7
VANNATTUPPŪCCI, 1887
Las esperanzas de Grace de no volver a ver al insolente señor Stockton se vieron frustradas a la mañana siguiente. En el desayuno, justo entre los cereales con miel y azúcar moreno y los maravillosos pastelillos que hasta su madre se había acostumbrado a tomar, su padre le anunció a la familia:
—Ayer tuve un feliz encuentro con uno de nuestros vecinos. Su nombre es Dean Stockton, y es el dueño de la plantación que se encuentra al oeste de la nuestra. Accedió a dar un rodeo para poder charlar un rato conmigo. Todo un gesto, ¿no os parece?
—Ya lo creo. ¿Y mereció la pena la conversación?
—Sin duda fue muy satisfactoria. Me da la impresión de que ha hecho suya la hospitalidad local, pues se ofreció a mandarme a algunos de sus trabajadores para ayudar a desbrozar la selva.
¿Habrá sido antes o después de nuestro encuentro?, se preguntó Grace mientras notaba cómo se le encendían las mejillas. Acto seguido miró a Victoria, que se limitó a arquear las cejas.
—También me dijo que había tenido el placer de conocer a mis hijas —añadió su padre—. No recuerdo que me comentarais nada al respecto.
Grace carraspeó para aclararse la voz.
—No me pareció importante. Faltó un pelo para que arrollara a Victoria con su caballo.
—¿Y se disculpó? —preguntó su madre.
¡Como si eso fuera lo más importante!, rabió Grace para sus adentros. ¿Y qué pasa con Victoria? ¿Ni siquiera le vas a preguntar si se ha hecho algo?
—Naturalmente que se disculpó, y nosotras aceptamos sus disculpas —repuso Grace antes de bajar la vista hacia el plato.
—Pues no me dijo nada de vuestro accidente. ¿Estás bien, Victoria?
—Muy bien, papá. Grace me apartó de su camino justo a tiempo. Y luego se enfadó con él por haber estado a punto de matarme.
Cuando Grace miró agradecida a su hermana, esta le guiñó un ojo.
—Oh, parece que tenemos una heroína en la familia.
—¡No fue ninguna heroicidad, papá! —exclamó Grace—. Me limité a cumplir con mi deber, que no es otro que cuidar de mi hermana.
—¿Puede saberse qué hacíais ahí arriba? —preguntó su madre, cuya mirada escrutadora iba de una hija a la otra.
—Queríamos ver a los elefantes desbrozar la selva —dijo Victoria adelantándose a su hermana—. Prometiste llevarnos, papá.
—Por cierto, uno de los elefantes estaba en un estado deplorable —intervino Grace, que la noche anterior había olvidado sacar el tema—. Creo que los trabajadores los maltratan. Deberías hacer algo al respecto inmediatamente.
Su padre la miró extrañado. La propia Grace se asombró de lo arrogantes que habían sonado sus palabras cuando en realidad no había pretendido serlo. Si quería ayudar a los elefantes tendría que ser mucho más amable y no arriesgarse a que su padre hiciera oídos sordos a sus súplicas.
El problema era que la sola idea de que Stockton pudiera volver a comérsela con los ojos le resultaba de lo más desagradable.
—Me ocuparé de los elefantes —dijo Henry Tremayne secamente sin dejar de mirar a su hija—. ¿Existe algún otro motivo por el que estés tan enfadada?
Sí, Stockton, pensó Grace para sus adentros. Pero se limitó a decir:
—He dormido un poco mal. Creo que es por este aire tan pegajoso.
—Pues tendrás que acostumbrarte. Y también a todo lo demás.
—No habría estado nada mal, aunque solo fuera por cortesía, que hubierais aceptado la ayuda del señor Stockton —dijo su madre llevando nuevamente la conversación por los derroteros de antes, ya que temía que el desayuno acabara en una discusión.
¿Ayuda?, se dijo a sí misma Grace no sin sorna. Me besó la mano de la manera más impropia. Y eso por no hablar de su mirada, que aún sentía pegada a la piel. ¡Y para colmo era como unos veinte años mayor que ella!
—Pues a mí me pareció más apropiado rechazarla. Al fin y al cabo, ahí fuera era yo la responsable de Victoria.
