II. RECUERDOS DE BAILÉN
Llegado a Linares me desayuné en una cantina de mineros que a la salida del pueblo hay junto a los hornos del camino real, que era el que llevaba a Córdoba por Andújar.
Crucé unos eriales, luego dehesas y quebradas, y al mediodía arribé a Bailén, pueblo tan famoso de nombre como pequeño de vecindario.
Vi las casas engalanadas y mucha animación en calles y balcones. Llegué a la plaza, y destacándose entre el concurso estaba una compañía de Infantería en correcta formación. El cornetín de órdenes, como si esperara mi llegada, dio un toque de atención y, a seguida, «¡Presenten armas!». A cuyo tiempo, la banda tocó la Marcha Real.
Hice bien en no envanecerme, porque tales honores se tributaban, no a mí, sino a la bandera, que a este momento sacaba el porta de la Casa–Ayuntamiento. El capitán dio una voz de mando, y al son de alegre pasodoble los soldadicos desfilaron por la plaza.
Pregunté cúya era la causa de todo aquello, y dijéronme que en celebración del aniversario de la batalla, y que todos los años venía una compañía de Jaén con bandera y música para hacer honores a la Virgen de la Zomeca, capitana generala del Ejército por obra y gracia del general Castaños cuando en su mano puso el bastón de mando.
Yo, que me sabía la batalla de Bailén con todos sus pelos y señales, había dado al olvido que ella fue un 19 de julio. Lo cierto es que mi llegada a Bailén fue un día 20 y que la función había terminado. Aquel desfile de tropa era que la compañía regresaba a Andújar por la carretera, para tomar allí el tren de Jaén.
Descansé un buen rato en una taberna, y sin ver nada, porque el campo de batalla —La noria— estaba muy lejos y la iglesia cerrada, seguí mi camino.
A la media hora de andar oí que dábanme voces a retaguardia. Paré, y con esto me alcanzó un carro cubierto, que era de donde me llamaban. Sentados adentro iban un carrero de calañés, calzón corto y borceguíes con flecos, y un cabo furriel. En el toldo se veía pintado el escudo de España entre dos orlas con los colores nacionales, y en la banda amarilla este letrero: Regimiento infantería de La Reina, número 2. Primer batallón.
Era, pues, un carro de regimiento.
—Paisano —díjome el carrero sin parar las mulas—, ¿adónde bueno?
—A Andújar.
—Y ¿va usted solo? —repuso el cabo.
—Así parece...
—Quiero decir si no lleva usted alojados —siguió diciendo el de los galones, tocándose las uñas de los dos pulgares, como aquel que mata piojos.
—Nada de esto —repliqué—, estoy limpio como una patena.
Y era verdad. Procuraba ser tan pulcro, que hasta cepillo llevaba para quitarme el polvo, cuanto más peine y jabón para mi tocado. Me verían tostado del sol y polvoriento, pero sucio no.
—Pues suba usted con nosotros —siguió diciendo el cabo—. Me da pena verle andando con este calor por la carretera.
Pararon las mulas y me senté en la trasera sobre un montón de mantas bien dobladas. En el doble fondo asomaban la marmita de la compañía y el bombo de la música. El carro se llevaba toda esta impedimenta a Andújar por la carretera para empalmar con el tren.
—Ea, eche usted un trago —díjome el carrero envidándome la bota.
—Amigo, gracias mil —dije devolviéndosela después de haber bebido.
—¿De dónde se viene, paisano? —me preguntó a su vez el cabo.
—De la capital de España —contesté con mucho énfasis.
—¿De Madrid, y a pie? Olé por los valientes —exclamó el cabo, que sería andaluz a juzgar por el acento y por el olé.
—¿Es usted de allí? —preguntó el carrero.
—Madrileño soy; soy castellano.
—Compañero, pues, somos paisanos. También yo soy castellano nuevo.
—¿De dónde?
—De Guadalajara, es decir, de Tendilla. ¿Ha oído usted mentar este pueblo?
Voy a ser franco. Tenía tan presente el recuerdo del conde de Tendilla, el primer gobernador de Granada, que el apelativo se me antojaba título andaluz. Ahora sabía a ciencia cierta que ese pueblo era castellano, como antes que la batalla de Bailén se dio un 19 de julio. ¡Vaya si enseñan los viajes!
Y como si del carrero se apoderase repentinamente la nostalgia de la terruca, dejo de hablar, dio un grito a las mulas y a seguida cantó esta seguidilla:
Camino de Tendilla
va una tendera,
ella va pá Tendilla
y yo a tendella...
Las cuatro leguas de Bailén a Andújar las hicimos tan despacio, con tantas estaciones en los contornos, que era ya anochecido cuando llegamos a la ciudad. Cabo y carrero, con el arroz, las patatas y el tocino de la provisión que llevaban, aderezaron un rancho en la posada, convidándome a comer y a beber, y aun me hicieron acostar sobre las mantas del carro, después de dejar las mulas en el pesebre. Antes de rayar el alba sacó el carrero los animales, y cabo, carro y carrero marcharon a la estación a esperar el mixto.
Despedime de tan buenos camaradas y eché a andar por la vía férrea. A los pocos kilómetros un guardavía me detuvo a la entrada de un túnel hasta que pasara el tren. No tardó este en anunciarse, y cuando cruzó, tuve la suerte de ver asomados a una ventanilla al cabo andaluz y al carrero castellano que me saludaron alegremente remolineando las gorras cuarteleras.