica sonrisa a flor de labios. Cimarrón regresó junto a la cabaña. Aquel espionaje estaba resultando fructífero de veras.
Frenchie y Spike se encontraban ahora preparándose la cena, y durante unos minutos, su conversación no tuvo interés. Pero luego la adquirió enorme para Cimarrón.
—Ese Payton me da la impresión de que trama algo…—habló el segundo—, A decir verdad, nunca me gustó nuestra asociación con él, aunque reconozco que no podemos quejarnos.
—Puedes tener la seguridad de que trama algo — rió Frenchie—. Y yo también.
—¡Ah!… ¿Puedo saberlo?
—Desde luego. Si crees que me hace gracia trabajar para un maldito bandido del Este que se lleva la mitad de los botines sin exponer nunca el peligro, y encima aún se da humos de amo y persona superior, es que no me conoces aún, Spike. Hasta ahora les he aguantado a él y a ese mamarracho de Stubbs porque me convenía. Nos han sido útiles para bastantes cosas… Pero este golpe de Laredo acaba nuestra asociación.
—¿Qué piensas hacer?
—Muchas cosas… En primer lugar, está Travers. Si es cierto lo que ha dicho Payton, y creo que en eso no ha mentido, ese tipo nos ha venido siguiendo el rastro desde Kansas. Recuerda que en varias ocasiones descubrimos que alguien nos seguía… creyendo era la policía…
—Y era él. No me gusta nada eso, Frenchie. Ese tiene muchas agallas, y podría ser cierto que los rurales están tras él…
—No. Eso es una mentira de Payton para impresionarme. Travers caza solo. Pero a una pieza demasiado grande para él.
—¿Le mataremos en el Banco?
—Ésa sería una doble estupidez. No, señor, saldrá con nosotros sano y salvo… si no le matan los de Laredo en la huida. Una vez lejos de la población, le diré que hemos averiguado su juego y lo que aquí le trajo. Tendrá que sacar su arma, y entonces le matare
—Es muy rápido… Sería mejor lo del cuchillo.
—No seas idiota. No llegará ni a sacar, te lo aseguro. Y dejándolo en el camino, ayudará a mi plan.
—Bueno, dime de una vez cuál es éste.
—Bien sencillo. Largamos tú y yo con la pasta del Banco… y algo más.
—¡Rayos! ¡No estarás hablando en serio!
—Y tanto.
—Payton…
—Payton se callará, y aún tendrá que dar gracias de que la cosa quede así.
—¡Hum! No veo cómo vas a arreglártelas…
—Muy fácilmente. Escucha. Mañana mismo, te diriges con Jones y Kimball al rancho de los Fresneda. Esperarás una ocasión propicia, sobre el anochecer, y entonces raptarás a Isabel Fresneda. Os será fácil, pues suele pasear a caballo casi todas las tardes en compañía de un peón. Lo sé por Payton. En cuanto la tengáis, la llevas al cañón del Lobo, ya sabes dónde es, y la dejas allí con los demás, viniendo a reunirte con nosotros para asaltar el Banco. Payton sabrá en seguida quién la raptó… y lo pensará dos veces antes de hacemos una jugarreta. Después, yo pondré mi precio por liberarla. Todo el botín para nosotros dos, cien mil de rescate, que pagarán sus parientes, y… — se detuvo, y se le contrajo el rostro en una expresión odiosa—. Una o dos noches de la chica para mí, Payton se casará con ella, pero yo tendré sus primicias. Es demasiado bonita esa chica para dejársela a él entera…
—Te matará si lo haces, Frenchie… Yo que tú, dejaría tranquila a la muchacha. El viejo Vélez y él tienen demasiada influencia…
—El viejo Vélez nada podrá hacer, sino considerarse muy contento de que Rayburn quiera cargar con su sobrina en tales condiciones. Y Payton callará y se quedará quietecito, por la cuenta que le tiene. Luego, tú y yo nos largaremos a California. Aquella es una gran tierra para gente como nosotros, con dinero en cantidad…, y la fortuna del amigo Payton como reserva.
Sigilosamente, Cimarrón salió de allí, reemprendiendo el regreso hacia donde tenía su caballo. La sangre le hervía, y lo estaba viendo todo rojo. A dejarse llevar por sus impulsos, habría entrado en la cabaña resolviendo a tiros la situación y dando a aquellos dos forajidos lo que se merecían. Pero la razón le refrenó los violentos impulsos, diciéndole que no era éste el camino. Ahora tenía en las manos todas las bazas de aquel juego… y no le iba a fallar.