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La carta
—He detenido la hemorragia —dijo Tanis, mirando muy preocupado el rostro de Clotnik, lívido y contraído por el dolor—. Los tajos son profundos, en especial los de la espalda. Sin embargo, te recuperarás pronto y, salvo unas cuantas cicatrices espectaculares, habrás salido de ésta sin sufrir daños irreparables —agregó, esforzándose por adoptar un tono animoso.
—He de mantener mi capacidad para realizar los juegos malabares. ¿Conservaré la movilidad de los brazos indemne? —preguntó preocupado el enano.
—Creo que sí, aunque no te lo puedo asegurar de manera rotunda.
La respuesta del semielfo pareció dejar satisfecho a Clotnik, quien cerró los ojos con la intención de descansar un rato.
Tanis se incorporó al pie de la estatua de Scowarr, a donde había trasladado al enano herido, y soltó un hondo suspiro de alivio, al tiempo que notaba que los músculos de la nuca y de los hombros perdían la rigidez producto de la tensión soportada.
Ahora que había atendido las heridas de Clotnik, estaba ansioso por recobrar la carta de Brandella. Regresó apresurado hasta el hoyo que había cavado y encontró en el fondo el pergamino doblado. El papel estaba viejo, amarillento y las esquinas empezaban a deshacerse. Lo cogió amorosamente y lo desdobló con infinito cuidado; volvió hacia donde reposaba Clotnik, caminando despacio, mientras leía lo que Brandella le escribiera tanto tiempo atrás…
«Para ti, Tanis, que lo arriesgaste todo por mí.
»Escribo esta carta ahora, unos minutos antes de partir contigo hacia lo que puede ser un viaje sin esperanza. Sé que estás convencido de que ambos saldremos de la memoria de Kishpa, pero yo abrigo mis dudas. Si es que regresas a tu mundo sin mí; quiero que sepas lo mucho que he pensado en ti. Y lo que siento por ti. Mas eso ya lo sabes, ¿verdad? En una ocasión, me preguntaste qué es lo que une a dos personas a lo largo del tiempo. Supongo que lo que deseas saber es cómo Kishpa y yo hemos mantenido vivo un amor tan intenso a pesar del transcurso de todos estos años y así descubrir, por ti mismo, el secreto para encontrar un amor semejante. ¿Cómo explicártelo?
»Al mirar a mi telar se me ocurre que la clase de amor que buscas con tanto anhelo es como uno de los chales que tejo. Al igual que una de estas prendas protege la garganta del frío, asimismo un amor profundo y generoso protege lo que en ti hay de vulnerable frente al mundo. El amor; como el chal, te abriga en los días más crudos, te arropa cuando el viento del infortunio sopla con más fuerza. Y, al igual que un chal, un gran amor te resguarda el corazón. Pero también, como un chal, es fácil de perder o dejárselo olvidado en alguna parte si uno no es lo bastante cuidadoso.
»Ahora me estás esperando mientras escribo una carta que tal vez nunca leerás. Por consiguiente, la acabaré en este punto, aunque no sin decirte que, si abandonas este mundo y yo permanezco en él guardaré tu recuerdo como algo muy querido. Después de todo, ¿qué es la memoria sino un modo de conservar lo que no se desea perder?
»Hasta pronto, pero nunca adiós.
»Brandella».
Tanis se acercó a Clotnik; el enano se había dormido y roncaba con suavidad. Tomó asiento en un bloque de piedra desprendido de las murallas y repasó la carta, que empezaba a deshacerse entre sus dedos. Trató de leer entre líneas, entre palabras, entre puntos y aparte… Quería comprender con exactitud lo que la mujer intentaba decirle. ¿Por qué no se había sincerado y le había confesado con claridad los sentimientos que abrigaba? Sin duda esperaba que él, en el fondo, supiera la respuesta. Aunque, en este caso, como en otros, se dijo el semielfo, tal vez era mejor imaginar la verdad que saberla.
