CAPÍTULO 19: MORIBUNDO CON FRAGATA
Aleya sujetaba la mano de Fordak. Rommel estaba de pie junto a ella, a un lado de la camilla. Entre ambos habían cargado con Manson hasta la enfermería de aquella vieja fragata pirata. Con los utensilios disponibles, pudieron detener la hemorragia, aunque por desgracia había perdido mucha sangre. Aleya también le extrajo las dos balas. Cuando extrajo la segunda, la inspeccionó con atención. Al parecer se trataba de munición estándar. Aquello le extrañó, pues Haldur era un maestro del veneno. Su predilección por las armas de fuego se explicaba justamente por la posibilidad de impregnar las balas de mil y un venenos distintos. Aleya arrugó el gesto. Aquella no era la manera habitual de proceder de su antiguo maestro. Pero al mismo tiempo no podía quejarse. Fordak Manson tenía así una mínima posibilidad de recuperación.
Zerios había dado con una pequeña nevera con reservas de plasma. Tras encontrar un par de ellas del tipo universal, le practicaron una vía para la transfusión. Al terminar, el hacker comprobó una vez más las lecturas de la pantalla situada junto a la camilla. El pulso de Fordak era muy débil, pero parecía haberse estabilizado. Por ahora, tan sólo podían esperar.
Observó a la asesina. No había pronunciado ni una sola palabra tras abandonar el hangar.
—Estuviste formidable ahí abajo, Aleya. De no ser por ti a estas horas tanto Fordak como yo ya estaríamos muertos.
Ella no dijo nada. Tenía la mirada perdida en las gráficas médicas de Fordak.
—Menudo rival el último ¿no? —dijo Zerios con incomodidad. Intentaba sacarle hierro al asunto pero no encontraba las palabras precisas—. Pensé que con el ataque sorpresa de G4 sería suficiente, pero no fue así. El tipo todavía tenía fuerzas.
Aleya se giró y le miró directamente a los ojos por primera vez en horas.
—Ese tipo era mi maestro.
Zerios abrió los ojos de par en par. Tragó saliva.
—No… no sé qué decir…
—Tenía la intención de matarme, por haber abandonado La Daga Roja. Ya sabes lo fundamental, así que ahora te rogaría que me dejes en paz.
—Cla… claro.
A continuación Aleya inspeccionó a G4-V8. El ojobot estaba abollado, roto. Con paciencia y las herramientas adecuadas, podría arreglarlo. Sin embargo, ahora mismo había otras prioridades más inmediatas. Todavía debían asegurar la fragata. En el trayecto hasta dar con la enfermería no habían visto indicios de que quedase nadie con vida en la nave, pero eso no significaba demasiado; era demasiado grande. Tenían que asegurarse que realmente todos los piratas estaban muertos en el hangar.
—Zerios, acompáñame.
El chico se sobresaltó. Llevaba un tiempo observando de reojo a la asesina mientras ésta examinaba al ojobot. Sin decir palabra, se levantó de un salto y se acercó a ella.
—Vamos a sacar la basura y asegurar esta nave a conciencia. Hasta que Fordak no mejore, no nos podemos ir.
—De… de acuerdo.
Aleya miró una última vez a Fordak. No le gustaba dejarlo sólo, pero necesitaba a Zerios con ella. Dejó a G4-V8 en la silla que había ocupado hace un momento. Salieron al pasillo y cerró la puerta de la enfermería.
Regresaron al hangar donde había tenido lugar la masacre. Aleya no se anduvo con rodeos y remató a todos y cada uno de los piratas, aunque físicamente era imposible que todavía quedase alguno con vida. Disparó un tiro de láser a toda aquella cabeza que seguía unida a su correspondiente cuerpo.
—Asegura nuestra nave. Comprueba que ninguno de ellos se ha ocultado en ella —le pidió Aleya a Zerios. Éste asintió y así lo hizo. Aunque contó los cadáveres repartidos por el hangar y llegó a la conclusión que estaban todos ahí tirados, no quiso contrariarla. Así que entró en La Diosa de Ébano con la pistola preparada.
Mientras tanto, Aleya amontonó todos los cadáveres a un lado y las armas y las botas al otro. Cuando llegó el turno de mover a Haldur, la visión de su rostro desfigurado y ensangrentado la incomodaron. Le bajó el visor reflectante. Pese a estar completamente resquebrajado, le tapó parcialmente. Lo arrastró y lo colocó junto a los demás cuerpos sin vida. Hizo un recuento exhaustivo. Los números le cuadraban. Sin embargo, todavía no podían bajar la guardia.
Zerios Rommel descendió de La Diosa de Ébano un poco después
—Despejado —confirmó— ¿Y ahora?
