10
Sus palabras me dejaron atónita ese día. Se rompió mi corazón. Quedé estática. Mi cuerpo no se movía y de mis ojos no dejaban de brotar lágrimas.
O sea que mientras yo estaba siendo torturada por mi marido, violada por él; Donald se iba a tener sexo con otra mujer. Más lágrimas salían de mis ojos. Sentía su voz a lo lejos llamándome y pidiéndome perdón pero ¿Cómo perdonar algo así? Yo pensando en todo momento en él, sintiéndome una puta por “dejar” que Damián me tocase, y él se la estaba pasando bien con alguien más.
¿Cómo no me di cuenta antes? Su actitud y amor hacia mí parecía demasiado perfecto para ser verdad.
Fui una niña ingenua al creer que él me sería fiel, que aguantaría tener que compartirme. Ya veo el porqué.
Lo aceptó porque así podía tirarse a quien quisiera sin sentir remordimientos, total, yo lo traicioné primero. Excusa perfecta.
En el instante en que reaccioné e ingerí sus palabras, lo cacheteé y mandé a la mierda. Lo traté de lo peor, lloré desconsoladamente y luego le dije que no quería volver a verlo.
Se reusó a eso y me pidió por favor que lo perdonara.
¿Cómo hacerlo?
¿Cómo perdonar algo que me dañó tanto?
Yo lo amaba. Lo amo aun. Y él me traicionó.
Tal vez fue mi error por casarme con otro hombre. Tal vez mi frialdad lo llevo a ello. O, tal vez, él solamente se vengó de mí.
Quiero morirme. Él era lo único hermoso y puro en mi vida y ahora no lo tengo.
El amor es una mierda. Todos los hombres son iguales de hijos de puta. Una les entrega todo y ellos te destrozan.
Perdonar… ¿podré hacer tal cosa?
No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde esa lastimosa pelea con Donald en mi habitación. ¿Han sido meses, días? No lo sé y no importa. Nada importa ya.
Las violaciones y golpes por parte de Damián han disminuido debido a que ya no me resisto a entregarme a él. No es porque él haya comenzado a gustarme o algo por el estilo. Es sólo que ya no tengo razón para rechazarlo.
En un principio seguía negándome a ser suya, pero me imaginaba a Donald con esa otra mujer y dejaba de luchar.
He bajado notoriamente de peso. Más de una vez he ido a parar al hospital debido a mi desnutrición. Mi deshidratación.
Creo que estoy matándome lentamente. Ya no quiero nada. No soporto este dolor en el pecho que se niega a desaparecer. No tolero no sentir a mi corazón latir enloquecido.
He dejado de ir a visitar a mis tíos, no quiero tropezarme con él. No sería capaz de resistirme.
Nani ha venido a verme seguido, me regaña cada vez que me ve. En su última visita descubrió un moretón en mi muslo derecho. Enseguida comenzó con el interrogatorio y, en un momento desesperante, le inventé que me había caído. No me creyó pero no agregó nada más.
*******
–Tiempo sin verte. –Dije seria al verlo parado frente a mí.
–Mucho en realidad.
–Creí que te marcharías.
–También yo.
– ¿Por qué no lo has hecho? –Pregunté curiosa pero tratando de parecer indiferente al mismo tiempo para no ser descubierta.
–Aún tengo la esperanza de que me perdones.
– ¿Cómo está tu nueva conquista? –Pregunté ignorando su comentario.
–No lo sé y no me interesa. No sé nada de ella desde esa vez.
–Cuando se revolcaron. –Agregué.
–Annabelle, por favor, olvida eso.
– ¿Qué sentiste? –Pregunté en un susurro.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Qué sentiste cuando penetraste su cuerpo, cuando la besabas y hacías tuya?
–No lo recuerdo. Ya te dije que estábamos drogados.
– ¡MENTIRA! –Grité perdiendo los estribos.
–Es verdad.
–Querías castigarme, ¿Cierto?
–No, no amor. Eso no es verdad. –Intentó abrazarme pero me alejé.
–No me llames así. Ya no tienes derecho.
– ¿Y él lo tiene?
–Es mi marido, claro que lo tiene. –Su cuerpo se tensó y sus nudillos se pusieron blanco de la fuerza con la que cerraba su mano formando un puño.
– ¿Lo amas?
– ¿Y si lo hago qué?
– ¡NO PUEDES AMARLO! –Gritó Donald furioso.
– ¿Quién eres tú para decirme eso? –Desafié.
–Soy el hombre que tú amas. No lo niegues, aun me amas. –Silencio–. Reconócelo, Annabelle. Soy el único que logra estremecerte con solo mirarte. Soy el único que acelera los latidos de tu corazón con una caricia. –Tocó mi hombro e inmediatamente mi piel ardió–. Se te sube la temperatura cuando te toco. –Susurró rodeando mi cintura con sus brazos–. Tú me amas, Anna, así como yo lo hago.
–Yo… –No me dejó terminar cuando nuestras lenguas ya jugaban entre sí.
De un segundo a otro estábamos uniendo nuestros cuerpos. El vaivén que creábamos era el cielo para mí, lo extrañaba tanto. Todo este acto echaba de menos. Jadeábamos y gemíamos con desenfreno. Hasta que recordé que Damián andaba cerca.
