CONCLUSIÓN
«Todos ponemos nuestro granito de arena. Y si todos ponemos nuestro granito de arena, juntos pondremos un buen montón.»
Visto lo visto, ¿por qué sigo dando la lata con el sexismo?
Porque, por desgracia, aún hay muchos sexistas campando a sus anchas. No hay peligro de que se extingan a corto o medio plazo. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente no se verá obligado a introducir el sexismo sostenible para garantizar su abastecimiento en el Reino Unido. Yo no he tenido que escribir monólogos sarcásticos sobre la caballa, el carbonero o el abadejo. No hay constancia de que ninguna trucha haya troleado en Twitter a destacadas feministas británicas.
Me parece que ya basta de analogías con peces. Ahora viene cuando se supone que debo resumir y condensar todo lo expuesto hasta este momento. Sólo trato de decir que ni Gran Bretaña, ni el mundo en general, necesita métodos alternativos de opresión de la mujer. No necesitamos granjas de sexismo en paraísos fiscales, ni emprender guerras ilegales en Oriente Próximo para asegurarnos el control sobre los pozos de patriarcado. No necesitamos firmar un acuerdo con China para construir plantas nucleares sexistas, ni emprender peligrosas prospecciones petrolíferas en Lancashire, ni pedirle a Germaine Greer que reeduque a una jauría de perros truferos para que localicen y saquen de sus madrigueras a todos los sexistas que se refugian en el monte.
Si sigo dando la lata con el sexismo es porque existen brechas de género en la medicina, porque a menudo los investigadores se centran más en los hombres que en las mujeres a la hora de desarrollar nuevos tratamientos, lo que significa que estamos infrarrepresentadas en los ensayos clínicos, y por tanto que los tratamientos desarrollados son más apropiados para ellos que para nosotras.
Si sigo dando la lata con el sexismo es porque me parece la monda que en el Reino Unido las mujeres continúen excluidas de los puestos de verdadero poder, desde la política y los negocios hasta el sistema jurídico, la policía, el mundo empresarial, el arte y los medios de comunicación. En el Parlamento británico los hombres superan a las mujeres en una proporción de cuatro a uno; sólo el 15 % de los jueces del Tribunal Supremo son mujeres; representamos el 5 % de los directores de periódicos. No tenemos voz ni voto en las decisiones que conforman la sociedad en la que vivimos. En lo tocante a la presencia femenina en el Parlamento, el Reino Unido ha bajado hasta el puesto número 74 de la clasificación, según el Informe Global de Desigualdad por motivo de Género de 2014. Estamos por detrás de países como Sudán, China e Irak. A ver, yo odio tomar decisiones. Ni siquiera logro decidir cómo terminar este libro. Pero hay 9,1 millones de mujeres que no fueron a votar en las elecciones generales de 2010 en el Reino Unido y la verdad es que las entiendo perfectamente. Los colegios electorales son increíblemente aburridos. Cuando fui a votar en las elecciones municipales y europeas de mayo de 2014, regañaron a mi hija por dar vueltas con la bici en el vestíbulo. ¿Quién puede extrañarse de que la mayoría de las mujeres no se molesten en ir a votar cuando tienen que enfrentarse a semejantes pejigueras burocráticas? Dicho lo cual, y para mi gran regocijo, Catherine Mayer, articulista y redactora independiente de la revista Time, acaba de cofundar el Women’s Equality Party [Partido para la Igualdad de las Mujeres], una nueva organización política que luchará por la igualdad de género, así que ya veremos lo que pasa. Sandi Toksvig y Suzanne Moore también se han apuntado, así que ¡ALLÁ VOY! ¿A qué esperáis?
