CAPÍTULO 17: ENSÉÑAME A BAILAR EL ROCK

 

 

—¡Me cago en la puta! —exclamó Fordak Manson. Lanzó una patada de frustración al cadáver más cercano—. ¡Lo he noqueado contra la mesa! ¿Cómo es posible?

Rommel trató de centrarse en el objetivo y apartó la mirada de los cadáveres.

—Tenemos a G4 en el aire.

—Es verdad —Aleya también cayó en la cuenta. Inmediatamente la asesina trató de comunicarse con él—. G4-V8, informa —esperó unos segundos. Sin embargo, la música no le permitía escuchar los familiares pitidos del ojobot.

Fordak cogió una pistola del suelo y descargó el cargador contra los altavoces repartidos por la sala. Tras una sucesión de estallidos electrónicos, reinó un silencio anormal. La repentina ausencia de ruido retumbó en los oídos de los tres.

—Gracias —dijo Aleya. Trató de comunicarse de nuevo con G4-V8.

Esta vez sí que surtió efecto. El ojobot informó.

—Maldición. Con la avalancha de gente que ha salido de aquí G4 no ha podido rastrear a Nexus. Tampoco tenía su imagen.

—¿Valdría con una descripción?

—Probemos, pero hay que moverse. Ya.

—Aquí detrás hay una puerta de servicio —dijo Zerios señalando detrás de la barra donde se había ocultado durante el tiroteo.

—Pues en marcha –dijo Fordak—. Coge tanta munición como puedas cargar. ¿Estás bien, chaval? Esto se ha ido de madre.

Zerios asintió y, entre temblores, así lo hizo. Los tres hicieron acopio de cartuchos y células de energía y agarraron dos pistolas cada uno. Fordak se colocó dos más atrás en la espalda, sujetadas por el cinturón. El hacker era incapaz de comprender la actitud que había adoptado Manson desde que empezó el tiroteo. El contrabandista estaba absurdamente excitado, al borde de la felicidad completa.

Aleya pareció leerle la mente. O tal vez sus ojos almendrados clavados en su compañero.

—Es por la adrenalina. Le gusta que le disparen. Eso le pone a tono —le explicó mientras abandonaban el lugar.

—No me gusta que me disparen... No es eso —corrigió Fordak—. Lo que me gusta en realidad es que no me den. Me hace sentir más vivo que nunca.

—¿Has probado con algún deporte de aventura? —preguntó Zerios con una sonrisa nerviosa.

—Sí, pero descubrí que no es lo mismo.

 

***

 

Salieron al callejón trasero del Dulces 16. No se cruzaron con nadie durante el corto trayecto. El lugar era un estrecho pasillo que albergaba los contenedores de las basuras. Había un par de aeromotos aparcadas junto a la puerta.

Aleya comprobó en su muñequera las lecturas de G4-V8. Con la descripción proporcionada por Fordak, G4 había intentado localizar a Nexus. Pero pese al escaneo realizado desde el cielo de las personas que se habían disgregado por las cercanías del local, no había tenido éxito.

—Mierda. Joder.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Rommel.

—Salgamos de aquí —dijo Aleya.

—Pero perderemos el contrato... —protestó Fordak.

—Y nuestras vidas en cuanto llegue la policía —replicó la asesina.

Zerios dio un respingo.

—Un momento —les dijo a ambos—. Esperad un segundo, por favor. ¿Os han herido? ¿Estáis sangrando?

Fordak se inspeccionó la sien golpeada.

—No lo sé. Creo que no. ¿A qué viene esto ahora?

—A mí no —respondió Aleya—. Muy bien visto, Zerios. Te felicito.

La asesina se había percatado de lo que acababa de ver el muchacho. Levantó ambas pistolas y apuntó a uno de los contenedores de basura. Del borde superior, allí por dónde se abría para tirar los desperdicios, caían unas gotas de sangre. Algo inapreciable a simple vista debido a la escasa luz del callejón. Sin embargo, desde la posición de Zerios, la luz se reflejaba en la línea carmesí como un panel luminoso.

Fordak al fin comprendió. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro afeitado. Haciendo gala de su nula precaución, abrió de golpe el contenedor de basura, agarró un bulto del interior y lo tiró contra el suelo del callejón sin miramientos.

