XIII. LA NIÑA PROFÉTICA

Lori escuchó las voces furiosas.

— ¡Nos has engañado!

La primera era de Lylesburg.

— ¿Y qué otra opción tenía?

La segunda era de Boone.

— ¿Te parece justo arriesgar a Midian por tus buenos sentimientos?

— Decker no se lo dirá a nadie —respondió Boone—. ¿Qué iba a decir? ¿Que intentaba matar a una mujer y un hombre muerto lo ha impedido? Es de sentido común.

— De pronto resulta que tú eres el experto. Unos días aquí y ya estás cambiando las leyes. Vete a hacerlo a otra parte, Boone. Coge a la mujer y márchate. Lori quería abrir los ojos y acercarse a Boone, calmarle antes de que su enfado le hiciera decir alguna estupidez. Pero tenía el cuerpo agarrotado. Ni siquiera los músculos de la cara le respondían. Sólo podía seguir allí tumbada y escuchar la exaltada conversación.

— Yo pertenezco aquí —dijo Boone—. Ahora soy un Engendro de la Noche.

— No por mucho tiempo.

— No puedo vivir allí fuera.

— Nosotros hemos vivido allí. Durante generaciones intentamos vivir en el mundo natural y estuvieron a punto de extinguirnos. Ahora llegas tú y estás a punto de destruir nuestra única esperanza de sobrevivir. Si Midian es desenterrado, esa mujer y tú seréis los responsables. Piensa en eso durante el viaje.

Hubo un largo silencio. Luego Boone dijo:

— Déjame arreglarlo.

— Es demasiado tarde. La ley no hace excepciones. El otro también tiene que marcharse.

— ¿Narcisse? No, le romperías el corazón. Se ha pasado media vida esperando venir aquí.

— La decisión está tomada.

— ¿Por quién? ¿Por ti o por Baphomet?

Al oír aquel nombre, Lori sintió un escalofrío. La palabra no significaba nada para ella, pero estaba claro que sí significaba algo para los que estaban allí. Oyó susurros que se hacían eco de ella a su alrededor, frases reiteradas como palabras de culto.

— Quiero hablar con él —dijo Boone.

— Eso no es posible.

— ¿De qué tienes miedo? ¿De perder tu poder sobre nuestra tribu? Quiero ver a Baphomet. Quiero intentarlo. Detenme, hazlo.

Cuando Boone hizo su desafío, Lori abrió los ojos. Había un techo abovedado sobre ella, donde tendría que haber estado el cielo. Estaba pintado de estrellas, aunque parecían fuegos de artificio en vez de cuerpos celestiales, girándulas de fuegos arrojando chispas mientras cruzaban el cielo.

Ella ladeó la cabeza ligeramente. Estaba en una cripta. Había ataúdes sellados a ambos lados de donde estaba ella, situados verticalmente contra la pared. A su izquierda, había una profusión de gruesas velas, cuya cera se derramaba y con llamas tan débiles como Lori. A su derecha, Babette estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, mirándola resueltamente. La niña iba vestida totalmente de negro. Sus ojos reflejaban la luz de las llamas, afirmando su parpadeo. No era guapa. Su rostro era demasiado solemne para la belleza. Incluso en la sonrisa que le dedicó a Lori al verla despertar, no se desvanecía la tristeza de sus rasgos. Lori hizo lo que pudo para devolverle la mirada de bienvenida, pero no estaba segura de que sus músculos le obedecieran.

—Nos ha hecho una mala herida —dijo Babette.

Lori creyó que se refería a Boone. Pero la siguiente frase de la niña le hizo ver que no.

—Rachel la ha limpiado. Ahora ya no duele.

Levantó la mano derecha. Estaba vendada con tela oscura alrededor del pulgar y del índice.

—La tuya tampoco.

Haciendo acopio de voluntad, Lori levantó su propia mano derecha. Estaba vendada de modo idéntico.

—¿Dónde... está Rachel? —preguntó Lori con una voz apenas audible para ella misma. Pero Babette oyó claramente la pregunta.

—Por aquí cerca —dijo.

—¿Puedes pedirle que venga?

El ceño perpetuo de Babette se intensificó.

