Capítulo 25
BOSTON, 1988
Sentado en un banco del parque, Cutter contempló con orgullo a Pam y Ariana que se acercaban. Eran dos auténticas bellezas: Pam con el cabello moreno y su aire bohemio; Ariana con la boquita pequeña, los ojos oscuros y la mata de pelo brillante sobre los volantes del vestido. Iba cogida de la mano de Pam, y por cada paso de ésta, daba un saltito y medio.
Era la niña más bonita de Boston, de Massachusetts, de Estados Unidos. Cutter estaba convencido de ello, y no porque fuera su hija. Desde el nacimiento de Ariana, se pasaba horas mirando a otras niñas y no había ninguna que pudiera comparársele.
Sonrió a Pam, se inclinó sobre los codos y en cuanto la niña estuvo delante, dijo:
—Hola, angelito.
—Hola, Cutter —respondió Ariana con una sonrisa tímida.
Cutter pensó que jamás llegaría a acostumbrarse al sonido dulce de esa voz pronunciando su nombre. Se lo debía a Pam. Aunque el nacimiento de la niña había sido fruto de un momento de pasión sexual, Pam había querido que conociera a Ariana. Y él también había querido conocerla. En lugar de organizar visitas clandestinas, Pam se lo presentó a Brendan como un viejo amigo de Timiny Cove. Brendan conocía la ocupación de Cutter y su relación con el mercado de los diamantes y reconoció que él y Pam tenían muchas cosas en común. De modo que Cutter comenzó a participar en las celebraciones familiares, como las Navidades, las barbacoas del 4 de Julio e incluso alguna fiesta. Ariana se encariñó pronto con él.
Cutter compartió la alegría de Pam con una mirada y volvió a girarse hacia la pequeña.
—Me han dicho que hoy es un día especial para ti. —Ariana asintió con la cabeza y sonrió—. ¿Cuántos cumples?
La niña tardó unos instantes en mantener cuatro dedos separados y rectos.
—¿Cuatro? ¡Guau! ¡Qué mayor! —Los ojos de Ariana se llenaron de alegría y volvió a asentir—. ¿Te darán una fiesta?
—El sábado —respondió la niña—, ¿Vendrás?
—Creo que es una fiesta para tus amigos —dijo Cutter tocándole la nariz—. No querrás que vaya un viejo como yo.
—Claro que quiero —dijo Ariana con seriedad y se giró hacia Pam—. ¿Verdad que puede venir, mamá?
Pero antes de que Pam pudiera responder, Cutter dijo:
—Tengo que volver a Nueva York. Por eso quería verte hoy. —Bajó la voz y añadió con tono tentador—: Tengo algo para ti.
—¿De veras? —preguntó Ariana con los ojos resplandecientes de alegría.
—Sí.
—¿Dónde está?
—Detrás de mí.
La niña se apoyó en el brazo de Cutter, subió al banco y espió. Entre la espalda de Cutter y el respaldo del banco había una caja pequeña. Intentó cogerla y cuando no lo consiguió, tiró del brazo de Cutter hacia adelante. Pero él no se movió.
—Primero un abrazo —dijo.
Ariana le echó los brazos al cuello. Cutter la abrazó con ternura y la meció efusivamente. Fue un momento especial. Cerró los ojos y se deleitó con su calor, su aroma de niña, la suavidad de su piel. La habría abrazado más tiempo si Ariana se lo hubiera permitido, pero la niña se apartó, impaciente por recibir su regalo. Cutter la sostuvo con una mano y buscó la caja con la otra. La niña se sentó sobre el regazo de Cutter y comenzó a desenvolverla.
El hombre miró a Pam.
—Es un cielo —dijo en voz baja.
—Tenemos mucha suerte —respondió Pam.
—Tiene tu nariz y tu boca.
—Tus ojos y tu pelo —señaló ella.
A Cutter le gustaba oírlo. La certeza de que los niños eran una forma de perpetuarse en el tiempo le daba seguridad. No habría querido morirse sin dejar algo suyo en el mundo. No es que pensara morirse en un futuro cercano, pero sabía que nunca tendría hijos si no era con Pam. Aunque Ariana no había sido planeada, no lamentaba su nacimiento, ni siquiera cuando pensaba en las circunstancias adversas que lo habían rodeado.
