Al botón de azúcar

 

 

 

Los siguientes días pasaron como una exhalación. Dulce dedicó varias noches a retocar la aplicación de la empresa para incluir el reproductor de los chicos, por lo que apenas pudieron verse, salvo algún que otro encontronazo por los pasillos. Se dio cuenta de que los echaba terriblemente de menos, pero debía centrarse en el trabajo para poder concluir lo que había empezado. Muy pronto tendría todo el tiempo del mundo para disfrutar de su compañía. Demasiado quizá. Aunque la despidieran el mismo día de la fiesta, aún no podría volver a su trabajo de verdad hasta unos meses después. La perspectiva de verse sin empleo le provocó una gran ansiedad. Jamás había pasado más de dos semanas sin trabajar. Aquél era el máximo tiempo que se había permitido tomarse vacaciones y, si pensaba en qué iba a hacer con tanto tiempo libre, notaba que le faltaba el aire. ¿Era adicta al trabajo? Probablemente, pero los problemas, de uno en uno. Ya se preocuparía de eso más adelante.

En la oficina, el ritmo seguía siendo frenético, pero al menos empezaba la jornada con una sonrisa. Cada día la esperaba una nueva canción, y ahora no cabía duda de que las escogía Íñigo. No respondían a un estilo determinado, cada día eran distintas, y eso hacía que la sorpresa fuera mayor. En ocasiones, el dulce lo aportaba directamente el nombre del artista, como Hot Chocolate o Zucchero. Otras, la mayoría, era la propia canción la que se centraba en las maravillas de un pastel, una fruta o una golosina, interpretadas por artistas tan variados como Don McLean, Robbie Williams o Dean Martin y Frank Sinatra. Aquellas canciones siempre le arrancaban una sonrisa que la ayudaba a empezar el día con ganas.

Entretanto, Javier no había vuelto a dirigirle la palabra desde la escenita del ascensor. Cuando se cruzaban por los pasillos, Dulce lo notaba distraído, nervioso y bastante irritable. Por la empresa empezaban a circular rumores. Se decía que la rubia le ponía los cuernos con medio departamento, que iban a despedirlo, o incluso que le habían pegado una enfermedad venérea. La capacidad de chismorrear e inventar historias de aquella gente la fascinaba. Pero lo más increíble era que ahora le llegaba la información. Tras la publicación de sus primeras puntuaciones en el nuevo departamento, las más altas que se recordaban en años, la actitud de todos sus compañeros había cambiado. Todos la trataban de maravilla, se interesaban por lo que llamaban «su sistema» para lograr unos resultados tan espectaculares y la invitaban a tomar algo después del trabajo. Aunque estaba muy ocupada con la aplicación, había ido con ellos un par de veces y se había enterado de un montón de cotilleos interesantes. Aquella gente no le caía especialmente bien, pero una vez los conocías eran soportables. Y Dulce sabía perfectamente que ella iba a estar en esa reunión de cualquier forma: si se presentaba, escuchando los cotilleos y, si no lo hacía, protagonizándolos.

 

 

Por fin llegó el día señalado. Dulce no podía creerse que por fin su pesadilla fuera a acabar y estaba muy nerviosa. Había pensado en todo, pero ¿y si fallaba algo? O aún peor: ¿y si funcionaba? ¿Cómo reaccionarían sus compañeros? ¿Y los jefes? ¿La despedirían? Nunca la habían despedido de ningún sitio, aunque, pensándolo bien, en el vídeo presentaba su renuncia, por lo que no podían despedirla. Aun así, no le gustaba quedar en evidencia delante de la dirección. El mundo era muy pequeño y muy probablemente se cruzaría con alguno de ellos en el futuro. No había medido bien las consecuencias de todo aquello. Pensó en llamar a Gutiérrez para decirle que abortara el plan, pero recordó que eso mismo ya lo había hecho cuatro veces en los últimos días: se le ocurría cualquier cosa en la que no había pensado y le entraba un ataque de pánico. Acto seguido, llamaba a Julia o a Gutiérrez y les decía que abandonaba. Al cabo de un rato, lo volvía a pensar y se retractaba. Debían de estar hartos de ella.

