9

“Lo siento” repite él una vez más. ¿Cuántas veces le he oído decir esas dos palabras?

Desde que me violó y golpeó por primera vez…

 

Flashback

Íbamos camino al hotel donde nos hospedaríamos por un tiempo. La luna de miel sería larga.

Llegamos a la lujosa suite y me obligó a brindar por nuestro matrimonio, bebiendo champagne. Una vez más sacó esas tabletitas que ingirió cuando lo conocí y yo nuevamente accedí a ellas. Bebí y tomé esas pastillas hasta que se me hizo pesado el cuerpo. Lo sentí recostarme lentamente en la cama y luego me quedé dormida.

Desperté no sé cuánto rato después. Estaba desorientada, todo me daba vueltas y mi cuerpo se movía. Sentí un aliento rozar mi mejilla y supe lo que estaba sucediendo.

Traté de moverme, pero él agarro fuertemente mis muñecas y me aprisionó más a su cuerpo. Sus embestidas aumentaban su ritmo cada vez que yo intentaba alejarlo. Dolía. Sentía que en cualquier momento me partiría en dos. Sus manos en mis muñecas estaban dejando leves marcas. Su aliento a alcohol rozaba en mi cara. Cada vez que él intentaba besarme, yo lo esquivaba. Ganándome unos tirones de cabello para mantenerme estática ante él y así besarme forzosamente. Yo gritaba ahogadamente debido al dolor. Le pedía una y otra vez que se detuviera pero no lo hizo; por el contrario, más me obligaba a mover mis caderas.

 

No sé cuánto tiempo transcurrió. Yo lloraba y Damián lo único que hacía era reírse burlonamente. Mi cuerpo me dolía. Él se la había pasado la noche entera abusando de mí.

Violándome al oponerme a que me hiciera suya. En un momento de ira le escupí en el rostro y lo único que conseguí con eso fue que terminara golpeándome. ¿Acaso iba a ser así mi matrimonio? No llevábamos ni veinticuatro horas casados y ya estaba torturándome, golpeándome, violándome.

 

–Eres mía, Annabelle. –Dijo él acomodándose su miembro dentro del pantalón–. Y te tendré las veces que yo quiera, con o sin tu consentimiento.

–Te odio. –Decía yo una y otra vez entre sollozos.

–No me interesa. Porque por mucho que me odies soy tu esposo. Y así será hasta que la muerte nos separe.

Fin Flashback

*******

Han pasado varios meses desde esa tortuosa noche. Damián me llevó a vivir a una enorme mansión. Menos mal no tan lejos de la casa de mis tíos. Aun no logro entender por qué me consiente tanto. Sé que no me ama y yo le he dejado bien en claro el enorme odio que siento hacia él.

Mi vida ha cambiado completamente. Yo he cambiado. Vivo con miedo. Rogando porque todo esto termine. Ni siquiera puedo mirar a Donald a los ojos. Desde que me desposé con Damián que no he permitido que Donald me toque. Cada vez que estamos a punto de hacer el amor, los recuerdos de mi luna de miel invaden mi mente impidiéndome llevar a cabo. Termino gritando y empujándolo lejos. Él me pregunta una y otra vez que qué es lo que sucede y yo no hago más que callar y voltear la mirada.

Me da vergüenza mirarlo, me siento sucia para él. Mi cuerpo que se lo entregué a un hombre por amor, ha terminado siento objeto de violación para otro.

Hay momentos en lo que quiero mandar todo a la mierda y terminar con mi vida. Pero luego Donald se me viene a la cabeza. Lo amo tanto, que ni siquiera dejarlo puedo.

¿Qué habré hecho mal para que la vida me castigue de esta manera? No lo sé. Dudo mucho que una niña de diecisiete años se merezca algo como lo que yo estoy viviendo. Es demasiado. Es cruel e inhumano.

¿Sabían que tuve que dejar el ballet? Damián me prohibió volver a la academia por temor a que descubran los cientos de moretones que adornan mi piel. He comenzado a drogarme, es la única forma de soportar sus malos tratos. Son el antídoto para soportar el dolor al momento de forzarme a ser suya noche tras noche. Vivo día a día con el temor de que en una de sus tantas violaciones termine dejándome embarazada. Gracias a Dios no lo ha hecho.

Esta tarde iré a la clínica acompañada de nani para que me examinen y me brinden pastillas anticonceptivas. Si él no se cuida debo hacerlo yo. Prefiero estar muerta antes que darle un hijo a ese bastardo.

Un hijo… es imposible no pensar en Donald cuando se me pasa por la mente ser madre.

Desearía tanto formar una familia con él. Pero eso ya es imposible. Damián está demente y si algún día se llega a enterar que hay otro hombre en mi vida, es capaz de matarnos a los dos.

Su obsesión por mi crece día a día. Y eso me aterra aún más…

 

– ¿Estás lista? –Pregunta a secas Damián mientras me mira armando la maleta.