—¿Te vas a quedar para siempre? —le preguntó.

—No —fue la respuesta, pero no de Lori sino de Rachel, que había aparecido en la puerta—

. No, no se quedará. Se irá muy pronto.

—¿Por qué? —dijo Babette.

—He oído a Lylesburg —murmuró Lori.

— Mister Lylesburg —dijo Rachel acercándose a donde yacía Lori—. Boone ha quebrantado su palabra yendo arriba a buscarte. Nos ha puesto en peligro a todos. Lori conocía una pequeña fracción de la historia de Midian, pero era suficiente para saber que la máxima que había oído de labios de Lylesburg —«lo que está abajo permanece abajo»— no era una extraña frase casual. Era una ley que los habitantes de Midian habían jurado por su vida o algo similar so pena de perder su derecho a estar allí.

—¿Puede ayudarme? —preguntó. Se sentía vulnerable echada en el suelo. No fue Rachel la que vino en su ayuda, sino Babette, que puso su pequeña mano vendada en el estómago de Lori. Su cuerpo respondió inmediatamente al tacto de la niña y todos los restos de agarrotamiento desaparecieron súbitamente. Recordó haber tenido una sensación igual o parecida en su anterior encuentro con la niña, aquella sensación de poder transferido que la había invadido cuando la bestia se disolvió en sus brazos.

—Se ha formado un lazo entre ella y usted —dijo Rachel.

—Eso parece. —Lori se sentó—. ¿Está ella herida?

—¿Por qué no me lo pregunta a mí? —dijo Babette—. Yo también estoy aquí.

—Lo siento —corrigió Lori—. ¿Tú también te has cortado?

—No. Pero siento tu herida.

—Ella es empática —dijo Rachel—. Siente lo que sienten los demás, especialmente si tiene alguna conexión emocional con ellos.

—Yo sabía que venías aquí —dijo Babette—. Lo vi a través de tus ojos. Y tú puedes ver a través de los míos.

—¿Es verdad? —preguntó Lori a Rachel.

—Créela —fue la respuesta.

Lori no estaba segura de poder ponerse de pie, pero decidió poner su cuerpo a prueba. Era más fácil de lo que pensaba. Se levantó rápidamente, con los miembros fuertes y la mente clara.

—¿Pueden llevarme con Boone? —inquirió.

—Si eso es lo que quieres.

—Él estaba aquí todo el tiempo, ¿verdad? —dijo.

—Sí.

—¿Quién le trajo?

—¿Traerle?

—A Midian.

—Nadie.

—Estaba medio muerto —dijo Lori—. Alguien debió de sacarle del depósito.

—Todavía no lo has entendido, ¿verdad? —dijo Rachel sombríamente.

—¿Midian? No; en realidad, no.

—No me refiero a Midian. Quiero decir lo de Boone, por qué está aquí.

—Cree que es un Engendro de la Noche —dijo Lori.

—Lo era, hasta que rompió su palabra.

—Entonces nos iremos —replicó Lori—. Es lo que quiere Lylesburg, ¿verdad? Y yo tampoco creo que me gustara quedarme.

—¿Adonde iréis? —preguntó Rachel.

—No lo sé. Quizá volvamos a Calgary. Será difícil probar que Decker es el culpable. Luego podemos empezar en otra parte.

—Eso no será posible —dijo Rachel moviendo la cabeza.

—¿Por qué? ¿Tienen alguna demanda más importante que hacerle?

—Vino aquí porque es uno de nosotros.

— Nosotros. ¿Qué significa? —replicó Lori vivamente. Estaba cansada de evasión y alusiones veladas—. ¿Quiénes sois vosotros? Gente enferma que vive en la oscuridad. Boone no está enfermo. Es un hombre sano. Un hombre sano y fuerte.

—Te sugiero que le preguntes a él lo saludable que se siente —fue la respuesta de Rachel.

—Oh, claro que se lo preguntaré, cuando llegue el momento.

A Babette le había afectado aquel desdeñoso intercambio.

—No debes irte —le dijo a Lori.

—Tengo que irme.

—A la luz no —agarró a Lori fieramente de la manga—. Yo no podría ir allí contigo.