A Grace no le pasó inadvertido que sus padres intercambiaron varias miradas. Pero en vez de regañarla por el tono insolente de sus palabras, su padre posó en el plato su taza de té y dijo:
—Todo esto me suena a que no has sido demasiado amable con el señor Stockton. Pero espero que eso cambie pronto. Lo he invitado a tomar el té con nosotros esta misma tarde. ¿Algo que objetar, querida?
La sola idea de volver a recibir visitas hizo que los ojos de su mujer se iluminaran.
—¡Por supuesto que no! De hecho deberíamos invitar a toda la familia. ¿Está casado ese señor?
—Sí que lo está. Y también tiene un hijo. Es un poco mayor que Grace y ya es el administrador de su plantación.
—Pues entonces les haré llegar la invitación inmediatamente. Siempre que no tengas nada en contra, claro está.
—No nos hará ningún daño conocer a nuestros vecinos —sentenció su padre antes de volver a concentrarse en su desayuno.
Grace se quedó de piedra, pero al poco recapacitó y recordó que una dama debe poner freno a sus sentimientos, o al menos disimularlos.
Oponiéndome no haré más que empeorar las cosas. Es evidente que han organizado el té para castigarme por mi comportamiento arisco.
Sus padres dieron por bueno su silencio.
Solo Victoria se dio cuenta de que seguía enfadada, por lo que después del desayuno le propuso dar una vuelta por el jardín.
—¿De veras es tan grave que venga a visitarnos? Pero si en el fondo no te ha hecho nada… Solo quería ser amable. A veces la primera impresión es engañosa. Además, tú no tienes que hacer nada durante el té. Mamá se encargará de todo. Él ni siquiera se fijará en ti, y antes de que te quieras dar cuenta todo habrá acabado.
—Tienes razón. —Grace agachó la cabeza avergonzada—. No sé qué me ha pasado. Pero es que a veces noto que la gente no es sincera. ¿No te pareció demasiado amable para ser la primera vez que nos veíamos? Y luego ese beso en la mano. Un momento antes parecía que iba a pegarnos con la fusta.
—Es verdad. Pero papá habría reaccionado igual si alguien se le metiera delante del caballo. Sabes bien que puede haber accidentes. Piensa en el tío Richard.
—El tío Richard se cayó del Pico de Adán, no de un caballo.
—¡Una caída es una caída! —insistió Victoria. Entonces algo le hizo girar la cabeza—. ¡Mira! ¡El señor Vikrama! ¿Y si le pido que cace un loro para mí?
—¡Sería mejor que aprendieras a cazar mariposas!
—¡Pero un loro quedaría muy bien en el salón de mamá!
—En ese caso, que sea rojo. La señorita Giles dijo ayer que había encargado seda roja de la India.
Como si hubiera notado que lo observaban, Vikrama alzó la mano para saludar y les dedicó una sonrisa.
—¿Y qué te dice tu intuición de él?
Grace apartó la vista rápidamente.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué opinas del señor Vikrama?
—No sabría decirte. Aún no he intercambiado ni una palabra con él.
—Pero lo hemos espiado cuando estaba con papá. A mí me parece encantador.
—A tu edad no creo que tengas un criterio formado. —Nada más decirlo Grace supo que el comentario traería cola.
—¿Un criterio formado? —saltó como un resorte Victoria—. ¡Mira quién fue a hablar! ¡Pero si estás tan verde como yo!
—De eso nada. Yo llevo vividos cinco años más que tú.
—¡Cuatro! —la corrigió Victoria—. Y el señor Norris dice que la intuición y el olfato para catar a las personas no dependen de la edad. Hay gente muy joven que sabe perfectamente lo que hace.
—Estoy segura de que nunca ha dicho eso.
—No, pero lo piensa. Y además yo soy muy madura para mi edad.
Victoria levantó la barbilla, pero Grace no tenía ganas de seguir discutiendo. Se había quedado hipnotizada mirando a Vikrama. Estaba hablando con dos mujeres que gesticulaban como locas. ¿Qué estaría sucediendo?
A esa distancia era imposible saberlo, y no iba a acercarse más para descubrirlo. De pronto se preguntó si estaría casado o si al menos tendría novia. Ya tenía edad para ello, y era lo bastante guapo como para que alguna mujer se hubiera fijado en él. Probablemente las recolectoras bebían los vientos por él. Y además, con el puesto que tenía en la plantación, era todo un partido.
—¿Soñando despierta, Grace? —le preguntó Victoria mientras le pellizcaba el brazo.
Grace la miró sobresaltada. Poco después sintió un ligero dolor.
