CAPÍTULO 9: SAFARI A BORDO
Se llamaba Jaden Miles. Llevaba a bordo del Providence cerca de cuatro años. Explicó que el supercarguero solía cubrir la ruta entre Kuolani y Apistalon, lo que significaba cruzar la Federación de un extremo a otro. Normalmente un viaje así y sin escalas solía llevar unos cuatro o cinco meses por el hiperespacio. Pero siempre tardaban más, pues las escalas eran necesarias para repostar y llevar a cabo eventuales reparaciones.
Pronto se percató del olor nauseabundo que flotaba en aquella sección y Fordak, tras consultarlo con Aleya con una muda mirada, decidió enseñarle a Jaden el origen de aquella repugnante pestilencia.
Cuando le enseñaron el cuerpo despedazado oculto en uno de los camarotes, el tripulante cayó de rodillas y sufrió un ataque de arcadas y bilis. Se secó los ojos y se apartó.
—Por favor, no quiero ver más.
—Arriba está el capitán. Se suicidó disparándose en la cabeza —le explicó Fordak Manson cerrando la puerta del camarote ensangrentado.
—Además de que le falta un brazo —añadió Aleya inspeccionando el grado de sinceridad de Jaden.
—¿Muerto también? ¿Suicidio? No puede ser... El viejo capitán Ford no sería capaz de algo así —se lamentó Jaden en voz baja.
—¿Cómo perdió el brazo? —preguntó Aleya cambiando el peso de una pierna a otra.
—Le atacó una de las bestias de abajo.
—¿Dónde está el resto de la tripulación? —preguntó el mercenario.
—Muertos... o escondidos —respondió Jaden con tristeza—. Yo me escondí en un conducto de ventilación, lejos del peligro. Maya vino detrás de mí pero... pero no lo consiguió —su mandíbula se tensó mientras recordaba el momento.
—¿Qué esconde la bodega del Providence?
Manson clavó sus ojos marrones en los de Jaden. Podía ver su temor reflejado en su iris azulado.
—Siempre lleva un poco de todo. La bodega es grande, y diversificamos la carga. Al capitán no le gusta, no le gustaba —se corrigió, apesadumbrado— depender de un único cliente. Esto es engorroso en el día a día, pero decía que así se evitaba tratar con clientes singulares, demasiado importantes y caprichosos.
—Háblanos de las bestias —dijo Aleya, avanzándose a Manson.
Jaden pareció dudar un momento.
—Qué demonios, todo ha terminado mal. Os lo contaré —respondió el superviviente—. El Providence transporta bienes cien por cien legales. Casi siempre. Pero en ocasiones el capitán Ford cerraba algún trato cuestionable. Es verdad que del pellizco que obtenía de estos trabajos ilegales repartía una parte entre la tripulación, con lo que al final todos estábamos, si no contentos, sí conformes.
—Contrabando con un supercarguero —dijo Fordak. Pareció respetarlo—. Hay que tenerlos bien puestos. Estas naves pasan muchos controles.
—Sí, pero el capitán también tenía para pagar a los de aduanas —respondió Jaden. Se rascó la mejilla barbilampiña—. Nunca era nada demasiado grave: copias ensambladas en Taipo de lo último en tecnología, colonias falsas, algún contenedor de mineral precioso de tanto en tanto.
—¿Y qué hay de los animales?
—Eso... Ahí el capitán se equivocó –admitió—. Alguien contactó con él hará cosa de un mes. Más o menos. De la manera en que hablaban por el comunicador, parecían viejos amigos. Le propuso un negocio. Por lo visto las pieles, huesos, colmillos y demás de los animales de Sabani se pagan a un precio inimaginable. Cosa que no termino de entender. ¿Quién querría la piel de una gacela tirada en el suelo de su casa?
—Muchas veces no se trata tanto de si algo es hermoso. Se trata más bien de si es algo que los demás no tienen. La mayoría de las personas se sienten atraída por lo exclusivo por el simple hecho de serlo —respondió Aleya—. Es un comportamiento... mezquino.
