25
Una segunda oportunidad

Un foco de luz se alzó al cielo nocturno desde el interior del tocón hueco del árbol. Kishpa lo vio y se aproximó con sigilo. Se preguntaba si Tanis y Brandella se habrían metido por los túneles subterráneos del acantilado; Ello explicaría lo de la luz. No cabía duda de que le sacaban una escasa ventaja.

Kishpa se había servido de su magia para localizar su rastro y seguirlos. Su cólera haría el resto. El mago sacó la daga y se encaminó hacia el haz luminoso.

Tanis estaba agazapado tras el tocón, oculto en la profunda oscuridad que contrastaba con la zona iluminada por la antorcha que manejaba Brandella. Oyó a Kishpa antes de verlo. Mas, gracias a su aguda visión élfica, pronto divisó al mago. También vio la daga que empuñaba.

No quería herirlo, pero tampoco deseaba que Kishpa lo hiriera a él o lo matara. Ni qué decir tiene que no entraba en sus planes matar al hechicero, aunque sólo fuera por la razón de que, si se producía tal hecho, el mago no existiría en el futuro. Acabar con el joven Kishpa sería como acabar consigo mismo y con Brandella.

¿Por qué no los sacaba de su memoria el anciano hechicero? Había tenido ocasión, pero no lo hizo. O, quizá, no pudo. Tanis sacudió la cabeza, rehusando admitir semejante idea.

Kishpa estaba muy cerca y el semielfo se maldijo por abstraerse en aquellos pensamientos. Tenía que calcular sus movimientos a la perfección o la daga del mago se enterraría hasta la empuñadura en su cuerpo… y era una hoja muy, muy larga.

Tanis cambió de postura con sigilo, como un animal que se dispone a saltar sobre su presa. Kishpa se detuvo. Fue como si hubiese presentido el peligro. El semielfo cayó en la cuenta de que cabía la posibilidad de que el gran poder mágico del hechicero lo pusiera sobre aviso. No había modo de asegurarse, así que Tanis mantuvo la calma y esperó a que Kishpa diese el siguiente paso.

El mago oteó con atención la oscuridad mas, al parecer, no percibió nada fuera de lo normal; poco después reanudaba su avance hacia el tocón, como si la luz que brillaba en el interior lo tuviera hipnotizado.

Conforme se acercaba, Tanis se echó hacia atrás a fin de ocultarse tras el tocón. Incluso cuando la luz que salía del tronco hueco iluminó la figura del mago, Tanis se mantuvo inmóvil, a la expectativa.

La circunstancia de dejar atrás el resguardo proporcionado por la oscuridad pareció servir de acicate a Kishpa para avanzar más deprisa. En tres zancadas llegó al pie del tocón y se inclinó para asomarse por el hueco. Antes de que el mago tuviese tiempo de divisar la antorcha que ardía allá abajo, Tanis salió de su escondrijo a la vez que disparaba el puño derecho contra la cabeza del hechicero.

El puñetazo estaba a punto de alcanzar su meta cuando surgió un bulto en movimiento y una pequeña figura saltó de las sombras y chocó contra los dos hombres. El impacto los hizo dar tumbos en direcciones contrarias.

El personaje que los había golpeado era Scowarr.

Otra vez.

Tanis profirió un juramento en voz baja; se había olvidado por completo del hombrecillo.

Alfeñique se propinó un fuerte golpe al caer y quedó tendido en el suelo, momentáneamente aturdido.

Scowarr vio que Kishpa y Tanis, alumbrados por la fantasmagórica luz de la antorcha, se movían en círculo alrededor del tocón. El mago empuñaba su daga, pero Tanis, con gran prudencia, no desenfundó la espada.

—No quiero hacerte daño —dijo el semielfo con serenidad.

—Pero yo sí —replicó, furioso, el mago.

—¡Tanis! —gritó Brandella.

Se produjo un siseante fogonazo de luz deslumbrante. La joven había arrojado la antorcha a lo alto, por el hueco del tocón. Inducido por un impulso instintivo, Kishpa se lanzó en pos de la tea.

Aprovechando el momento de distracción del mago, Tanis salvó de un salto la distancia que los separaba; golpeó la antorcha, que voló hacia donde estaba Scowarr, y chocó con la cabeza en el pecho de Kishpa. El mago cayó.

Se enzarzaron en el suelo; Tanis procuraba eludir las salvajes acometidas de la daga de Kishpa, pero fue un esfuerzo vano. La hoja le abrió un corte en el brazo derecho y la sangre le resbaló hasta la muñeca. Kishpa se debatía a fin de propinarle un golpe más contundente, en tanto que el semielfo luchaba por aferrarle la mano armada. El mago tuvo más éxito y, en esta ocasión, el acero alcanzó al semielfo en la espalda, cerca del omóplato; atravesó la túnica y dejó un fino rastro de sangre que trazaba una diagonal irregular y llegaba hasta el hombro.

Al sentir que la afilada hoja desgarraba su carne por segunda vez, el dolor lo impulsó por fin a estrellar su puño con fuerza contra el hombro izquierdo de Kishpa. El impacto golpeó al mago como un martillazo y la mano sufrió un espasmo, pero no soltó la daga.

Toda la atención de Tanis estaba enfocada en desarmar a Kishpa y olvidó por completo la otra mano del mago.

Este agarró una piedra y la estrelló contra la cabeza del semielfo. Los forcejeos de Tanis cesaron al instante.

Scowarr había seguido la pelea boquiabierto.

Kishpa, inmovilizado bajo el peso del cuerpo del semielfo, trató de librarse de él a empujones. Tanis estaba casi inconsciente y, tal vez, no sabía dónde se hallaba y contra quién luchaba, pero, en medio de la bruma de dolor y aturdimiento, el instinto lo indujo a resistir para seguir encima del mago.