—¿Es aficionada a los juegos de niños, como su mamá a su edad?
—No —respondió Pam ruborizándose—. Es toda una dama.
—Como su mamá ahora. ¿Qué tal la excursión al campo con el colé?
—Lo que más le gustó fue volver a casa —respondió Pam.
—¿Y eso te molestó?
—¿Bromeas? Me encantó.
Ariana lanzó una exclamación de alegría mientras levantaba una pequeña caja dorada con delicadas tallas.
—¡Mira, mamá! —exclamó—. ¡Qué bonita!
—Ábrela —dijo Cutter con una sonrisa y la ayudó a hacerlo. En cuanto levantaron la tapa, comenzó a sonar música. Ariana soltó otra exclamación al ver que emergía una pequeña bailarina, girando sobre las puntas de los pies. La niña la miraba fascinada. Cuando volvió la vista a Cutter, éste sintió que se derretía.
—Mira, mamá —dijo Ariana girando la caja hacia su madre con sumo cuidado.
Pam se sentó en el banco para observarla de cerca.
—¡Vaya! ¡Es preciosa! —Escuchó la música con una sonrisa—. ¿La danza del hada de los caramelos? —preguntó.
—La encontré en Salzburgo el mes pasado.
—Es muy bonita. —Se dirigió a Ariana—: Eres una niña muy afortunada. ¿He oído un «gracias»? —añadió inclinándose hacia ella.
Ariana sonrió con timidez a Cutter.
—Gracias, Cutter. —Sin que Pam le dijera nada, le cogió el cuello con una mano y le dio un beso en la barbilla.
Luego, sosteniendo la caja de música con una mano, utilizó la otra para bajarse del regazo de Cutter. Cruzó un estrecho sendero de guijarros y fue a sentarse al pie de una estatua a escuchar la música y contemplar la danza de la bailarina.
—Le ha encantado —dijo Pam.
—Me alegro. Buscaba algo especial.
—Lo has encontrado. Gracias.
—Gracias a ti.
—¿Por qué?
—Por traerla aquí. —Su vista pasó de Ariana a Pam—. ¿Ha sido complicado?
—No. Le había prometido un paseo en bote para su cumpleaños. Le dije a Brendan que estabas en Boston y que quizá pasaras a saludarnos. Le pareció bien.
Cutter pensó en Brendan, en las veces que lo había recibido en su casa, en las charlas de negocios y en los favores mutuos. Recordó que en otros tiempos le había suplicado a Pam que lo dejara, pero en el último año había llegado a comprender por qué no lo había hecho. Sin embargo, eso aumentaba su frustración.
—Es un buen hombre. Me gustaría odiarlo, pero no puedo.
—A él también le caes bien.
—Es un buen padre para Ariana.
—Sí.
Cutter volvió a mirar a la niña que contemplaba la caja de música como si estuviera hipnotizada. Él, a su vez, se sentía hipnotizado por ella, por sus pequeños dedos, sus pequeños zapatos, su pequeña nariz, su pequeña barbilla. El sol resplandecía en sus cabellos, dándole un tono aún más cálido a su color caramelo. Pam tenía razón; tenía su mismo pelo.
—¿Crees que sospecha algo? —preguntó.
—No estoy segura —respondió Pam, que también estudiaba las facciones de Ariana—. A veces creo que debería decírselo, aunque sólo fuera para aliviar mi sentimiento de culpa. Si sospecha algo, no lo dice. Adora a Ariana y ella lo adora a él. Se pasan el día jugando.
Cutter sintió una punzada de celos, pero al mismo tiempo notó una expresión de preocupación en la cara de Pam. Miró rápidamente a Ariana, temiendo que le hubiera sucedido algo, pero la niña seguía sentada en el mismo sitio.
—¿Qué pasa?
—¿Eh? —dijo Pam, sorprendida por la pregunta—. Ah, nada.
—Pareces preocupada.
—Hace un tiempo que Brendan está más cansado de lo habitual —dijo después de una pausa—. Intenta ocultármelo, pero yo lo noto.