—Y sin embargo nosotros vivimos en parte de satisfacer esos caprichos —replicó Manson encogiéndose de hombros—. En cualquier caso, el capitán aceptó el trato. ¿Qué pasó después?
—Fue una labor bastante tediosa, de eso sí que me acuerdo. Una vez que llegamos al planeta Sabani, doblamos turnos para poder cargar a todos los animales a bordo. Las celdas de contención, los animales más peligrosos sedados y cargándolos con las grúas…
—¿Cuál era vuestro destino? —preguntó Aleya.
—No recuerdo como se llama el planeta, lo siento —dijo Jaden con franqueza—. Lo único que nos hizo saber el capitán fue que todos esos animales irían a parar a un coleccionista privado del Borde Medio. Me imagino que se tratará de alguno de esos ricachones que les da por montarse un zoológico privado en el patio de atrás de alguna de sus múltiples mansiones —concluyó encogiéndose de hombros.
—¿Cómo escaparon los animales? —preguntó Aleya. Buscaba una mentira. Cualquier cosa que contradijese lo que habían visto en las grabaciones de seguridad.
—Gustav las liberó a propósito. No entiendo el por qué. Se volvió loco cuando subimos los animales a bordo. Algo de los derechos de los animales, y que el capitán era la verdadera bestia al aceptar semejante encargo. La discusión en la cocina fue bastante fuerte.
—Llegados a este punto, ¿qué hacemos ahora? —se preguntó Manson.
—Podemos irnos —dijo Aleya.
—O podemos arriesgarnos y tratar de ayudar a los supervivientes, si es que los hay. Todavía podemos sacar algo de todo esto —respondió Fordak.
Aleya lanzó un corto suspiro de desagrado. Sus ojos zafiro brillaron con intensidad al volverse a Jaden:
—¿Por qué sólo hay un cuerpo aquí en los camarotes? ¿Por qué no os refugiasteis aquí cuando ese Gustav empezó a liberar a las bestias? —le preguntó.
—Prácticamente todos estábamos abajo, dando de comer a los animales. Qué ironía... Eran demasiados para tan pocas manos, y trabajando todos al mismo tiempo esa faena no llevaba más de media hora. Gustav bloqueó las puertas de la bodega. Así que no nos quedó otra que encaramarnos a los contenedores para salvar nuestras vidas.
—¿Entonces, cómo has conseguido llegar hasta aquí? —preguntó Fordak suspicaz.
—Ya os lo he dicho, me arrastré por un conducto de ventilación. Los demás, los que sigan vivos, me imagino que deben estar demasiado aterrados como para pensar siquiera en moverse de sus escondrijos. Por favor, vosotros vais armados, parecéis más que capaces. Ayudadme a rescatar a los míos.
—No somos el equipo de rescate, ni trabajamos gratis —respondió el mercenario—. Si os ayudamos, es a cambio de un pago. Me imagino que después de asegurar la nave podremos echar un vistazo tranquilamente a vuestra mercancía. Seguro que, como en todas las naves de transporte, habrá cargamento especial, fuera del manifiesto de carga.
Manson miró de reojo a Aleya, pero la asesina no hizo ningún gesto. Aquello no le hacía gracia, y Fordak podía verlo en su rostro, más serio de lo habitual.
—Por supuesto. Dado que el capitán ya no está entre nosotros, tenéis mi palabra. Rescatad a mis compañeros y podréis llevaros lo que podáis cargar —asintió Jaden con cierta solemnidad.
***
Volvieron al puente de mando. Una vez allí, Jaden les facilitó los controles de la radio interna de la nave, no sin antes apartar la vista ante el cuerpo sin vida del capitán, tirando en un rincón.
Manson abrió el canal de comunicación interno y extendió su mensaje por todos los compartimentos de la Providence.