—Primero debemos peinar el resto de la nave. Será algo tedioso, pero necesario. Después… Sellaremos este hangar y tiraremos la basura al espacio —dijo señalando al montón de muertos.
El hacker se permitió un imperceptible suspiro. Le pareció increíble cómo había llegado a complicarse tanto sus vidas por responder a una señal de socorro. Tomó nota mental del precio de su buena fe.
—Pues vamos allá —respondió Zerios.
Asegurado el primer hangar, deshicieron sus pasos con la intención de barrer los otros tres hangares.
Se encontraron con dos de ellos vacíos, mientras que en el último casi todo el espacio disponible estaba ocupado por varias docenas de contenedores industriales de mercancías. El poco espacio libre lo ocupaba un pequeño y modesto caza. Su diseño recordaba vagamente una M, con la cabina en el vértice central y ambos motores situados en los extremos del fuselaje. Justo encima de los motores, en la parte superior del cuerpo metálico, montaba un par de cañones de plasma.
—Un Bundor. Un transporte bastante incómodo, aunque más rápido que otros de su categoría —dijo Aleya—. Sin embargo su armamento es más de lo que suele verse en una nave así. Es muy posible que este sea el transporte que utilizó Haldur para llegar hasta los piratas. Desconozco si estaban al tanto de su auténtico propósito, o si simplemente les hizo partícipes a cambio de saquear La Diosa.
—¿Podemos utilizarlo nosotros? —preguntó Rommel. Por contexto, supuso que Haldur era el último bastardo en morir en el hangar contiguo.
Aleya reflexionó unos instantes. Aquel caza le recordó que, en cuanto pudiese reparar a G4-V8, debería comprobar el estado del Furia Roja que envió fuera de Acheron como cebo.
—Podría desmontar sus cañones y acoplarlos a La Diosa. Pero esta nave tiene que ir fuera. Lo más probable es que lleve un localizador.
—Ahora que lo dices… ¿No es demasiada casualidad que la señal de socorro estuviese en mitad de nuestro hipersalto?
—Casualidad ninguna. Se nos acumula la faena. Hay que revisar La Diosa por completo. No sé cuándo pudo ocurrir. Tal vez en Orilon, cuando aquellos dos imbéciles intentaron forzar la nave… —pensó en voz alta—. O no. No lo sé. En cualquier caso, debe tener un localizador por alguna parte.
—¿Y qué pasa con esos contenedores? Podría ocultarse alguien —susurró Zerios.
—Podría. Vámonos.
El hacker no entendió su gesto de aparente indiferencia. Pero cuando regresaron al pasillo central Aleya selló los cuatro hangares desde los correspondientes terminales. Si realmente había alguien oculto en la mercancía, ahora estaba encerrado en el hangar.
Examinaron a continuación la bodega de carga, situada en la proa de la fragata. Era enorme a sus ojos, acostumbrados como estaban a las medidas de su carguero. Allí podían caber, a simple vista, medio centenar de contenedores industriales. Sin embargo, en aquel momento estaba extrañamente casi vacía. Había solo dos contenedores amarillos. Parecía que los piratas no estaban pasando por su mejor momento cuando les atraparon. Examinaron los contenedores, hallando en su interior comida y provisiones. No había nada más.
A continuación abandonaron la bodega de carga, pasaron más allá de los hangares y se dirigieron a la sala de máquinas. Era un lugar oscuro y ruidoso. El ruido confirmaba lo evidente: los motores funcionaban perfectamente y únicamente los habían desconectado momentáneamente para que ellos cayesen en la trampa. Aleya avanzó paso a paso, sujetando dos pistolas láser. Rommel tragó saliva mientras se internaban en la penumbra teñida del rojo de las luces de mantenimiento.
Una sombra se movió en la pared. Zerios se sobresaltó y abrió fuego.
—¡Detente, maldita sea! No es nada —le reprendió ella—. Tan sólo nuestras sombras.
Aleya inspeccionó el lugar a consciencia. Aquel era probablemente uno de los mejores lugares para ocultarse. Oscuro y lleno de recovecos. Pero no hallaron señal alguna de ningún “polizón”.
Regresaron a la cubierta superior. Aquí arriba se ubicaban los camarotes, las habitaciones, la cocina y el comedor, los lavabos y las duchas, la enfermería, un par de almacenes menores y por último el puente de mando. Registraron con detenimiento todas las estancias. Abrieron armarios, miraron bajo las camas y tras la barra de la cocina. Cuando llegaron de nuevo a la enfermería, Zerios aprovechó para supervisar el estado de Fordak.
—Sigue igual. Dentro de lo malo, estable.
Aleya asintió con la cabeza y por último, llegaron hasta la compuerta tras la que se hallaba el puente de mando. Colocándose cada uno en un lado, Aleya activó el control de apertura. La compuerta no se abrió. Estaba bloqueada.