Con Gutiérrez había repasado cualquier eventualidad. Julia le había pasado el vídeo a Íñigo, que ya lo había subido al servidor. Si necesitaban cambiarlo, lo único que había que hacer era subir un nuevo vídeo y borrar el primero. La aplicación estaba preparada para reproducir el siguiente vídeo de la lista. Dulce tenía una versión especial que le permitía borrar el primer vídeo de la lista con sólo pulsar un botón. En caso de que no hubiera ningún vídeo, el reproductor conectaría directamente con la cámara de su móvil. Esta novedad se le había ocurrido en un momento de inspiración y estaba muy orgullosa de su logro. Si había cualquier problema de última hora, podía improvisar un nuevo discurso totalmente en directo. No tenía ninguna intención de usar esa función, pero le pareció que cualquier precaución era poca cuando te estabas jugando… No sabía qué se estaba jugando, pero era importante.

Dulce estaba mentalmente agotada. Llevaba días dándole vueltas a todo lo que podía ocurrir esa noche. A todo menos a una cosa. No quería pensar en la reacción de Javier. Sabía que, si lo hacía, no sería capaz de seguir. Pero ése era el objetivo. Superar su dependencia de una vez por todas. Por una vez debía pensar en lo que ella necesitaba, independientemente de cómo fuera a afectarle a él. Sin embargo, no estaba acostumbrada a actuar así, y no podía dejar de sentirse extraña. Antes de salir de casa se había mirado largamente al espejo y no se había reconocido. Ante ella había una mujer a la que apenas conocía. Parecía más segura y diría que hasta estaba más guapa. Pero sus ojos no brillaban como antaño. Había una sombra difícil de descifrar. No sabía si le gustaba la nueva Dulce, pero estaba dispuesta a descubrirlo. Iba a tener mucho tiempo para saber en quién se había convertido a partir de esa misma noche. Y sabía que no estaría sola en el proceso. Tenía nuevos amigos. Y tenía a Íñigo, aunque no supiera exactamente qué papel iba a desempeñar él en su nueva vida.

Desde el día que había grabado el vídeo no habían vuelto a hablar. Se habían cruzado por los pasillos y había descubierto que él la miraba, pero no habían llegado a decirse nada. Todo se lo decía mediante las canciones que seleccionaba para ella. Y, aunque le gustaba, echaba de menos sus pullas y sus insinuaciones. Pronto volverían. Dulce estaba convencida de ello. Pero tampoco podía distraerse con eso en aquel momento.

Cuando llegó al pub, los nervios eran totalmente insoportables. Pidió una copa y se sintió algo mejor. Enseguida localizó a los chicos y saludó con entusiasmo. Julia estaba con ellos y, en cuanto la vio, fue corriendo a darle un fuerte abrazo.

—¡Sweetie! —gritó saltándole al cuello—. Por fin ha llegado el gran día. No te imaginas qué ganas tengo de acabar de una vez por todas con esto. Y, mañana, tú y yo nos vamos de la ciudad a olvidarnos de todo.

—Pues no te digo que no. Aunque preferiría irme ahora mismo.

—Ni hablar. Primero acaba lo que has empezado y luego hacemos lo que quieras. Además, tengo muchísimas cosas que contarte, que estos días has estado desaparecida en combate y te has perdido un montón de novedades.

—¿En serio? —preguntó Dulce intrigada—. Pues adelántame algo, que necesito distraerme.

—Ni hablar. Lo que necesitas es concentrarte. Acaba con esto y luego podrás distraerte cuanto quieras.

Dulce sabía que tenía razón, pero habría dado cualquier cosa por olvidarse un rato de lo que estaba a punto de pasar. Apenas podía respirar y creía que iba a desmayarse en cualquier momento. Se acercó a Íñigo en busca de una buena discusión.

—Tú eres de Soporte, ¿no? —preguntó alzando mucho las cejas—. Tendrías que echarle un vistazo a mi ordenador. Creo que me ha entrado un virus porque cada día me salen unas canciones malísimas sin saber por qué.

—¿Has probado a reiniciar? —respondió él algo distraído—. Eso suele solventar casi todos los problemas informáticos.

—Por supuesto. Pero si reinició me sale otra canción. Y no puedo pasarme así todo el día. Se supone que tengo que trabajar. Esta mañana, sin ir más lejos, he perdido veinte minutos escuchando canciones sobre cítricos. No es por criticar, pero no es una fruta muy dulce, que digamos.