—¡Mira qué tenemos aquí! —exclamó Fordak.

—Antes, ahí dentro, intentaba hablar contigo. Pero no estabas muy por la labor —le dijo Fordak. Lo levantó del suelo con ambas manos—. Dame el dispositivo de memoria. Dámelo ahora mismo y puede que salves alguna costilla.

Nexus Cloud tenía los ojos fuera de sus cuencas. Parecía a punto de ahogarse, como si se hubiese olvidado de respirar. No en vano, había sido testigo de la carnicería llevada a cabo en el interior. Jamás había visto semejante vendaval de violencia invicta.

Aleya no esperó a una respuesta. Mientras Fordak lo sujetaba en alto, la asesina le registró los bolsillos. Sacó hasta media docena de dispositivos distintos. Se los entregó todos al hacker. Tal vez más tarde podrían sacar algún extra no previsto.

—¿El proyecto X7, es uno de éstos? —preguntó Aleya mirando desde abajo a Nexus con una voz glacial.

Lo que no había logrado el físico amenazador de Fordak sí lo hizo la fría entonación de Aleya.

—¡Sí, sí, sí! —soltó Nexus entre sollozos—. El X7 es el de color verde. Y ahora, ¡dejadme vivir, por favor, por favor!

Manson pareció aflojar un poco el agarre.

—¿Tú qué dices? —le preguntó a Aleya.

Ella se encogió de hombros, dando a entender que le era indiferente. Sin embargo, cuando Fordak dejó a Nexus en el suelo, la asesina le hundió la nuez en un movimiento borroso casi imperceptible.

Rommel dio unos pasos atrás, aterrorizado por semejante sangre fría. A Fordak también le pilló por sorpresa la ejecución súbita y también se sobresaltó aunque en menor medida.

—Ya teníamos lo que habíamos venido a buscar, estaba derrotado... —dijo Zerios impactado.

—Tenemos casi medio centenar de muertos ahí dentro. En un local de moda. Esto no va a pasar desapercibido —rebatió Aleya—. Nexus era un testigo. Nos ha visto a los tres, nos ha oído llamarnos por nuestros nombres. Aunque prometiese no decir nada, el único hombre que no habla es el que está muerto.

—¿Así de fácil? —dijo Rommel con derrotismo.

—Así de fácil.

El hacker se giró hacia Manson.

—¿Y tú no tienes nada que decir sobre todo esto? —le espetó Zerios al contrabandista con indignación.

Fordak no respondió inmediatamente. En lugar de eso se acercó a las aeromotos y las inspeccionó. Eran dos modelos robustos, de manillares elevados y motores antigravitatorios punteros. El diseño era bastante clásico. Una de ellas estaba pintada en color naranja chillón y la otra en azul eléctrico.

—Venga, larguémonos de una puta vez —se limitó a decir. Se sentó sobre la aeromoto naranja y comenzó a puentearla, pero se topó con un bloqueo electrónico—. ¡Mierda! ¿Zerios, puedes con esto?

El chico asintió con gesto ausente y se acercó a Fordak, apartando la vista del cuerpo sin vida del informador. Examinó el bloqueo y lo burló en pocos segundos. Fordak pulsó el contacto y el motor rugió entre sus piernas.

Rommel desbloqueó la segunda aeromoto. Aleya se puso a los mandos y él se sentó detrás.

Con un giro de muñeca, dejaron atrás el callejón, a Nexus y a todos los muertos del Dulces 16.

 

***

 

Zerios Rommel custodiaba el módulo de datos de medio millón de créditos. En el contrato, se especificaba explícitamente que debían devolverlo intacto. Estaba terminantemente prohibido cualquier intento de manipulación de los datos contenidos. El hacker paseaba la pequeña pieza de plástico verde por encima de los nudillos, como si se tratase de una moneda. En su mente volvían una y otra vez los muertos del Dulces 16. Trató de desechar aquellas imágenes. En el fragor del enfrentamiento, no era miedo ni lástima ni mareos lo que había sentido. Cuando se abalanzó sobre el barman que sujetaba la escopeta, su único instinto había sido el de la supervivencia.

No sin cierto remordimiento, Zerios descubrió que los muertos ajenos pesan bastante menos que los propios. Para huir de aquella culpabilidad que amenazaba con resquebrajarlo de nuevo, obligó a sus pensamientos a centrarse en aquello que tenía entre manos.