La asesina intercambió una mirada cómplice con su compañero. Zerios, por el contrario, le devolvió una sonrisa nerviosa. La frente del muchacho se perló de sudor. Incluso hasta la cresta de pelo comenzó a apelmazarse.
Aleya le dio una orden sin palabras. Se intercambiaron las posiciones y el hacker se agachó junto al control de apertura. No tardó demasiado conseguir desbloquear la compuerta. Ésta se abrió, mostrando el interior del puente.
El puente de mando de la fragata pirata era un rectángulo de sesenta metros cuadrados. Contaba con un total de cinco asientos principales: piloto, copiloto y oficial de armamento, oficial de comunicaciones y oficial de sistemas auxiliares. El espacio parpadeaba indiferente como siempre más allá de un mirador panorámico.
Entraron. Aleya pegó el cuerpo a la pared y barrió toda la sala con sus armas. Rommel entró tras ella y avanzó por el lado opuesto. Todo el lugar estaba ocupado por aparatosas consolas, dejando el espacio de tránsito a dos pequeños corredores simétricos. En el lateral derecho del puente, bajo una pantalla que mostraba lo que parecía ser un mapa estelar, había un gran baúl colocado junto a la pared. De acero pulido y bastante castigado, era lo suficientemente grande como para albergar a una persona acurrucada en su interior.
Zerios se lo señaló a la asesina en silencio. Ambos se acercaron con precaución, con las armas preparadas. El cierre del baúl estaba abierto. Aleya se colocó a una distancia prudencial. Cuando comprobó que Rommel estaba también semiparapetado tras una de las robustas sillas, la asesina lanzó una patada al baúl.
Algo se sobresaltó en su interior e hizo que el cofre se moviese ligeramente. Aleya repitió la operación. Un nuevo temblor. Lanzó hasta tres patadas más, pero el objeto dejó de vibrar.
Hastiada de semejante situación, Aleya corrió un riesgo innecesario y abrió el baúl con un gesto seco. Antes que la tapa hubiese topado con la pared, la asesina ya tenía encañonada a la persona oculta en su interior.
Era un chico. Un chaval de unos catorce años. Bastante estirado y flaco, salió del baúl lentamente, con las manos en alto.
—Yo... —logró balbucear.
—Cállate —le cortó Aleya sin dejar de apuntarle a escasos centímetros de la cara—. Zerios, regístrale.
El hacker asintió. Se guardó la pistola bajo el cinturón y cacheó al chico pirata con bastante torpeza. Rommel extrajo un pequeño puñal romo de uno de los bolsillos. Miró a Aleya, y ésta le indicó con un gesto que se deshiciera de él. Rommel tiró el pincho a una distancia prudencial y terminó el cacheo.
—Nada más —dijo.
Aleya seguía apuntándole a la cara con ambas pistolas láser.
—Responde a lo que te pregunte si pretendes tener alguna posibilidad de sobrevivir —le dijo la asesina.
Zerios Rommel asintió, como dando fe de las palabras de su compañera. Sin palabras, le estaba recomendando encarecidamente al desconocido que colaborase.
El chico tragó saliva. Estaba pálido. Tenía la piel oscura como Aleya, los ojos grandes y negros y el pelo corto y encrespado. Vestía un mono de mecánico y una camiseta sucia sin mangas.
—¿Qué cargo tienes en la nave? —dijo Aleya.
—¿Cargo? —repitió el chico, sudando a mares—. Soy el aprendiz. Hago un poco de todo.
—Si te has escondido es porque sabes lo que ha pasado en el hangar. ¿Es así? —preguntó Rommel.
—Sí —respondió, tragando saliva de nuevo. Sin duda había visto la matanza a través de las cámaras de seguridad.
—Entonces ya sabes de lo que es capaz. Colabora, por favor —dijo Rommel.
El muchacho habló. Se llamaba Malrut. Contó que no llevaba ni un año a bordo. Los piratas lo tenían como chico de los recados. Hacía las faenas más ingratas: limpiar los retretes, limpiar las armas, ayudar en la cocina... Preguntado sobre lo que transportaban los contenedores del hangar, Malrut se encogió de hombros.
—No lo sé, lo juro —dijo con sinceridad—. Una vez pregunté sobre ello y Gunt me soltó un golpe que todavía me duele cuando pienso en ello.
A continuación Aleya le preguntó sobre la tripulación. En efecto, normalmente eran ocho, aunque hacía apenas una semana que Sutton recogió al último integrante, Haldur, cerca de Tabastea. El muchacho dijo no saber nada del acuerdo que alcanzó el capitán Sutton con aquel hombre, sino que, simplemente, un día apareció en la nave y se quedó. Malrut sí pudo confirmar que en efecto, el caza Bundor que habían visto en uno de los hangares pertenecía al maestro asesino.
