ESCENA XIII
DICHOS, Petra, Manolo y Nicomedes.
Aparece Manolo, primera izquierda, lívido, descompuesto. Le sigue Petra, como sujetándole. Detrás Nicomedes, fingiendo una trágica indignación.
MANOLO: ¡Alto!... ¡Ahí le tienes! ¡Era él! ¡Lo mato!
EUDOSIA: ¡Madre!
CONESA: ¡Dios mío! (Cae en una silla, y sentado en ella intenta huir hacia la puerta dando grandes saltos.) ¡Socorro!...
NIC.: No te pierdas, Manolo. (Le sujeta.)
MANOLO: ¿Qué hacía usted aquí, so ladrón?
CONESA: Que voy a tocar las consecuencias de una ligereza, señor Manolo, pero, por Dios, no me condene usted sin oirme...
MANOLO: Suélteme usté. ¡Lo estrangulo!
PETRA: No, a este hombre no hay quien lo toque. (Se pone heroicamente delante.) ¡Es inocente! ¡Ay, Conesa de mi alma, huya usté!
MANOLO: ¡Y lo defiende!
CONESA: ¡Señora, por Dios, no se ponga usté cariñosa, que me lo agrava!...
MANOLO: ¡Suélteme usté, que le parto el corazón!
CONESA: ¡Socorro!... ¡Socorro!... (Huye casi arrastras.)
(Petra vase primera izquierda, y cierra la puerta. Eudosia vase siguiendo a Conesa.)
MANOLO: ¡Miserable, canalla!... ¡Y ha huido!
NIC.: (Asomándose al balcón.) ¡Míralo, ahora sale!
MANOLO: ¡Granujal ¡Traidor! (coge el melón y se lo tira.) ¡Toma, bandido!
NIC.: (Cerrando el balcón.) ¡Jesús!
MANOLO: ¿Qué pasa?
NIC.: ¡El melón, que le ha dado a un guardia! Con las manos en la cabeza y mirando a lo alto como el que lamenta una fatalidad. ¡¡Estaba escrito!!
MANOLO: (Desesperado.) ¡Y esa infame, dónde está esa traidora, dónde?
PETRA: (Desde la habitación y con voz dolorida.) ¡Aquí, Manolo!
MANOLO: (Golpeando a la puerta.) ¡Abre, abre!...
PETRA: ¡No, Manolo!; ya es todo inútil... toma esa carta y léela. (La echa por el montante.) ¡Adiós para siempre!
MANOLO: (Aterrado.) ¿Cómo para siempre?
PETRA: Sí... ¡Adiós para siempre! (Suena un tiro.)
LOS DOS: ¡¡Ah!! (Se abrazan aterrados.)
NIC.: ¡Se ha matao! (Se oyen en la habitación lamentos débiles.)
MANOLO: ¡Ay, padre!
NIC.: ¡Aún se oye!...
MANOLO: ¡Petra!... ¡Petra!...
NIC.: ¡Silencio!... ¡Silencio mortal!... ¡Ay, Manolo!... Lee... lee esa carta a ver qué dice.
MANOLO: (Leyendo.) «Peazo de primo.» ¿Es a mí?
NIC.: ¡A mí siempre me ha llamao padre!... Pero sigue, sigue...
MANOLO: «Peazo de primo.»
NIC.: ¿Otro pedazo?
MANOLO: No; es que repito. (Leyendo.) «Aquella tonta del bote que tenías por esposa, y a la que estabas tomando el pelo con horquillas y todo acaba de tener el gusto de morirse pa siempre. Conque pon la bandera a media asta.» ¡Caray!
NIC.: Sigue, sigue...
MANOLO: R. I. P. «Pero como yo miro por ti hasta en el otro mundo te he dejao en herencia otra mujer, por si quiés volverte a casar. Te advierto que es muy diferente de la de antes; si te conviene abre la puerta y mira.» ¿Pero qué es esto?... Petra, Petra...
PETRA: (Aparece con una estaca enorme.) ¡Servidora!
MANOLO: (Retrocede.) ¡Caray!
NIC.: ¡Camará, qué novia!... ¡Y sale con el equipo!
PETRA: Esta es mi mano, y ésta es la dote. Tú veras lo que te conviene, pollo.
MANOLO: ¡Ay, Petra!... ¿De modo que too esto ha sío una broma?
PETRA: Pregúntaselo a tu difunta. Yo no doy má que explicaciones de fresno.
MANOLO: Perdóname, Petra. Pesada ha sido la broma, pero la he merecido Y yo te juro que en este nuevo matrimonio voy a ser otro. Porque ahora, con la inquietud que he pasao, me he convencido de lo que te quería. Conque, trae el regalito de boda que se lo devuelva a tu padre... (Amenazándole.), al que supongo autor de esta guasita...
NICANORA: (Entrando.) De esta guasita, que bendita sea, porque te ha hecho ver lo que se sufre cuando se es engañao.
PETRA: Si, Manolo, si; y que no te se olvide que cuando un hombre se salta a la torera la fidelidad conyugal, está expuesto por lo menos a que la mujer dé un brinquito. No la olvides.
MANOLO: Te lo juro. Ya lo verás, (se abrazan.)