Su cabeza comenzó a funcionar a toda máquina, tratando de imaginar qué información contendría aquella pieza verde. No en vano alguien estaba dispuesto a pagar medio millón por su contenido. ¿Qué era lo que había dentro? Podía ser cualquier cosa. ¿Planos de una nueva arma todavía más mortífera que todas las ya existentes? ¿Alguna vacuna para enfermedades que curiosamente no afectaban al Núcleo y que podrían venderse en el Borde Medio y el Borde Exterior a muy buen precio? Esta hipótesis le repugnó hasta tal punto que perdió la concentración y el dispositivo se le cayó de las manos. Se acachó a recogerlo. ¿Qué escondía? ¿Las especificaciones de una nueva máquina terraformadora? Hacía un tiempo que venía oyendo rumores en la red sobre esto. Un dispositivo perfeccionado capaz de terraformar casi cualquier planeta adaptable en apenas dos años. Un avance brutal en comparación con un terraformador actual, cuya tarea requería desde las seis décadas hasta más de un siglo dependiendo de las condiciones de partida del planeta en cuestión.

En la pantalla principal de su terminal rastreó el origen de la oferta de trabajo, tomando precauciones adicionales para ocultar su búsqueda. El cliente era más reservado que la media, y eso que la media en este tipo de trabajos ya suele ser elevada. El hacker tardó casi media hora en lograr burlar los espejos de identidad del mismo.

Quien estaba detrás del trabajo y por lo tanto quién les iba a pagar medio millón respondía al nombre de Industrias Shemren. Rommel arrugó el labio. No lo había oído nunca. Y eso, en su profesión, era algo bastante inusual. Siguió buscando un poco más.

Aleya, a unos metros de distancia, ocupaba el tiempo revisando los sistemas de G4-V8. La asesina los había comprobado ya dos veces. Normalmente poco dada a intercambiar demasiadas frases seguidas, estaba más callada que de costumbre.

—Cuando queráis le puedo echar un vistazo a la tostadora —dijo Rommel sin despegar la vista de su búsqueda—. Seguramente pueda actualizar varias subrutinas. Ya sabes, optimización de la programación que se traducirá en mejores tiempos de respuesta, mayor precisión, etcétera.

—No sé si podrías mejorarlo demasiado —respondió ella, ocupada en recalibrar el ojo central del droide—. Yo ya le hice algunas modificaciones. Tiempo después de que... Dreyfus me obsequiase con él —se arrepintió de inmediato por hacerle pensar en su mentor—. Lo siento.

El hacker se incorporó y con paso lento se acercó a ella. Se sentó a su lado, sobre una caja de suministros.

—No pasa nada, tranquila —respondió Zerios con una sonrisa forzada en el rostro—. Sé que Dreyfus te regaló a G4 en reconocimiento a la estrecha relación que mantenías con mi gente. ¿Podrías hablarme un día sobre aquella época? En verdad tú conocías a Dreyfus y a los demás antes que yo llegase a Dunai. Seguro que tendrás historias sobre ellos.

—Claro —respondió ella, desconcertada por la actitud serena de él.

Zerios Rommel extendió la mano hacia G4, y ella le pasó el ojobot. El hacker ladeó el droide, ignorando los pitidos de protesta, y lo inspeccionó sin prisa mientras Aleya le contaba anécdotas y recuerdos compartidos sobre Dreyfus y los demás. Unas historias que Aleya le iría relatando en repetidas ocasiones a partir de entonces.

 

***

 

En la cabina, Fordak Manson activó el piloto automático una vez introducidas las coordenadas facilitadas por el cliente para la entrega del módulo. La ubicación señalada no estaba cerca. Aún con el salto hiperespacial, La Diosa de Ébano tardaría unos tres días en llegar a destino.

—Qué le vamos a hacer, paciencia y música —se dijo a sí mismo.