—Buenas noches a todo el mundo. Recibimos la llamada de socorro y hemos venido a ayudar. Estamos al tanto de la situación en la bodega. Por favor, mantened la calma, seguid escondidos. Vamos para allá. Estamos armados y despejaremos el lugar de cualquier animal o bestia salvaje que os aceche. Somos el equipo... Omega, y nosotros terminamos los problemas.
Apagó el comunicador.
—¿Qué te ha parecido? Lo del nombre del grupo, me refiero. Me ha salido así, improvisado. ¿Cómo lo ves? ¿Te gusta?
Aleya se cruzó de brazos y negó ligeramente con la cabeza. Viajar con Manson era una improvisación tras otra. G4-V8 pitó un par de veces, posicionándose con la reacción de la asesina.
—Acabemos con esto de una vez —respondió la asesina agarrando sus armas—. Y recuérdame que no te haga caso en las próximas ocasiones.
Cogieron el ascensor y descendieron hasta la última planta. Allí Jaden les guió con cierto temor hasta una rendija de ventilación que había tras unas cajas de suministros colocadas a un lado del corredor.
—Por aquí escapé yo. Entonces subí arriba y fue cuando nos encontramos —Jaden les invitó a entrar por el conducto.
—Tú primero —dijo Aleya—. Nos guiarás hasta tus compañeros.
—¡Pero estoy desarmado! ¿Y sí al otro lado hay una de esas bestias al acecho? —replicó con un escalofrío.
—Hasta donde sabemos, ningún animal cuádruple de Sabani escala contenedores de mercancías. Ni hacen guardia junto a los conductos de ventilación.
Jaden se la quedó mirando un instante, antes de agacharse e introducirse por el conducto no sin protestar entre dientes.
Tras el superviviente del Providence, se introdujo G4-V8, seguido de Fordak y Aleya.
El conducto de ventilación era bastante estrecho. Fordak, dada su corpulencia, tenía verdaderos problemas cuando el camino torcía a un lado o a otro. Avanzaron unos treinta metros, girando a izquierda y derecha para finalmente subir ligeramente una pendiente que les llevó hasta una verja.
Jaden la retiró en silencio y la colocó a un lado. Salió del conducto y se dejó caer sobre un contenedor de carga de color azul. Se tumbó encima del mismo para pasar lo más desapercibido posible. Aleya y Fordak le imitaron. Se asomaron al borde.
La bodega del Providence era un espacio enorme de carga. Más de mil doscientos metros de largo por casi trescientos cincuenta metros de ancho. Los contenedores, perfectamente apilados y alineados, se perdían en una línea recta interrumpida en dirección a la proa del supercarguero. Toda la carga estaba dispuesta en tres secciones principales, una central y dos laterales, formando dos pasillos anchos por los que mover o inspeccionar un contenedor en caso de ser necesario. La sección central estaba dividida en tres bloques, formando así dos corredores perpendiculares que unían ambos pasillos principales. La iluminación también había vuelto parcialmente a la bodega. Pero aquí era todavía más tenue. Una sucesión de haces halógenos dispuestos sobre los dos pasillos iluminaban escasamente el lugar, haciendo que los contornos se desdibujasen a los pocos metros de distancia.
De pronto se oyó un alarido humano, proveniente de algún lugar en penumbra. Un rugido bestial silenció el primer sonido, al tiempo que reverberaba entre los contenedores metálicos creciendo en volumen e intensidad.
—Oh, no... —Jaden se lamentó compungido. Cerró los ojos con fuerza, como si con aquel gesto pueril pudiese evitar la muerte de sus compañeros de tripulación.
—Sería conveniente avanzar por aquí arriba. La altura nos proporciona ventaja frente a nuestros oponentes —dijo Aleya dirigiéndose a Fordak.
El mercenario intentó ponerse de pie. Pero no fue tarea fácil. Para avanzar sobre los contenedores, debía caminar encogido para no chocarse con el techo. Aquí y allá los conjuntos multicolores de contenedores ofrecían desniveles en la parte más alta, pues no había el mismo número de contenedores en todas las secciones. Aquello le obligaba a ir trepando y bajando.
