CAPITULO XVII
FRENCHIE TAYLOR no las tenía todas consigo mientras avanzaba con su hueste sobre Laredo. Dos hechos igualmente inquietantes contribuían a desazonarlo. Spike no se había presentado la noche antes en el lugar convenido para darle cuenta del resultado del rapto… y nada se sabía de Cimarrón. El primero podía haber sufrido algún contratiempo, pues se sabía que el rapto de la señorita Fresneda había movilizado centenares de hombres en su busca, y tal vez por eso su lugarteniente no pudo llegar a tiempo a la cita convenida… en cuyo caso, lo encontraría en Laredo, de seguro… Pero Cimarrón…
Este debió haber regresado de su exploración a Quemado días atrás, y no solamente no lo había hecho, sino que nada se sabía de él. Y tratándose de quien se trataba, esto era lo más peliagudo… y peligroso. Por su gusto, habría demorado el atraco hasta averiguar el paradero del hombre que había venido desde Kansas siguiéndole la pista para matarlo, y tan sumamente peligroso sé había mostrado. Pero aquella era una oportunidad única, que no podía desperdiciar, máxime porque, en cualquier caso, su asociación con Rayburn estaba ya prácticamente deshecha, pues el otro sabría perfectamente a estas horas quién era el raptor de la señoría Fresneda…, y por qué. Así, primero estaba el atraco. Luego, con los cuatrocientos mil de él y el rescate de la joven, California… Spike era un estúpido, y podría resultar peligroso. Una bala lo quitaría de en medio en cuanto estuviesen lejos de Texas. Los demás no tenían la menor importancia. Se llevaría a los más peligrosos, Leather y Kayes, con el dinero: los demás se desperdigarían para eludir la persecución, como de costumbre. Entre Spike y él darían buena cuenta de los otros dos en cualquier sitio a propósito, y después se encargarían de los que quedaron con la muchacha. Rayburn callaría, por la cuenta que le tenía hacerlo. Y luego…
Pero antes tenía que buscar y matar a Cimarrón. Era demasiado peligroso para dejarlo vivo a sus espaldas. ¿Dónde estaría ahora? Cualquier cosa daría por saberlo…
Leather Brynes se le acercó. Iban con otros dos por el ancho camino, y ya se divisaban las casas de Laredo.
—Me escama mucho que no haya aparecido Spike ya… —le dijo preocupado —y aún más que ese maldito Cimarrón no haya dado señales de vida. ¿Estás seguro de que nada sabe de este asunto en Laredo? Pudo haberos espiado…
—Nada puede saber. Le envié a Quemado a propósito, y estuvo allí; recuerda que Asthon lo vio y habló con él. Puede que ande por cualquier parte indagando cosas… o que le hayan pegado un tiro, lo que mal me sabría.
—Puedes descartar esa suposición Si no lo matas tú, creo que ni el diablo se atreverá a ganar los mil que dan por su pellejo. He estado pensando… Tal vez se haya enterado del rapto de la señorita Fresneda y ande buscándoles la pista a los raptores. Por lo que Stubbs me dijo, ella le ayudó cuando los de Uvalde y se ha peleado con Payton por su causa. Tal vez él se haya enamoriscado de la chica… lo que no tendría nada de particular.
—¡Hum! — aquella era una contingencia en que Frenchie no había caído, y que le pareció interesante—. Sí, puede que tengas razón…
—Casi seguro. Y si es así, mal me huele el que Spike no haya aparecido. Ese Cimarrón es un mal enemigo, le sé por experiencia.
—Él no puede saber dónde la llevaron. Y, bueno, ya me encargaré yo de él en cuanto terminemos lo del Banco hoy.
—¿Crees que saldrá bien la cosa?
—¿Por qué no ha de salir?
—Qué sé yo… Pero nada me gusta el cariz que va tomando el asunto.
—El único que puede traicionamos es Payton… y por eso le quité la novia como rehén. Si algo pensó, esto le hará dejarlo. Conmigo no se juega.
—Bueno, ojalá todo salga bien, pero tengo un presentimiento…
—Pues guárdatelo para ti. Y si tienes miedo, aun estás a tiempo de largarte.
—Sabes que no es eso. Bien, ya estamos en Laredo.
Estaba cercano el mediodía y el calor era tremendo, hasta el punto de hacerse casi paralizado la vida en el exterior. Las calles aparecían desiertas bajo el quemante sol, y en los porches de las verandas dormitaban los mejicanos, sin fuerzas al parecer ni para mirar a los que pasaban. Las casas tenían cerradas puertas y ventanas para conservar un poco de fresco, y el viento abrasador del Sur barría la calle removiendo el follaje de los árboles plantados de trecho en trecho para ensombrecerla.
Los cuatro bandidos llevaron sus caballos al paso, con todos los nervios tensos y la mirada escudriñando los menores detalles de lo que les rodeaba. Y así llegaron sin tropiezo a la plaza, en uno de cuyos extremos se alzaba el Banco.