—Ella tiene que irse —dijo Rachel, intentando soltar a su niña—. Ella no es de los nuestros. Babette la cogió rápidamente.

—Puedes serlo —dijo mirando a Lori—. Es muy fácil.

—Ella no quiere —dijo Rachel.

Babette volvió a mirar a Lori.

—¿Es verdad eso? —le preguntó.

—Díselo —dijo Rachel, claramente satisfecha de la incomodidad de Lori—. Dile que ella también forma parte de la gente enferma.

—Pero nosotros viviremos siempre —dijo Babette. Miró a su madre—. ¿A que sí?

—Algunos de nosotros.

— Todos nosotros. Si queremos vivimos eternamente. Y un día, cuando el sol se vaya...

— ¡Basta! —dijo Rachel.

Pero Babette tenía más cosas que decir.

—... Cuando el sol se vaya y sólo haya noche, viviremos sobre la tierra. Será nuestra. Ahora le tocaba a Rachel sentirse mal.

—No sabe lo que dice —musitó.

—Creo que lo sabe muy bien —dijo Lori.

La proximidad de Babette y la idea de que un lazo las unía la hizo estremecerse súbitamente. La escasa paz que su mente racional había logrado con Midian se resquebrajaba. Deseaba marcharse de allí más que nunca, alejarse de niños que hablaban del fin del mundo, de velas y ataúdes y de la vida en las tumbas.

—¿Dónde está Boone? —le preguntó a Rachel.

—Ha ido al santuario. A ver a Baphomet.

—¿Quién es o qué es Baphomet?

Rachel hizo un gesto ritual a la mención de Baphomet, tocándose la lengua y el corazón con el dedo índice. Para ella era tan familiar y lo había hecho tantas veces que Lori se preguntó si se habría dado cuenta de que lo hacía.

—Baphomet es el Bautista —dijo—. El que fundó Midian. El que nos llamó aquí. El dedo volvió a tocar lengua y corazón.

—¿Puedes llevarme al santuario? —preguntó Lori.

La respuesta de Rachel fue clara y simple:

—No.

—Al menos dime cómo se llega allí.

—Yo te llevaré —dijo Babette voluntariamente.

—No, no lo harás —dijo Rachel, esta vez arrancando la mano de la niña de la manga de Lori tan de prisa que Babette no tuvo oportunidad de resistirse.

—He pagado mi deuda contigo —le dijo Rachel—, curándote la herida. Ya no tenemos nada que ver.

Cogió a Babette en brazos. Babette se volvió para mirar a Lori.

—Quiero que veas cosas bonitas para mí.

—Estate quieta —gritó Rachel.

—Lo que tú veas, yo lo veré.

Lori asintió.

—¿Sí? —preguntó Babette.

—Sí.

Antes de que la niña pudiera pronunciar otra palabra de pesadumbre, Rachel se la llevó de la habitación, dejando a Lori en compañía de los ataúdes.

Ella echó la cabeza hacia atrás y exhaló el aire lentamente.

Calma, pensó. Ten calma. Pronto terminará todo esto.

Las estrellas pintadas jugueteaban sobre su cabeza y parecían moverse cuando las miraba.

¿Era una licencia del capricho del artista?, se preguntó, ¿o así era cómo se les aparecía en el cielo a los Engendros, cuando salían de sus mausoleos por la noche a tomar el aire?

Era mejor no saberlo. Ya era bastante malo que aquellas criaturas tuvieran hijos y arte, que además pudieran tener una visión era un pensamiento demasiado peligroso como para entretenerse en él.

La primera vez que les había visto, a medio camino entre las escaleras y el mundo de bajo tierra, había temido por su vida. Todavía tenía miedo, en algún rincón oculto de sí misma. No de que se la arrebataran, sino de que la cambiaran, de que de algún modo, la contaminaran con sus ritos y visiones y ella no pudiera borrarlos de su mente.

Cuanto antes se alejara de allí, junto con Boone, antes llegaría a Calgary. Allí brillaba la luz en las calles, apagando a las estrellas.

Tranquilizada por aquella idea, fue en busca del Bautista.