Era un engorro. Y su estimada escopeta prefería las distancias cortas.
—Cúbreme.
Fordak Manson descendió desde su posición hasta el pasillo que discurría bajo ellos.
Aterrizó tras soltarse del último contenedor. Sacó su arma y la cargó.
—¡Venid aquí, pedazo de bestias! —rugió en dirección al fondo del pasillo.
La asesina maldijo la absoluta falta de sensatez del mercenario. Aleya se mordió el labio y preparó sus subfusiles. Inmediatamente después, mandó a G4-V8 abajo con Fordak y le ordenó que avanzase rápidamente por el pasillo, iluminando lo que Fordak tenía delante.
—¡Venga, que no tengo todo el día! —gritó Manson.
Desde arriba, Aleya le cubría. Jaden, desarmado, aguardaba agazapado junto a ella.
G4-V8 surcó el pasillo a toda velocidad, iluminando con fuerza el entorno inmediato. Cuando el droide pasó junto a una de los corredores perpendiculares, sonó un grave rugido.
—¡G4! ¡Atráelos hacia aquí! —ordenó Manson.
El ojobot frenó en seco y dio media vuelta. Se llevó un zarpazo que lo mandó contra uno de los contenedores. G4-V8 chocó con estrépito y cayó como un saco. Tres bestias de poderosas patas armadas con garras, pelajes dorados y castaños y potentes mandíbulas se abalanzaron sobre él, cegadas por su forma esférica y el halo lumínico que despedía.
—¡Me cago en la puta! —Fordak salió a la carrera. Se plantó ante las criaturas y las amenazó con el arma— ¡Dejadle en paz, pedazos de idiotas, no os lo podéis comer!
Una de ellas alzó el morro hacia el mercenario y rugió. Manson, sin vacilar, le devolvió el rugido. Las otras dos bestias se unieron a la primera y las tres saltaron sobre el mercenario.
Fordak Manson abrió fuego. El cono de plasma se propagó hacia adelante y hacia arriba. Fundió al instante a dos de ellas, que cayeron al suelo convertidas en un amasijo humeante irreconocible. El tercer animal consiguió esquivar el plasma de algún modo, y arrojó al mercenario contra el suelo, cayendo sobre él. Manson vio los relucientes y húmedos colmillos a escasos centímetros de su rostro. No tenía tiempo suficiente para disparar otra vez. Aunque no había soltado la escopeta, el brazo que la empuñaba estaba inutilizado bajo el peso de aquella bestia.
Lanzó su dentellada mortal. Pero en lugar de sentir cómo le despedazaba el cuello, Manson sintió todo el peso inerte de la cabeza del animal sobre su cara.
—¡Joder!
Se revolvió como pudo y salió de debajo de la criatura. Se incorporó. Ésta tenía dos impactos de bala en la cabeza. Fordak miró hacia arriba. Desde las alturas, Aleya le acababa de salvar la vida. La asesina siguió desplazándose adelante, trepando y descendiendo por los contenedores. Por su parte, Jaden hacía lo posible por seguir su ritmo y no quedarse atrás, cosa harto difícil dada la agilidad de la asesina.
El mercenario recogió a G4-V8 del suelo. Lo inspeccionó un instante, con un ojo puesto en el corredor lateral por donde había salido el feroz trío. Zarandeó al ojobot, probó con darle instrucciones diversas, pero no reaccionó. G4 estaba fuera de combate. Fordak apretó los dientes. Preparó la escopeta antes de coger con su mano izquierda al droide.
—No responde. Tampoco logro que se reinicie —informó Manson a Aleya levantando la voz—. ¿Podrás arreglarlo?
Manson alzó la vista de G4 a su socia. La silueta de Aleya se desdibujaba entre las sombras en lo alto de una torre de contenedores apilados, por encima de la línea de las débiles luces de la bodega.
—Lo haré —respondió ella con determinación—. Tú procura no dejarlo atrás.