—Debemos lanzarlo al espacio cuanto antes —reafirmó Zerios.
—Así es —respondió Aleya.
Ella volvió a centrar su atención allí donde apuntaban sus pistolas. Le preguntó a Malrut sobre la banda pirata, en su estructura y organización. ¿Era un grupo autónomo? O por el contrario, ¿tal vez aquella fragata formaba parte de alguna cofradía más amplia de piratas espaciales? De confirmarse la segunda opción, aquello podía llegar a suponer un problema, dependiendo del tiempo que tardase Fordak en recuperarse por completo, si es que lo hacía, y por lo tanto de lo que tardasen en alejarse de aquella nave. Malrut les explicó que, hasta dónde él sabía, la fragata actuaba por libre. A veces salía al paso de otras naves y las abordaban a la vieja usanza, o empleaba el rayo tractor con cargueros más pequeños, como habían hecho con ellos.
Por último, Aleya le preguntó sobre las comunicaciones del capitán:
—¿Sutton se comunicaba con alguien de manera más o menos habitual?
Malrut se encogió de hombros.
—De vez en cuando se comunicaba con un tal capitán Arshar —dijo el muchacho dubitativo—. Por la manera que tenían de tratarse, parecían viejos amigos.
Aleya pensó un instante. Más tarde o más temprano, ese capitán Arshar se preguntaría por su colega.
—¿Alguien más con quien mantuviese un trato regular? —preguntó Zerios.
Malrut se esforzó en hacer memoria.
—No. Lo juro.
—De acuerdo. Aleya, ¿qué hacemos con él?
—De momento le encerraremos. Si sigue cooperando, le liberaremos en algún espaciopuerto y podrá seguir con su vida. Pero si intentas alguna estupidez —advirtió girándose hacia Malrut y apuntándole con sus pistolas—, provocarás tu propia muerte.
—¡Podría trabajar para vosotros! ¡Soy muy capaz! —exclamó Malrut en tono suplicante.
—Ni lo sueñes. No tenemos vacantes. Andando.
***
La nave pirata era en realidad una fragata clase Interceptor 451 modificada. Un modelo bastante común en las patrullas fronterizas de la Federación. Medio siglo atrás. Había quedado bastante desfasada. Tanto era así, que la Armada había actualizado sus fragatas en tres ocasiones desde entonces. El modelo vigente y más extendido era el Interceptor 785, superior en todos los aspectos a un 451. Aún con todo, un Interceptor 451 seguía siendo una nave versátil, manejable y con una velocidad notable. Medía trescientos noventa metros de eslora y ciento veinticinco de manga es su parte más ancha. Contaba con tres reactores posteriores capaces de alcanzar la máxima aceleración sublumínica. En cuanto a su capacidad para el viaje hiperespacial, dicho modelo montaba un motor hiperespacial estándar, pero aquella versión modificada contaba con un motor potenciado que ofrecía un rendimiento ligeramente superior.
Las fragatas federales solían portar los colores habituales de la Armada: blanco y granate. Sin embargo, el Interceptor del expirado capitán Sutton vestía unos colores menos vivos: casi toda la nave era de un gris oscuro, con algunas zonas como la proa y los laterales pintados en color negro.
La proa de un Interceptor 451 era completamente cónica, como un misil. Encima había una prominencia, como una aleta dorsal invertida, que contenía las antenas y los receptores de los sistemas de comunicación. Y debajo, el puente de mando sobresalía ligeramente bajo el cono. El cuerpo central de la nave era más funcional y menos estilizada: ángulos y líneas rectas que permitían la máxima optimización del espacio interior. Desde debajo del puente de mando, la zona que correspondía a la bodega de carga se ensanchaba progresivamente, alcanzando su máxima amplitud a mitad de la nave, allí donde se hallan los cuatro hangares. La popa era casi completamente rectangular. Por último, un 451 se distribuía internamente en dos cubiertas. La superior albergaba el puente de mando y los espacios vitales y la inferior la bodega, los hangares y la sala de máquinas.
Aleya estaba en la enfermería. Con gesto suave, acariciaba el cabello de Fordak. Aquella media melena asilvestrada. Se fijó en sus mejillas. La barba ya empezaba a ser de nuevo densa y poblada. Cuando Fordak se afeitó para entrar al Dulces 16, Aleya se guardó su opinión entonces. La mandíbula ancha del mercenario parecía incompleta sin su barba habitual. Aleya le acarició el mentón.
—¿Cómo va? —preguntó Zerios, entrando por la puerta.
La asesina se sobresaltó y apartó la mano.
—Sigue igual. Estable. Inconsciente. ¿Has encerrado al crío?
