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La petición del mago

Tanis sintió que todas sus esperanzas se desmoronaban a su alrededor como los troncos carbonizados que ahora se esparcían por el entorno. Los ojos azules de Kishpa centellearon con una intensidad que acrecentó la inquietud del semielfo.

—El anciano delira —dijo—. Clotnik, ayúdame a colocar otra manta a guisa de tienda. Tenemos que protegerlo…

Pero el enano continuó arrodillado en el piso arenoso junto al mago, impasible.

—No delira —aseveró con firmeza.

Tanis miró de soslayo a ambos, pensativo. «Tal vez sea yo quien desvaríe».

—Brandella vive y respira dentro de mí —dijo Kishpa con voz ronca—. Al igual que tu padre. O, al menos, lo harán en tanto yo siga vivo. Esa es la razón por la que te necesito, Tanis. —De improviso, el anciano tosió sangre. Se limpió el rostro chamuscado, mientras hablaba entre jadeos—. Antes de perder el sentido, voy a realizar un conjuro. Te enviaré a lo más hondo de mi memoria, a un tiempo pasado, al momento en que conocía mejor a mi Brandella y tu padre llegó al pueblo. —Hizo una pausa y Clotnik lo miró con preocupación.

Muy pocos sonidos rompían la quietud de la mañana; de tanto en tanto, un pedazo de madera carbonizada se precipitaba sobre el lago o alguna rama se desplomaba en el suelo cubierto de desechos, a escasos metros de los tres hombres. El olor a humo persistía aún con fuerza. El semielfo y el enano guardaron silencio mientras esperaban que remitiera el último espasmo de dolor que sufría el anciano mago. Tanis observó el leve pálpito que agitaba la túnica quemada y ennegrecida, que en el pasado fuera roja y aterciopelada.

Una expresión furibunda cruzó por el rostro del mago; se negaba a que el dolor se interpusiera en su camino.

—Averigua cuanto quieras acerca de tu padre, si es ése tu deseo —dijo—. Pero encuentra a mi Brandella y escapa con ella de mi mente para que, cuando yo muera, ella siga viviendo. No quiero que su recuerdo sucumba con mi último aliento, Tanis. ¿Lo comprendes? La amo demasiado para permitir que perezca conmigo. Encuéntrala. Sálvala.

El viejo mago se reclinó, sin apartar sus pupilas de las de Tanis; la mirada, antes exigente, se tornó ahora esperanzada.

—¿Lo harás? —preguntó Kishpa con un hilo de voz.

¿Para qué? ¿Para conocer por fin a su padre? ¿Para verlo y hablar con él?, se dijo el semielfo.

—Sí, lo haré —aceptó en voz alta. No cabía otra respuesta.

El mago esbozó una sonrisa.

—Hay muchos detalles que deberías saber —dijo luego—. Pero ahora he de concentrarme y reunir energía suficiente para realizar el conjuro. Clotnik, explícale a Tanis lo que le aguarda. Y apresúrate. No queda mucho tiempo.

El enano cogió al semielfo por el brazo y lo condujo a una cierta distancia del herido. Tomaron asiento en el leño que les sirviera de sostén en el lago y que ahora estaba atorado en el banco de arena de la orilla. Clotnik desvió la mirada más allá de la superficie del agua; sus pensativos ojos verdes semejaban ágatas musgosas. Una fina red de arrugas contorneaban sus párpados y, por primera vez, Tanis cayó en la cuenta de que su compañero no era tan joven como había imaginado. Cuando habló Clotnik, su voz pareció llegar de muy lejos.

—Kishpa conoció a Brandella hace mucho tiempo, durante una época de guerras —explicó el malabarista—. Se desató una epidemia y los humanos huyeron de sus asentamientos habituales y enviaron a sus ejércitos hacia el oeste, en busca de otras tierras que no hubiesen sufrido el azote de la plaga. Atacaron a varios pueblos de elfos, que estaban aislados, al norte de Qualinesti, y juraron que arrojarían al estrecho de Algoni a quienquiera que se interpusiese en su camino.

Tanis, por supuesto, conocía las guerras sostenidas entre humanos y elfos. Tales invasiones eran una de las causas por las que todavía existían recelos entre una y otra raza; como también era una razón para que los miembros de ambos bandos consideraran a Tanis un producto de aquellos años violentos, un proscrito.

—¿Y mi padre? —se impacientó.

Clotnik apartó la vista del lago y lo miró por primera vez; en sus ojos se advertía una expresión conmiserativa.

—Tu padre era uno de aquellos soldados. Te digo esto para que estés preparado a afrontar lo que te aguarda. Te rodeará la violencia, el derramamiento de sangre, y es posible que caigas víctima de ellos. Cabe la posibilidad de que mueras en la memoria de Kishpa.