Victoria sonrió pícara.
—Te preguntaba si crees que lo volveremos a ver por aquí.
—¿A quién te refieres?
—Al señor Norris. Como no venga tendremos que buscarle otro apaño a la señorita Giles. Un nativo nos valdría. Puede que incluso el señor Vikrama.
Grace intentó que no se le notaran los celos.
—No creo que ella quisiera. A fin de cuentas no es inglés. —Grace volvió a mirar a Vikrama, que se despidió de ellas con una sonrisa y se dirigió hacia el edificio de administración—. Decididamente no es el hombre que le conviene.
Por la tarde Grace estaba sentada en el salón con su madre y Victoria a la espera de que llegaran su padre y el señor Stockton. En su patria, Grace adoraba que los visitaran en Tremayne House. De vez en cuando pasaban por allí escritores y pintores, normalmente recomendados por algún conocido. Ahora solo podía pensar en que el cuello de su vestido de noche rosa rascaba y que el tiempo pasaba tan despacio que más que una espera aquello parecía una maldición.
¿Qué anécdotas les contaría Stockton? Grace no se moría por saberlo. Seguro que hablaría del negocio del té hasta matarlos del aburrimiento y luego aprovecharía para hacer preguntas impertinentes, como, por ejemplo, si Grace ya había celebrado su puesta de largo, lo que avivaría en ella el deseo de estrangularlo con su propio pañuelo Ascot.
Cuando se oyó un ruido de cascos, las tres mujeres Tremayne respiraron aliviadas al unísono. La visita había llegado, podían empezar. Grace lanzó una mirada furtiva al reloj. Una hora. Puede que dos. Luego él se iría y ella tendría tiempo para escribir a su amiga Eliza Thorton, que ahora estaría sudando la gota gorda en su clase de danza, muerta de ganas de que empezara la temporada de bailes.
Mientras la voz del mayordomo resonaba en el recibidor, Grace miró a su hermana. Habían acordado mirar a los ojos a Stockton para luego comparar impresiones.
Stockton llegó solo. ¿Dónde estaba su padre? Las dos hermanas se miraron sorprendidas.
—¡Ah, señor Stockton! —exclamó su madre al tiempo que se levantaba para recibir a su invitado—. Me alegro mucho de conocerlo. Mi marido me ha hablado mucho de usted.
—Espero que bien —repuso él con gentileza sin prestar aún la más mínima atención a Grace y a Victoria—. Sería una vergüenza poner un pie en su salón sin ser digno de ello.
—A no ser que mi primera impresión me engañe, diría que no tiene usted nada que temer —replicó coquetamente Claudia para acto seguido presentarle a sus hijas—. Estas son Grace y Victoria.
—Ya tenemos el gusto —dijo Stockton haciendo una leve reverencia—. Espero que se hayan repuesto del susto.
—¡Por supuesto, señor Stockton! —exclamó Victoria antes de mirar a su hermana.
Grace se esforzó por sonreír. Quizá lo he juzgado mal, pensó. Mejor será no enfadar a mamá.
—Somos conscientes de que no hubo mala intención por su parte —dijo al fin, y acto seguido le tendió la mano.
Al cogérsela para besarla, Stockton sonrió.
—Me alegra mucho oír eso. Me torturaba la idea de que se hubiese enfadado conmigo.
—No exagere —intervino Claudia—. Mi hija es un poco impulsiva, y muy protectora con su hermana pequeña.
—Ambas son grandes cualidades para una futura esposa —afirmó Stockton sin dejar de sonreír, palabras que acompañó con una nueva reverencia no exenta de sorna.
Afortunadamente los cumplidos tocaron a su fin y Claudia condujo a su invitado a la mesa del té.
—Perdónenos si la bollería es un poco distinta de la que usted tiene por costumbre tomar. Mi cuñado no enseñó a la cocinera a hacer unos scones como Dios manda.
—No le eche la culpa a su cuñado —adujo Stockton—. Mi cocinera también va un poco por libre, pero es muy trabajadora, y al fin y al cabo eso es lo que cuenta.
Cuando se sentaron Grace se sintió un poco tensa. Hasta ese momento Stockton no había hecho nada para provocar su ira. Sin embargo, el ambiente estaba cargado, como cuando un temporal se va formando lentamente hasta estallar con toda su violencia. ¿Había sido su alusión al matrimonio? En realidad no tenía nada en contra de dicha institución, y el adivino predijo que se casaría…
—Siento mucho lo que le sucedió a su cuñado y hermano —prosiguió Stockton—. Fue un shock para todo el mundo, y yo personalmente puedo asegurarle que nunca he dado crédito a los rumores insidiosos que corren por todas partes.