—Sí —respondió él bajando la cabeza.
—Rommel, mírame —le dijo Aleya, levantándose y colocándose frente a él—. Mírame. No empatices con él. Es lo peor que podrías hacer ahora mismo.
—Pero es sólo un niño. Me recuerda a... —al hacker se le hizo un nudo en la garganta.
Aleya le cogió con suavidad el rostro y se lo alzó para poder mirarle directamente a los ojos.
—No lo es. No es ningún hermano tuyo de Dunai. No lo será jamás. Es un crío que viajaba con malas compañías. ¿Quieres saber lo que hubiese hecho de haber ido las cosas distintas en el hangar? —Aleya prosiguió, sin darle tiempo a responder—. Si nos hubiesen capturado, a mí me habrían violado. Ya oíste sus intenciones. Pues bien, lo más probable es que ese niño, como tú lo llamas y que ahora está encerrado, me habría violado en último lugar. Tal vez en contra de su voluntad, o tal vez contento consigo mismo, pero lo habría terminado haciendo. Sabes de qué hablo cuando digo presión de grupo, ¿verdad? Pues está claro como el agua que Malrut se habría entretenido a mi costa. Y escúchame también ahora: no me extrañaría que, también le hubiesen empujado a matarte a ti o a él —añadió refiriéndose a Fordak—. O a ambos. De habernos derrotado, ese chico con el que estás cometiendo el error de identificarte se habría desvirgado, y en más de un sentido, con nosotros tres.
Rommel tragó saliva.
—¿Cómo puedes estar tan segura? Quiero decir, ¿cómo sabes que aún no ha… matado a nadie? —preguntó Zerios.
—No lo ha hecho —respondió ella con seguridad.
—¿Pero cómo? —repitió.
—Son los ojos, Zerios. Cuando alguien ya ha matado, su mirada cambia para siempre. Es… distinta. Más fría, por así decirlo.
—Eso es un poco impreciso —dijo el hacker sin demasiado convencimiento. No en vano, Aleya sabía mejor que nadie de lo que estaba hablando.
—¿Tú crees? Zerios, me temo tener que decirte que tu mirada también ha cambiado. Así es. Lo puedes comprobar en cualquier espejo. Pero intenta no obsesionarte. Son cosas que pasan. Piensa que de no haber matado, tú serías el cadáver.
Rommel no encontró las palabras ni el ánimo para seguir la conversación. Al final se decidió por coger a G4-V8 e irse a intentar repararlo en otro lugar.
Aleya no hizo ningún esfuerzo por retenerlo en la enfermería. El muchacho necesitaba su momento de introspección, al igual que ella iba pasando el suyo a intervalos. Pero pese a ello, todavía quedaba mucho trabajo por delante.
Debía ocuparse del Bundor, de los cadáveres y de mover la fragata. Quedarse estáticos no era la mejor idea en esas circunstancias. La asesina se levantó de un salto y dirigió una última mirada a Manson. Aunque estaba lejos de estar bien, el contrabandista parecía descansar. Las lecturas biomédicas seguían dentro de parámetros estables. Aleya abandonó la enfermería y se dirigió al puente de mando.
Costó más de una hora, pero finalmente Aleya comprendió los controles básicos de la nave pirata. Cuando creyó estar en condiciones de manejar la fragata, contactó a Zerios por el comunicador. Le pidió que por favor se uniera a ella en el puente de mando.
Rommel apareció al cabo de un rato. Todavía llevaba a G4-V8 en brazos. Seguía enfrascado en su reparación.
—Salgamos de aquí —dijo la asesina—. Creo que ya entiendo los sistemas de navegación. Por lo menos lo imprescindible. ¿Tienes el X7 a buen recaudo?
Zerios abrió el pequeño compartimento del ojobot donde lo había ocultado cuando los abordaron. Asintió con la cabeza.
—Sí. Aquí está.
—Pues nos movemos. Este… encuentro ya nos ha retrasado demasiado. Tenemos un cobro pendiente.
Aleya introdujo unas coordenadas en la carta de navegación de la fragata y accionó una palanca situada junto a su asiento. La oscuridad centelleante del universo se combó ante sus ojos y la fragata saltó al hiperespacio.
***
Mientras la nave viajaba por el hiperespacio, Zerios y Aleya no estuvieron ociosos. Entre los dos consiguieron reactivar a G4-V8 parcialmente. El ojobot zumbó un par de veces antes de reconectar su sistema de flotación. Pitó un par de veces y deambuló sin ton ni son por el puente de mando antes de salir y perderse por el pasillo central.
—No está muy fino —admitió Zerios.
—No. Necesito herramientas específicas para calibrarlo en condiciones —respondió Aleya.
