Dando caña… de azúcar
El mensaje de Javier era breve y poco esclarecedor:
Tngo k ablr cntgo. Viens mi ksa?
Quizá excesivamente breve, aunque más esclarecedor de lo que pudiera parecer a simple vista. Al menos, aportaba bastante luz sobre el tipo de persona que lo mandaba. Dulce se tomó su tiempo para contestar. Sabía lo que iba a responder, pero no cómo. Al final se decidió:
S
Buscaba una respuesta desenfadada, que no diera la sensación de desesperación. Por desgracia, su interlocutor no estaba por la labor de facilitarle las cosas y respondió casi inmediatamente:
?
Dulce tuvo que ser más contundente de lo que pretendía:
¡¡¡Que sí, que voy!!!
Lo que le apetecía era darse una ducha muy caliente y acostarse durante un par de semanas, pero en vez de eso volvió a ponerse los zapatos, agarró el bolso y salió volando de su casa. Tenía un nudo en el estómago. Imaginaba que Javier pretendía descargar su frustración en ella acusándola de haberlo puesto en ridículo delante de sus compañeros de trabajo. Eso estaba contemplado en el plan desde el primer momento, así que tenía una respuesta preparada. Se disculparía, le explicaría por qué lo había hecho y que entendía que después de aquello no podían verse más. Y así se quitaría a Javier de la cabeza de una vez por todas. Al menos, algo de aquel plan iba a salir como tenía previsto.
Cuando llegó a casa de Javier, estaba muy nerviosa. Se sentía agotada física y mentalmente. Quizá había sido una pésima idea ir esa misma noche. Debería haber descansado primero y enfrentarse a él con energías renovadas, pero tenía tantas ganas de acabar con aquella pesadilla que se metió en la boca del lobo sin dudarlo.
Javier la esperaba muy serio y, tras abrir la puerta, se quedó un rato observándola sin decir una sola palabra.
—¿Se puede saber a qué ha venido el numerito de antes? —preguntó al fin sin mirarla directamente a los ojos.
—Ha sido un error —contestó Dulce sin vacilar, lo más serena que pudo—. Tenía preparado un vídeo distinto en el que te felicitaba por tu ascenso. Al decirme que no te lo habían concedido, lo he borrado sin saber que entonces se reproduciría ese otro que grabé en un momento de bajón, sin la menor intención de que lo viera nadie. Siento haberte puesto en evidencia delante de todo el mundo. Imagino que no querrás volver a saber nada de mí y lo entiendo, así que me marcharé y no tendrás que verme nunca más.
Javier escuchaba sin mutar el gesto, mirando hacia Dulce pero sin alzar la vista. Tardó un buen rato en volver a hablar.
—Lo que decías en el vídeo… ¿es cierto? ¿Llevas todo este tiempo enamorada de mí?
—Sí.
—Y ¿por qué no me habías dicho nada?
—¿Era necesario? —preguntó Dulce empezando a irritarse con aquel interrogatorio—. ¿En serio pretendes que me crea que ni siquiera se te había pasado por la cabeza que la chica que correteaba a tu alrededor haciendo todo lo que tú querías podía tener algún interés en ti?
—Pensaba que éramos amigos.
—Y yo pensaba que estábamos siendo sinceros. Por Dios, Javier. Claro que éramos amigos, pero ¿desde cuándo eso es un impedimento para que una persona se enamore de otra? Todo el mundo lo sabía. Había comentarios. Puedo creerme que fueras tan tonto como para no darte cuenta, pero no eras sordo. Debiste de oír algo. Vanesa, que no dejaba pasar ninguna oportunidad de restregarme vuestra relación por las narices, debió de hacerte algún comentario. ¿De verdad vas a decirme que te ha sorprendido lo que has oído hoy?
—No —reconoció él tras un instante de duda—. Tienes razón. Todo el mundo bromeaba al respecto, pero nunca quise creérmelo. Supongo que porque no me interesaba. Era preferible mirar para otro lado y seguir contando contigo que enfrentarme a tus sentimientos y arriesgarme a perderte.
—Vaya. —Dulce no esperaba aquellas palabras y no sabía si debía estar enfadada o agradecida—. Pues te agradezco tu sinceridad, aunque ahora mismo tengo unas ganas tremendas de estrangularte.
—Está bien —contestó lacónicamente Javier mirándola a los ojos por primera vez en toda la noche.
—¿«Está bien»? ¿Quieres que te estrangule?
—No. Bueno, no sé. Si es lo que quieres…, me refiero a que tienes razón en lo que decías en el vídeo. Que tú siempre has estado ahí y que te mereces una oportunidad. Así que, está bien, lo intentaré contigo a ver qué pasa.