Fordak Manson asintió y siguió avanzando por el pasillo. Levantó la voz y dijo casi gritando:
—Acabamos de matar a tres bestias peludas y provistas de unos dientes enormes. A los supervivientes que estáis escondidos, yo os pregunto: ¿Podéis asomar la cabeza y decir cuántas de estos carnívoros quedan sueltos?
Siguió caminando hasta llegar al primer corredor perpendicular. Salió de la esquina con el arma preparada. Lejos de él, a unos cien metros, había un bulto anormal sobre el suelo metálico. Manson estaba demasiado lejos para entender lo que era, pero por descarte tenía todos los números de ser un cadáver a medio devorar.
Señaló a Aleya la nueva dirección, y Fordak se dirigió para allá.
En realidad eran tres cadáveres. Parecía como si hubiesen quedado acorralados en ese punto. Pese al lamentable estado de los cuerpos, era fácil ver que aquella gente no se había dejado simplemente matar. El cadáver de otra de esas bestias yacía a escasos metros. Sin embargo, ésta presentaba una enorme melena que le envolvía todo el cuello.
Fordak volvió a llamar a los supervivientes. Al poco tiempo se oyó el sonido de uno de los contenedores abriéndose. Un poco más allá se abrió una puerta arriba, a media altura.
Un tipo ancho y fuerte se asomó con precaución. Tenía una barba desaliñada y la cabeza rapada.
—Aquí arriba —advirtió.
Manson caminó hasta situarse bajo el hombre que había aparecido.
—Hola. Me estoy ocupando de limpiar la bodega y esas cosas. ¿Sabes cuántos animales están sueltos? Resta cuatro y dime qué te da.
El hombre giró el cuello a izquierda y derecha antes de seguir hablando.
—¿Cinco, tal vez? —respondió dubitativo.
—Bueno, podría ser peor… En fin, yo soy Fordak.
—Ho… hola. Yo soy Morton. Soy, o era, no… no lo sé con certeza, el jefe de máquinas.
—¿Cómo has sobrevivido, Morton?
—Conseguí encerrarme aquí antes de que Gustav se volviera loco. Ten cuidado con Gustav. Es un demente. Él es el responsable de todo esto. Liberó a las bestias. Y… y se comporta como ellas... Está loco.
—Sí, ya me han advertido. Jaden está con nosotros —Manson hizo un gesto con la cabeza, indicando a Morton la dirección. El superviviente desvió sus ojos hacia arriba y entonces se percató de las dos figuras escondidas en las sombras de lo más alto.
—¿Jaden? ¡Qué alivio! —dijo Morton.
—¿Estás sólo? —preguntó Manson.
—Sí. Estaba dando de comer a los animales cuando empecé a oír los primeros gritos. Cuando me di cuenta había como ocho o nueve leones despedazando a mis compañeros. No pude hacer nada por ellos... Sólo correr.
—Entiendo. ¿Y el famoso Gustav? ¿Dónde coño está y por qué ha soltado a los animales?
—Ese maldito hijo de perra... Debe estar en algún lugar, acechando a los que quedamos vivos. Eso si todavía queda alguien más y los animales no lo han matado a él. Sería un alivio, la verdad.
—¿Cómo es? Descríbemelo —dijo Fordak.
—Parecía un buen chaval, de esos que no te importaría que se casara con tu hija. Un tipo sano, sin vicios. Hasta que desencadenó todo esto.
—¿Por qué?
Morton se rascó la cabeza rapada, buscando una respuesta que desconocía.
—En cualquier caso me refería a su físico. ¿Es alto, bajo? ¿Flaco, corpulento?
Arriba, Aleya vigilaba el perímetro. Vio acercarse otra de las criaturas pardas desde el pasillo principal derecho. Levantó la voz para advertir a Fordak, interrumpiendo la respuesta que iba a pronunciar Morton.
El mercenario se posicionó.