Después de ocuparse de G4-V8, se dirigieron a los hangares, no sin antes comprobar el estado de Fordak, quién seguía igual que la última vez. Cuando regresaron al hangar de la contienda, recogieron con un gesto mecánico todas las mercancías que habían terminado tiradas por el suelo durante la pelea. Volvieron a guardar todo aquello aprovechable que no se había destruido a bordo de La Diosa de Ébano. Mientras cargaban los contenedores rampa arriba, Zerios encontró la escopeta de Fordak y la colocó en su sitio habitual, junto al camastro del contrabandista. Los cuerpos amontonados presentaban ya los primeros síntomas de pudrimiento. Aleya decidió entonces no esperar más para deshacerse de todo aquello. Se hizo con una pequeña plataforma de carga y comenzó a mover los muertos del suelo a la misma. No tuvo que pedirle con palabras a Zerios que le echase una mano. El chico terminó con la última caja de La Diosa de Ébano y, con un nudo en el estómago, se acercó a ella y agarró de los pies el cuerpo sin vida que ella estaba moviendo a la plataforma. Zerios buscó con la mirada el cadáver de Haldur, pero no estaba a la vista. Debía de haber sido de los primeros cuerpos amontonados. A continuación observó de reojo a Aleya. Ella cargaba los fardos metódicamente, posiblemente con sus pensamientos en otro lugar.
Una vez que en el suelo del hangar sólo quedaron las manchas de sangre, llevaron el montón de cadáveres al hangar donde había el Bundor y los contenedores pendientes de revisar. Echaron un vistazo a los mismos. Había objetos diversos y de valor dudoso.
A continuación Aleya inspeccionó los cañones de plasma del Bundor. Eran un armamento sin duda goloso. Pero vio que desacoplarlos podía llevarle demasiado tiempo. Y la prioridad era deshacerse de aquella nave cuando antes. La asesina le comunicó al hacker los siguientes pasos a seguir. Iban a vaciar ese hangar, a lanzarlo todo por la borda. Para ello debían abandonar el hiperespacio.
Zerios regresó al puente de mando y desactivó el hipersalto. Cuando la fragata apareció en el espacio real, se lo hizo saber a Aleya. La asesina asintió por el comunicador y, desde el corredor umbilical de la cubierta inferior, activó la descompresión del hangar. Desde la estrecha rendija de la compuerta de seguridad, Aleya vio como el espacio absorbía absolutamente todo aquello que no estaba collado al suelo. En apenas un instante, los contenedores, el Bundor, los cadáveres de los piratas y el de su maestro desaparecieron en la negra noche eterna.
—¿Aleya? ¿Me recibes? —preguntó Zerios.
Ella no respondió de inmediato. Cerró la compuerta exterior del hangar, con la mirada perdida en el campo de fuerza reactivado.
—¿Aleya? —la voz de Zerios comenzaba a sonar preocupada.
—Sí, te recibo. Ya está hecho. Voy para allá.
Una vez que ella se reunió con Rommel en el puente de mando, revisaron a fondo el historial de vuelo de la nave. Había lugares marcados por toda la galaxia, en lugares oficialmente desconocidos y pendientes de cartografiar por el gobierno federal. Pese a ello, la actividad del capitán Sutton parecía haberse concentrado en el cuadrante 2C de la galaxia. Marcaron en rojo el mismo, como lugar a evitar. Muy posiblemente en aquellos sistemas la fragata no había dejado muy buen recuerdo.
Del mismo modo, y a partir de las visitas recurrentes de la fragata al sistema Utan, Zerios dedujo que debía ser allí dónde Sutton llevaba a cabo las reparaciones periódicas. Un puerto pirata. Se lo comunicó a Aleya, y ésta no pudo más que felicitarle.
—Muy bien visto. Ya puedes ponerlo el primero en la lista de sistemas prohibidos.
—¿Y ahora qué? —preguntó Zerios.
—Ahora repasemos que tenemos entre manos.
—Tenemos a Fordak en la enfermería, a G4 borracho, un prisionero y esta nave pirata. Bueno, y el X7 valorado en medio millón de créditos.
—No está mal.
El hacker se encogió de hombros.
—Me imagino que nos quedamos con la nave ¿no?
—Habrá que verlo. De momento cobremos el X7 y ya se verá. Tendremos que sopesar lo que cuesta mantener una nave como ésta. Sólo en combustible puede ser para echarse a temblar —respondió Aleya—. ¿Qué hay del armamento?
—Cuenta con un rayo tractor, eso es seguro. Por lo demás... —Rommel inspeccionó detenidamente los controles del puesto de armas—. También tiene cuatro cañones láser dobles a cada lado. ¡Guau! Nos podrían haber liquidado en un abrir y cerrar de ojos. Menos mal que prefirieron robarnos antes que matarnos —añadió el hacker con acidez.
