EPILOGO

RECOBRÓ la conciencia para notar que estaba atardeciendo, y un rayo de sol, que traspasaba el follaje de un árbol copudo entraba a través de una ventana enrejada en una habitación desconocida, donde él se encontraba, al parecer. Luego no había muerto…

Torció a la derecha la cabeza, con lo que le pareció un esfuerzo agotador, no viendo a nadie. Sentía una tremenda opresión en el pecho, y cuando, con enormes dificultades, consiguió llevarse allí la mano, notó que lo tenía completamente vendado. Todo su cuerpo era una masa rígida y doliente. Estaba vivo, no cabía duda… Pero, ¿dónde estaba?

Torció al otro lado la cabeza… y vio a Isabel.

La muchacha estaba dormida en una butaca, al lado de la cama. Y una intensa alegría le llenó el espíritu. Isabel allí… cuidándolo…

La llamó quedamente, con una voz que no reconoció de tan débil como le sonara, y ella se incorporó con un leve grito, mirándole con intensa alegría.

—¡Felipe!… ¡Gracias a Dios!…

Saltando de la butaca, se inclinó sobre él con una expresión que le enajenó. Cimarrón diose cuenta de que estaba más pálida y enflaquecida que la última vez que la viera, así como de los grandes cercos violeta de sus ojos. Pero ninguna duda podía caber respecto al sentimiento que ésta reflejaba.

—¿Cómo te encuentras, mi vida? — le susurró, acariciándole la frente.

—Estoy en el cielo…, y si alguien me da un beso, se me pasará todo mal.

Ella le dio dos. Y luego le miró radiante.

—Dios y la Santísima Virgen han oído mis plegarias y te han salvado para mí. Nadie creía que te salvarías… pero ellos han hecho el milagro.

—¿Cuánto… tiempo…?

—Has estado tres semanas justas entre la vida y la muerte, querido… Hoy es el primer día que abres los ojos desde que te trajimos a casa…

—¿Tres semanas…?

—Sí. Nadie te daba más de tres días de vida… menos yo. Y ahora… — le miró con enigmática sonrisa—. ¿Estás lo bastante fuerte como para recibir una gran sorpresa?

—¿Qué clase de sorpresa?

—Una que no puedes imaginar.

—Pues creo que sí…

—Entonces, espera.

Se apartó del lecho, dejándole hondamente intrigado, y la oyó abrir la puerta y llamar desde allí.

—¡Padrino, míster Muldoon, padre, mamá!… ¡Vengan todos, Felipe ha despertado!

Un momento después estaba junto a él, con los ojos brillantes.

—Prepárate a recibir una muy gran sorpresa, Felipe.

Él la miró extrañado, incapaz de adivinar a qué se refería. Luego, cuando tres hombres y una mujer entraron en su campo de visión, se atensó intuyendo… lo increíble.

Un caballero alto, de cabellos casi blancos y nobles facciones, iba delante y se le acercó, visiblemente emocionado.

—¿Cómo te encuentras, hijo?

Hijo… Algo muy potente y cálido estaba llenando las venas de Cimarrón. Hijo… Fuera de los ojos, era como si él mismo se estuviera viendo en un espejo… con treinta años encima… Volvió la incrédula mirada a Isabel, que le afirmó conmovida:

—Es tu padre, Felipe. Mi padrino…

—Así es, hijo — el caballero estaba hablando con voz hondamente emocionada—. Más de veinte años he estado buscando alguna noticia tuya y de tu madre, sin resultado alguno. Y ahora, la Providencia te ha devuelto a mí.

No cabía duda. Era su padre… Nadie podría negarlo viéndoles a los dos. Tenía un padre… y éste era nada menos que don Miguel de Vélez, el rico hacendado…

Él, Cimarrón, era un Vélez, un caballero. ¿No era esto un milagro?

—Padre… — le sonaba raro el nombre, y dulce al mismo tiempo—. Es… extraordinario. ¿Cómo…?

—Yo lo supe en cuanto me dijiste el nombre de tu madre — terció Isabel—. El padrino y yo habíamos hecho muchas veces conjeturas sobre lo que os podría haber pasado. Y cuando me enseñaste el medallón y la sortija, no tuve ninguna duda. No las tenía desde que te vi sin la barba… Os parecéis tanto… Por eso te pedí que me dejaras tus recuerdos.

—Ella me los trajo, dándome la mayor alegría de mi vida, Felipe. Durante años he sufrido mucho. Tu madre… Nos queríamos, pero nunca llegamos a entendernos del todo. A ella le contaron ciertas cosas embusteras… y las creyó. Era muy celosa. Huyó de aquí contigo mientras yo me encontraba de viaje, para reunirse con su familia en Nueva York, y no volví a saber de vosotros, a pesar de todos mis esfuerzos. Ella… la pobre… Has de llevarme donde está enterrada, para que recemos juntos sobre su tumba…

—Bueno, ahora no deben ponerse tristes — terció Muldoon—. Amigo Cimarrón, me alegro de que la aventura haya tenido para usted tan magnífico e inesperado final. Y añadiré algunas cosas de mi cosecha.

