CAPITULO IX

LOS hombres no aparecieron hasta el atardecer, ni siquiera los tres que Cimarrón halló con Leather en el rancho… y que probablemente fueron a avisar a los otros su presencia. Llegaron en grupo, como si de este modo buscaran destruir las posibles sospechas de Cimarrón, y éste se dijo que pocas veces había visto un equipo de más bronco e inquietante aspecto. Como los rurales no habían aún descubierto esta cueva de lobos que era el rancho de Brynes, resultaba incomprensible para Cimarrón, pero se aseguró a sí mismo que a él no iban a tomarlo desprevenido.

Los siete desmontaron en el patio y avanzaron hacia la veranda, donde él y Leather les esperaban. El ranchero-bandido alzó la voz en tono cordial.

—¡Hola, muchachos! Voy a presentaros a Travers, de Kansas, del que ya todos hemos oído hablar bastante últimamente. Va a quedarse aquí, con nosotros. Travers, estos son Herb Wilson, Topeka Charlie, Walt Anderson… y Rush Crawley. A Lance, Morgan y Ken-ton ya les conoce.

—Sí… Encantado de conocerles, muchachos… Veo que parecen haber tenido un día de mucho trabajo…

La ironía de su voz hizo mella en los otros, aumentando su hosquedad. Especialmente Crawley, hombre de tez cetrina y pelo oscuro, con dos ojos hundidos en las cuencas que le estaban mirando fijo. Fue él quien habló ronco:

—De modo que tú eres Travers, ¿eh? Y has matado a Myers…

—Así es — la voz de Cimarrón tenía fría suavidad de acero—. Él quiso matarme y le falló. Azares del juego…

—Lance me ha dicho que piensas quedarte con su caballo…

—Exacto. ¿Tienes tú algo que objetar? Me dijeron que eras su amigo…

Los otros, Leather incluso, se apartaron a los lados contemplando la escena con curiosidad, pero sin calor. Crowley se encogió con cara purpúrea.

—Tengo mucho — habló ronco.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Con palabras… o con hechos?

—¡Maldito…! — las manos de Crowley se fueron veloces a sus armas…, pero no llegaron a ellas. Una seca detonación restalló en el tenso ambiente y el hombre lanzó un grito de dolor, quedando mirándose como atontado la mano derecha, cuyos nudillos y dorso sangraban ahora escandalosamente.

—Tal vez esto te enseñe a ser sensato — habló la fría voz de Cimarrón—. No he querido agujerearte esa fea cabezota porque me daba lástima liquidar a un burro lento, como tú. Pero la próxima vez no seré tan blando de corazón.

El silencio era ahora casi una cosa física. Todos aquellos hombres, incluso el herido, sabían bien que no había bravata en las afirmaciones de Cimarrón… y acababan de comprobar la clase de pistolero que éste era.

Leather avanzó con cara fosca.

—Bueno, basta de tiros y de tonterías. Guárdese ese revólver, Travers; hemos visto cuán endemoniadamente rápido es, si era esto lo que deseaba. Y tú, idiota, da gracias a que se limitó a estropearte el ala y no esa calabaza repleta de serrín. Anda a curarte. Herb, acompáñale. Vosotros, venid adentro.

Fue obedecido mientras Cimarrón reponía el cartucho disparado y se guardaba el arma, seguro de que ya no intentarían nada contra él por el momento. Una vez en el comedor, todos se sentaron a la gran mesa en espera de la cena. Topeka Charlie, un mozo espigado con cara de indio y sonrisa cruel, no le quitaba ojo a Cimarrón, y al fin le interpeló:

—Oiga, Travers, ¿no le llamarán por casualidad Cimarrón?

Los ojos de Travers se cuajaron.

—No por casualidad. Así me llaman.

—Ya me lo figuraba…

—¿Qué hay con eso, Topeka? — inquirió Leather. Todos parecían interesados.

—Bueno, vosotros sois del Sur, y por eso no podéis saberlo — habló el aludido, ensanchando su inquietante sonrisa—. Pero se nos ha metido en casa un pistolero de primera fuerza, muy conocido al norte del río Rojo… aunque nunca bajó tan al Sur…

En su última frase latía la desconfianza. También Cimarrón estaba haciéndose preguntas sobre este Topeka Charlie. E inquirió a su vez:

—Por lo oído, también es de Kansas, ¿no?

—Sí. Y es mucho lo que tengo oído de usted por

allá…

—¿Tanto, Charlie?