—Sí, menos mal —repitió Aleya mecánicamente—. ¿Misiles? ¿Escudos?
—Ya voy, Aleya, un momento —respondió él pidiendo un poco de calma—. No veo aquí nada de misiles... Sí que cuenta con dos lanzatorpedos en proa, por debajo de nosotros. Y un lanzaminas en popa, para evitar perseguidores molestos. Mola.
—No te encariñes de la nave, Zerios.
—Apuesto a que cuando Fordak despierte no se mostrará tan recelosa como tú —le respondió el hacker mientras comenzó a girar sobre la silla con gesto infantil.
***
La fragata abandonó el hiperespacio con una brusca desaceleración. Había alcanzado su destino. El sistema Loana. Formado por cuatro planetas pequeños que orbitaban asincrónicamente alrededor de una estrella moribunda. El único planeta habitado del sistema era Ospir, el más cercano a su sol. Los otros tres eran rocas congeladas. Ospir tenía una topografía particular: era un planeta surcado por infinitos acantilados. Los asentamientos humanos se limitaban a las pocas zonas de tierra cultivable en las estrechas mesetas que se formaban entre un precipicio y el siguiente.
Sin embargo, la entrega del X7 se haría en la órbita de Ospir, en una estación espacial que operaba como hotel y modesto parque de atracciones.
La asesina insistió en cerrar sola el trato. Rommel temía que la entrega pudiese complicarse. Pero Aleya insistió en que él se quedase junto a Manson. Por lo menos el hacker consiguió convencerla para que se llevase a G4-V8 con ella. Aleya asintió, y le dijo que se relajase un poco. Antes de que se diese cuenta, ya habría regresado. Que se echase una siesta o echase una partida a cualquier cosa. Que esperase y ni se le ocurriera sentir lástima por el prisionero.
Cuando despidió a Aleya en el hangar, Zerios regresó a la enfermería. Al hacerlo pasó ante la puerta donde tenían encerrado a Malrut. Se detuvo y paró el oído. No oyó nada, y prefirió seguir adelante y no tratar de parecer amable.
Fordak seguía postrado, estable pero inconsciente. El hacker se sentó a su lado y volvió a estudiar la fragata en una pequeña pantalla que sujetaba con ambas manos. Iba leyendo en voz alta, con la esperanza de entretener así a Manson, en el caso que éste estuviese oyendo.
Al cabo de un tiempo indeterminado, el silencio plagado de sibilinos zumbidos de aquella nave comenzó a pesar sobre el estado de ánimo del joven. Aquella fragata era demasiado grande y técnicamente estaba solo. Pero aquello empezó a turbarle el ánimo. Comprobó la munición de su pistola, aquel pedazo de metal que todavía se le hacía extraño. Se levantó de la silla y, con cautela, bloqueó la puerta de la enfermería. La espera hasta que regresara Aleya se le iba a hacer demasiado larga.
Tres horas después, La Diosa de Ébano abandonó la estación espacial y se aproximó a la fragata en una trayectoria de vuelo estándar. La voz de Aleya brotó por el comunicador, tan fría como casi siempre. Rommel suspiró aliviado mientas corrió al puente de mando para abrir la compuerta del hangar solicitado y permitir su aterrizaje.
A los pocos minutos Aleya y G4-V8 avanzaban por la cubierta superior, al encuentro de Zerios.
—¿Cómo ha ido? —preguntó un ansioso Rommel.
—Bien, ya está hecho. He comprobado la transferencia en el mismo momento, pero igual quieres verla tú también —respondió ella.
El hacker abrió el saldo bancario de la cuenta conjunta, cifrada por su propio algoritmo de seguridad. En efecto, contaban ahora con medio millón de créditos más disponibles.
—Me alegra ver que todo ha terminado bien, más o menos —dijo Rommel, rascándose la sien afeitada—. Guarda el extracto para Fordak. Seguro que le hace más ilusión que a mí.
—Créeme, Zerios cuando te digo esto: tu desapego al dinero es loable.
—Supongo —respondió él encogiendo los hombros—. Aunque en honor a la verdad hay que decir que no hace mucho no lo precisaba. Oráculo… bueno ya sabes cómo funciona.
—Sigues siendo el más noble de los tres, Rommel.
Zerios no respondió. La muerte causada en el Dulces 16 y en el hangar de abajo, el muchacho prisionero encerrado, no le hacían sentirse así.
***
Fordak Manson tardó dos semanas en despertar. Cuando por fin abrió los ojos, los sedantes y su baja forma física le hicieron creer que había vuelto a despertar a bordo del Pegasus. Aunque ni siquiera el techo de la habitación se parecía. Alguien se inclinaba sobre él cada cierto tiempo, una figura borrosa en su imaginación adulterada que finalmente se reveló como Aleya. Su piel azabache, su cabello oscuro e indómito. Sus ojos. Qué ojos. Más azules que un día de verano en Zerian, más brillantes que el mar de mediodía en Multoana.