Pulsó un botón lateral del panel de control y unas notas plañideras dieron forma a una lenta y sobrecogedora balada de rock. Los altavoces gemían suavemente. Se recostó hacia atrás y puso las botas en alto. En poco tiempo cobrarían un dinero nada desdeñable. Medio millón nada menos. Y solo por partirle los dientes a un listillo en una discoteca. Y sobrevivir a una oleada de matones armados numéricamente muy superior. Muy pero que muy superior teniendo en cuenta el discreto papel de Zerios en la contienda, pensó. Aun así, a continuación suavizó su propia opinión. El chico le había pasado la escopeta en un momento crítico y se había mantenido con vida. A fin de cuentas estaban los tres de una pieza. Fordak comprobó el golpe que había recibido en el hombro. Le estaba saliendo un feo morado, pero no iba a ir a mayores.

Tenían motivos para estar satisfechos. Fordak cerró los ojos y fantaseó sobre lo que haría con su parte de las ganancias. Quizás alguna ampliación para la nave. Con el fatídico ataque a Dunai y el fichaje indefinido de Rommel, la capacidad de carga de la bodega se había visto mermada en casi una cuarta parte. Eso era demasiado para un carguero pequeño como La Diosa. Pero poco podía hacerse para ampliar el espacio de carga salvo dejar en tierra los trastos del muchacho y a él mismo. Y eso era algo que Fordak no contemplaba de ningún modo. No en vano, el ataque a Dunai seguramente había sido planificado de antemano. Pero los hechos eran los siguientes: el ataque orbital se produjo poco después de que Aleya y él aterrizasen allí buscando los servicios de un hacker competente. Era improbable que La Diosa hubiera conducido a la Federación hasta la base oculta de Oráculo. Pero un atisbo de duda asaltaba a Fordak en contadas ocasiones, reforzando su sentimiento de corresponsabilidad para con Zerios.

Trató de rehacer el hilo de sus pensamientos. ¿En qué podía gastarse su parte del dinero? ¿Quizás algo de armamento extra? Los láseres de serie estaban bien para despedazar a gente a pie y vehículos ligeros. Pero contra una nave enemiga eran muy poca cosa. En cualquier caso, ¿en qué estaba pensando? La Diosa era un carguero versátil, no una nave de combate. Tal vez podría invitar a Aleya a algún balneario carísimo de Holtabar. Era el lugar predilecto de los famosos del Núcleo para hacerse una reconstrucción de ADN para rejuvenecerse varios años. Muchos de esos famosos también aprovechaban la visita para someterse al mismo tiempo a un programa de desintoxicación profunda a todo tipo de adicciones.

Manson continuó un buen rato dándole vueltas al asunto. Cuando se cansó, decidió que lo más inteligente era echarse un sueño. Sin embargo, algo le impedía desconectar del todo y dormirse.

En el fondo de su alma, más allá de su coraza de matón, sentía una cuenta pendiente que le impedía descansar del todo. Habían pasado ya más de seis meses desde que Fordak habló con el comandante Udina por última vez. Fue para transferirle los archivos duplicados del Museo de Historia de la Humanidad. Udina le había asegurado previamente que dicha información podía arrojar luz sobre el ataque que se cobró la vida de sus antiguos camaradas del Galatea. Pero pasaron las semanas y no obtuvo ninguna noticia al respecto. Desde entonces, Fordak había tratado de contactar con la nave del comandante en un par o tres de ocasiones, sin éxito. En todo este tiempo, ni Udina ni Elana ni nadie de la Pegasus le había devuelto la comunicación. Tampoco para ofrecerle un nuevo encargo. Después de más de tres meses esperando, Fordak concluyó que el militar había prescindido de sus servicios de la manera más cobarde posible: silencio administrativo.

A efectos prácticos, Fordak siguió haciendo lo que ya hacía antes de forma compaginada con los encargos del comandante: compraventa y contrabando. Sólo que ahora a tiempo completo. Aun con todo, seguía habiendo lugar para encargos más arriesgados pero mejor pagados, sólo que ahora éstos había que buscarlos en anuncios especializados, lejos de los tejemanejes de Udina. Pese a las grandilocuentes palabras que el comandante pronunció cuando le ofreció aquel particular acuerdo, al parecer Fordak había pasado a ser irrelevante para sus triquiñuelas de oficial. La indiferencia de Udina hacia su persona fue recibida en parte de buen grado por Manson, principalmente por dos motivos. El primero era evidente: seguía detestando a la Armada como el primer día y a Udina en particular con lo que ahorrarse el trato era en el fondo algo positivo. El segundo no era menor: si ya no trabajaba para el comandante, había muy pocas posibilidades de que Zerios llegase a conocer que habían trabajado a sueldo de un oficial federal. Si alguna vez Rommel llegaba a sospechar algo al respecto, Fordak tendría un problema mayúsculo con el muchacho. Y después de lo de Dunai... No quería ni imaginárselo.