¿Rumores insidiosos? Grace miró primero a Victoria. Luego a su madre. Pero ella siempre había sido un modelo de autocontrol. Por mucho que le hubiera afectado ese comentario no dejaría que se le notara, y además su educación tampoco le permitía interesarse por las habladurías.
Bastó un campanillazo para que apareciera una sirvienta tamil, a quien Claudia había asignado la tarea de servir las viandas. Carecía de la destreza de las sirvientas inglesas, pero la estricta mirada de su señora hacía que Rani pusiera sus cinco sentidos en la labor encomendada.
Al mirar a Stockton de soslayo, Grace reparó en que tenía los ojos clavados en el sari azul chillón de la muchacha.
—¿Permite al servicio utilizar el ropaje tradicional de la zona? ¡Qué moderna es usted!
La pálida tez de Claudia enrojeció por un instante.
—Desgraciadamente, hemos constatado que no hay un solo uniforme en toda la casa. Resulta evidente que mi cuñado permitía al personal trabajar con esa ropa. Tienen que venir en el próximo barco que atraque en Colombo.
—No pretendía ser una crítica —aclaró Stockton mientras removía el té y aspiraba profundamente su aroma—. Yo encuentro de lo más estimulante la vestimenta de esas mujeres. Es tan vistosa que me recuerda a los loros que se posan en las ramas de los árboles. Con todo el verde que nos rodea siempre se agradecen unas pinceladas de color, ¿no le parece?
Mientras Stockton bebía, Grace aprovechó para mirar a su madre. Seguro que ya no le parecía tan atento. Hacer referencia al atuendo del servicio en Inglaterra siempre se ha entendido como una crítica a la anfitriona.
—Su té es excelente de verdad —señaló Stockton tras probarlo—. He de admitir muerto de envidia que esta cosecha supera incluso a la mía. First flush, ¿verdad?
Claudia se lo quedó mirando sin saber qué decir.
—Me va a disculpar por no poder responderle. Aún no estoy familiarizada con el cultivo del té.
—Oh, discúlpeme usted a mí si es que la he puesto en un compromiso. Como me dedico a esto desde muy joven me paso el día soltando tecnicismos sin reparar en que quizá los demás no me entiendan.
—¿Qué es eso del first flush, señor Stockton? —preguntó Victoria interesada.
—El first flush o primer brote es una de las cuatro cosechas del té.
Stockton miró a Grace como si hubiera esperado que fuera ella quien formulara la pregunta. Nerviosa, bajó los párpados, pero aun así sintió la sonrisa de aquel hombre sobre ella.
—Principalmente se aplica a la variedad darjeeling, pero con la variedad assam también es posible distinguir las distintas cosechas. El té que producimos aquí es en su mayoría assam, aunque ahora prefiramos llamarlo ceilán.
Al recordar las explicaciones que Vikrama le había dado a su padre, en el rostro de Grace se dibujó una sonrisa que no le pasó inadvertida a Stockton.
—Su hija es un primor, señora Tremayne. ¿Ya ha celebrado su puesta de largo?
Grace no contaba con que la pregunta llegara tan pronto. Afortunadamente no respondió ella, sino su madre.
—No, desgraciadamente no ha habido tiempo —dijo Claudia avergonzada—. La muerte de mi cuñado ha sido tan repentina que hemos tenido que postergarla. Pero pensamos celebrarla el año que viene, si es que nos establecemos aquí definitivamente.
—Bien, pues si todo sale como espera, le insto desde ya a que busque una buena modista para la joven dama. La sociedad de Nuwara Eliya es pequeña, pero de gusto muy refinado. Con un bonito vestido, su hija sin duda estará en condiciones de hacer perder la cabeza a todos los mozos del lugar.
—Eso ha sido muy amable por su parte, señor Stockton —repuso Claudia halagada—. Quizá su señora podría aconsejarme al respecto.
—Lo hará con mucho gusto.
Grace se sintió aliviada al ver que Stockton al fin apartaba la mirada, aunque eso no significó que dejara el tema.
—¿Qué opina de que sus hijas conozcan a mis chicos? —volvió a la carga tras probar un pastelillo—. George tiene veinte años y Clara catorce. Creo que se llevarán bien.