—¿Trabaja más que de costumbre?
—No; al contrario. Pasa mucho tiempo en casa. Es el director del banco y puede permitírselo.
—¿Cuántos años tiene?
—Cincuenta y nueve. Antes se hacía chequeos médicos con regularidad, pero ahora, aunque le insisto, siempre posterga el momento de la visita. —Bajó la voz—. Quizá tenga que ver con la perspectiva de cumplir sesenta.
Cutter extendió las piernas y gruñó.
—Sé de qué hablas.
—Tú vas a cumplir cuarenta —dijo ella con una sonrisa—. Eso no es nada.
—Para ti es fácil decirlo, porque todavía no te toca.
—Pero mírate, estás estupendo. —Cutter se encogió de hombros—. ¿Echas de menos la carrera de modelo?
—En absoluto. —Se había retirado oficialmente dos años antes, al expirar su último contrato—. Conseguí lo que quería de ella. Desde el principio, fue sólo un medio para alcanzar un fin; eso es todo.
—¿No echas en falta los halagos o la atención de la gente? —Cutter sacudió la cabeza con fuerza—. ¿Y los negocios van bien?
—Sí. —Era socio de una sociedad de inversiones que había fundado con otras tres personas al abandonar la carrera de modelo—. Mis socios tienen los títulos, la experiencia, los conocimientos técnicos. Yo sólo tengo los contactos.
—También tienes carisma —corrigió Pam—. No hablas mucho, pero cuando lo haces es porque tienes algo que decir. No haces perder el tiempo a la gente y les inspiras confianza.
—Algo haré bien —dijo encogiéndose de hombros, pero enseguida abandonó su actitud indiferente, pues indiferencia era lo último que sentía cuando pensaba en John—. Estamos cerca, Pam. Nuestras acciones en la compañía St. George crecen día a día. John aún no se ha dado cuenta, ¿verdad?
—No. Es demasiado arrogante. No se enterará de nada hasta que te hagas con la compañía.
—Estupendo. —Cutter se reclinó en el banco y cruzó los brazos sobre el pecho. Estaba satisfecho, aunque todavía se sentía enfadado y resentido—. Es exactamente lo que quiero. Compramos pequeños paquetes de acciones aquí y allí. Nuestros clientes usan su nombre o el de sus empresas. Cuando seamos lo bastante poderosos para formar una entidad sólida, John se quedará pasmado, desarmado, vencido en su propio juego.
—Suena bien —dijo Pam con una sonrisa maliciosa.
—¿Y a ti qué tal te van las cosas?
—Acabo de revisar los últimos informes económicos —respondió Pam frunciendo los labios—. Casi el cuarenta por ciento de los ingresos de Facets se deben a mis diseños. Ya no trabajo directamente en el proceso de fabricación, pero cobro derechos por todos mis diseños. —Se señaló con un dedo—. Yo; no John. Yo. Y he consultado a dos abogados: si nos separáramos, John se quedaría en la puta calle.
Cutter sonrió. Pam no solía decir palabrotas. Igual que él, se había ablandado con la edad. Sin embargo, John seguía enfureciéndola.
—¿Lo ves con frecuencia?
—Lo menos posible —dijo ella con énfasis.
—¿Cuánto es eso?
—Una vez a la semana; quizá más si hay reunión del consejo.
—¿Es amable?
—Claro que sí, pero yo no corro riesgos. Me aseguro de que siempre haya gente alrededor. John nunca haría de las suyas en público.
—¿Ve a Ariana?
—Lo menos posible —repitió con más énfasis que antes.
—¿Por decisión tuya o suya?
—De ambos. No le gustan los críos y no sabe qué hacer con ellos. Eso me conviene; cuanto menos la vea, mejor. No es la clase de modelo que quiero para Ariana. —Se detuvo un momento a reflexionar sobre sus propias palabras. Cuando volvió a hablar, Cutter notó un tono dubitativo en su voz—: No es sólo por eso. Cuando estoy con John, tampoco yo soy la clase de modelo que quiero para mi hija. Me inspira sentimientos horribles, y no me gustaría que la niña lo notara.