Mientras Tanis seguía sentado, inmerso en la carta de Brandella, seis de los siete cadáveres de los sligs, desperdigados entre las ruinas, empezaron a sufrir unas leves convulsiones. A pesar de que permanecieron tendidos en la misma postura que habían quedado al desplomarse muertos, algo insondable estaba ocurriendo en sus cuerpos. A despecho de su tamaño, forma, o las heridas que habían acabado con ellos, comenzaron a sufrir una transformación. Muy lentamente al principio, las enormes zarpas se volvieron más pequeñas y desaparecieron las uñas largas y afiladas que remataban los dedos. El ritmo de la transformación se aceleró y la piel perdió su dura consistencia escamosa. Los hocicos se hundieron, las fauces y los colmillos perdieron su aspecto carnívoro. Todos los cuerpos empezaron a cambiar de forma y, de manera repentina, unos ropajes cubrieron su desnudez y entre sus dedos se materializaron unas armas. Poco después, sus ojos parpadeaban y se abrían, aunque entre sus labios no se advertía aliento alguno, ni sus pechos se movían con el ritmo cadencioso de la respiración.
—Eres un lector lento, ¿verdad, Semielfo?
La voz cascada sonó a sus espaldas y Tanis se llevó la mano a la daga con velocidad.
—Vamos, vamos, jovencito. No necesitas tu arma.
Tanis miró por encima del hombro. Un elfo anciano que se sostenía de pie con no poca dificultad se encontraba a unos pasos de distancia. Una túnica descolorida y unos pantalones de lana cubrían su frágil cuerpo. El semielfo envainó de nuevo la daga.
—No me acerqué a hurtadillas —dijo el anciano, con una mirada de disculpa en sus ojos ambarinos y desdeñosos—. Hice bastante ruido, pero no me oíste. Cosa que no me sorprende, habida cuenta que tenías la nariz pegada a ese pedazo de papel.
Tanis dobló la carta de Brandella.
El anciano elfo señaló con un gesto a Clotnik.
—Me buscaba antes, pero no le permití que me alcanzara. No me gusta que la gente me siga —dijo.
Tanis no supo qué decir. El viejo sonrió y su rostro surcado de arrugas pareció rejuvenecer.
—Tiene gracia, pero este enano me recuerda a alguien —dijo al cabo de un momento.
—Es el hijo de Mertwig y Yeblidod.
—Ah, comprendo. —El viejo meneó la cabeza—. Los recuerdo. Su padre era un…
—Anciano, guárdate tus opiniones para ti mismo —lo interrumpió con brusquedad el semielfo mientras volvía la vista hacia Clotnik para asegurarse de que no se había despertado. El enano yacía tranquilo, sosegado, y Tanis respiró con alivio.
El elfo puso mala cara, pero no hizo más alusiones sobre Mertwig. Tanis se inclinó hacia adelante.
—Dime, anciano. ¿Recuerdas a una mujer, una humana, que vivió en este pueblo? —preguntó con interés—. Se llamaba Brandella.
El viejo elfo se llevó un dedo a los labios con gesto pensativo.
—¿Brandella? Déjame pensar… Era la amiga de Kishpa, ¿no es cierto?
Tanis sonrió con alegría.
—En efecto. Cuéntame algo de ella.
—He de marcharme —anunció de improviso el viejo, mientras se daba media vuelta.
—¿Qué te ocurre? ¿Te he molestado? —preguntó alarmado el semielfo.
—Me fastidian las multitudes. Por eso vivo aquí solo. Adiós.
—¿Multitudes? ¿Consideras multitud a un semielfo y a un enano dormido? —se sorprendió Tanis.
Pero, en ese instante, levantó la cabeza y lo que vio lo llenó de alegría.
Caminando en su dirección, se acercaban Flint, Sturm, Caramon, Raistlin, Tas y… —su corazón se estremeció— Kitiara. Mientras el anciano elfo se alejaba, Tanis guardó la carta de Brandella en la túnica, lanzó un grito de bienvenida, se incorporó y corrió alegre al encuentro de sus viejos y queridos compañeros.