Y así la situación, Fordak seguía sin tener ningún indicio sobre los responsables de la muerte de sus compañeros. Las promesas de Udina se habían demostrado falsas por completo. Ahora, visto con cierta distancia, a Fordak le pareció evidente que el comandante nunca había tenido interés alguno en ayudarle. A él le daba bien igual su deseo de venganza. Al fin y al cabo habían sido, como seguía siendo el propio Manson, criminales de poca monta. No merecían su tiempo. Con cada nuevo encargo, el comandante Udina le había ido aplazando las respuestas que él reclamaba. Ahora entendía que nunca había tenido intención de ayudarle en nada.

El contrabandista se incorporó en el asiento. Bajó los pies al suelo. Extendió el dedo para hacer una llamada, pero se detuvo. Miró hacia atrás y vio la puerta de la cabina abierta. La cerró. Sus dedos tamborilearon sobre la consola unos segundos hasta que finalmente se decidió a pulsar el botón.

Fordak Manson hizo la llamada. La última y definitiva llamada a Udina. Obtendría de una vez por todas las respuestas que llevaba tiempo aguardando.

El canal de comunicación cifrado que contactaba directamente con la Pegasus parpadeó varias veces. Fordak vio pacientemente como la luz se encendía y se extinguía tantas veces que perdió la cuenta. Al final, nadie respondió.

Impotente, el mercenario masticó una retahíla de insultos.

 

***

 

Mientras surcaban la galaxia a la velocidad de la luz, ocuparon los siguientes días con distintas actividades: jugaron a las cartas, charlaron durante horas de todo y de nada, se emborracharon con algunas botellas de la bodega que en principio eran parte de la mercancía. Incluso jugaron al yo nunca. Las preguntas, primero inocentes y progresivamente más guarras, se extinguieron cuando a Fordak se le metió entre ceja y ceja enseñarles a ambos los pasos básicos para bailar un rock en condiciones. Tras unas cuantas intentonas, Zerios pareció pillarle el gusto, y durante un puñado de horas se entretuvieron así, intentando bailar siguiendo la música que G4-V8, previamente cargado con una selección de temas clásicos hecha por Manson, pinchaba para ellos.

El aburrimiento de Aleya tuvo que ser enorme, pues aunque con cierta reticencia inicial, terminó por unirse a Rommel en sus lecciones de baile. El muchacho, visiblemente enturbiado por el licor de jum, no seguía el compás y trastabillaba peligrosamente con demasiada frecuencia. Sin embargo, y pese al embotamiento, los movimientos de Aleya seguían siendo tan fluidos y gráciles como siempre.

Poco a poco, la continua expresión ceñuda de la asesina se fue desdibujando, e incluso rio abiertamente cuando Fordak se tropezó al intentar enseñarles una figura más avanzada y cayó sobre el camastro con estrépito.

Un rato más tarde, una vez dominados los fundamentos, Manson les enseñó algunas figuras para bailar en pareja. Puesto que eran impares, se fueron turnando. Aleya había captado el ritmo preciso casi al principio y Zerios comenzaba a acercarse. Cuando rotaron por tercera vez, el hacker sujetó al ojobot y siguió bailando con él, ajeno a todo lo demás que no fuese seguir dando vueltas. Aleya, bailando ahora con Manson, le pisó en un par de ocasiones. Manson se mordió el labio inferior silenciando el dolor momentáneo para a continuación sonreírle con franqueza. Estaba claro que disfrutaba de aquel momento.  Ella se apretó un poco más contra él, haciendo que él la sujetase por la cintura con más firmeza. Aquello pareció sorprenderle. Pero inmediatamente la sorpresa dio paso a la estupidez cuando Fordak le respondió besándola furtivamente.

El contrabandista se arrepintió y arrugó el gesto, previendo la dolorosa represalia de Aleya. Pero ella no se soltó, ni le dio un codazo ni un rodillazo. Tampoco le hizo ninguna llave inmovilizadora del sinfín que dominaba. No hizo nada de eso. Simplemente agarró a Fordak con suavidad del cuello y lo atrajo de nuevo hacia sus labios.