Cutter se maravilló de su sensibilidad.
—Eres una buena madre.
—¿Porque quiero ahorrarle dolor?
—Porque quieres que sea una buena persona.
—Todas las madres quieren lo mismo.
—Pero no todas se aseguran de que sea así. —Señaló a Ariana con un movimiento de la barbilla—. Es tranquila, como tú.
—No; como tú. Yo soy muy impulsiva.
—¡Cutter! —gritó Ariana a voz en cuello.
—¡Vaya! Creo que me he apresurado al hablar —dijo Cutter.
Ariana corría hacia él con expresión desolada.
—¡Se ha roto! No funciona.
La decepción de la niña lo conmovió. Cutter la atrajo hacia él, la situó entre sus piernas y sus brazos, y cogió la caja de música.
—Se le ha acabado la cuerda —le explicó al oído—, eso es todo. Sólo tienes que darle cuerda y volverá a funcionar. —Cerró la tapa y giró la caja para enseñarle la llave. Ariana intentaba ayudar con sus manos pequeñas—. Está un poco dura. Quizá deberías pedirle ayuda a mamá.
—Puedo hacerlo sola —dijo. Le apartó la mano y se esforzó para girar la llave. Lo hacía con movimientos lentos, de noventa grados, pero por fin consiguió darle tres vueltas. Después se detuvo.
—Más —ordenó Cutter.
Ariana giró la llave una vez y luego otra. Para Cutter habría sido una tarea sencilla, pero obligado a permanecer sentado, mirando cómo lo hacía Ariana, le pareció laboriosa. Sin embargo, se alegraba de ello, pues era una buena excusa para tenerla otro rato en brazos. Cutter pensó que si Ariana viviera con él la llevaría consigo a todas partes. Era su hija; había contribuido a concebirla. La idea de haber participado en la creación de un ser humano, cada día más humano, no dejaba de maravillarlo. Sólo hubiera deseado verla más a menudo.
Quizá sus sentimientos se reflejaran en su cara, porque cuando volvió a mirar a Pam, ésta tenía una expresión melancólica.
—Eres muy bueno con ella —dijo en cuanto Ariana volvió a alejarse.
—Dos de mis socios tienen hijos, así que he adquirido algo de práctica.
—No —dijo Pam sacudiendo la cabeza—. Lo haces con naturalidad. Te sale de aquí —añadió señalándose el corazón.
—Como debe ser. La quiero. —Volvió a reclinarse en el banco, aunque ya no estaba tan relajado como antes—. A veces me enfurezco. En el terreno de los negocios, todo me va bien. Tengo dinero, una ocupación respetable y unos socios honrados. Además, estoy a punto de vengarme de John. —Suspiró—. Pero, ¿qué pasará cuando haya acabado todo? Ni tú ni Ariana estaréis conmigo.
Pam no respondió. No es que Cutter esperara que lo hiciera. Él había tenido su oportunidad; podría haberse casado con ella y olvidarse de John, pero su amor propio no se lo había permitido. En aquella época quería hacer las cosas a su manera. Ahora, mientras miraba jugar a Ariana, sentía la inutilidad de su orgullo. También vivía con el vago aunque persistente temor de que hubiera pasado demasiado tiempo para que él y Pam pudieran unirse como siempre había soñado.
—A veces —dijo en voz baja— siento que mi vida ha sido una larga cadena de añoranzas. Y la mayor parte de esas añoranzas han tenido que ver contigo —añadió mirando a Pam. Extendió un brazo sobre el respaldo del banco para acariciarle la nuca—. Desde que tú apareciste en mi vida, nada ha vuelto a ser igual. Te quiero, Pam.
Por un instante, Pam cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás para sentir el contacto de sus dedos en el cuello. Pero rápidamente abrió los ojos y miró a Ariana.
—Es una ironía —dijo.
—¿Qué?