—Te... te quiero... —alcanzó a decir el mercenario en un suspiro delirante.
Aleya no hizo caso de aquello. Él estaba todavía bastante drogado. Le secó el sudor de la frente y dejó que descansara un poco más.
En los siguientes días liberaron a Malrut. El chico incluso protestó la decisión. Volvió a suplicar formar parte de la nueva tripulación. La asesina no perdió el tiempo y le colocó el filo de una de sus hojas sobre el cuello. Malrut cerró la boca de inmediato y descendió la rampa de La Diosa de Ébano. Allí, en Ospir, tendría que seguir con su vida. Aleya despegó antes que al chaval se le ocurriese ponerse a llorar. Era un chico irritante.
Cuando Aleya regresó a la fragata, encontró a Zerios sentado ante una mesa del comedor. G4-V8 estaba literalmente desmontado, con todas las piezas perfectamente ordenadas sobre la misma.
—¿Por qué has hecho eso? Iba a repararlo en cuanto tuviéramos las herramientas necesarias —le preguntó ella con un ligero reproche en su voz.
—Necesitaba tener la mente ocupada. Y me suele funcionar tener las manos trabajando —respondió él sin apartar la vista del módulo de comunicaciones que sostenía entre el pulgar y el índice.
—Espero que sepas montarlo de nuevo.
—Pues claro. No sólo sé tocar las teclas. A todo esto, habrá que ir pensando en un nombre imponente y que infunda respeto.
—¿Qué tiene de malo G4?
—Me refiero a la nave. Qué te parece, no sé... ¡Trueno Mortal! ¡O mejor Chispa Calorífica! Espera, espera. Ya lo tengo: Luminosa Verdad.
—Por favor… Zerios —replicó ella con hastío—. Para ponerle nombre a las naves eres incluso peor que Manson. Supongo que te imaginas porqué La Diosa de Ébano se llama así. Luminosa Verdad… ¿en qué demonios estarás pensando tú?
***
Fordak Manson se levantó de la camilla poco después de expulsar los últimos restos de medicamentos de su organismo. El contrabandista se sacó la vía de suero y deambuló por el corredor de la cubierta superior completamente desorientado. Fue el hacker quién lo encontró, vestido únicamente con unos calzoncillos negros y valiéndose de la pared para avanzar.
—¡Fordak! Espera, espera —Zerios corrió el trecho que les separaba y lo agarró por el costado, valiéndole de soporte—. No tengas prisa. Esta vez te dieron bien.
—¿Piratas? —dijo con voz seca y pastosa.
—Sí, piratas. Pero al final les dimos su merecido. Bueno, más bien tú y Aleya. Yo ya tuve bastante tratando de que no me cortase por la mitad aquella loca del machete... ¿Te acuerdas de ello?
—Aleya... ¡Aleya! ¿Dónde está? ¿Está bien?
—Tranquilo. Claro que está bien. Ya la conoces. Nos enterrará a los dos cualquier día de éstos. Es más dura que el casco de esta nave.
—¿Dónde estoy? No es La Diosa... —dijo Fordak, percatándose por primera vez del entorno.
—Claro que no. Espera, que ya casi estamos.
Rommel lo condujo hasta el camarote más cercano. Allí lo sentó en la cama, avisó a Aleya por el comunicador y esperó a que ella llegase para poner a Fordak al día entre los dos.
La asesina estaba en la sala de máquinas, tratando de comprender los motores sublumínicos que impulsaban aquella nave. Cuando Zerios le dio la última noticia, dejó lo que estaba haciendo y subió a la cubierta superior sin demora.
El camarote donde estaban ahora debió ser el del capitán Sutton, a juzgar por los trajes y los objetos variopintos sobre el escritorio. Era bastante amplio. Contaba con una gran cama en el fondo, un armario empotrado junto a la puerta y el escritorio doble en frente. Pese a ser el camarote del capitán, estaba decorado con bastante austeridad.
Aleya se detuvo en la puerta. Allí estaba. Aquel tonto, bravucón y mal hablado de Fordak. Debilitado, algo más delgado, pero vivo. Tal vez incluso no tan demacrado como aquella vez en Orilon. La asesina cruzó los metros que los separaban y se agachó para ponerse a su misma altura. Manson, sentado en la cama, esbozó una débil sonrisa al verla.
La asesina le cogió de ambas mejillas y le dio un lento beso.
Zerios sonrió y se apartó unos pasos atrás. Tan pronto como las heridas de Fordak cicatrizaran, saltarían más que chispas entre esos dos.