–Damián… Damián está abajo. –Decía con la voz ronca–. Nos van a oír.
–No me importa. –Seguía embistiendo duro contra mí. No podía controlar mis gritos guturales, y Donald mucho menos–. No quiero pensar en nada mas que no sea en este momento.
–No quiero dejar de sentirte nunca. –Reconocí enredando mis piernas en sus caderas.
–Tampoco yo. Eres mía, Annabelle. –<Eres mía, Annabelle> Esas palabras provocaron que mi cuerpo se congelara.
–Suéltame. –Grité luego de recordar mi tormentosa luna de miel. Él pareció no escuchar–.
¡Que te quites!
– ¿Qué sucede?
–No quiero que me toques. –Era como si se estuviera repitiendo lo de nuestra primera vez.
–Dime que es lo que te sucede, Annabelle. No entiendo. Desde que te casaste estás así conmigo.
–Lo siento.
–Eso es lo único que dices.
–No puedo contarte.
– ¿Por qué no?
–Porque no y punto. Algún día entenderás el porqué de mi reacción.
– ¿Él te hizo algo? –Silencio–. Respóndeme, Anna. –Gritó tomándome de los hombros y sacudiendo mi cuerpo–. ¿Damián te hizo algo? Nani me dijo que vio unas marcas en tu cuerpo.
Moratones. ¿Ese idiota se atrevió a ponerte una mano encima?
–Fue un accidente. –Susurré, agachando la cabeza.
–Si claro, un accidente. ¿Tú crees que yo soy idiota?
–En serio. Fue un accidente.
–Te lo advierto, Annabelle, yo encuentro alguna marca sobre tu piel y ese bastardo me las paga.
–Te mataría.
–No si lo hago yo primero.
–Estás loco.
–Y tú avisada. Él te toca y yo lo mato. ¿Entendiste, Annabelle? ¡Lo mato!
–No lo hagas. Terminarás tras las rejas si lo haces.
–No me importa. Al menos así estarás a salvo.
–No tienes porqué arriesgarte. Tú y yo ya no estamos juntos. No te corresponde.
–Parece que olvidas que te amo.
–Es difícil creerlo cuando te imaginas a la persona que supuestamente te ama en la cama con otra mujer.
–Jamás vas perdonarme eso ¿Verdad? –Preguntó en voz baja.
–No lo sé. Aun me duele tu traición.
–No tanto como a mí me duele saber que te fui infiel. Déjame explicarte lo que sucedió.
–No quiero. No quiero escucharlo. Saber lo que hiciste con ella sólo provocaría más daño en mí.
–Por favor… –Suplicó. No pude negarme.
–De acuerdo. Habla. –Nos sentamos en la cama y cubrimos nuestros desnudos cuerpos con las sábanas.
–Ese día… ese día comencé a pensar en ti en brazos de él. Estabas tan distante desde que te casaste que empecé a pensar que comenzabas a quererlo y no querías decírmelo.
–Donald…
–Déjame continuar. –Se giró y cogió mis manos–. La sola idea de considerar el hecho de que estuvieras sintiendo algo por él hirvió mi piel. Estaba enfadado. Con ganas de ir a tu casa y partirle la cara a ese imbécil por tenerte a su lado mientras que a mí me ignorabas cada día más.
–No te ignoraba.
–Pero tampoco dejabas que te tocara, era casi lo mismo. Desde que te fuiste de luna de miel, me deprimí. Comencé a ir a bares, emborracharme y drogarme; y ese día no fue la excepción. Fui a un sitio a conseguir más drogas, luego de eso caminé a un bar. Ahí conocí a una mujer que comenzó a coquetearme descaradamente. Hacía semanas que no sabía de ti.
Iniciamos conversación. Era atractiva no voy a negártelo, y ella no dejaba de repetir lo guapo que me había encontrado.
Yo por mi parte, no dejaba de pensar en ti, hasta que volví a imaginarte en los brazos de Damián. Los celos me invadieron y en un arranque de furia me lancé a sus labios. –Cerré mis ojos al imaginarme la escena.
Sin pensarlo siquiera partimos a un hotel, ella llevaba drogas consigo y comenzamos a ingerirlas. Después de una hora de fumar y aspirar, nos tiramos al suelo.
Reíamos descontroladamente. La mente volaba y la habitación daba vueltas. Para cuando reaccioné ya estábamos tumbados en la cama teniendo sexo.
– ¿Qué pasó después? –Pregunté al ver que se quedaba callado.
–Perdí la noción del tiempo. No recuerdo ni en qué momento me quedé dormido. Solo sé que desperté con ella al lado. Me vestí rápidamente y salí de allí.
– ¿Has vuelto a verla?
–Ya te he dicho que no.
–Solo quería confirmarlo.
–Annabelle, te juro que jamás quise dañarte. Fue un arranque de celos y debilidad. Yo te amo.
–Yo también te amo, Donald. –Dije. No había necesidad de seguir negándolo. Él suspiró aliviado. Nos besamos. Nos besamos un largo rato. Tierna, apasionada y lentamente.
Demostrándonos
todo
el
amor
que
sentíamos.
Tentándonos,
consolidándonos…
enamorándonos.
–Entonces… ¿Volverás conmigo?
–No…