Rommel, cuando finalmente se percató, dejó de dar vueltas con G4-V8 y se quedó plantando con expresión incrédula.

Pues parece que sí que tienen algo estos dos, pensó. Les dejó unos minutos de cortesía, pero cuando ya era evidente que se habían olvidado de su presencia, carraspeó.

—Creo que me iré a mi habitación y así os dejo a solas —dijo Zerios con una ceja levantada. Ahora mismo sentía una mezcolanza de alegría por ellos y envidia al mismo tiempo. Era algo extraño e incómodo—. A no, espera. No tengo habitación.

Fordak y Aleya se separaron como dos adolescentes sorprendidos.

—Lo siento, chaval. Me imagino que será incómodo visto desde fuera —dijo Fordak. Se atusó la barba de tres días en un gesto mecánico e innecesario—. Sí, definitivamente nos faltan habitaciones.

—Ajá…

Aleya sonrió y trató de cambiar de tema.

—Perdona Zerios —dijo ella— Venga, busquemos algo que hacer los tres. ¿Os hace una partida a Piratas y Dragones?

—Psé... —respondió Rommel, haciéndose de rogar.

—Imagino que la respuesta correcta es: sí, claro, ¡me encanta! —dijo Fordak sentándose en su rincón de la bodega.

—Venga, no lo estropees ahora —dijo Aleya. Sus ojos desprendían un extraño e inusual brillo que, junto a una sonrisa pícara también inédita, prometían las mil maravillas.

—Vale, yo reparto las cartas.

Echaron tres partidas. Piratas y Dragones era un juego de cartas que enfrentaba a los jugadores entre ellos. Éstos tenían que derrotar a los demás utilizando cartas de distinto tipo: criaturas y tropas, hechizos y tecnología, reliquias y dispositivos. Era una mezcla absurda de elementos de fantasía y otros reales, pero enganchaba. Era fácil de entender pero complicado de dominar. El azar de cada mano y la pericia de cada jugador estaban muy bien equilibrados, con lo que era de entender su éxito generalizado. Había competiciones de Piratas y Dragones en casi todos los planetas civilizados.

Cuando Aleya estaba barajando para una cuarta partida, la alarma de la nave comenzó a pitar, silenciando la música que había acompañado los turnos y los combos del juego de cartas.

—¿Qué pasa? —maldijo Manson dejando sus cartas a un lado y yendo a la cabina a toda prisa.

Tanto la asesina como el hacker fueron tras sus pasos. En la pantalla principal brillaba una alerta. Al mismo tiempo, La Diosa de Ébano abandonaba la hipervelocidad antes de lo previsto. Era un sistema de seguridad. Los sensores de la nave habían detectado un objeto en trayectoria de colisión. Si un objeto o masa colisionaba con un cuerpo que viaja a la velocidad de la luz, el impacto produciría la evaporación de ambos. Era la teoría más aceptada entre los pilotos espaciales, aunque era una situación tan inusual que no se tenía conocimiento de casos reales.

—No fastidies... —Manson se agarró al respaldo del asiento de copiloto vacío mientras el universo retomaba su aspectos habitual más allá de la carlinga.

A los pocos segundos, la alerta por colisión inminente fue sustituida por otra señal acústica, algo menos aguda, pero igual de insistente que la anterior. Era una baliza de socorro.

—Es una señal de emergencia. Necesitan nuestra ayuda —dijo Zerios.

—La última vez que acudimos a una llamada como ésta tuvimos bastantes complicaciones —le explicó Aleya al hacker—. Fordak fue envenenado. Estuvo cerca de no salir con vida.

—No lo sabía... ¿pero qué hacemos ahora? No podemos ignorar una señal de socorro así como así.

—Sí podemos —rebatió Fordak con la mandíbula apretada.

—O podemos echar un vistazo sin compromiso —dijo Aleya—. ¿No te apetece estirar un poco las piernas?

—No. Y os recuerdo que vamos de camino a cobrar el mejor trabajo que hemos tenido hasta la fecha —contestó Fordak.

—Votemos pues —dijo Rommel encogiéndose de hombros.