Tal y como lo dijo daba la sensación de que esperaba que Grace y su hijo se gustaran. Por fin, Grace supo qué significaban esas miradas: me mide como a una yegua.
Habría querido dar un salto y salir corriendo, pero se contuvo. Se limitó a rogar en silencio por que ese dichoso té se acabara cuanto antes.
—¡Con mucho gusto, señor Stockton! —oyó decir a su madre—. De hecho planeaba celebrar una pequeña reunión. Pero antes quería conocer a las demás señoras.
—En mi opinión, basta con que les mande unas invitaciones. Puedo asegurarle que mi mujer arde en deseos de conocerla. En Nuwara Eliya las noticias corren como la pólvora. No me cabe la menor duda de que las demás damas también están ávidas de conocerla.
Tal y como la miraba, también él estaba ávido de juntarla con su hijo; de eso Grace estaba convencida. Pero antes de que pudiera seguir enredando, unos pasos resonaron en el salón. Un instante después su padre entró por la puerta.
—¡Dean, qué alegría verlo de nuevo! —Henry Tremayne saludó efusivamente a su invitado, y Grace a duras penas pudo contener un suspiro de alivio, pues estaba convencida de que la atención de Stockton ahora se centraría en su padre y en el té.
Pero se equivocaba.
—Perdone el retraso —se disculpó su padre mientras tomaba asiento—. He tenido que ir al campo nuevo a ver cómo va todo. Mi hija me previno de cierta anomalía.
—¿Qué clase de anomalía?
Como si ya supiera a quién se refería su padre, Stockton volvió a clavar su mirada en Grace.
—Un elefante estaba herido, lo que la hizo sospechar que los trabajadores lo habían maltratado. En realidad, el animal se había hecho la herida peleando con otro elefante, así que mis trabajadores optaron por llevarlo a otro lugar para evitar más conflictos.
Henry observó a su hija, que se puso roja como un tomate. No tenía que haberla tomado con papá. La próxima vez dejaré mi ira solo para Stockton, se dijo Grace.
El té se alargó casi hasta la noche. Grace logró zafarse de la compañía de Stockton con el pretexto de un ligero mareo. A decir verdad, la conversación no volvió a girar en torno a su boda ni a su puesta de largo, pero aun así sintió un enorme alivio al librarse de las persistentes miradas de aquel hombre.
Salió con la intención de tomar el aire y así quitarse a Stockton de la cabeza, y en la puerta se dio de bruces con el señor Vikrama, que al parecer se dirigía al interior de la casa.
—Discúlpeme, señorita —se disculpó Vikrama recomponiéndose—. No quería…
—Soy yo quien ha de disculparse, señor Vikrama —repuso inmediatamente Grace—. No está bien salir sin mirar, casi lo arrollo. —Por un instante se hizo el silencio entre ambos—. ¿Viene a ver a mi padre? —preguntó pasados unos instantes Grace—. Ahora mismo está en el salón con el señor Stockton.
—Oh —dijo él reculando—. Entonces será mejor que vuelva más tarde.
—No veo por qué —se aventuró a decir Grace—. Si es algo importante, mi padre sabrá disculpar la intromisión.
—No lo es —repuso Vikrama, e inmediatamente la miró como si hubiera dicho demasiado—. Hablaré más tarde con él. No corre prisa.
En cuanto se dio la vuelta Grace lo detuvo.
—¡Señor Vikrama!
—¿Sí? —repuso él. Al mirarla hizo que a Grace le subiera tal calor por las venas que se olvidó de lo que quería decirle. ¿Quería decirle algo en realidad? Avergonzada, buscó algo para que no creyera que había perdido el juicio.
—Mi hermana está loca por los loros. ¿Podría enseñarle a atrapar uno?
Con un gesto que oscilaba entre la incredulidad y la sorpresa, Vikrama respondió:
—Claro. Pero he de decirle que las jaulas y las pajareras no son lugares en los que esos animales vivan felices. Lo que les gusta es volar en bandadas, y lo realmente gratificante es tener la suerte de ver un hermoso ejemplar posado en la rama de una palmera.
A Grace se le hizo un nudo en la garganta. De pronto le vino a la mente la imagen de aquel pájaro trastornado que había visto en casa de unos conocidos. Probablemente el animal estuviera loco, pero de tristeza.
