Entrevistas garrapiñadas
Aún faltaba media hora para la entrevista de trabajo y Dulce estaba muy nerviosa. Quería dar buena impresión y había tardado más de lo habitual en escoger la ropa. Al final, se decidió por un traje de chaqueta azul oscuro, con los pantalones ligeramente acampanados. Le daba un aspecto serio y profesional al tiempo que la hacía sentir muy femenina. En los próximos días tendría que mantener varios equilibrios complicados. Debía impresionar a sus nuevos jefes con su capacidad y, al mismo tiempo, debía impresionar a Javier con… con todas sus armas. Volvió a mirar el reloj y seguía faltando media hora. ¿Se habría parado? Estaba muy nerviosa.
Desde que había trazado su plan siempre había dado por hecho que le darían el trabajo. Tenía un currículum espectacular. Tanto, que había eliminado un máster y dos idiomas para que no la acusaran de estar sobrecualificada para el puesto. De hecho, lo estaba, pero ellos no debían saberlo. En OutsourcingTech, S. A., siempre estaban buscando gente. Era de esas empresas en las que la rotación del personal es altísima. No le extrañaba. Mucha carga de trabajo y sueldos por debajo de los estándares del mercado. Pero en aquella ocasión eso la beneficiaba. Una empresa así no dejaría escapar a alguien de su nivel. Pero ¿y si lo hacían?
Sólo había pasado otro minuto y los nervios le atenazaban el estómago con más fuerza que nunca. Tal vez no debería haber borrado ese máster del currículum. Y debería haberse puesto falda. ¿Le daría tiempo de volver a casa y cambiarse? Ahora que lo pensaba, tampoco le vendría mal un poco más de escote. Sí, iría a cambiarse. Nadie le echaría en cara llegar un poco tarde si mostraba unas piernas espectaculares y algo de canalillo. Estaba claro que Dulce estaba perdiendo la cabeza.
Se recordó que en realidad no deseaba ese trabajo. Era una programadora de primer nivel que estaba aspirando a un puesto de comercial. Le habían puesto un nombre muy bonito, pero en definitiva su labor consistiría en vender los servicios de la compañía a empresas que no querían preocuparse por decidir qué programa de contabilidad usar y cuándo debían actualizar los antivirus. Conseguiría el puesto y trabajaría con Javier. Y, si todo iba según lo planeado, aquello no duraría mucho. En cuanto se dieran las circunstancias adecuadas, haría lo que tenía que hacer y fin de la historia.
Diez minutos antes de la hora prevista, Dulce se presentó en recepción y preguntó por el responsable de Recursos Humanos. Tomaron nota de su nombre y le pidieron que esperara en la sala contigua. Cuando entró, se quedó boquiabierta. Allí había al menos cincuenta personas esperando a ser entrevistadas. La poca confianza que le quedaba se esfumó.
Tomó asiento en el extremo más alejado de la puerta e intentó relajarse. Había leído algo sobre unos ejercicios de respiración que ayudaban en aquellos casos. Intentó inspirar profundamente pero, al hacerlo, emitió un sonoro ruido de aspiración por las fosas nasales y todo el mundo en la sala la miró con indignación. Los ánimos estaban bastante caldeados y era mejor no llamar la atención. Se fijó en todas aquellas personas. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de que alguno de ellos sería su rival para el puesto. Pensó que quizá habría quien necesitara el trabajo más que ella, quien realmente lo deseara, y sintió una punzada de remordimiento. ¿Estaba jugando con la vida de otras personas para resolver un problema que se había creado ella misma? No podía pensar en ello o se echaría atrás.
Para relajarse, decidió hacer lo que hace todo el mundo en esos casos: mirar su móvil. Llevaba unos cuantos libros electrónicos y pensó en aprovechar el rato, pero estaba demasiado nerviosa, así que empezó a pasar pantallas, preguntándose por qué diablos habría instalado tal o cual aplicación. Mientras hacía eso, prestó atención a las conversaciones de alrededor. Alguna de aquellas personas era su rival, pero otras serían pronto sus compañeras. Igual hasta conocía a gente maja.
En la fila de enfrente le llamó la atención una chica preciosa, con un pelo rubio platino cortísimo. Llevaba un vestido fucsia tan corto como su pelo y muy escotado. Pese a que su atuendo resultaba del todo inapropiado para una entrevista de trabajo según todo lo que había leído, se la veía muy tranquila y relajada. Tenía la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y con la punta del pie mantenía en el aire un precioso zapato de tacón también fucsia. Todos los chicos, de cualquier edad, la miraban de forma más o menos descarada. Y ella miraba a Dulce. La miraba con expresión serena, pero había cierta dureza en sus ojos, como si la juzgara. Dulce no pudo sostenerle la mirada más de unos segundos, y luego se centró en los dos chicos que tenía a su izquierda.