—¿Cómo dices?

Fordak no se esperaba aquello. Por lo general, Aleya y él solían consensuar una postura y tiraban para adelante con ella. Pero ahora Zerios salía con lo de votar. Era casi como una insubordinación...

—¿Tú no dices nada? —Manson miró a Aleya, buscando su apoyo.

—Digo que de acuerdo. Votemos el asunto. Si no hay acuerdo, lo que decida la mayoría.

—La mayoría de tres... —Fordak negó con un gesto de cabeza, decepcionado con la postura de Aleya—. En contra. Sigamos con nuestro camino. Tenemos cosas más importantes entre manos.

—Prestemos ayuda —dijo Zerios, sin temor a la mirada de odio que le clavaba Fordak.

Aleya decantó el resultado:

—Comprobemos la señal. Sin compromiso de nada, Zerios —le advirtió al muchacho—. Tan pronto como vea algo fuera de lugar, pulso un botón y nos largamos.

—Conforme.

—No me lo puedo creer... ¿Acaso os dura todavía la borrachera?

—Fordak, deja de rabiar de una vez —le espetó Aleya, recuperando su habitual tono cortante—. Veamos de qué se trata.

La asesina estableció la nueva ruta y la nave se dirigió hacia la señal de socorro.

 

***

 

Se trataba de una fragata a la deriva. A juzgar por su aspecto, era bastante vieja. Según las lecturas de los sensores de La Diosa, aquella nave medía unos cuatrocientos metros de eslora por unos cien de manga aproximadamente. Su diseño, bastante desfasado, recordaba vagamente a un depredador oceánico como los que poblaban los mares de Aubos II: un cuerpo alargado y puntiagudo. La proa era un cono afilado. El cuerpo central era tosco a la vista pero funcional, con cuatro pequeños hangares inferiores para naves de tamaño medio. Por último, en la popa montaba tres reactores gemelos. Éstos estaban desactivados.

La baliza de emergencia parpadeaba en la pantalla de La Diosa de Ébano, pero no sonaba ningún mensaje pregrabado. Aleya trató de establecer comunicación.

Sólo recibieron estática.

—Mal asunto... —dijo Fordak, que había sustituido la rabia por una tensión creciente. El recuerdo del Providence le atenazó la boca del estómago, y un escalofrío le recorrió la columna vertebral.

Aleya maniobró La Diosa de Ébano para situarse delante de la proa de la fragata, buscando el puente de mando Quería establecer contacto visual directo con el mismo. Éste estaba situado bajo la proa cónica, como un apéndice inferior. La distancia entre ambas cabinas pasó a ser de unos escasos cien metros. El grupo escudriñó el puente de mando de la nave a la deriva, buscando algún movimiento. Estaba vacío.

La asesina probó de establecer contacto por radio una última vez.

—Aquí La Diosa de Ébano, en respuesta a la baliza de emergencia activada en vuestra nave. ¿Me recibe alguien?

De nuevo la única respuesta fue la estática.

—Nos vamos —dijo Fordak.

Aleya asintió y giró los controles para dar media vuelta y alejarse de allí cuanto antes.

—Pero tal vez… —comenzó el hacker a protestar.

—Tal vez nada. Nos vamos —dijo Aleya, a mitad de maniobra.

Zerios guardó silencio. La visión de aquel puente de mando fantasma y el silencio por radio era algo perturbador. Incluso él lo podía percibir.

—Fordak, ¿puedes calcular las coordenadas para el salto? —preguntó Aleya.

—Claro. Deberían estar en el historial del piloto auto...

Una fuerte sacudida zarandeó La Diosa de Ébano.

—¿Pero qué coño...?

El impacto se repitió. Era como si la nave estuviese cruzando una tormenta atmosférica brutal. Aleya forcejeó con los controles, tratando de mantener el control.

—¡Salta! ¡Hazlo ya! —gritó Fordak.

La asesina no dejó que terminase la frase y pulsó el botón de salto. Pero la ruta no se había cargado al cien por cien, con lo que el sistema de seguridad de la nave anuló esa última orden.

—¡Mierda! —exclamó la asesina descargando un golpe de frustración a los controles. Respiró profundamente y recuperó su habitual temple—. Nos están arrastrando. Un rayo tractor. Preparaos para lo peor.