—Lo veo. ¿Te importaría vigilarme esto? —Fordak le lanzó a Morton el ojobot dañado. El jefe de máquinas alzó la vista hacia arriba, tratando de localizar con quién hablaba el mercenario, pero desde su posición la luz halógena le cegaba—. Necesito las dos manos para recargar.
—Ven aquí. Te voy a recortar un poco esas garras.
Manson avanzó hacia la criatura. Empezaba a impacientarse de aquel lugar. Era demasiado grande, habían roto a G4 y empezaba a tener hambre.
Aleya apuntó también desde lo alto. Todavía estaba demasiado lejos para disparar con ciertas garantías. Así que se desplazó.
El mercenario disparó. La fiera consiguió esquivar el cono de plasma y saltó dispuesto a arrancarle el cuello de un mordisco. Esta vez Manson lo hizo bien y se esperó a tener al animal prácticamente encima antes de volver a disparar. El segundo tiro de plasma impactó de lleno, descomponiendo a la bestia en poco más que un pedazo humeante.
—Uno menos. Morton, espera ahí. Nos ocuparemos del resto y te avisaré cuando sea seguro.
Morton no necesitó que le insistiera. Dejó a G4-V8 a un lado junto a él y volvió a encerrarse en el contenedor.
El mercenario se dirigió al pasillo principal derecho, dispuesto a encontrar y eliminar al resto de bestias cuanto antes.
A su vez, Aleya, seguida de Jaden, llegó antes que el mercenario por abajo. Se detuvo junto al nuevo borde.
—Vaya.
Bajo ella, a unos ocho metros, había una pequeña manada de esas bestias. Estaban entretenidas con los últimos restos de otro animal indeterminado. Contó seis ejemplares.
Aleya lo tenía todo de cara. Podía acribillar a todos al mismo tiempo desde lo alto y poner fin al peligro. Entonces sólo quedaría dar con Gustav y reducirlo o eliminarlo. Con unas ráfagas certeras tendría suficiente; antes que Fordak saliera al pasillo y los alarmase innecesariamente. Apuntó con sus armas y apretó...
Un fuerte golpe en los riñones. Una patada. Aleya se precipitó y cayó sobre las bestias.
***
Fordak apareció en el pasillo derecho dispuesto a cubrirlo todo de plasma. Sin embargo, lo que vio le dejó atónito.
Aleya luchaba por sobrevivir a los embistes feroces de media docena de criaturas. Había perdido sus armas de fuego y luchaba ahora cuerpo a cuerpo. La asesina había rodado por el suelo y se había incorporado en un centelleo. Consiguió esquivar un zarpazo al mismo tiempo que clavaba la punta de su bota en el hocico de una de las fieras. La manada atacó con un renovado y enfurecido brío de garras y colmillos.
Ante una muerte segura, la asesina manifestó su instinto también de cazadora. Pero su poderío no residía en la fuerza bruta, si no en la exactitud mortal de unos golpes lanzados a una velocidad cegadora.
Ni siquiera tuvo que pensar en qué hacer, cómo reaccionar. Su cuerpo respondió a la situación como si nada, como si la danza de muerte que comenzó a sembrar a su alrededor fuese algo tan interiorizado como el simple hecho de respirar.
Esquivó un zarpazo, giró sobre sus talones y saltó sobre la grupa de una de las fieras y desde allí se abalanzó sobre una segunda bestia, extendiendo las hojas ocultas de sus muñecas en el aire. Terminó con su vida en una fracción de segundo para a continuación deslizarse por el suelo y arremeter contra otra fiera que en ese momento trataba de derribarla. Aprovechó el instante en que el animal le mostraba el abdomen para rajarlo casi por completo.
Manson seguía boquiabierto. ¿Quién demonios podía enfrentarse cuerpo a cuerpo a media docena de fieras semejantes con semejante pericia y habilidad?
Y sin embargo, allí estaba ella: danzando entre garras y dientes, esquivando y arrojando centelleantes puñaladas.