—¿Qué fue de la banda?

—Liquidada. Su pelea con Frenchie pasará a la historia, muchacho. Le metió cuatro balas en el estómago, aparte de matar a Brynes… y ellos a usted cinco en el cuerpo. Nadie daba un centavo por su vida cuando le recogimos… pero no contábamos con la señorita Fresneda.

—Así es, hijo — habló don Felipe, mientras la muchacha se ruborizaba—, a ella le debes la vida. No se ha apartado de tu cabecera ni un solo momento, en estas tres semanas. A la fuerza, teníamos que hacerla dormir…

Ella protestó débilmente, roja como una cereza, mientras Cimarrón la miraba apasionado.

—Yo no… Ha sido la Virgen…

—Has sido tú… y creo que mi hijo sabrá pagártelo… — sonrió don Felipe, aumentando las sonrisas de los demás y azoramiento de ambos amantes.

Luego siguió Muldoon:

—Bueno, proseguiré con mis noticias. Liquidamos a toda la banda en la plaza, sin que escapara uno Y a Stubbs lo atrapamos con las manos en la masa, donde usted nos dijo. No le valieron excusas. En cuanto a Rayburn, le cogimos en el Hotel del Norte, donde por lo visto esperaba el buen resultado de su plan. Quiso negar las acusaciones, pero había demasiadas pruebas en su contra. Recibimos noticias de Nueva York. Allí estaba reclamado como jefe de banda, por numerosos robos y asesinatos. Se había escapado de un penal y se vino al Oeste, cambiando de nombre y creándose una falsa y honorable personalidad, que le sirvió para organizar la banda. Cuando se vieron perdidos, cantaron de plano y pagaron por todo… Y lo más gracioso del caso es que hubieran seguido sus planes con éxito hasta el fin… a no ser por cierta caída de caballo…

Todos le miraron intrigados.

—¿Y eso?

—¿Sabe usted por qué le armaron aquella trampa de Uvalde?

—Siempre creí que porque sospecharon…

—Nada de eso. Fue simplemente porque Rayburn le cogió inquina después de la discusión que tuvieron delante de la señorita Fresneda, y la subsiguiente que tuvo con ella. Entonces dio orden a Stubbs de que le eliminara de modo que él no apareciese mezclado, para evitar posibles sospechas de la señorita. Y como esa pareja no podía inventar nada fácil, planearon todo aquel lío…, que le metió a usted de cabeza en sus asuntos, y les ha costado la suya.

—Pues ya ve cómo los celos de Payton le llevaron por un camino muy distinto, a encontrar a su padre, su hogar… y algo más, si no me equivoco.

De nuevo se azoró la pareja ante las miradas risueñas de los otros. La madre de Isabel, una dama aún joven y muy hermosa, terció en la conversación:

—Felipe, nosotros estamos muy contentos de todo esto, tanto como no te puedes figurar. Isabel nos ha hablado mucho y… bueno, quiero que sepas que nos dará la mayor alegría de nuestras vidas, a su padre y a mí, el veros casados.

—Y yo espero ser el padrino — habló Muldoon.

Cimarrón carraspeó, azorado.

—Pero, yo…, nosotros… aún no ¡hemos hablado de eso!

—Pues ahora vais a tener tiempo, mientras te repones, hijo. Y en cuanto estés curado y fuerte, os casaréis. Quiero ver este rancho lleno de pequeños Vélez.

—¡Padrino, por favor…!

Un rato más tarde, solos dos enamorados nuevamente, Cimarrón la llamó:

—Isabel…

—¿Qué…, querido?

—Dime, ¿de veras querrás casarte conmigo?

—No tengo otro remedio. Recuerda que pasamos juntos… y solos, tres noches. Ningún hombre se casaría conmigo después de eso…

La cara de él era todo un poema ahora.

—Bueno, yo no pensé… Me casaré contigo, Isabel, pero diré a mi padre y a los tuyos…

Ella le cortó las palabras con un beso.

—Nada dirás a nadie, tonto. Lo que ahora vas a hacer es curarte pronto. Quiero que me lleves al altar para mi cumpleaños… y faltan sólo tres meses.

Cimarrón no tuvo el menor inconveniente en prometérselo. Muchas eran las cosas extraordinarias que le habían ocurrido desde que la vio por vez primera…, pero nunca imaginó un final tan maravilloso como aquel.


FIN