—Lo que dices sobre el éxito y los negocios. A mí me pasa lo mismo. Desde el punto de vista profesional, las cosas no podrían irme mejor. Tengo un grupo de artesanos a mi cargo, diseño cuando quiero y obtengo reconocimiento por ello sin tener que pasarme horas y horas en la tienda. Ni siquiera necesito ver a John. Los empleados me piden instrucciones a mí, no a él. Es estupendo. Tengo tiempo para Brendan, tiempo para Ariana, tiempo para mi madre —hizo una pequeña pausa para respirar— ... tiempo para ti.
—Ojalá lo tuviéramos ahora —dijo él en voz baja y Pam suspiró con añoranza—. Me gustaría abrazarte.
—Cutter, por favor.
—Besarte, tocarte...
Pam suspiró.
—Basta.
Pero sólo consiguió que él bajara la voz:
—Si estuviéramos solos no pararía. Seguiría hasta que los dos quedáramos agotados.
—¿Y te preocupa cumplir los cuarenta? —preguntó Pam.
—Tú me pondrás cachondo hasta el día de mi muerte.
—Calla.
—La niña no nos oye —susurró.
—Pero yo sí —respondió Pam con otro susurro—. No está bien. No deberías decir esas cosas. Ni siquiera deberías pensar en esas cosas.
Cutter soltó una exclamación burlona, justo cuando pasaban dos adolescentes con sonrisas de ortodoncia.
—Es preciosa —dijo una de ellas.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó la otra a Cutter.
—Cuatro —respondió él y luego añadió con orgullo de padre—: Los cumple hoy.
—¿Es su cumpleaños? —preguntó la otra con una sonrisa más grande.
—¡Guau! —exclamó la segunda y se volvió hacia Ariana—. ¡Feliz cumpleaños, guapa!
Ariana, completamente absorta en la caja de música, no levantó la vista hasta que las chicas pasaron de largo. Las adolescentes la saludaron con la mano, rieron y pronto se perdieron entre el gentío en el puente de peatones.
Ariana corrió hacia el banco. Dejó la caja de música, cerró la tapa, la abrió, volvió a cerrarla y un instante después la abrió una vez más. Convencida de que la música seguiría sonando, dedicó una conmovedora sonrisa a Cutter.
Su padre se derritió.
—¿Quieres venir con nosotros a los botes? —preguntó Pam.
Pasaron unos minutos antes de que Cutter pudiera recuperar la compostura y responder:
—Sólo si me dejas llevar en brazos a la cumpleañera. ¿Te parece bien? —preguntó a Ariana.
La niña hizo un gesto afirmativo.
—¿Puedo llevar mi regalo yo misma?
—Tú llevas tu regalo y yo te llevo a ti.
—¿Y quién llevará a mamá?
Cutter la alzó en brazos y se puso de pie.
—¿Qué tal si la mantenemos bien cerca? —Acomodó a Ariana sobre una cadera, y cuando Pam se unió a ellos le pasó el brazo libre sobre los hombros.
No le importaba quién los viera, no le importaba que hablaran ni que el rumor llegara a Brendan. Si la gente que los veía suponía que eran un matrimonio paseando con su maravillosa hija, tendrían parte de razón.
Le habría gustado que fuera verdad, pero aún era un sueño lejano. Llevaba toda la vida esperando a Pam y ahora también debía esperar a Ariana, aunque en este caso eso significaba que perdería momentos irrecuperables. Lo peor era que no sabía cuándo acabaría todo. Mientras Pam siguiera casada con Brendan, él sería un intruso. Por más placer que obtuviera en momentos fortuitos, esos momentos seguían siendo fortuitos.
En el transcurso de las semanas siguientes, la preocupación de Pam aumentó. Brendan estaba pálido, no comía bien y se volvía irritable cada vez que ella insistía en que fuera a ver a un médico. El asunto se escapó de sus manos una mañana de jueves. Brendan se desmayó en el banco. Pam estaba en Facets, examinando unas turmalinas que acababan de llegar de Maine, cuando recibió la llamada. Asustada, corrió al hospital.
Brendan estaba despierto y lo bastante lúcido para tranquilizar a Pam, pero ella no lo creyó. Cuando el médico recomendó una serie de pruebas, se sintió aliviada. Pero a las primeras pruebas siguieron otras y algunas se repitieron.
Los resultados no fueron buenos: Brendan tenía cáncer en el cerebro y en los dos pulmones.