Random House no va a encargarme ningún otro libro sobre el feminismo. Se acabó lo que se daba. Pero el feminismo no es una moda pasajera, como Frozen. Bueno, un poco sí que se le parece, con eso de que Elsa se libera de sus ataduras y en lo del amor entre hermanas. No ha sido muy buen ejemplo, ¿a que no? Lo que quiero decir es que el feminismo no es flor de un día, como lo fueron los calentadores en los ochenta. Aunque, bien mirado, sí que nos calentamos a menudo, y no nos andamos con paños calientes a la hora de criticar al patriarcado. Otro mal ejemplo, ¿verdad? Lo que trato de decir es que el feminismo no es algo a lo que puedo apuntarme y desapuntarme siempre que me venga en gana, como el catolicismo o los jacuzzis de los hoteles, sino que es mi forma de ver el mundo. Por lo menos hasta que me paguen para verlo de otro modo. Y, aquí entre nosotros, ya tardan. Estoy hasta el moño del feminismo y de tener que acostarme con todo quisque para poder hablar de ello.
El problema es que las niñas no quieren ser como Angela Merkel, la canciller alemana, ni como Sally Davies, la máxima autoridad sanitaria de Inglaterra, ni como Mary Beard, catedrática de literatura clásica en la Universidad de Cambridge. Bueno, algunas de ellas sí que quieren, pero no lo bastante en serio. Quieren ser como Beyoncé y su chicle con sabor a culo, o como Kim Kardashian y su culo con sabor a aceite. Las mujeres verdaderamente poderosas no encajan en el discurso dominante de los medios de comunicación, así que no se las representa como iconos feministas. Los periódicos y revistas tienen que vender muchos números, e internet necesita fenómenos virales, así que los directores eligen esos iconos por nosotras. Lo que yo me pregunto es: ¿tengo que embadurnarme el trasero con aceite para salir en la portada del boletín de noticias mensual de la Fawcett Society?
Sé de sobra que arrojar revistas masculinas a las papeleras es una pérdida de tiempo. Algo completamente inútil. No he logrado cambiar nada, ni a nadie, pero que me quiten lo bailado. De todos modos, las revistas masculinas están al borde de la extinción por culpa del porno online. Todos podemos ver lo que nos apetezca, donde nos apetezca, sin pagar. Sólo trato de sentirme un poco menos irrelevante. Soy como el alcalde de un pueblo levantado sobre tierras inundables que se dedica a repartir esponjas de baño gratis a los vecinos para que las pongan debajo de la puerta. Soy lamentable.
Confieso que, a veces, creo que echaremos de menos a los sexistas cuando ya no estén. Siempre que entro en una de esas tiendas de dulces de toda la vida me da por mirar los tarros de cristal repletos de golosinas y pienso: Ves, deberíamos hacer algo así. No me refiero a que deberíamos meter a todos los sexistas en tarros de cristal y exhibirlos en tiendas de chucherías, pero sí que podríamos tener algo parecido a las catacumbas de París y conservarlos allí para las generaciones futuras. En este país no hay catacumbas, ya lo sé, pero Londres posee una maravillosa red de alcantarillas a la que podríamos dar utilidad. Yo me ofrecería gustosa para elaborar el etiquetado. De hecho, ya me he puesto manos a la obra.
Bob. 46 años. Regentaba una tienda de bicicletas de segunda mano en Hackney. Creía que poner cestas en las bicis era un trabajo de mujeres, por lo que encargaba esa tarea a su ayudante femenina mientras él se dedicaba a tareas más varoniles, como arreglar pinchazos.
General Prayuth Chan-o-cha, primer ministro de Tailandia. Cuando la turista británica Hannah Witheridge murió brutalmente asesinada en la isla de Koh Tao en septiembre de 2014, insinuó que había perdido la vida por llevar bikini. El diminuto bikini a topos que el general lucirá por toda la eternidad pertenece a la colección primavera verano 2014 de H&M.
Emily Wilding Davison fue encarcelada en nueve ocasiones y alimentada a la fuerza cuarenta y nueve veces por defender el derecho al voto de las mujeres. Murió después de que el caballo del rey la pisoteara accidentalmente en la carrera de Epsom de 1913. Emmeline Pankhurst, líder del movimiento sufragista, se quedó horrorizada al oír los gritos de las mujeres a las que obligaban a comer durante las huelgas de hambre. Pero no os juzgaré por no haber ido a votar. Si os digo la verdad, yo tampoco me molesté en hacerlo. Daban The Real Housewives of Orange County en la tele y estoy bastante enganchada.