Kishpa lo golpeó una vez más con la piedra, sólo que en esta ocasión lo alcanzó en la espalda, no en la cabeza.

El doloroso impacto sacó a Tanis de su estupor. Antes de que el mago tuviese oportunidad de atacarlo de nuevo, lo agarró por el cabello y le golpeó la cabeza contra el suelo una y otra vez hasta que los ojos del mago adquirieron un aspecto vidrioso y los forcejeos cesaron.

—Ayúdame —pidió Tanis con voz ronca a Scowarr.

El hombrecillo se incorporó con esfuerzo.

—¿Que te ayude? ¿A qué? La pelea ya ha terminado —respondió con un timbre chillón.

El semielfo se uso de rodillas, aturdido. Se tambaleó y un momento después cayó de bruces.

Alfeñique se acercó a toda prisa.

—Vamos, vamos. Te ayudaré a levantarte.

—No. Coge esto —dijo Tanis con voz débil, a la vez que le tendía las tres tiras de tela de la blusa de Brandella—. Átale los brazos y las piernas. Luego lo amordazas.

Scowarr se apresuró a coger los trozos de lienzo y llevó a cabo las instrucciones de Tanis en tanto que éste yacía en el suelo a la espera de que remitieran el dolor y el aturdimiento.

—¿Te parece bien así? —inquirió Alfeñique, mostrando el elaborado nudo que sujetaba las manos del mago.

—Sí, muy bien.

Kishpa empezaba a recobrar el conocimiento.

—¡Rápido! ¡Tienes que terminar antes de que formule algún hechizo! —instó Tanis.

El hombrecillo se apresuró a meter una de las tiras de tela en la boca del mago y después se lanzó a atarle las piernas con movimientos atropellados.

—¿Qué haces? —demandó Brandella, que salía en ese momento por el hueco del tocón. Su rostro mostraba una expresión mezcla de miedo y cólera.

—Asegurarme de que no me transforme en un pez o un sapo —respondió Scowarr.

—¿Es necesario hacer esto? —exigió, en tanto se volvía hacia el semielfo.

Tanis se las arregló para ponerse de pie, pero las piernas aún le temblaban.

—Si es que queremos ponernos en camino, lo es —dijo.

—¿En camino hacia dónde? —preguntó la joven mientras examinaba las ataduras que inmovilizaban a Kishpa. Tanis le dirigió una mirada admonitoria, pero Brandella rechazó su advertencia con un ademán—. Es posible que no tengamos más remedio que atarlo, pero me aseguraré de que las tiras no estén demasiado fuertes. ¿En camino hacia dónde? —insistió.

—Al lugar donde el anciano Kishpa agoniza. Está camino de Solace. He reflexionado sobre el asunto y he llegado a la conclusión de que quizá sea conveniente acercarnos a ese punto. Tal vez la distancia sea la causa por la que no pudo sacarnos de su memoria; nos encontramos muy lejos.

La expresión de la tejedora se suavizó ante la mención del anciano mago y sus ojos se prendieron en el semblante de Kishpa.

—Me alegro mucho de que llegues a una edad tan avanzada —susurró.

—Sí, es mejor llegar a viejo que lo contrario —se mostró de acuerdo Scowarr, cuya expresión ponía de manifiesto que no tenía ni idea de lo que hablaba la joven.

—Vamos. No perdamos ni un minuto. Sabes tan bien como yo lo cerca que tu viejo amigo está de la muerte. El viaje nos llevará algún tiempo y a él le queda muy poco —dijo Tanis.

—Voy —contestó ella, pero no se movió. Kishpa había abierto los ojos.

El mago quiso decir algo pero, con la mordaza, todo cuanto fue capaz de articular fueron unos sonidos ininteligibles. Brandella lo besó en la frente.

—Lo siento. No puedo ayudarte —dijo.

Kishpa intentó de nuevo hablar, a la vez que movía la cabeza y la miraba con ojos implorantes.

—Te amo, pero Tanis dice la verdad. Escúchame. He oído el latido de tu viejo y valeroso corazón y he hablado contigo. Noté tu presencia, que me envolvía por doquier. Estás agonizando mientras evocas el recuerdo de lo que fui. Pero eso llegará a su fin cuando…, cuando mueras. Querías evitarlo y por ello enviaste a Tanis en mi busca. Sé que parece imposible, pero es cierto. Ojalá lo creyeras.

Los ojos de Kishpa reflejaron desesperación e impotencia y articuló más sonidos que la joven no entendió aunque, sin duda, quería que le quitara la mordaza. Brandella rehusó con un movimiento de cabeza y le acarició el cabello, tan oscuro como el suyo.

—Voy con Tanis al lugar donde agonizas, a casi cien años en el futuro —susurró—. Él cree que el hechizo no resultara tan difícil si estamos en el mismo punto. Ocurra lo que ocurra… —Enmudeció, incapaz de pronunciar una sola palabra más; se inclinó sobre el mago, lo abrazó y besó sus ojos.

Kishpa estaba medio ahogado con la mordaza debido a los esfuerzos que realizaba por decirle algo, pero Tanis tomó a la joven del brazo y la apartó.

El mago se sacudió con violencia, en un intento desesperado de librarse de las ataduras.

—Pongámonos en marcha —instó Scowarr.

—No. Tú no vienes —replicó Tanis.

—Más tarde o más temprano se soltará las ataduras y, cuando lo consiga, lo que haría conmigo no tendría gracia. Yo vivo de eso, de ser gracioso, ¿recuerdas? Por consiguiente, me marcho con vosotros.