Lance había hecho la pregunta. Herb y Crawley entraban entonces.

—Tanto. Todos vosotros habéis oído hablar de Hickok, ¿verdad? ¿Cuál es vuestra opinión de él?

—No hay quien pueda enfrentársele con un revólver en la mano, eso lo sabe todo el mundo… Pero no irás a decir que éste lo hizo…

—No. Sólo le ayudó una vez contra Wally Hotchkins, Clay Mac Clure, Two Guns Archer y Killer Stevens, en Abilene. Esos cuatro eran de lo mejorcito que había en Kansas hará unos cuatro años… y apenas si llegaron a disparar. Hickok felicitó entonces a este hombre públicamente, diciéndole que era tan bueno como el primero… y ya sabéis lo que eso significa, diciéndolo él.

Sí que lo sabían… Lo expresaron sus caras. No sería por delante por donde le vinieran las balas desde ahora, se dijo Cimarrón, con fría sonrisa.

—Veo que estás bastante enterado de mi vida, Topeka — habló calmoso—. ¿Hace mucho que saliste de Kansas?

—Sólo tres meses, en mi última visita. Aquello se puso caliente en demasía… Y ahora que recuerdo… Oí que te habías hecho ganadero, o algo así.

Los dos se tuteaban ahora. Y Cimarrón estaba sintiendo algo malo y potente correrle por las venas mientras miraba a este hombre joven, de cínica sonrisa y ojos de serpiente. Tres meses que salió de Kansas…

—Sí — repuso—, me dediqué a eso. Pero tuve una dificultad con alguien allá en Dodge, y me vi obligado a resolverla a tiros. Así que decidí venirme para acá per una temporada.

—Stubbs me contó que dijiste al sheriff de Uvalde que no te buscaba la justicia — intervino Leather con vez tensa.

Cimarrón se volvió despacio.

—Y así es. Pero mi contrario tenía muy poderosas amistades. De seguir en Kansas, me habría ganado una bala por la espalda cualquier día. Y no me arriesgo tontamente… como muchos.

—Ya — parecía descargada la tensión—, Pues siendo así, mucho me alegra tenerte con nosotros. Confieso que te habíamos tomado mal las medidas. Ahora, espero que te sientas a gusto aquí y pronto encontraremos un buen trabajo para ti. Nada de poca monta, sino algo digno de tu fama.

Si había doble intención en sus palabras, su cara no le traicionó. Y por su parte, Cimarrón nada dijo o hizo que indicase a los otros cuán alerta y receloso estaba.

La cena transcurrió cordialmente. Todos parecían deseosos de mostrarse amigables ahora…, demasiado deseosos. Incluso Crawley parecía haber olvidado su mano malamente estropeada, lo cual resultaba significativo. Después de la cena se inició una partida de póker a la que Cimarrón fue invitado… y en la que ganó una veintena de dólares. El licor era bueno, y también los cigarros. Sí, no se privaban de muchas cosas allí…

Pasada la media noche se inició el desfile, y Cimarrón inquirió por su dormitorio. Leather le contestó:

—Dormirás aquí, en la casa. Hay habitaciones de sobra, y en el dormitorio de peones no queda sitio.

Cimarrón disimuló una sonrisa. Había visto el alojamiento de peones, y por lo menos sobraban media docena de sitios. Leather había dado un tropezón…

Sin chistar, subió su equipo a la habitación del piso alto que se le había destinado, y que ciertamente valía más que el dormitorio de peones. Sólo que aquí necesitaría recorrer todo un pasillo, bajar la escalera y cruzar el salón-comedor para salir al exterior… Un recorrido muy largo, sobre todo para hacerlo a oscuras y con probables escuchas emboscados…

Apenas se fue Leather, deseándole las buenas noches, examinó el cuarto.

Era bastante grande y no mal amueblado. La ventana, un tanto alta, tenía una reja de hierro, de barrotes demasiado delgados para despertar suspicacias, no menos eficaces para el objeto que se proponían al alojarlo allí. Dejarlo imposibilitado de salir mientras enviaban un mensaje a Stubbs. Sonrió. Estos téjanos le habían tomado mal las medidas…

Se descalzó, sacando luego de la bolsa un par de mocasines indios y poniéndoselos. Hecho esto, abrió con cuidado la puerta y salió al oscuro pasillo.

