CAPITULO X
—BUENO, pues yo voy a darme un paseo a caballo por los alrededores. Me aburre esta inacción…
—Ayer ya estuviste todo el día por ahí…
—Y bien… Me parece que debo familiarizarme con la, región, si he de quedarme con vosotros…
—Travers tiene razón, Herb… Bueno, podría acompañarte uno de los muchachos, para darte las explica-iones que desees…
Travers sonrió para sus adentros, encogiéndose de hombros.
—Si crees que necesito un guardián, puedes nombrar al que más te guste — dijo, con bien fingido fastidio—. Pero me parece que soy yo el que va a largarse de aquí para no volver más por este terreno. Maldito si me hace gracia que me estén siguiendo los pasos a cada instante, y en cualquier parte puedo pasarlo tan bien o mejor que aquí.
—¡Está bien, hombre, no te sulfures! Aquí nadie piensa en seguirte los pasos y todo eso que imaginas, eres demasiado suspicaz.
—¿Lo soy…?
—Mira, vete por donde quieras, y haz lo que te dé la gana. Pero no te olvides de estar aquí para la cena, no esperamos a nadie…
Disimulando su satisfacción, Travers fue a la cuadra, ensilló al negro, montó y salió del rancho, saludando a los hombres que quedaban en él. Como de costumbre, había tres con Leather. Aparte Topeka, faltaban Crawley, Anderson y Morgan. Todos ellos estaban de guardia en puntos indeterminados sobre los accesos al rancho. Eso, al menos le había dicho Leather. Los hombres se turnaban en aquella tarea para evitar sorpresas desagradables.
Llevó su caballo hacia el Sur, sin tomar ninguna precaución. Estaba seguro mientras no regresara Topeka… y Topeka no iba a regresar jamás a este rancho llevando órdenes del jefe desconocido que le afectaran a él. Precisamente por eso precisaba ir solo en este paseo…
Tenía la certeza de que alguno de los tres que quedaban en el rancho partiría pronto en su seguimiento. Pero así como el día anterior permitió que le viese durante todo el camino, hoy iba a ser muy distinto. Porque hoy regresaría Topeka, según sus cálculos… y nadie debía saber su encuentro con Topeka y lo que ocurriría en él.
Así, se dirigió deliberadamente al Río Grande, dejándose ver un par de veces por su espía, y luego se emboscó en cierto sitio que eligiera y preparara la tarde anterior, esperando seguro de que el otro pasaría por allí.
Así fue. Y un cuarto de hora más tarde, Lance apareció a caballo, en la misma dirección que le suponía a él… y sin notar la trampa hábilmente dispuesta hasta que su caballo metió la pata en la zanja tapada con ramitas y tierra, lanzándolo por sobre las orejas.
El accidente inesperado le cogió de sorpresa, impidiéndole evitar el caer de cabeza y quedar inconsciente de resultas del golpe, como había supuesto Cimarrón. Este ayudó a su inconsciencia «acariciándolo» con la culata de su revólver, y luego fue donde el caballo relinchaba dolorosamente, con una pata rota, diciéndole con lástima:
—Lo siento, amigo, pero no me quedaba otro remedio.
Rápidamente, arregló el zanjón de modo que desapareciese toda huella de manos humanas en la trampa, y corrió hacia donde tenía el caballo, esperando.
Lance no tardó en recobrar el conocimiento. Se incorporó, sacudiendo la cabeza, y supuso que el chichón del culatazo se lo había producido al pegarse contra el suelo. Jurando y maldiciendo, fue junto al caballo y, fruncido el ceño, contemplólo, así como a la zanja causante del desastre, maldijo y juró hasta no poder más, sacó el revólver, pegándole un tiro al animal, y le quitó la montura, cargándosela a la espalda y reemprendiendo el regreso cojeando y sin dejar de enjaretar maldiciones a su perra suerte.
Riendo silenciosamente, Cimarrón llevó su caballo de la brida una distancia prudencial, y luego, lanzándolo al galope hacia el Este. El animal tenía ganas de correr, y era buen corredor. Cimarrón lo llevó por las tierras más bajas, las laderas boscosas y los valles áridos, haciendo un amplio círculo. Según sus cálculos, encontraría a Topeka en cualquier punto sobre el sendero que iba del rancho al Nordeste, a unas quince millas del mismo. Y esto no sería antes de las cinco de la tarde…
Antes de esa hora, Cimarrón había llegado al sendero y un rápido examen le cercioró de que Topeka no había pasado aún por allí. Llevando el caballo de la brida se dirigió a un altozano al objeto de vigilar desde allí el camino por el cual debía aparecer.