Dulce no podía creer lo que estaba oyendo. Ella no se consideraba una persona especialmente romántica, pero sin duda aquélla había sido la proposición más torpe de la historia. Aunque, bien mirado, había sido ella quien había propuesto aquel sinsentido en su patético vídeo. Quizá la respuesta estaba a la altura de la petición. No pudo llegar a una conclusión porque de repente Javier se abalanzó sobre ella y empezó a estrujarla por todas partes antes de hundir la cara entre sus pechos. A continuación, le lamió el cuello para chuparle después la oreja como si fuera un helado de cucurucho. Dulce se sentía confusa y muy incómoda. Una parte en el fondo de su cerebro le decía que había soñado con aquello durante años y que debía dejarse llevar y disfrutar del momento. ¿Cuántas veces tiene una la oportunidad de cumplir sus sueños de la infancia? Inmediatamente recordó que otro de sus sueños recurrentes cuando era niña era zambullirse en una piscina de helado de chocolate y vaciarla a bocados. Sus dos sueños se estaban mezclando en aquel momento: Javier le mordisqueaba la oreja y ella estaba helada.
—Esto no está bien —dijo al fin apartando a Javier con un leve empujón—. Yo es que así no…
—Entiendo, entiendo —contestó él algo apurado—. Ya me lo imaginaba, pero como todo ha ido tan rápido no sabía qué hacer.
—No pasa nada. Supongo que hay muchas cosas que tenemos que hablar…
—Sí, por supuesto —la interrumpió Javier mientras salía del salón como una exhalación—. Pero no hace falta que me des explicaciones. Ya he oído algunas cosas y quiero que sepas que me parece bien. Que soy de mentalidad bastante abierta.
Dulce no entendía nada, y menos aún cuando lo vio aparecer con una espátula pastelera y unas medias.
—Es lo mejor que he encontrado —dijo Javier sonrojándose levemente—. Si la cosa funciona, ya pensaré en comprar una fusta de verdad, esposas y demás. No sé mucho de este rollo tuyo, pero seguro que me pongo al día rápido.
Dulce creyó que le daba algo. Sintió una repentina flojera en las piernas y una especie de convulsión en el abdomen que estalló en una sonora carcajada, ante la atónita mirada de Javier. Aquello era lo último que esperaba y sin duda lo que necesitaba para acabar de decidirse. Realmente aquellas semanas la habían cambiado. Era una Dulce distinta y empezaba a vislumbrar su potencial. No tardó ni un segundo en decidir lo que debía hacer a continuación.
—Está bien, machote —susurró con su voz más sensual en cuanto pudo dejar de reír—. Pero si te ha llegado la información correctamente, sabrás que me gusta llevar las riendas, así que sé buenecito y sígueme.
Arrancándole la espátula y las medias de las manos, agarró a Javier por el paquete y lo obligó a seguirla a la habitación. Él no tardó ni un segundo en ponerse duro como una piedra. Dulce se sentía poderosa cuando lo empujó contra la cama.
—Desnúdate despacito para que yo te vea.
Javier empezó a quitarse los pantalones dando saltitos sobre una pierna hasta que perdió el equilibrio y cayó sobre el colchón. Allí, acabó de quitárselos y después empezó a desabotonarse la camisa en un movimiento lento que pretendía ser sensual hasta que se cansó y optó por quitársela por la cabeza. Se quedó tumbado sobre la cama, con el torso ligeramente alzado, apoyado sobre los antebrazos y sin más prenda que los calzoncillos y los calcetines. Miró a Dulce con expectación mientras ésta le ataba fuertemente las muñecas a la cabecera.
—Buenas medias —comentó en voz muy baja—. Son de Verónica, ¿verdad?
—Sí. Se dejó algunas cosas, y dudo que se atreva a venir por aquí a buscarlas.
—Oh, y tú quieres usarlas para hacer marranadas con otra —lo reprendió en un tono fingidamente severo—. ¡Chico malo!
Dulce alzó la espátula sobre Javier, que se encogió ligeramente, pero no llegó a descargar el golpe. Paseó la punta de la espátula por su torso, lentamente, y descendió hasta llegar a los calzoncillos, donde la usó para empujar levemente su evidente erección. Javier seguía estando buenísimo, pensó mientras zarandeaba con suavidad aquella tienda de campaña con golpecitos suaves y rítmicos, pero tener aquellos músculos a su alcance, aquel miembro con el que había soñado tantas veces, no le despertaba ya el menor deseo.