—No obstante, si su hermana tiene tantas ganas, puedo atrapar uno para que lo vea.
—Sería muy amable por su parte —repuso ella—. Para serle sincera, casi tengo yo más ganas de ver loros que ella. Pero le prometo que en cuanto lo hayamos visto de cerca lo liberaremos.
Vikrama asintió satisfecho. Justo cuando se disponía a marcharse a Grace se le ocurrió otra cosa.
—¿Podría usted explicarme en qué consisten las distintas cosechas del té? El señor Stockton ha estado hablándonos del first flush.
La misma sonrisa que iluminó el rostro de Vikrama al enseñarle la plantación a su padre volvió a aparecer. ¿Acaso un hombre podía adoptar distintas sonrisas? Grace estaba tan embelesada que casi no oía lo que decía.
—¿Tiene usted un momento? —preguntó Vikrama—. La escalera no es lugar para tratar estos asuntos.
—¡Claro que lo tengo!
Grace lo siguió escaleras abajo y luego a través del jardín hasta los rododendros donde se escondió con Victoria para espiarlo.
—¿De modo que ahora quiere saberlo todo sobre el té? —preguntó Vikrama con interés.
Grace asintió sin pensarlo dos veces. Tenía preparada su respuesta.
—Ya que voy a vivir aquí, debería saber algo sobre el té, ¿no le parece? Si mi madre no trae al mundo un hermanito, llegará el día en que me convierta en la dueña de Vannattuppūcci. —De pronto le vino a la mente un nuevo interrogante—. ¿Qué significa Vannattuppūcci? —preguntó antes de que Vikrama pudiera abrir la boca—. Es una palabra de su lengua natal, ¿no?
Vikrama asintió.
—Significa «mariposa». Su tío reparó en que abundaban hermosos ejemplares de mariposa en la plantación, y decidió ponerle ese nombre.
—Hace un par de días yo también vi una mariposa. Era azul y preciosa. Por desgracia, se fue tan rápido como vino.
—Algunas personas creen que las mariposas son las almas de los muertos. Por su parte, los hindúes piensan que tras la muerte los hombres se reencarnan en animales. Quizá esa mariposa era su tío, atraído por el deseo de saber cómo va su plantación.
A Grace le gustó la idea, a pesar de que no le ligaba a su tío sentimiento alguno. En cambio, en los ojos de Vikrama asomó un brillo de sincera tristeza; era evidente que apreciaba mucho a su señor.
Sin embargo, apenas concedió un instante a sus emociones.
—En cualquier caso, creo que se alegrará mucho del interés de su sobrina por la obra de su vida. Quería que le explicara los períodos de cosecha, ¿no es cierto?
Grace asintió y Vikrama le explicó las cuatro cosechas del té. Así fue como supo que el first flush es la recogida de la hoja joven tras el invierno, mientras que el second flush alude a la cosecha veraniega, que era en la que se encontraban. El rain flush tiene lugar en época del monzón, y finalmente el año acaba con el autumn flush, la última recolecta antes de que llegue el invierno.
—Si quiere le explico en qué se diferencian. Ha de saber que cada flush da un té diferente. El del first flush es claro y amargo, mientras que el del second flush es más suave, pero también más oscuro. Basta con fijarse mientras se está bebiendo un té.
Grace quiso decir algo, pero las palabras se le encallaron en la garganta. Su padre y el invitado salieron por la puerta y cruzaron el patio. Stockton miró alrededor, como en busca de algo. Finalmente la vio. Grace se quedó perpleja y luego bajó la mirada avergonzada.
—¿Qué sucede? —se interesó Vikrama.
—Me da que mi padre ya puede atenderlo —dijo desencantada—. Acaba de despedirse de su invitado.
Vikrama arqueó las cejas de asombro. Grace no quiso entretenerlo más.
—He de irme. Muchas gracias por las aclaraciones, señor Vikrama.
Entonces se recogió un poco la falda y se fue a todo correr por el camino de tierra que llevaba a la casa.
Los labios de Dean Stockton esbozaron una sonrisa mientras abandonaba la plantación. Tal y como le había parecido cuando estuvo a punto de arrollar a la hermana, la joven Grace prometía. Tenía temperamento y coraje, era apasionada y parecía sana; reunía todas las cualidades que se podían esperar de una nuera.