—Ya están todos en sus puestos — habló Leather con voz tensa—. Mira a Dobbs y a Mac Cloaksley allí…
Frenchie no precisaba aquella indicación. Su mirada penetrante había localizado ya a los hombres estratégicamente situados alrededor de la plaza y que parecían estar matando el tiempo de diversos modos. También estaba el «sulky» parado frente al Banco, y en aquel momento, un hombre descendía de él, miraba hacia ellos y subía a la veranda, yendo hacia la puerta. Sonrió duramente; había cambiado un poco el plan original de su compinche, para estar más seguro contra una posible traición. Y sus hombres no le fallaban. Todo iba al minuto…
Los dos que les acompañaban se habían quedado rezagados al entrar en Laredo, y ahora estaban cincuenta metros a su espalda. El y Leather avanzaron despacio hasta llegar junto al cochecillo. Uno de sus hombres estaba fumando perezosamente recostado contra un poste de la veranda, y cuando subieron a ella les habló entre dientes, sin mirarles ni moverse.
—Camino libre. No hay peligro a la vista. Daos prisa…
Por un instante, los dos forajidos se pararon ante la puerta del Banco. Luego, Frenchie la empujó, con una dura sonrisa a flor de labios.
El local estaba prácticamente vacío de clientes, pues sólo se veían un par de ellos, uno mejicano y otro americano, cambiando dinero en una ventanilla. Detrás del enrejado, los tres o cuatro empleados parecían apáticos, y les miraron suspicazmente al entrar. A un lado, el bandido que les precediera estaba contando despacio unos billetes, junto a otra ventanilla. La gran caja fuerte aparecía cerrada, y el director, en mangas de camisa, como todos los demás, trabajaba junto a ella en su mesa. El ambiente era pesado, y también estaba lleno de tensión, aunque Frenchie lo achacó a la suya propia. Él y Leather se pusieron a la cola de los que cambiaban su dinero, preparados para actuar. Si no les fallaban los cálculos, dentro de un minuto comenzaría la cosa…
El mejicano cobró su dinero y se apartó de la ventanilla, yendo hacia la puerta. Frenchie y Leather, fingiendo una total indiferencia, estaban sintiendo una rara tensión, algo como un recelo de peligro… La diestra del segundo se acercó a la culata de su revólver…
Cuando el mejicano llegaba a la puerta, ésta se abrió y entraron los otros dos bandidos. En el mismo instante, las manos de Frenchie se dispararon a sus costados, apareciendo armadas.
—¡Arriba las manos todo el mundo! ¡Que nadie se mueva!
Fue extraña la rapidez y el silencio con que le obedecieron… como si hubiesen estado esperando su orden. Todos los empleados aparecían pálidos, pero serenos, así como los dos clientes. Pero Frenchie no se detuvo a analizar su rara conducta.
—¡Vamos! ¡Vosotros, cubridnos las espaldas!
Rápidamente, abrió la puerta de comunicación con el departamento de personal, y se metió dentro, seguido de. Leather. El director del Banco se había puesto en pie, y les estaba mirando con temor, pero como si hubiese estado esperando el atraco… actitud que por primera vez llenó de recelos a Frenchie.
—¡Abra esa caja, aprisa!
El hombre salió parsimoniosamente de detrás de la mesa.
—De modo que es un atraco… Bueno, no creo que les valga gran cosa… En la caja apenas si hay un par de miles…
—¿De veras? Pues no son esas mis noticias… ¡Abra aprisa!
Encogiéndose de hombros, el director obedeció con manos que temblaban ligeramente. En la sala podía escucharse el zumbar de una mosca. Los dos clientes del Banco habían sido obligados a ponerse de cara a la pared y se les había despojado de las armas. Los empleados estaban ahora siendo empujados por la amenaza de las pistolas de los atracadores a un extremo del local. Estos, ya veteranos en atracos a Bancos, se movían sin un fallo, pero también estaban sintiendo la influencia del ambiente. Aquel no haber una protesta, un sobresalto… aquella docilidad… Era como si se les estuviese esperando… y a pesar suyo, se pusieron nerviosos. Dos de ellos, los últimamente llegados, se apostaron a ambos lados de la puerta de entrada, cubriendo la sala y sus ocupantes, mientras el tercero vigilaba la cerrada puerta de comunicación con el interior, y Frenchie y Leather esperaban impacientes a que el director abriera la caja.
—¡Apúrate, si no quieres que te descerraje un tiro! — apremióle el primero con voz silbante.
—Estas cajas cuestan de abrir…
—¡Pues date prisa, o te pesará!
Las manos nerviosas del director terminaron su tarea, y abrieron la pesada puerta. De un tirón, Frenchie lo hizo a un lado, y guardándose el revólver izquierdo, abrió la caja de par en par.
En el interior de ésta algunas pilas de monedas de plata y oro, unos pocos fajos de billetes pequeños… y nada más.
Un rugido de rabia escapó de la garganta de Frenchie, que se revolvió salvajemente hacia el banquero.
—¿Dónde está el dinero? ¡Habla pronto, o te mato!
—Ya le dije… Es todo el que…
La armada diestra de Frenchie le golpeó brutalmente en la cara, haciéndole caer con ella ensangrentada, y medio desvanecido.
