EL NOMBRE DE DIOS ENTRE LOS HEBREOS
En la Biblia, Dios aparece designado con diferentes nombres; el más corriente de ellos es Yahvé, escrito YHVH, y cuya pronunciación sigue siendo desconocida. Parece ser que esta divinidad era originaria del sudeste de Palestina o del norte de Arabia. Se trataba de un dios de la tormenta, un dios dominador, probablemente inspirado en la cosmogonía sumeria. Los sumerios pensaban, en efecto, que el dios del cielo, An, había encargado a sus hijos, los annunakis, las labores de ganadería y agricultura. Pero los annunakis tenían pocas ganas de trabajar y modelaron a los hombres para que lo hicieran en su lugar. La consecuencia de ello es una sorprendente visión del mundo: los hombres fueron creados para servir a los dioses y no tienen la menor esperanza de escapar a su destino. El pensamiento sumerio influyó en toda Mesopotamia y Palestina, oponiéndose al pensamiento egipcio, según el cual los dioses eran principios y fuerzas que se armonizaban para mantener el equilibrio del universo.
Yahvé fue adorado bajo diferentes nombres, como Jaho o Jahu en Egipto. Fue a partir de la redacción de la Biblia, en los últimos siglos antes de Cristo, cuando adquirió toda su importancia. Sin embargo, los hebreos no pronuncian jamás su nombre. Lo llaman Adonai, que significa el Señor, o el Creador.
LOS APIRUS
Los apirus, o hapirus, formaban un pueblo medio sedentario medio nómada. Criaban cabras y ovejas. Vivían al margen de las ciudades, aglutinando a gentes desarraigadas o refugiadas. Se les encuentra un poco por todas partes, desde Anatolia hasta Nuzi, en la alta Mesopotamia oriental, pasando por Mari, en el Éufrates Medio. Pero también se desplazaron hasta Egipto, donde prestaban sus servicios como mercenarios, obreros, canteros o, a veces, viticultores. Se les llamaba también heberer, término que más tarde se convertiría en hebreos.
Es posible que el Éxodo sea el reflejo de un problema de inmigración. Los apirus, de vuelta en Palestina, se mezclaron con otras tribus locales para formar el pueblo hebreo.
EL MONTE HOREB
Tradicionalmente, el itinerario seguido por Israel durante el Éxodo conduce a Moisés hasta el Yébel Musa, el monte de Moisés, situado al sur de la península. Sin embargo, esta montaña, situada en un lugar de difícil acceso, seguramente no recibió nunca la visita del profeta. Fue el emperador Justiniano, en el siglo III, quien decidió que esta montaña era el monte Horeb de la Biblia, pues consideraba que el monte de Moisés no podía ser otro que el más elevado y el más hermoso. Carece de toda lógica, pero es un error que persiste aún en nuestros días.
Así pues, me he basado, entre otras, en la hipótesis del historiador italiano Emmanuel Anati, que hace pasar a la tribu de Israel por el norte, y por una montaña del Neguev llamada Har Karkom, de 1.035 metros de altitud, situada al este del Sinaí, en la frontera egipcio-israelí. Unos grabados hallados en las piedras del desierto que lo rodea confirman que esta montaña era considerada, desde los albores de la humanidad, como un lugar sagrado.
EL PASO ENTRE LAS AGUAS
Una mente racional difícilmente puede creer que las aguas del mar se separaran para dejar pasar a un pueblo. Tradicionalmente, Yam Suf, el mar de los Juncos, se confunde con el mar Rojo. En realidad, según Emmanuel Anati, se trataría del lago Serbonis, el Sabjat el Bardawill. Es una vasta extensión de agua salada de 60.000 km² situada al norte del Sinaí. Una franja litoral de 80 km de longitud la separa del Mediterráneo. Esta franja de tierra, que en algunos puntos no supera los treinta metros de ancho, puede muy bien haber sido el paso situado entre las aguas del que habla la Biblia.