Las mujeres, por lo menos en Occidente, disfrutamos de un grado de libertad que hubiese sido inimaginable hace tan sólo sesenta años. También tenemos un abanico mucho más amplio de opciones a la hora de decidir cómo mutilar nuestros rostros y cuerpos en el afán por detener el paso del tiempo, lo que es estupendo. Antes o después nos saldrán arrugas. ¿Por qué no lo asumimos y dejamos de preocuparnos por eso de una vez? ¿Quién quiere tener un rostro viejo y terso?
Yo ya tengo arrugas. Dos profundos surcos, uno a cada lado de la cara, que van de la nariz a la boca..., de tanto reírme con Spinal Tap, el Gordo y el Flaco, y de REÍRME CON MIS HIJOS HABLANDO DE PEDOS. A veces, cuando me aburro, cojo dos Mini Babybel y los hago rodar por mis arrugas de la risa como si mi cara fuera Cooper’s Hill, esa colina de Gloucestershire en la que se celebra la carrera del queso.
Algunas de las mujeres más maravillosas de este país tienen ya cierta edad. En 2012, hacia el final de una actuación inolvidable en un viejo cine del este de Londres, en la que escupió sobre el escenario y llamó a la revolución, Patti Smith, la precursora del punk que por entonces contaba sesenta y seis primaveras, empezó a ladrar y gruñir como si fuera un perro. No se echó a reír, no cruzó la cuarta pared, sino que se dedicó en cuerpo y alma a hacerse pasar por un cánido. Si su intención era provocar la risa, ya fuera para su propia diversión o la nuestra, no lo reveló en ningún momento. Creo que la sutil, solapada comicidad de Smith es algo deliberado, concebido específicamente para divertir a quienes son intelectualmente afines a ella, como una especie de silbato de alta frecuencia para sus fans. Mientras la veía aullar como un perro, me dije: Caramba. Hay una mujer de sesenta y seis años sobre el escenario que no oculta sus opiniones políticas, que escupe y se hace pasar por un perro, y ninguno de los presentes siente el menor amago de vergüenza ajena. Todo el mundo cree que es la más cool.
La actuación de Patti Smith dejó una profunda huella en la humorista de cuarenta y un años que era yo entonces. En aquella época aún no había encontrado mi verdadera voz. No me sentía segura expresando mis opiniones ante una sala abarrotada de gente y me preguntaba si era demasiado mayor para seguir adelante. Sin embargo, tenía ante mí a una mujer de sesenta y pico años desinhibida, intrépida, independiente y divertida haciendo exactamente eso. No concibo mejor modelo a seguir en lo profesional. Así que, si aún queda algún sexista leyendo esto –algo que, como he dicho infinidad de veces, no deberíais estar haciendo–, también podéis echarle la culpa a Patti Smith.
Me siento arrogante escribiendo un libro en el que explico cómo escribo monólogos cómicos sobre el feminismo, y me resulta embarazoso hablar sobre mi proceso creativo cuando doy entrevistas en la tele, en la radio o en podcasts. Tengo la impresión de estar cayendo en el autobombo. Sin embargo, necesitaba un punto de vista para escribir este libro, y si no lo hacía como humorista sólo me quedaba escribir desde el punto de vista que me da el hecho de ser mujer, algo que muchas otras feministas han hecho antes que yo. Además, la gente sigue preguntándome si mis monólogos son algo que «improviso sobre la marcha», y quería hacerles saber, de una vez por todas, que no, no me limito a subirme al escenario y que sea lo que Dios quiera. Salvo, claro está, en las noches de presentación de nuevos contenidos, las improvisaciones, los bolos para empresas, los bolos con fines benéficos, los bolos del circuito, las giras, las funciones en teatros y los festivales. Pero por lo demás reflexiono mucho sobre lo que voy a decir.
El próximo mes de agosto cumpliré cuarenta y cuatro años. Mi carrera despegó de forma inesperada cuando tenía cuarenta y dos. Es para mí un honor y un privilegio poder trabajar en algo con lo que disfruto y que me ha puesto en contacto con algunas de las mujeres más asombrosas del planeta. Lo he dicho antes pero insistiré en ello: da absolutamente igual de qué hable la comedia, mientras haga reír. Pero para mí, en ese momento de mi vida, no daba igual, ni mucho menos. No sé qué haré después de esto. Tanto la BBC2 como la BBC4 han decidido que no pueden desarrollar ninguna de mis ideas para la televisión, y mi programa en Radio 4, Bridget Christie Minds the Gap, tampoco tendrá continuidad. No sé qué clase de acogida tendrá este libro. Seguiré actuando en directo mientras haya gente dispuesta a venir a verme. Más allá de eso, no tengo ningún plan.