—Es imposible. No ha estado enfermo; sólo cansado.
El médico la había mandado llamar para una visita personal en su consulta.
—Es una enfermedad traicionera, señora McGrath.
Pam había oído historias semejantes, pero ninguna de ellas tenía que ver con la gente que conocía y amaba, y mucho menos con su marido.
—Pero no ha tenido dolores de cabeza ni tos... ¿Podría haber algún error en las pruebas?
—Le hemos hecho tomografías computarizadas, gamografías óseas y pruebas de resonancia magnética. Los resultados coinciden. —Parecía preocupado, casi enfadado—. Ojalá su marido hubiera venido antes. Le advertí que esto podía ocurrir. Antes venía a verme cada seis meses, pero de repente dejó de hacerlo. Teniendo en cuenta sus antecedentes, fue una imprudencia.
—¿Qué antecedentes?
—Me refiero al melanoma.
—¿Qué melanoma?
—El que le extirpé hace un tiempo. —El médico la miró sorprendido—. ¿No lo sabía?
—No —respondió Pam con un hilo de voz.
—Tiene que habérselo dicho.
—No.
El médico se subió las gafas sobre la nariz y revisó la historia médica de Brendan hasta encontrar el papel que buscaba.
—Brendan vino a verme por primera vez en la primavera del setenta y seis, a raíz de la aparición de un bulto en el hombro. Se lo extirpé, pues era maligno.
—Maligno —repitió Pam como un eco. No podía creerlo.
—En aquel momento, había cierta polémica sobre el tratamiento de ese tipo de melanoma. Muchos de mis colegas creían que bastaba con una intervención quirúrgica, pero yo escogí el tratamiento más conservador y recomendé quimioterapia después de la intervención.
—Quimioterapia —volvió a repetir Pam. Tampoco podía creerlo.
El médico dejó las gafas sobre el escritorio y la miró de forma extraña.
—Con franqueza, señora McGrath, me sorprendí mucho cuando Brendan me dijo que habían tenido una niña. Antes de recomendarle la quimioterapia, le pregunté si deseaba tener más hijos, pues este tratamiento suele producir infertilidad.
El médico le aseguró que Brendan era un caso insólito, que era asombroso que hubiera pasado doce años libre de la enfermedad y que si se hubiera sometido a controles regulares, las perspectivas habrían sido mejores.
Pam lo escuchaba a medias. Estaba atónita. En cuanto pudo, se marchó del consultorio y fue a ver a Brendan. Entró silenciosamente en la habitación y lo encontró dormido. Acercó una silla a la cama y lo observó hasta que despertó.
Brendan le dedicó una sonrisa cansada, que se esfumó de inmediato. Le preguntó si había visto al médico.
Pam asintió. Brendan permaneció callado unos instantes y luego extendió la mano. Pam se la cogió con fuerza.
—Debería habértelo dicho, Pam —dijo con voz y ojos cansados—. Lo sé. Debería habértelo dicho antes de casarnos. Eras joven y tenías derecho a decidir si querías estar atada a alguien que probablemente enfermaría. Pero temí que me rechazaras. Fui egoísta y callé. Eras tan maravillosa. Pensé que si debía morir, antes merecía pasar algunos momentos contigo. Y han sido buenos, Pam. Maravillosos...
—¡Hablas como si todo hubiera terminado!
Pam no podía aceptarlo. Brendan era demasiado bueno para morir joven y para ella aún era joven. Era un cincuentón juvenil, o lo había sido hasta que el cáncer le había robado las energías.
—No me encuentro bien.
—Eso es porque aún no has empezado el tratamiento. La última vez respondiste a él y ahora pasará lo mismo.
—Aquella vez el tratamiento era preventivo —dijo con un ligero tono de reproche—. Ahora va en serio.
—Pues lucharemos.
—Tienes mucho valor —dijo Brendan apretándole más la mano—. Es una de las cosas que más me gusta de ti. —La miró como si supiera muchas cosas que ella no sabía—. El tratamiento es muy desagradable, Pam.
—Si lo superaste una vez, volverás a superarlo.
—Ahora tengo doce años más.