El rancho había sido construido durante el dominio mejicano, aunque más tarde se ampliara, y al venir, Cimarrón había observado una serie de ventanas sin reja sobre el ala derecha de la casa. Podían ser difíciles de alcanzar, pero si lograba llegar a ellas no le costaría mucho deslizarse al suelo con ayuda de una cuerda…

Avanzó pegado a la pared, haciendo menos ruido que una lagartija, hasta el arranque de la escalera. Allí miró hacia abajo… y se ensanchó su sonrisa al ver la sombra que se movía a un lado, en el extremo de su campo de visión.

Volvió sobre sus pasos, dirigiéndose al ala antigua de la casa y tanteó las puertas hasta dar con una que cedió. La luz de un fósforo, oculta entre las manos, le reveló una estancia pequeña y vacía, con una ventana al fondo por la que a duras penas podría pasar un hombre delgado.

Apagando el fósforo, llegó a la ventana, deslió la reata que había traído y la ató a su rifle. Luego se metió por la ventana, aunque con cierta dificultad, y ojeó fuera.

Estaba mirando a la parte trasera de la casa… y todo era oscuridad. Sobre la oscura pared de adobes, su cuerpo sería difícilmente notado, a no ser que hubiera alguien cerca. Pero no vio ni oyó nada que lo indicase.

Esta vez se deslizó fuera con los pies por delante, en un esfuerzo acrobático, y apoyado en el alféizar fue subiendo el rifle hasta encajarlo en la ventana. El resto de la bajada resultó cosa de niños.

Una vez en el suelo, dejó caer el rifle despacio hasta que la cuerda quedó floja, enrolló al otro extremo en una lazada que incrustó en una grieta de la pared, y se apartó de ésta. Tenía su propia idea sobre lo que pasaba y ésta no le falló. Cuando llegaba al cobertizo de los caballos, oyó voces dentro, y al poco salieron de él dos sombras, una conduciendo un caballo ensillado de la brida. La otra hablaba… y era la voz de Leather.

—No lo olvides. Lleva el caballo de la brida hasta salir de los corrales, y no lo pongas al galope hasta haber pasado el arroyo. Ese Cimarrón debe de estar recelando algo y no me fío de él.

—Seguro que recela. Es un tipo peligroso en extremo, recuérdalo. Ya viste cómo «sacó» frente a Rush.

—Sí. Y también cómo trajo a Myers esta mañana. Desde luego, es un tipo con agallas. Se huele que Stubbs le preparó una trampa mortal, y también que le estabais esperando para liquidarle, y no obstante, aquí le tenemos, metiéndose de cabeza en la cueva del león… Y yo me preguntó por qué…

—Yo daría mil dólares por saberlo.

—¿Temes que sea un policía?

—Eso no. Por lo menos, no lo era cuando tuve las últimas noticias suyas. Pero me huele a mentira esa historia de dificultades. Él nunca huyó por ninguna dificultad. Y en cuanto a su prudencia…

—Sí, igual me pasa a mí. Por eso necesito que llegues a Uvalde cuanto antes. Entrevístate con Stubbs y dile lo que ha ocurrido. Le cuentas cómo falló el idiota de Myers y el modo en que se nos ha presentado, dile quién es realmente, y que no sé qué hacer ahora. Me va a tener con las manos atadas hasta que reciba órdenes en uno u otro sentido… y no nos conviene, teniendo el golpe de Rocksprings tan próximo. Así es que dile que procure ponerse en contacto con el jefe cuanto antes y darte las órdenes que sean. Mientras, yo procuraré entretener a Travers y evitar que vaya liquidando uno por uno a los muchachos. Me gustaría que Frenchie estuviera aquí…

—A mí también. Hay algo que no me gusta en este Cimarrón. Me da la impresión… Él dice que salió de Kansas por Navidad, pero tal vez lo hizo antes. Voy a pedirle a Stubbs que vea de averiguar dónde residía.

—¿Qué es lo que temes?

—No sé… Frenchie regresará pronto, y entonces será hora de averiguarlo. Me gustará ver una pelea a tiros entre los dos… Para entonces, te apuesto cien «pavos» por Frenchie.

—No acostumbro a tirar el dinero…

Con la misma suavidad que llegó allí, Cimarrón se volvió a retirar. Ahora, una sonrisa dura se estereotipaba en sus labios. De modo que Frenchie Taylor iba a venir… Y él, Topeka, y ese hombre de la cicatriz fueron quienes asesinaron a los Salton… Bueno, esto era por lo menos tan interesante como lo que había oído acerca de un jefe secreto de los bandidos. ¿Quién podría ser… y dónde estaba…?