Llevaba pocos minutos en la cima cuando a lo lejos divisó la silueta inconfundible del jinete, que confiadamente venía en su dirección. Cimarrón bajó apresuradamente de la loma y tras esconder su caballo entre unos matorrales se aprestó para sorprender al bandido. Apoyado cómodamente en el tronco de un árbol, apuntó su rifle, y cuando el morro del caballo estuvo en el punto de mira de su arma disparó un solo tiro que fue a incrustársele certeramente entre ceja y ceja. Dando un tremendo salto con sus patas delanteras, cayó el animal como fulminado por un rayo, derribando a su jinete, sin darle tiempo de apearse y prepararse para la defensa.
Topeka, hombre acostumbrado a situaciones peligrosas, había sacado su revólver y parapetado tras una roca dirigía su mirada en derredor suyo, buscando el lugar de donde había venido el disparo.
Cimarrón salió de detrás de su escondite, revólver en mano, y desde su espalda le gritó conminativo:
—¡Suelta el revólver y levanta las manos!
El otro obedeció sin replicar y, tras tirar el revólver al suelo, giró en redondo encarándose con el que le apuntaba.
—¿Tú aquí, Cimarrón? ¿A qué viene todo esto?
—Sí, yo. Te extraña, ¿verdad? Hemos de hablar los dos. Y pronto comprenderás por qué te digo esto, aunque tú bien lo sabes. Tú y tus compañeros sois demasiado tontos para engañar a Cimarrón. Y ya os dije que un día u otro os alcanzaría y daría a cada uno su merecido. Vas a decirme todo lo que sepas de este condenado asunto.
—¡No voy a decirte nada! ¡Yo no sé nada! Y si me tocas un solo pelo, mis compañeros sabrán darte tu merecido.
—¡Cállate, bribón, y desembucha lo que yo quiero saber!
Cimarrón, al decir esto, apuntaba con su arma al pecho de Topeka, el dedo puesto en el gatillo a punto de disparar. Viendo que tardaba el bandido en hablar, le propinó un fuerte golpe con su puño izquierdo, que le hizo tambalearse. Su cara se tornó, de un gris pálido y pareció un poco turbado y miedoso.
—Si es lo de Hanwille, lo del asesinato de noviembre pasado lo que quieres saber…, fue Frenchie quien lo hizo… Verás, él decía que era peligroso dejarlos vivos. Nosotros sólo íbamos en busca de comida. Íbamos ya a tomarla y largamos cuando Frenchie vio a la muchacha y se puso a disparar contra ellos. Luego se dirigió hacia la chica… y… Frenchie…
Cimarrón estaba violento ante la lenta explicación y cambióse el revólver de mano. Topeka, que estaba atento al arma, aprovechando este instante dio un rápido puntapié a la mano izquierda de Cimarrón en el mismo momento que aquélla cogía el revólver. Así y todo, un disparo salió de su cañón, que rozó el hombro derecho de Topeka.
Seguidamente, éste se abalanzó sobre Cimarrón con todo su vigor, engarzándose en un fuerte abrazo que les hizo rodar pronto por el suelo. A pocos pasos de ellos brillaba el arma y ambos hacían inauditos esfuerzos para apoderarse de ella. Topeka logró al fin cogerla, pero tenía atenazada su muñeca por los fuertes dedos de Cimarrón. En un violento movimiento de ambos, el revólver apuntó hacia su pecho y el gatillo saltó, resonando un disparo. Pero Cimarrón había tenido tiempo de abalanzar todo su cuerpo sobre Topeka, aplastándolo contra su pecho, y el disparo sólo le rozó ligeramente. Al instante, un segundo disparo resonó ahogado entre los cuerpos, pero esta vez hizo mella en el de Topeka, que con el afán de deshacerse de su contrincante había apretado el gatillo, sin pensar que por la posición en que estaba, la bala debía atravesarle a él mismo.
Con un rictus de dolor marcado en su semblante, soltó el arma y desfallecieron sus fuerzas, exhalando angustiosos suspiros. Cimarrón, al comprobar lo que había ocurrido intentó levantarlo, pero ante los gritos de dolor del bandido le soltó violentamente al suelo, donde pronto quedó inmóvil.