Su mujer no era en absoluto así. La delicada Alice había estado a punto de morir en su segundo parto, y las criaturas que había traído al mundo eran enclenques. George, su hijo, se pasaba el día disecando pájaros en lugar de interesarse por el cultivo del té. Su hija Clara, de salud muy frágil, no salía de su cuarto durante la mayor parte del año.
Antes todo aquello no le había importado demasiado, pero había llegado a una edad en la que tenía que empezar a pensar qué iba a ser de su plantación cuando él faltara.
Grace venía de la lejana Inglaterra, pero aun así se notaba que podía llegar a amar el té. Y además, parecía tener mano izquierda con los trabajadores, ¿pues qué otra cosa iba a llevarla a hablar con el capataz de su padre?
La otra explicación que halló al respecto le dejó la boca seca.
¿Estaría ese tipo trabajándose a la joven?
Solo con imaginarla desnuda en brazos de aquel salvaje, Dean Stockton se excitó de tal modo que tuvo que detener su caballo. En ese momento, a salvo de las molestas miradas de la sociedad y de su pálida mujer, pudo dar rienda suelta a su fantasía, que le ofreció el rostro enrojecido de esa joven mujer y sus tirabuzones rubios cayéndole por los hombros desnudos y por unos pechos turgentes que se movían bajo las pasionales embestidas. Entonces se transformó en el salvaje que yacía entre sus muslos y…
Entre jadeos se aflojó el cuello. Tenía que recuperar la compostura. La cena estaba lista y su familia lo esperaba; no podía presentarse en casa con los ojos encendidos de deseo. Aunque hacía mucho que su esposa se acostaba en un lecho frío, aún conservaba ese sexto sentido que poseen todas las mujeres que las alerta de que pueden perder a su marido. De no andarse con cuidado notaría lo que tenía en mente.
Mientras espoleaba a su caballo intentó pensar en otra cosa. Pero ni siquiera al cruzar el portón de su plantación se le fueron de la cabeza los labios carnosos y los ojos azules de Grace Tremayne.
Me encargaré de que se case con George, se dijo a sí mismo. Cueste lo que cueste.
A la mañana siguiente, cuando Grace y Victoria daban un paseo en compañía de la señorita Giles, Vikrama apareció con una jaula de caña en la mano. Dentro había un loro de color rojo fuego con la cola verde y azul que no paraba de alborotar.
—¡Buenos días, señoras! —exclamó al tiempo que realizaba una leve reverencia—. Ha llegado a mis oídos que la señorita Victoria quería ver de cerca un loro. Casualmente esta mañana he encontrado de camino este ejemplar que estaré encantado de entregarle a condición de que luego vuelva a dejarlo en libertad.
Mientras la señorita Giles examinaba al ave como si esperara encontrar un circo de pulgas en su plumaje, los ojos de Victoria brillaron impacientes.
—¡Muchas gracias, señor Vikrama! ¡Le prometo darme prisa en dibujarlo!
—¡Pero señorita Victoria! —exclamó indignada la señorita Giles—. No querrá acercarse a ese bicho pulgoso…
—Este pájaro está completamente sano y no hará ningún daño a su protegida, madame —intervino Vikrama lanzándole una mirada cómplice a Grace—. Aunque le recomiendo que no lo agarre. Un picotazo de loro puede ser muy doloroso.
—¿Le ha picado alguna vez un loro? —preguntó excitada Victoria mientras sostenía la jaula.
—Sí, de niño muchas veces. Hay que agarrarlos por detrás con mucho cuidado de que el animal no llegue con el pico a los dedos. Si no se le hace daño, la probabilidad de salir ileso es mayor, aunque nunca se sabe.
—No sé yo si…
—Señorita Giles —tomó la palabra Grace—. Le pedí al señor Vikrama que atrapara un loro para poder observarlo. Ha sido muy amable por su parte, y le estamos muy agradecidas. ¿Cómo si no a través de la observación va a aprender algo de biología mi hermana? Por desgracia el señor Norris no está aquí para aleccionarla.
La mención al profesor particular de las muchachas hizo que las mejillas de la señorita Giles se ruborizaran. Grace comprobó satisfecha que había hecho entrar en razón a la gobernanta. Cuando se volvió sonriente hacia Vikrama, vio un brillo en sus ojos que hizo que se le acelerara el corazón.
—Vamos, Victoria, dibujemos el loro —propuso, poniendo su mano en el hombro a su hermana. Antes de alejarse, Grace le dedicó a Vikrama otra sonrisa, y no se le escapó que fue correspondida.