Por fin Manson salió de su estupor. Apuntó con su arma, pero no tenía un disparo limpio. No podía ayudarla a menos que descartara su escopeta y se uniera a la refriega cuerpo a cuerpo. Fordak maldijo algo entre dientes, guardó el arma atrás y sacó su cuchillo de combate. Se abalanzó en pos de ayudar a su compañera.
Entonces algo le alcanzó en la nuca. Una mezcla de sorpresa e incredulidad se apoderó de su rostro. Casi al instante cayó de rodillas. La imagen de Aleya luchando se desdibujó en una neblina oscura, hasta que desapareció engullida por la oscuridad.
***
Aleya acuchilló el lomo de la penúltima bestia. Únicamente quedaba con vida un ejemplar provisto de melena parda y de tamaño descomunal. La fiera lanzó un rugido ensordecedor y saltó sobre la asesina. La asesina no tuvo tiempo material de evitar el ataque. Un zarpazo la alcanzó en el torso, haciendo jirones parte de su camiseta. Aleya apretó los dientes cuando su sangre se derramó sobre el suelo metálico. Pero el dolor sólo es una distracción fatal. El segundo zarpazo lo esquivó tirándose al suelo.
La bestia volvió a saltar justo encima de su presa en un intento de apresarla bajo su enorme cuerpo. Buscaba tenerla a su merced para arrancarle la cabeza a dentelladas. Pero la asesina fue más rápida. Rodó por el suelo con una velocidad increíble, ganando distancia. Consiguió incorporarse parcialmente y, justo en el momento en que la criatura se abalanzó de nuevo sobre ella, activó su pequeño lanzallamas de muñeca.
Una llamarada brotó apenas dos segundos de la minúscula caja que contenía el líquido inflamable. Pero era tal su intensidad que prendió la melena de la bestia al tiempo que le derritió media cara y ambas retinas. El rugido dio paso a un lastimoso alarido. La bestia cayó torpemente a un lado, con la cabeza envuelta en llamas.
La asesina se apartó y, esperando el momento oportuno, le asestó una puñalada certera en el costado para terminar con el sufrimiento de aquel animal.
Aleya inspeccionó el entorno, atenta a cualquier peligro inminente más. Pero por el momento no parecían haber más bestias en las inmediaciones. De inmediato recordó el empujón que la había tirado sobre la jauría. Jaden... Miró hacia arriba, pero aquel malnacido ya no estaba sobre los contenedores. Debía moverse. Recuperó sus subfusiles y retrocedió, buscando reagruparse con Fordak.
Sin embargo, el mercenario no estaba demasiado lejos. Justo en la siguiente esquina. Aleya apretó el paso, alarmada, al verlo tirado sobre el suelo metálico. Todo estaba saliendo rematadamente mal.
—¡Fordak! Vamos, arriba... —Aleya le inspeccionó rápidamente, temiendo encontrar un charco de sangre bajo su cuerpo. Pero no lo halló. Lo zarandeó un par de veces. Pero Manson seguía sin reaccionar, inconsciente. Respiraba lentamente y su pulso era estable.
Aleya le guanteó la cara un par de veces. Tampoco funcionó. Entonces la asesina se percató de la punta emplumada de rojo que asomaba del cuello de Fordak. Un dardo. Anestésico seguramente, de los utilizados para dormir a los animales más peligrosos.
La asesina se lo extrajo con un gesto rápido y lo tiró a un lado. Acto seguido cubrió las alturas de los contenedores con una de sus armas, dispuesta a coser a tiros a Jaden en cuanto viera el más mínimo movimiento.
Pasaron unos largos segundos. Aleya estaba en una posición tácticamente lamentable: en mitad del pasillo, iluminada, sin cobertura y con el pesado cuerpo de Manson a su cargo. Al final decidió a moverse. Incorporó a duras penas a Fordak, pero el mercenario no se tenía en pie, y pesaba demasiado para que Aleya lo sujetase por el costado. Tras un par de intentos frustrados, la asesina agarró a su compañero por el cuello del chaleco y comenzó a arrastrarlo, deshaciendo el camino.