—¡Mentira! ¿Dónde están los trescientos mil dólares del envío de Austin?
—No hay tal envío… Nada sé de eso… Le digo la verdad… Hasta anteayer teníamos aquí algo más de cien mil, pero se los llevaron a Austin…
Frenchie y Leather cambiaron una mirada. En los cerebros de ambos estaba surgiendo la misma sospecha.
—¿Entonces… no hay dinero?
—Nada más que el que ven… y lo que hay en los cajones.
—¡Maldito sea Payton, nos ha engañado! — rugió Leather. La cara de Frenchie expresaba una rabia asesina.
—¡El hijo de perra! ¡Lo mataré por esto!, pero antes sabrán que Rayburn el banquero es un bandido huido. ¿Lo oyes bien? — Se encaró al director — Scott Rayburn, de Uvalde, es en realidad Scott Payton, buscado por robo y asesinato por la policía de Nueva York y fugado de presidio. Él nos dio el dato y tal vez nos ha preparado una trampa…
—Te equivocas, Frenchie. La trampa la preparé yo.
Cual si les hubiera picado un crótalo, así, se revolvieron ambos bandidos hacia la pequeña puerta que había estado cerrada en apariencia. Cimarrón estaba ahora allí… y su revólver les apuntaba firme.
—¡Quietas las manos! La plaza está rodeada y también el Banco. Tirad las ar…
Frenchie tenía uno de los revólveres en la funda y el otro empuñado, pero en una posición de clara desventaja para disparar contra Cimarrón. Leather podía hacerlo… jugándose la vida en el envite. Los otros tres quedaban un tanto desenfilados…
Fue el primero quien inició el tiroteo. Su mano izquierda bajó velocísima, mientras giraba sobre sí, disparando. Cimarrón lo hizo al mismo tiempo y Leather también. En aquel instante, dos de los empleados entraron en acción, echándose tras el mostrador y extrayendo revólveres ocultos, mientras la puerta que vigilaba el bandido que primero entró en acción se abría de golpe dando paso al capitán de Rurales, revólver en mano y disparando.
En un instante, el interior del Banco se llenó de humo y estruendo de disparos. Cimarrón había tirado bajo, y en el mismo instante que veía doblarse a Frenchie bajo el impacto de su bala, sintió un golpe violento en la parte derecha del pecho, y otro balazo en el costado izquierdo. Disparó de nuevo mientras se tambaleaba, esta vez contra Leather, pegándole debajo de la tetilla derecha y tirándole contra el mostrador.
El Director se había zambullido tras su mesa, así como los verdaderos empleados, y los dos rurales que se habían fingido serlo estaban cambiando balas con los tres bandidos de la parte exterior y otros dos que acudieron en su ayuda. Maldoon había acabado con el que vigilaba la puerta, no sin recibir a su vez un balazo.
Pero Cimarrón no tenía tiempo de ver todo aquello. Frenchie había sacado su otro revólver, y sobreponiéndose al dolor de su herida, le disparó. A diez pasos no podía fallar… ni Cimarrón. Los dos se acertaron plenamente… aunque no se mataron. Cimarrón sintió cómo una lanza de fuego le atravesaba el pecho, se le nublaron los ojos y se le doblaron las rodillas. Cayó, sin soltar el revólver, vio a Leather que se enderezaba tambaleante, apuntándole con el suyo y levantó su propia arma con un esfuerzo sobrehumano, apretando el gatillo.
La bala de Leather le raspó el hombro izquierdo, pero la suya, más certera… por haberla disparado tres décimas de segundo antes, le pegó entre los ojos, lanzándolo hacia atrás con un alarido de agonía.
Todas las energías vitales parecían estar huyendo al galope del cuerpo de Cimarrón, y algo como una niebla le empañaba la visión. Luchó desesperadamente por no perder la conciencia, y se incorporó, apoyando la espalda en la pared. Diez pasos más allá, Frenchie Taylor, con dos balas en el vientre, estaba haciendo lo mismo. Había perdido uno de los revólveres y se apoyaba en la caja fuerte para enderezarse. El odio y la rabia, el fiero deseo de morir matando, enfrentaron de nuevo a los dos famosos pistoleros. Casi -al unísono se alzaron sus armas, y sus dedos engaritados apretaron los gatillos una, dos veces… en rápida sucesión.
Cimarrón sintió cómo las balas desgarraban sus carnes con un dolor sordo y lacerante, y cómo las fuerzas huían de él súbitamente. A través del negro velo que parecía espesarse ante sus ojos, vio a Frenchie soltar el revólver, crispar el rostro en una mueca .trágica y llevarse ambas manos al vientre, doblándose lentamente sobre sí mismo para caer despacio, despacio…
El mismo estaba cayendo despacio, escurriéndose pared abajo, al suelo, mientras el revólver se le escurría de los dedos. Luego perdió la noción de las cosas. Su último recuerdo lúcido fue el crepitar de disparos en la plaza, y los gritos que sonaban a su alrededor. Su último pensamiento, que había vengado a sus amigos, los Salton. Ahora podía morir…