—Tendré cuidado —prometió Tanis.

El enano meneó la cabeza, no obstante, y posó su mano en el brazo musculoso del semielfo.

—La muerte es sólo uno de los peligros que te acechan.

Tanis volvió la mirada hacia el lugar donde yacía el anciano mago, reponiendo las fuerzas que precisaría para la rigurosa prueba que lo aguardaba.

—He de aceptar los riesgos —comentó el semielfo. Al no producirse comentario alguno por parte de Clotnik, se volvió a mirarlo—. Adelante. Explícame a lo que debo enfrentarme.

El enano apartó la mano de su brazo y se mostró indeciso. Al cabo, prosiguió.

—Kishpa ignora lo que ocurrirá al penetrar un extraño en su pasado. Podrías cambiar todo el transcurso de su vida, o alterar sólo sus recuerdos, o no modificar nada en absoluto. Pero está decidido a correr el riesgo y arrostrar cualquier consecuencia, con tal de que encuentres a Brandella y regreséis al presente antes de que él muera. Si Kishpa deja de respirar mientras estás en su pasado, a ti te ocurrirá otro tanto. Al menos, en su memoria. —La mirada del enano se tornó acerada como las espadas que forjaba Flint—. Lo que quiera que ocurriese contigo, si podrías o no regresar a esta vida, también lo ignora.

Tanis guardó silencio, calibrando la situación. Todos sus compañeros, desde el fornido Caramon al menudo Tas, se encontraban corriendo sus propias aventuras; mas, podría apostar que hasta el último de ellos tenía los pies plantados firmes en la tierra, en el hoy. Abrió la boca para decir algo, pero Clotnik se apresuró a interrumpirlo.

—Todo cuanto puedo decirte es que debes encontrarla y salir de la memoria de Kishpa antes de que éste muera.

—¿Cómo?

—Con la magia por supuesto —respondió el enano con actitud sorprendida.

Tanis presentía que el enano contestaba con evasivas; por consiguiente le presionó.

—¿Nos sacará Kishpa?

El enano esbozó una sonrisa extraña antes de contestar.

—Si todo va bien, sí.

Al transcurrir varios segundos sin que el semielfo hiciese comentario alguno, Clotnik se mordisqueó el labio, se recostó en el leño e inquirió.

—¿Qué te preocupa?

—Kishpa parece humano —dijo Tanis con un gesto duro—. ¿Cómo es posible que fuese un hombre joven enamorado de una mujer hace casi cien años?

Clotnik soltó una corta carcajada antes de controlarse lo bastante para responder.

—¿Te parece humano bajo esas terribles quemaduras? ¡Por las barbas de Reorx, no lo es! Su abuelo era elfo. —La voz del enano adoptó un tono confidencial—. Según mis cálculos, tiene una cuarta parte de elfo y tres cuartas partes de humano. Admito que los rasgos élficos no son muy perceptibles. Pero, por el contrario, su longevidad es una prueba irrefutable e sus orígenes étnicos.

Tanis asintió en silencio. Quedaba por plantear una pregunta.

—¿Cómo encontraré a mi padre? ¿Y a Brandella? ¿Qué aspecto tienen?

—Los hallarás a ambos en un pueblo llamado Ankatavaka, situado en la orilla septentrional del estrecho de Algoni. Reconocerás a tu padre porque, de acuerdo con la descripción de Kishpa, te pareces a él; en los ojos y en la boca. No obstante, existen diferencias. Kishpa me dijo que, a diferencia de ti, el cabello de tu padre era largo y negro; tenía la nariz rota y, durante el corto tiempo que estuvo en Ankatavaka, recibió una herida de espada en la pierna derecha.

—¿Qué me dices de mi madre? ¿Vivía también en el pueblo de Kishpa? —Tanis contuvo el aliento. Por conocer asimismo a su madre, muerta al poco de nacer él, merecería la pena correr todos los peligros que encerraba el plan del anciano mago.

—No —respondió Clotnik, eludiendo los ojos—. Kishpa no la conoció. En esto no puedo ayudarte.

El semielfo dejó escapar un profundo suspiro.

—De acuerdo. Cuéntame algo acerca de Brandella.

—Era tejedora cuando Kishpa la conoció. La reconocerás en el momento que la veas, Tanis. De esto, no cabe a menor duda.

—Pero ¿cómo?

En el lago, una pareja de aves acuáticas trató de posarse en la superficie cubierta de escoria. Graznando con aparente desaliento, alzaron el vuelo al instante y se dirigieron hacia el oeste. Tanis las siguió con la mirada.

—La reconocerás porque Kishpa la amaba y tú estarás en su memoria. —El enano procuró adoptar una actitud de seguridad—. Llegará un momento en que lo comprenderás.