No habrá igualdad entre hombres y mujeres hasta que empecemos a valorarnos a nosotras mismas como cohabitantes de la Tierra. Tenemos que vernos como copropietarias y no inquilinas que dependen de los caprichos y cambios de humor de nuestros volubles caseros masculinos. Nuestros nombres figuran en la escritura de propiedad de este planeta. Tenemos derecho a estar aquí. Obviamente, los humanos no somos los amos de la Tierra. Ese honor corresponde a los delfines, creo. También podrían ser las abejas, aunque tengo entendido que son las cucarachas y las ratas quienes la heredarán. Por más que George Osborne, el ministro de Economía y Hacienda, se niegue a explicarnos las implicaciones a nivel fiscal de semejante desenlace. Ojalá nunca se me hubiese ocurrido esta analogía..., ¡ahora seguramente los verdes se dedicarán a trolearme, junto con las feministas! Sólo quería usar la Tierra como metáfora, nada más. Lo que trato de decir es que hoy en día las mujeres representan el 1 % de la riqueza mundial. ¡El 1 %!
Cuando tengo la impresión de que no estoy haciendo las cosas bien, o de que no estoy haciendo lo bastante, o que otra persona está haciendo algo mejor, me recuerdo a mí misma una gran cita de una ciclista olímpica* que dijo: «Cuando compito, no me fijo en quién tengo detrás, ni delante, ni a mi lado. Me centro en mi propio tiempo personal, y si no gano la carrera pero logro superar mi marca anterior, he ganado.»
Es importante que no nos machaquemos todo el rato por lo que no estamos haciendo. Así es como entiendo yo el activismo. Hagamos lo que buenamente podamos con el tiempo de que disponemos. Yo solía arrojar a la papelera las revistas masculinas que encontraba al alcance de los niños siempre que iba a comprar porque no tenía tiempo para hacer nada más. Por suerte, la mayor parte de los defensores de los derechos humanos y de los activistas no comparten mi actitud, pues de lo contrario poco avanzaríamos. Lo que trato de decir es que no hace falta liderar manifestaciones o encabezar campañas de concienciación, ni dedicar toda tu vida a la causa. Tu forma de activismo es la adecuada para ti. No te compares con lo que hacen otros.
De todos modos, hoy en día es mucho más fácil implicarse en lo político. Las nuevas tecnologías nos han liberado del esfuerzo físico de acudir a las manifestaciones. Ya no tenemos que vestirnos, ni fabricar una pancarta, ni encadenarnos a rejas. Las plataformas de recogida de firmas en internet nos han convertido a todos en activistas de salón, lo que en sí mismo no tiene nada de malo. Todos ponemos nuestro granito de arena. Pero queda mucho camino por recorrer. Podemos celebrar todos los avances y conquistas sin por ello dejar de reconocer que aún queda mucho por hacer. He aquí un pequeñísimo ejemplo:
En 2003, en un aparcamiento de Somerset, Jeremy Clarkson empotró una camioneta contra un castaño de Indias, un árbol que llevaba tres décadas en pie y al que causó graves desperfectos, para poner a prueba la resistencia de un Toyota. La BBC se vio obligada a disculparse públicamente y a indemnizar al municipio.* Luego, en 2008, se le ocurrió hacer una broma durante la emisión de Top Gear sobre camioneros que asesinan a prostitutas, y la BBC recibió más de mil mensajes de protesta. En 2010 la emprendió contra los mexicanos, a los que, entre otras lindezas, tachó de «vagos», «irresponsables» y «flatulentos», lo que desató una gran polémica y obligó a la BBC a disculparse ante el embajador mexicano. En 2011, durante un especial de Top Gear dedicado a la India, Clarkson dijo de un coche equipado con váter en el maletero que era «perfecto para la India, porque todo el que viene aquí acaba con cagalera». Al año siguiente, violando el código ético de la propia BBC, comparó el aspecto de un coche japonés con el de un tumor facial. En 2014, Clarkson pidió perdón a los habitantes de Cornualles