—Y más razones para vivir. Antes tenías a tus hijos que aunque hayan crecido, todavía te necesitan. Pero ahora también te necesitamos Ariana y yo.
Pam hablaba con el corazón, sin pensar las palabras, pero al mencionar a Ariana su expresión debió de delatar parte de su culpa porque Brendan le sonrió con tristeza y preguntó:
—La niña es de Cutter, ¿verdad?
Pam no respondió. No sabía qué decir. Se preguntó si debía negarlo o si acaso la verdad ayudaría a Brendan a luchar contra la enfermedad.
Él se llevó la mano de su esposa a los labios, la besó con ternura y luego la apoyó contra su pecho.
—Es el momento de decirlo —insistió con tono ligeramente reprobador.
—No, Brendan. No hables así, como si fueras a morirte mañana o la semana próxima. El médico dijo que incluso sin tratamiento podían quedarte años de vida.
—El médico no lo sabe. Nadie sabe nada. Esta enfermedad no sigue un patrón fijo y cada caso es diferente. Lo importante es la calidad de los años que me queden. Podría empeorar rápidamente.
Él parecía tranquilo, pero Pam estaba aterrorizada.
—¿Cómo puedes aceptarlo así?
—Me ha llevado años hacerlo.
—Deberías haber compartido tu preocupación conmigo.
—No podía.
—Deberías haber ido al médico antes.
—Estaba harto de pruebas y de pensar en ellas. Poco después del nacimiento de Ariana decidí que quería disfrutar de ella y de ti sin el fantasma de la enfermedad. Ya había aceptado que algún día podía acabar conmigo.
—Pero cuando empezaste a sentirte cansado...
—No quería conocer la verdad. Sabía que sólo había dos posibilidades: tenía cáncer o no lo tenía. De modo que decidí no hacer caso y continuar con mi vida. No lo siento. Volvería a hacerlo otra vez. Me has hecho tan feliz... —Vaciló un instante y añadió—: Las dos me habéis hecho feliz.
Pam volvió a ver en sus ojos la certeza de que Ariana no era suya. Esta vez, no pudo pasarlo por alto.
—¿Me odias? —preguntó.
—¿Si te odio? Te quiero.
—Pero yo... la niña...
—Desde el principio supe que había otro. No me querías como yo a ti.
—Ahora te quiero.
—Lo sé. Has sido una buena esposa.
Pam sintió deseos de llorar.
—Pero te traicioné.
—Me has dado ocho años maravillosos y una hija preciosa. No había tenido hijas.
—Pero ella no es...
—¿Mía? Biológicamente, quizá no lo sea, pero la quiero como si fuera mía. Supongo que es lo mismo que sienten los padres adoptivos.
Pam se echó a llorar. Habría preferido que se enfadará, que le gritara, que la insultara. Lo merecía por haberlo engañado.
—¿Cómo puedes perdonarme?
—¿Cómo? —preguntó Brendan, perdiendo la paciencia por primera vez—. No podía tener más hijos. Lo sabía antes de casarme. Tú eras joven, querías hijos y nunca usamos métodos anticonceptivos. Tenías la esperanza de concebir y yo sabía que eso era imposible. Incluso cuando comencé a sentirme amado por ti, no te lo dije. —Miró las sábanas con expresión sombría—. Es cierto que temía que me dejaras, pero ésa no era mi principal preocupación. Lo que más me preocupaba es que me consideraras menos hombre por ese motivo. —No podía mirarla a los ojos—. Vanidad, orgullo, egoísmo machista; llámalo como quieras. La cuestión es que nunca te dije la verdad. —Por fin la miró—. Cuando me dijiste que estabas embarazada, me alegré muchísimo. Era consciente de que el bebé no era mío, pero nadie, más lo sabía. La quimioterapia suele provocar esterilidad, pero hay algunas excepciones. —Pam lo miró con asombro—. Yo no soy una —se apresuró a añadir—. Antes de casarme me hice análisis y los resultados fueron concluyentes. —Respiró hondo y el silbido de su pecho recordó a Pam la gravedad de su estado.
—No deberías hablar tanto. Tienes que descansar.