Tanis no estaba tan seguro. Con todo, no insistió en el asunto.

El malabarista hizo un movimiento como si se dispusiera a reunirse con el mago, pero el semielfo lo detuvo.

—¿Qué me dices de ti, Clotnik? ¿Por qué haces todo esto por el anciano?

—¿Esto? No es nada —contestó con pesadumbre—. Quise hacer el viaje en tu lugar, pero Kishpa no me lo permitió. Tenías que ser tú, me dijo; el conjuro de búsqueda había sido muy específico. —Respiró hondo, echó una ojeada al mago por encima del hombro, y agregó en voz baja—: Pero no le creo. Lo cierto es que no quiere que vaya yo.

—¿Por qué?

—Por la misma razón por la que yo deseaba hacerlo —dijo con ambigüedad, mientras jugueteaba con un pedazo de madera ennegrecida. Arrojó el palo al agua y luego miró a Tanis a los ojos—. Si sobrevives a este periplo, te lo diré. Y tú tendrás cosas que contarme. Pero, basta por ahora; el tiempo de charlas y confidencias ha concluido y Kishpa está preparado.

El enano se incorporó, cortando cualquier otra pregunta, y regresó presuroso junto al mago. Tanis fue en pos de él con más lentitud.

El mago alzó la vista y los observó con una súbita expresión taimada; Tanis tuvo que esforzarse para no cambiar de opinión. Siempre había sido cauto; demasiado cauto, le decían a veces sus amigos. En esta ocasión, seguiría adelante sin plantearse más conjeturas, se juró a sí mismo.

Con cierto esfuerzo, el anciano hechicero sacó dos objetos de un saquillo pequeño, chamuscado, y empapado de agua, que pendía de su cinturón; los alzó. El primero era un pedazo de tela desgarrado y viejo en el que se advertían todavía los matices desvaídos de lo que en otro tiempo fueran brillantes colores rojo, amarillo y púrpura. El segundo objeto era un sencillo instrumento de escritura fabricado en madera. El hechicero tendió a Tanis la plumilla, pero retuvo el trozo de tela.

—Es todo cuanto me queda de ella —dijo con tristeza—. Es el último fragmento de una bufanda que me tejió. Tómalo y dáselo como prueba de mi amor.

—¿Y la plumilla?

—Llévatela también, y déjala en el pasado. Ella es la causa de que me persiguieran los sligs. Éste es el plan más seguro para mantenerla fuera de su alcance.

Los sligs, célebres por sus afilados dientes, fealdad, y una generalizada actitud antisocial, no eran apenas conocidos por los alrededores de Solace.

—¿Por qué querían los sligs tu plumilla? —preguntó Tanis—. Parece un objeto corriente.

—Predice el peligro —contestó el mago—. Quienquiera que la posea, jamás será cogido por sorpresa. No alcanzas a ver cuán valiosa podría llegar a ser para un ejército de semejantes criaturas que tuviese intención de conquistar un territorio. —Kishpa apretó los labios con resolución—. ¡No deben apoderarse de ella, Tanthalas!

Tanis se disponía a plantear una nueva pregunta, pero Clotnik se le anticipó.

—Kishpa está débil. Hemos de apresurarnos.

El mago acarició el trozo de tela y, de mala gana, se lo entregó a Tanis. El semielfo lo guardó con cuidado en su túnica, al igual que la plumilla.

El hechicero le dio las gracias con un leve movimiento de cabeza y después cerró los párpados.

Mas, de repente, antes de iniciar la realización del conjuro, la reliquia de lo que en tiempos fuera un ser lleno de vida, alzó sus finas manos ensangrentadas, aparentemente ajeno al dolor, y señaló al semielfo.

—Hay algo más que debes saber —susurró Kishpa—. Habrá alguien que tratará de impedir que liberes a mi Brandella.

—¿Quién? —preguntó Tanis, a la vez que se inclinaba sobre el mago para escuchar mejor.

—Yo.

Mientras el semielfo se recobraba de la sorpresa, el mago entonó unas palabras desconocidas para Tanis. Los insólitos sonidos eran musicales, más bien una serie intrincada de notas que un lenguaje. Kishpa los repitió por segunda vez; y una tercera. Tanis miró de soslayo a Clotnik.

—No funciona —dijo el semielfo en voz baja.

—¡Chist! —siseó el enano, a la par que le dirigía una mirada indignada.

En ese momento, el mago apretó los puños, los sacudió, y volvió a abrirlos. La piel se desprendió en tiras de sus dedos, pero el hechicero pareció no advertirlo. Cerró los puños por segunda vez. Los sacudió. Los abrió. Los cerró una tercera vez. Los sacudió… Y Tanis desapareció.