Debía ocultar a Fordak el tiempo necesario hasta que se despertase... y eso podía significar varias horas. Lo maldijo silenciosamente, por obcecarse en responder a la llamada de socorro de la Providence. Se maldijo a sí misma, por seguirle. Tal vez podría esconderlo en el contenedor de Morton, junto a G4-V8. Tal vez así podría ella concentrarse en asegurar la bodega de una vez por todas. Entonces, sólo le quedaría esperar pacientemente a que Fordak despertase para...
Un chirrido oxidado sonó de repente, amplificado a través de los pasillos formados por los contenedores. Aleya abrió de par en par los ojos cuando percibió una mancha gris al fondo del corredor.
—No puede ser...
Una de las jaulas había sido abierta. Una enorme bestia gris, posiblemente irritada por los disparos, cargó hacia ellos. Pesaba más de dos toneladas de peso y su piel endurecida era como una armadura natural. Sin embargo, su mayor distintivo era un monstruoso cuerno de más de un metro de longitud que brotaba de su hocico y que ahora, con la testa bajada por la carga, se les aproximaba peligrosamente. Iba a arrollarlos.
***
Aleya tiraba frenéticamente de Fordak, arrastrando el cuerpo inconsciente hacia atrás.
—¡Abre, maldita sea! ¡Ayúdanos! —gritó ella con desesperación. La carga de la criatura hacía retumbar el suelo metálico, aproximándose.
Morton abrió tímidamente su escondrijo. Su contenedor estaba a segunda altura del suelo.
—¿Ya es seguro? —preguntó con recelo desde la penumbra del interior.
—¡Ayúdame a subirle!
El jefe de máquinas se asomó ligeramente y vio a aquella mujer abajo, apenas a dos metros de distancia. Sus ojos azules contrastaban poderosamente con su piel oscura. Tenía unos rasgos preciosos. Sin embargo, en aquel instante parecía presa del pánico. Aquel hombre fornido que se había presentado como Fordak apenas unos minutos antes, estaba con ella. Pero parecía fuera de combate.
—¿Qué ha pasado?
—¡Agárrale y súbele! —ordenó Aleya.
Morton dio un respingo, sorprendido por la imperiosidad de la orden. Pero el ruido que retumbaba cada vez más cerca le hizo girar el cuello hacia la izquierda. Entonces lo comprendió todo.
Abriendo los ojos de par en par, Morton se tiró al suelo del contenedor y asomó la mitad del cuerpo, cogiendo al mercenario inconsciente por el chaleco y subiéndolo a pulso con todas sus fuerzas. Aleya empujaba a Fordak desde abajo.
—Vamos, maldito cabronazo... ¡Arriba! —Con un último alarido de esfuerzo, Aleya empujó las piernas de Fordak hacia arriba, mientras que Morton lo agarró por el cinturón y lo arrastraba hacia el interior del contenedor.
Inmediatamente después, Morton volvió a asomarse y extendió su brazo hacia Aleya. Pero ya era demasiado tarde.
La criatura se le echó encima. La asesina puso ambos pies en el contenedor inferior, tratando de impulsarse hacia arriba, pero no logró agarrar la mano tendida de Morton a tiempo. Afortunadamente el animal le impactó solo parcialmente y prosiguió su carga hasta el final del corredor.
Aleya cayó al suelo con estrépito.
—¿Estás bien? —reclamó el jefe de máquinas, quién lo había presenciado todo en primera persona.
La asesina no contestó. Pasaron unos segundos antes que se moviese. Dolorida, se encogió sobre el suelo de corredor y se llevó las manos al costado derecho, allí donde le había rozado, temiéndose lo peor. Pero sus dedos no se mancharon con su propia sangre. El cuerno no la había llegado a alcanzar. Aun así, la contusión había sido importante.
Masticando el dolor, Aleya consiguió incorporarse. Morton le extendió las manos una vez más, y la asesina se encaramó finalmente al interior del contenedor.