Pero Brendan necesitaba continuar.
—¿Lo ves? Estás preocupada por mí y eso confirma lo que intento decirte. ¿Cómo iba a enfadarme cuando te preocupas tanto?, ¿cuando me das tanto?
—Cometí un error.
—Yo también, así que lo uno va por lo otro. Y hay algo más, Pam. Cuando descubriste que estabas embarazada, me sentí aliviado. Desde el principio te mostraste feliz y estaba claro que no pensabas abandonarme por el padre de la niña. Por lo tanto, yo estaba contento por ti y por mí, porque te quiero y adoro los niños. Me diste la oportunidad de volver a ser padre y no podía echártelo en cara. ¿Cómo iba a hacerte reproches cuando te había mentido sobre un asunto tan importante? No te dije que quizá no viviera hasta que tú llegaras a la madurez. Sabía que si moría te dejaría en una buena situación y eso me consolaba en parte. —Pareció quedarse sin aliento y calló. Después de un instante, levantó la mano de Pam y la restregó suavemente sobre su pecho. Después de unos instantes más, murmuró—: ¿Estamos en paz?
Pam no podía responder, no podía tomarse aquello como un ajuste de cuentas. Estaba desolada por todo lo que había averiguado aquel día.
—Lucharemos, Brendan. Haremos todo lo que diga el médico. Formarán una junta médica para decidir el mejor tratamiento y lo seguiremos a rajatabla.
Brendan cerró los ojos y guardó silencio. Luego habló con un hilo de voz:
—Cuando no esté, podrás irte con él.
—No digas eso. Ni siquiera pienses que no quiero estar contigo.
Brendan descansó un momento antes de volver a abrir los ojos.
—¿Es de Cutter? —Pam se llevó la mano de su marido a los labios, la besó y asintió con un gesto. Brendan pareció satisfecho y volvió a cerrar los ojos. Después de un minuto, suspiró—. Ay, Pam. No será fácil. Detesto obligarte a pasar por esto.
—No quiero estar en ningún otro sitio, Brendan.
Pam cumplió su palabra. Tiempo atrás se había prometido ser una buena esposa para Brendan y ahora decidió hacerlo lo más dichoso posible durante el tiempo que le quedara de vida, por largo que éste fuera. Eso significaba pasar momentos con él y con Ariana en familia, haciendo las cosas que le gustaban a Brendan. Significaba planificar fines de semana fuera con sus hijos y sus familias y dar cenas para los amigos íntimos. Organizaba esas actividades cuando se lo permitía el tratamiento y durante las pocas horas que Brendan pasaba en el banco. Su propio trabajo se limitaba a los momentos en que él descansaba, que se volvieron más frecuentes y largos a medida que la medicación le minaba las fuerzas.
En cierto modo, dedicarse a Brendan en cuerpo y alma resultaba gratificante. Lo quería, se preocupaba por él y se alegraba cuando podía hacer pequeñas cosas para animarlo, para hacerlo sonreír.
También encontraba satisfacción en Ariana y en su oficio. Aunque había reducido drásticamente las horas de trabajo, su fama seguía creciendo. Cuando se abrió la sucursal de Facets en Londres, asistió a la fiesta de inauguración. Sus diseños tuvieron una acogida mucho mejor de la que se había atrevido a soñar y su lista de admiradores era mucho más numerosa de la esperada, teniendo en cuenta su experiencia con los clientes británicos.
La reacción de John ante su éxito aumentó la satisfacción de Pam. Su hermano no estaba acostumbrado a los segundos planos, y aunque las clases altas británicas eran demasiado educadas para desairarlo de forma evidente, John era lo bastante sensible a las sutilezas del poder para comprender la situación. Durante la fiesta, se acercó a Pam, como si pretendiera convencerla de que era él, y no ella, quien atraía a la multitud. Pero no lo consiguió. Pam estaba en su elemento y se sentía segura. Sabía perfectamente que era el centro de atención, y durante las pocas horas que duró la fiesta disfrutó de su poder.
Regresó a Boston más animada y se concentró en mantener la cordura y una dosis de buen humor a pesar de las oscilaciones del estado de Brendan.