Con parsimonia, se dirigió al cajón que Javier había mirado cuando habló de las cosas de Verónica y allí encontró un arsenal de lencería fina, preciosa, junto a algunas otras prendas más cómodas y un neceser pequeño pero bien surtido. Todo cabía perfectamente en un discreto bolso de tamaño medio. Dulce pensó lo revelador que puede llegar a ser lo que una chica deja en el cajón de su pareja cuando está iniciando una relación. Cogió unas braguitas de encaje rojas y se las mostró a Javier.
—¿Te gustan?
Él asintió y ella le acarició el rostro con la finísima prenda, haciendo que se le erizara el vello. Luego prosiguió por el cuello, las clavículas, los pectorales, para detenerse un rato a juguetear sobre unos marcados abdominales que se tensaban con cada roce. Realmente estaba muy bueno. Sería tan fácil… Dulce tan sólo debía retirar aquellos calzoncillos y podría hacer con él lo que quisiera. Acariciar su miembro, llevárselo a la boca; sentarse a horcajadas sobre él y sentir cómo se introducía lentamente en su cuerpo, milímetro a milímetro, como en las fantasías con las que se había acariciado desde la adolescencia. Tentador…
—Póntelas para mí —dijo Javier arrancándola de su ensoñación—. Y luego hazme lo que quieras. Pégame, pellízcame, insúltame, acaba conmigo, pero no me hagas esperar más. ¿No ves cómo me tienes?
—Ooooh —soltó Dulce con un mohín de pena—. ¿Estás impaciente? ¿Quieres que te dé lo tuyo de una vez? Me encantaría, pero no te lo has ganado. Hemos quedado en que has sido un chico malo. Y no te he dado permiso para hablar.
Sin previo aviso, Dulce le metió las bragas en la boca y le indicó con un gesto que debía permanecer calladito. A continuación, recuperó la espátula y empezó a pasarla con suavidad por todo el cuerpo de él.
—Has sido muy malo, Javier —prosiguió, golpeando en ocasiones el colchón con la espátula, mientras una gota de sudor empezaba a resbalar por la frente de su víctima—. Nada me gustaría más que cumplir tus deseos y hacerte mucho daño. Porque te lo has ganado a pulso. Podría golpearte con la espátula o retorcerte los pezones. Morderte hasta hacerte sangrar. O depilarte el pubis a tirones. ¿Es eso lo que quieres?
Javier no sabía muy bien qué hacer. Alguna de aquellas sugerencias lo ponían extrañamente cachondo, pero al mismo tiempo empezaba a pensar que quizá no había sido buena idea dejarse atar y amordazar por alguien a quien has hecho sufrir durante años.
—¿No acabas de decidirte? No hay problema. ¿Prefieres quizá que te insulte? ¿Es lo que quieres, so melón? Eres un capullo. Y muy tonto. No has tenido ni una buena idea desde que te conozco, y sin duda la de esta noche ha sido de las peores. ¿«Está bien»? ¿En serio es lo único que se te ocurre decirle a una chica que lleva años suspirando por ti para llevártela a la cama? ¿«Está bien»? No, Javier. No está bien. Nada de lo que has hecho estos años está bien. Te has aprovechado de la gente que te quería sin importarte sus sentimientos. Has engañado y manipulado a las personas que tenías a tu alrededor para lograr tus objetivos, pisoteando a quien hiciera falta.
Javier empezó a ser consciente de que aquello no iba a acabar como había imaginado y comenzó a patalear y a convulsionarse intentando liberarse. Dulce se sentó a horcajadas sobre su vientre y se reclinó sobre él. Javier se quedó quieto de golpe mirándola con una mezcla de horror y súplica. Dulce empezó a mover las caderas en círculos rozando el paquete de Javier, que volvió a empalmarse.
—¿Ves como eres tonto? —le susurró con los labios pegados a su oreja—. Pese a todo lo que ha pasado hoy, pese a lo que acabo de decirte, hay una parte de ti que sigue pensando que va a follar esta noche. Que todo este espectáculo es parte de ese jueguecito nuevo que se trae ahora Dulce con la dominación, el dolor, el sometimiento. Probablemente ésa sea la única razón por la que te has planteado la posibilidad de volver a acostarte conmigo: para probar esas perversiones de la nueva Dulce de las que tanto se habla en la oficina. Pero la información te ha llegado mal. La que tenía una relación enfermiza con el dolor, lanzándose de cabeza a situaciones que la perjudicaban, era la Dulce de antes. La de ahora no tiene ningún interés en el dolor. Ni en padecerlo ni en infligirlo. Estoy harta de dolor. Lo único que quiero es ser feliz junto a personas que me respeten y me aprecien tal y como soy. Y tú no das el perfil para eso.