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“Donald”

 

Sus palabras me tranquilizaron. Era mía, Annabelle seguía siendo mía, y eso me hacía feliz otra vez. Quería besarla. Con hambre, con desenfreno, con amor.

Me aguanté las ganas unos minutos para admirar su rostro, sus ojos, sus labios. ¡Dios! Es tan hermosa. Todavía quedaba una leve tristeza en sus negros orbes, pero sé que se debe a todo lo que tuvo que vivir. A lo que nos vimos afrontados por separados.

Reconozco que tuve miedo. Miedo de que al recordarla y tomar la decisión de venir por ella, corría el riesgo de que me haya olvidado, o estuviera con otro, o peor aún, que ese bastardo le haya quitado la vida. Ese era mi mayor temor. Volver y que el amor de mi vida yaciera en la bóveda familiar. Si ése haya resultado el caso, lo más probable es que hubiera terminado muerto yo también.

Toda esta situación llena de desgracias, me ha hecho asegurarme aún más, de que Annabelle Polliensky es mi vida entera, mi razón de ser. Es muy cursi todo esto, lo sé, mis palabras están cargadas de amor mas no me importa. No me avergüenza demostrarle al mundo que me he enamorado de una niña seis años menor que yo. No me da temor reconocer y gritar a los cuatro vientos que es mía y que yo soy suyo. Porque esa es la realidad. Ella me ha atrapado. Y estoy feliz, feliz de ser dependiente de alguien como mi pequeña Anna.

La observé detenidamente y mi amor por ella aumentó considerablemente. Aunque la gente lo vea imposible.

 

–Mi amor. –Susurré. Sus ojos se iluminaron–. Mi amor, ¿puedo besarte?

–No preguntes, sólo hazlo. –Me acerqué minuciosamente a ella y presioné mis labios sobre los suyos–. Te extrañé tanto. –Comentó mientras separábamos nuestras bocas sin permitir que dejaran de rosarse–. Anhelaba tanto este momento.

–Tuve tanto miedo, -Le confesé en voz alta–. Tanto miedo. –Una lágrima recorrió mi mejilla.

Ella la quitó con las yemas de sus dedos.

–También yo lo tuve. –Posó su frente en la mía–. Mi amor, aún sigo creyendo que esto es un sueño.

–No lo es, mi amor, no lo es.

–Te amo, Donald.

–Yo también te amo, Annabelle… Per sempre.

 

Y volví a besarla. La besé con toda esa necesidad reprimida, la besé con todo ese amor que conservó mi corazón hacia ella, la besé con pasión.

Nos transmitimos el alma en ese ósculo. Y con unos te amo brindados infinitamente, nos dimos una nueva declaración de amor eterno…