Por el modo en que hablaban estaba claro que no se conocían de antes. El más alto era moreno y llevaba un traje azul marino muy elegante, seguramente hecho a medida. Hablaba con mucha confianza y parecía dar ánimos al otro, un chico de pelo ralo con un traje de paño gris claro que le quedaba algo grande.
—Siento dar la sensación de que me parece poca cosa —decía el alto en tono condescendiente—. Simplemente aspiro a algo más, pero a ti seguro que te irá bien. Yo acabo de hacer un curso en línea de comunicación asertiva y creo que ha llegado el momento de demostrar mis dotes de liderazgo dirigiendo un departamento.
Mientras el chico más bajo asentía con admiración, Dulce decidió que ya había oído bastante y empezó a revisar unos artículos que llevaba descargados en el teléfono. Cuando se dio cuenta, había pasado casi una hora y aún no la habían llamado. Los candidatos entraban y salían sin parar. Ninguno pasaba en el despacho más de cinco minutos, pero la sala no se vaciaba nunca. Finalmente oyó su nombre.
—¿Dulce Nombre de María González Ufarte?
Ésa era ella. Entre los presentes hubo sonrisitas y caras de desconcierto, pero ya estaba acostumbrada.
—¡Aquí!
Las entrevistas se llevaban a cabo en una sala de reuniones con capacidad para unas veinte personas, pero en la enorme mesa ovalada sólo había tres. En el centro, el que supuso que sería el director de Recursos Humanos, y, a ambos lados, una mujer de unos cuarenta y cinco años con mirada severa y un hombre de poco más de treinta con una amplia sonrisa. Poli bueno, poli malo. Supuso que el director no estaba allí por ella, sino para controlar a sus subordinados. Aquello no le gustaba lo más mínimo, pero el show debía continuar.
—Buenos días —saludó con su mejor sonrisa—. Soy Dulce González Ufarte y estoy interesada en el puesto vacante en el Departamento de Grandes Cuentas.
—¡Dulce! —dijo el joven con jovialidad—. Qué nombre tan… tan… dulce, ¿no?
—Sí, eso me dicen —respondió haciendo un enorme esfuerzo por mantener la sonrisa y no vomitar.
—Veo que apenas tiene experiencia en ventas —atajó la sargento, dando el esperpento de conversación por terminada.
—Así es —contraatacó Dulce, que estaba preparada para esa pregunta—. Pero siempre he tratado directamente con los clientes y estoy acostumbrada a anticiparme a sus expectativas y ofrecerles la solución de la empresa que mejor se adapte a sus necesidades. Además, trabajé en una tienda mientras estudiaba, por lo que sé lo que es cerrar una venta.
—Pero la externalización de servicios informáticos es algo muy distinto, señorita. Un paquete ofimático o un servicio de asistencia técnica no se vende igual que un bolso.
—Estoy totalmente de acuerdo —respondió Dulce haciendo terribles esfuerzos por no traslucir hasta qué punto detestaba a aquella mujer tan impertinente—. De hecho, he desarrollado soluciones ofimáticas a medida y no tengo ni idea de cómo se hace un bolso.
—Pero nosotros no buscamos gente que desarrolle soluciones ofimáticas, sólo que las venda —concluyó la mujer, cerrando la carpeta con el currículum de Dulce y dando así por acabada la conversación.
Dulce se quedó de piedra. No iba a conseguir el puesto. No trabajaría con Javier y, por tanto, no podría llevar a cabo su plan. Necesitaba salir de allí cuanto antes si no quería echarse a llorar delante de aquella gente, pero notaba que no le respondían las piernas. Se hizo un largo e incómodo silencio. Cuando creyó que ya estaba en condiciones de levantarse, habló el director.
—No creemos que dé usted el perfil que buscamos para nuestro Departamento de Grandes Cuentas, pero es innegable que tiene usted un currículum excelente. ¿Se plantearía la posibilidad de trabajar con nosotros en un departamento más técnico?
—Por supuesto. Me encantaría.
—Excelente. Estamos contratando personal para el Departamento de Soporte Técnico. Desde allí se ofrece asistencia técnica a nuestros colaboradores y personal interno. Si lo hace bien, es una buena plataforma para poder acceder al Departamento de Atención al Cliente y, una vez allí, quizá en un par de años podría pasar a Cuentas si sigue siendo su deseo.
¿Un par de años? No podía esperar tanto tiempo, pero al menos tenía la oportunidad de trabajar en la misma empresa que Javier. Desde dentro, tal vez surgiera la oportunidad de llevar a cabo su plan, con más dificultades, sin duda, pero tendría más posibilidades que desde fuera.
—Nada me haría más feliz que trabajar aquí. Si consideran que puedo ser de mayor utilidad en otro departamento, estaré encantada.