–Aun no. –Respondo seria.

–Pues apúrate. Se me está haciendo tarde y aun debo pasar a dejarte a casa de tus tíos. – Damián se va fuera del país en un viaje de negocios. Estará fuera por dos meses por lo que me permitió quedarme en casa de tía Isabella para que me haga compañía.

–Lo siento. No puedo ir más rápido, me duele todo el cuerpo.

–Eso te pasa por negarte a ser mía.

– ¿Y qué pretendes? –Pregunté furiosa-. ¿Qué me lance a tus brazos a pesar de cómo me tratas?

–Ya te he pedido perdón.

– ¿Cuántas veces? Siempre es lo mismo contigo. Me golpeas, me violas y luego llegas a casa en las tardes con un ramo de rosas y una tarjeta que dice “Perdóname”. Además odio las flores.

– ¿Y qué quieres que haga para que me perdones?

–Dejarme en paz, irte lejos, darme el divorcio. No sé, se me ocurren muchas ideas.

–Ni lo sueñes, Annabelle. Si piensas que voy a dejarte libre estás MUY equivocada. –Toma mis mejillas y me besa–. Apúrate. –Sin más sale del cuarto subiendo alguna de mis cosas a la camioneta.

*******

–Mi niña, ¡Ya estás aquí! –Grita nani entusiasmada desde la entrada de la casa–. Te he extrañado tanto.

–Yo también nani. –Digo lanzándome a sus brazos y derramando lágrimas.

–Ya, yo debo irme. Voy demasiado atrasado. –Comenta Damián.- Adiós, mea amore. –Dice dejando un beso simple en mis labios.- Mas te vale portarte bien, Annabelle. –Susurra en mi oído.

–Vete ya. Perderás tu viaje.

Ciao. –Se da la media vuelta y se aleja de aquí.

– ¿Cómo estás? –Pregunta al fin nani cuando ya estamos solas.

–Pues bien. –Trato de ser convincente.

–No suenas como si estuvieras bien.

–Estoy cansada eso es todo. No he dormido bien anoche.

– ¿Tan ocupada te tiene tu marido?

–No quiero hablar de eso.

–No me digas que lo estás comenzando a querer.

–Tú sabes que eso es imposible.

–Pues ya no lo sé. Has cambiado mucho en estos cuatro meses de casada.

–Si nani, he cambiado. ¿No crees que casarme a los diecisiete años es motivo suficiente para cambiar mi actitud?

–Sí, sí lo es. Pero eso no es razón para que estés así conmigo… con Donald.

–Donald… –Susurro. De sólo oír su nombre siento un hueco en el pecho–. ¿Cómo está él?

–Muy mal, Annabelle. Al igual que tú él ha cambiado mucho.

– ¿Dónde está? Necesito verlo nana. Hablar con él.

–Sube. Está en tu cuarto.

 

Subí corriendo las escaleras. Me he comportado como una maldita con él. Con él que ha sido incondicional. Con él que a pesar de estar casada con otro sigue aquí esperando por mí.

Él es el amor de mi vida y odio estar en esta situación. Lo estoy haciendo pagar a él por algo de lo que no tiene la culpa. Quiero amarlo, sentirlo, mas el recuerdo no me deja hacerlo.

¿Cómo olvidar algo así? Es imposible. No puedo hacerlo. Sé que debería contarle a Donald lo que me está pasando pero, corro el riesgo de que él cometa una locura. Y eso, jamás me lo perdonaría.

He tomado una decisión. Y aunque duela, debo ver lo que es mejor para él.

Ingreso a la que fue mi habitación por catorce años. Todo sigue igual a como lo dejé meses atrás. Cada vez que venía a ver a Donald, nos juntábamos en su habitación. No podía ingresar a la mía sin que los recuerdos de nuestros cuerpos unidos invadieran mi memoria.

Miro todo a mí alrededor y ahí está él, asomado en la ventana mirando a la nada. Se me fue el aliento en ese momento. Está tan delgado. Hace solo unas semanas que no lo veo y su cuerpo ha variado bastante. Está pálido, ojeroso y su cabello ha pasado de rubio a rojo.

 

–Donald. –Logro articular al fin tras unos largos minutos de silencio. Él no se mueve. – Donald. –Me acerco a él y acaricio su mejilla. Una lágrima baja por ésta.

–Perdóname. –Dice él abrazándome fuertemente–. Perdóname, Annabelle.

– ¿Por qué me pides perdón?

–Fue un error. Estaba drogado. Te lo juro que no significó nada. –Su voz se iba apagando con cada palabra que pronunciaba. Comencé a ponerme nerviosa.

– ¿De qué me estás hablando? –Silencio–. Donald dímelo.

–Perdóname. –Pidió una vez más.

–Por favor, ya habla.

–Anoche… Anoche tuve sexo con otra mujer.