—A veces hace falta un toque ácido para no empalagarse —respondió él en un tono bastante seco—. Perdona, estoy un poco distraído con todo esto. Quería preguntarte si estás segura de lo que vas a hacer.

—Sí, claro —respondió Dulce, algo aturdida por el cambio de actitud de Íñigo—. O no. No lo sé. Pero es lo que llevo planeando durante meses. Si he llegado hasta aquí, tengo que acabar lo que he empezado, ¿no?

—Sólo si es lo que quieres, Dulce. Una cosa es fantasear con lo que te gustaría hacer y otra es hacerlo. Lo que digo es que, si estás segura de que quieres romper de una vez por todas esta dinámica extraña que tienes con el Madelman, tan sólo debes esperar a que acabe el discurso el director general. Automáticamente se lanzará el vídeo y todo habrá acabado. Pero, si no es lo que quieres, si aún guardas la esperanza de conquistarlo o sientes la necesidad de seguir viviendo a su sombra una temporada más, basta con que aprietes el botón del pánico y tu vídeo se borrará. Así de fácil.

Dulce no entendía muy bien a qué venía aquello. ¿La estaba animando a abandonar? ¿O era su forma un tanto extraña de decirle que la apoyaría hiciera lo que hiciese? No necesitó responder porque Íñigo se retiró inmediatamente dejándola sola con sus pensamientos. Miró el móvil. Tenía la aplicación abierta y en el centro un enorme botón rojo marcaba la diferencia entre acabar con todo o seguir como hasta ahora. Hasta el último segundo tendría que cargar con el peso de esa decisión…, y después con sus consecuencias. Un murmullo generalizado le advirtió que el discurso del director general estaba a punto de empezar. Buscó con la mirada entre el público y, en un rincón bastante apartado, localizó a Javier. Estaba muy serio y tenía una mirada extraña. ¿Estaba llorando? La Dulce de siempre se hizo sitio en su interior y la empujó a ir a consolar a su viejo amigo.

—Javier —dijo preocupada mientras el director general empezaba su discurso—. ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

—¿Que qué me pasa? —preguntó él con la voz rota por la ira—. Que esa zorra me ha vendido. ¡Eso me pasa!

—¿Verónica?

—¡Por supuesto! ¿Quién si no? Acaba de decirme con cara de pena que el director general está a punto de anunciar su ascenso. Será hipócrita… ¡La ascienden a ella, que acaba de llegar! Y a mí, que llevo años dándolo todo por la empresa, me dejan en la estacada. ¿Así me pagan tanto sacrificio? ¿Haciendo pasar por delante de mí a una trepa que lo único que sabe hacer es mover el culo ante los jefes? Mira que hace tiempo que me lo advertían, que se estaba tirando a media cúpula directiva delante de mis narices. Y yo, como un imbécil, llevándola al reservado y presentándole a todo el mundo para que pudiera hacerme la cama más fácilmente.

Dulce se quedó de piedra. Verónica había traicionado a Javier y no iban a ascenderlo. Eso significaba que parte del mensaje de su vídeo ya no tenía sentido. Y el resto… No podía hacerle eso cuando estaba tan frágil después de un golpe tan duro. Debía abortar el plan y apoyar a su amigo aunque fuera por última vez. Luego le diría a la cara lo que pensaba y daría por finalizada aquella pesadilla. Había sido una estúpida creyendo que necesitaba dar un gran espectáculo para poner fin a tantos años de obsesión. Era algo entre Javier y ella. Siempre había sido algo solamente entre ellos, y entre ellos lo arreglarían. Sin dramas ni público.

Sacó su teléfono y observó el botón rojo. Debía darse prisa, porque el discurso del director general era breve y el vídeo se lanzaría en cuanto acabase la presentación. Miró hacia el lugar donde estaban sus amigos y vio que Íñigo la observaba expectante, con gesto ceñudo. A su lado, Javier miraba el escenario con los músculos de la cara crispados por la frustración. En ese preciso momento anunciaban el ascenso de Verónica y entre el público sonaban unos tímidos aplausos. Dulce no dudó más. Tal vez Javier era gilipollas, pero era su gilipollas. Siempre había sido así y estaba dispuesta a cambiar las cosas, pero no precisamente en el momento que más la necesitaba. Sin darle más vueltas, pulsó el botón.

Dulce condena
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