por haber dicho, durante un debate sobre la independencia de Escocia, que «si de alguien nos hemos querido librar desde siempre es de los cornuallenses. Panda de ingratos devoradores de empanadas». Ese mismo año se vio envuelto de nuevo en una gran controversia cuando lo acusaron de haber empleado la palabra «negraco» durante un rodaje. Y antes de que se acabara el año la BBC reconoció que Top Gear había vuelto a infringir el código ético de la cadena pública al usar la palabra «amarillo» para referirse a un hombre asiático. En marzo de 2015 Clarkson atacó física y verbalmente a su productor, Oisin Tymon, por no haberse asegurado de que encontraría un plato de comida caliente al finalizar la jornada. Le dijo que era «un vago de mierda, como todos los irlandeses» y lo cubrió de insultos durante veinte minutos. Luego agredió físicamente a Tymon durante cerca de treinta segundos, hasta que un testigo intervino. Más tarde, lejos de mostrarse arrepentido por haber pegado reiteradas veces a un hombre inocente de toda culpa –que en ningún momento le devolvió los golpes y que después de la agresión se fue a urgencias en su propio coche–, como cabría esperar de cualquier ser humano que sabe que «la ha metido hasta el fondo», Clarkson aprovechó la atención mediática en torno a la agresión y su posterior suspensión de empleo y sueldo para atacar políticamente a Ed Miliband –que ni siquiera estaba en el hotel donde había tenido lugar el altercado, ni mucho menos zampándose un bistec–, publicando la siguiente nota en Twitter: «Lo siento, Ed. Al parecer, te he desbancado de los titulares.» Más de un millón de personas firmaron una petición en internet para que la BBC levantara la suspensión a Clarkson, que cobraba un sueldo de siete cifras, antes incluso de que se esclareciera qué le había hecho realmente a su compañero de trabajo.
La menstruación es la evacuación periódica de sangre y tejido procedentes de las paredes del útero a través de la vagina. Muchas mujeres experimentan dolorosos calambres en el útero durante la menstruación. Entre los doce y los cincuenta y dos años de edad, aproximadamente, una mujer menstrúa cerca de cuatrocientas ochenta veces, algo menos si ha estado embarazada. Sin el sistema reproductivo femenino, del que forma parte la regla, la raza humana se hubiese extinguido. El gobierno del Reino Unido considera los productos higiénicos destinados a absorber el flujo menstrual «artículos de lujo no imprescindibles», y por tanto sujetos al pago de IVA. He aquí una lista de productos que el ministro de Economía y Hacienda, George Osborne, considera más imprescindibles que los artículos de higiene femenina, y que por tanto están exentos de impuestos:
los crepes
los atracaderos
las carnes exóticas
las decoraciones comestibles para repostería
el mantenimiento y reparación de aviones
las galletas Jaffa Cakes
las lentejas y los garbanzos
la limpieza de alcantarillas
las tisanas.
En 2011, una campaña de recogida de firmas en internet para eliminar el IVA de los tampones logró reunir la apabullante cifra de cincuenta y dos adhesiones. Según los datos censales de 2011, en el Reino Unido hay 32.200.000 mujeres. Eso significa que a 32.199.948 mujeres el tema ni les va ni les viene.
Volvamos sobre estos datos un momento: una campaña de recogida de firmas para que la BBC levantara la suspensión a un hombre que agrede a árboles y a sus propios congéneres, hace bromas racistas y cobra un sueldo de siete cifras logró reunir más de un millón de firmas. Una campaña similar para acabar con el IVA que grava tampones no reunió más de cincuenta y dos firmas.
En palabras de Leyla: «A veces me pregunto cómo voy a erradicar la mutilación genital femenina cuando me veo obligada a pagar impuestos por tener la regla.»*
Ah, y por cierto, al final no me contrataron para el anuncio de yogur. Sé que os lo estabais preguntando.