Después de recoger su revólver y contemplar desde lejos el cuerpo que quedaba tendido allá en el suelo, Cimarrón reemprendió el camino hacia el rancho de Brynes, para terminar su plan. Leather, Herb, Lance y Kenton estaban esperándole con malas caras.
—¿De dónde vienes, Travers? Me pareció que habías ido hacia el sur… — inició, hosco, el primero.
—Sí…, pero luego di un rodeo y me dirigí hacia el norte. Por cierto, Leather, que tengo algo que decirte. Esta tarde observé algo por la pared de los cañones y quiero explicártelo. Si no tienes inconveniente en venir dentro te lo referiré.
Leather vaciló unos instantes. Era evidente que desconfiaba, pero era necesario disimular para no traicionarse a sí mismo. Y siguiendo remolón a Travers, entraron dentro del rancho. Apenas pasado el umbral, preguntó:
—Veamos esa cosa tan importante, según tú…
—Tú mismo juzgarás… Topeka Charlie ha muerto… esta tarde.
—¿Qué?… ¿Muerto…, dices?
—Sí… y ahora prepárate tú a seguir su camino.
Brynes palideció súbitamente, tragando la saliva con dificultad, mientras miraba el revólver aparecido en la mano de Cimarrón.
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué significa esto?
—Que me cansé de seguiros el juego y ahora estoy haciendo el mío. Vosotros creísteis poder deshaceros de mí, encerrándome en un cuarto oscuro y poniéndome dos centinelas, mientras enviabas a Topeka a Uvalde en busca de instrucciones… Sois muy ingenuos. Pero estuve escuchando vuestra conversación ayer, en las caballerizas, y por ello esta tarde intercepté a Topeka, dándole su merecido. Ahora te toca a ti… a menos que hables.
—¿Qué quieres saber?
—¿Por qué Stubbs tiene tanto interés en deshacerse de mí y quién es el verdadero jefe?
Una expresión de astucia apareció en los ojos de Leather.
—No sé ninguna de ambas cosas… Stubbs me avisó tu probable llegada y me dijo que teníamos que hacerte desaparecer en cuanto vinieras por aquí. Yo soy simplemente una especie de capataz. Stubbs y Frenchie son los únicos que saben la identidad del jefe… ¡Y no sé nada más!
En este momento entraba en el apartamento Herb, quien ajeno a lo que ocurría no tuvo ni tiempo de dirigir la mano a su cinto.
—Arriba las manos, tú también — gritó Cimarrón—, ¡y poneos de espaldas!
Ellos obedecieron sin chistar. Sin dejar de apuntarles con el revólver, Cimarrón entreabrió la puerta que daba al exterior y llamó a gritos a Lance y a Kenton, que acudieron al momento. Al entrar y ver a los otros dos manos arriba intentaron protestar, temiendo algo peor para ellos. Pero Cimarrón les ordenó presto:
—¡Venga, no os durmáis! Atad bien a ese par de bribones, si no queréis que os envíe a hacer compañía a Topeka!
Sin rechistar, aunque rezongando juramentos y maldiciones, le obedecieron. Y cuando Lance estuvo amarrado, procedió a hacer lo mismo con Kenton.
—Ahora os vais a quedar ahí, pensando en lo mal que os resultan las traiciones, ¡sapos asquerosos! ¡Y que no os vuelva a cruzar en mi camino, porque no seré tan benévolo!
—Ni nosotros tan torpes, tenlo por seguro — respondió Lance, mirándolo con ojos asesinos—. Más te valdrá matarnos también.
—¡Bah! No valéis la pena.
Los dejó encerrados y corrió a la caballeriza, ensillando a su zaino Con rápidos tajos de cuchillo inutilizó las monturas; fue a la cocina, metió en un saco provisiones para varios días, subió a por su equipo y lo sacó al porche sin hacer caso a las violentas maldiciones del congestionado e impotente Leather. Tras acomodar el equipo, montó en el negro y se alejó al trote largo de rancho, llevando al zaino de la brida. El sol estaba poniéndose, y apenas había transcurrido una hora desde que llegó. Ahora se marchaba satisfecho pues había conseguido mucho más de lo que esperara al dirigirse al rancho de Leather días atrás. Había matado a uno de los asesinos de sus amigos, metiendo el resuello en el cuerpo a la banda de Stubbs… y tenía una sospecha acerca de quién podía ser el jefe secreto.